Loader

Pretensión de análisis de la in-analizable obra de David Nebreda

Pretensión de análisis de la in-analizable obra de David Nebreda

David Nebreda, el arte de la supervivencia

Bellamente inquietante es quizá el adjetivo que mejor describa la obra de David Nebreda. El fotógrafo, nacido en el Madrid de los cincuenta estudió bellas artes en la Universidad Complutense de Madrid. Contaba con solo 19 años cuando fue diagnosticado de esquizofrenia paranoide, enfermedad caracterizada, entre otras cosas por una doble ruptura de la personalidad. Le bastó un breve periodo de tiempo para tomar la decisión de renunciar a cualquier tratamiento y aislarse en un piso de Madrid. Su obra, reflejo de su realidad personal, ha recibido la crítica y la censura de sus compatriotas y el aplauso del público francés. La intensidad y la dureza de sus imágenes le ha llevado a ser despreciado por muchos pero también a convertirse en una figura casi de culto en determinados círculos, considerándole el Artaud de la fografía. En Francia ha expuesto en la galería Xippas, dentro del apartado L’enfermement photographique, además de contar con la oportunidad de dar una conferencia en la Casa Europea de la Fotografía y realizar una nueva exposición en la galería Renn. Cuenta con dos publicaciones en su bibliografía además de líneas escritas por Baudrillard dedicadas a su persona.

Es vegetariano, practica la abstinencia sexual y largos periodos de ayuno. No consume ningún tipo de drogas ni de medicación. Realiza paulatinamente experiencias de autocastigo o agotamiento físico, muestra de una existencia desdoblada. Su obra es un ejemplo de renacimiento mediante la construcción de sí mismo por la propia autodestucción.

En su obra distinguimos una serie de etapas que ejemplifican la evolución de esta regeneración;

Desde 1983 a 1989: en estos años aparece su primera serie de autorretratos, en los que afirma no reconocerse, por lo que no son relevantes para su obra.

En 1980 y 1990 aparecerá su primera serie de fotografías a color.

De 1992 a 1997 se producirá una crisis que afectará tanto a su obra como a su vida. Nueve meses de reclusión, viviendo en un estado de aislamiento y parálisis física y mental. En este punto, y como intento de recuperación realizará su segunda serie de fotografías.

Un tiempo después de esta crisis decide retomar el contacto con el exterior, enseñando sus fotos primero a conocidos y después mediante una exposición. Estas no gustaron al público y el fotógrafo volvió nuevamente a la reclusión. Sin embargo poco tiempo después Leo Scheer contactaría con él con el propósito de convertirse en su editor, surgiendo así Autorretratos.

Desde 2004 a 2006 se publicarían dos libros más Capítulo sobre pequeñas amputaciones y Sobre la revelación, concluyendo así su legado (considera que no tiene nada más que decir existencialmente.)

Actualmente se encuentra en un estado de encierro voluntario en un estado de completo aislamiento, sin televisión, internet ni periódicos.

El espejo, los escrementos y las quemaduras.

El espejo, los excrementos y las quemaduras es una obra que muestra una vez más la técnica fotográfica más desarrollada por Nebreda; el autorretrato. Esta obra fue realizada entre 1989 y 1990 y forma parte del libro Corpus Solus.

Lo semiótico.

La fotografía es analógica y está viñeteada  mediante un aplique realizado por el fotógrafo (se servía de una máscara de cartón para lograr este efecto.) Cuando el espectador se sitúa antes esta imagen lo primero que le llama la atención es  probablemente la luz. Un halo se proyecta alrededor de la figura, iluminándola al detalle y situándose además con una mayor intensidad alrededor de su cabeza, creando así un halo de santidad. El otro autorretrato, situado a la izquierda, nos muestra su perfil oculto (obtenido mediante la doble exposición) con una luz mucho menos intensa, más azulada. Dejando que la vista nos lleve a contemplar el cuerpo del fotógrafo, nos encontramos una figura mostrada desde la cabeza hasta las rodillas, un ente esquelético, con quemaduras de cigarrillos y yagas surcando sus costillas. Mientras que la mano derecha tira de uno de sus largos cabellos, la otra empuña como paleta y pinceles una bolsa llena de excrementos y unas flores secas (crisantemos.) Sin embargo, en medio de toda la destrucción, la expresión del fotógrafo transmite una sorprendente tranquilidad, lo cual contribuye a la configuración de esa santidad que imprime la fotografía, una serenidad que también se apoya sobre una gama cromática en consonancia, en la que no sobresale ningún punto sino que todo confluye creando una tranquilidad casi morbosa.

Lo imaginario

La fotografía-autorretrato del fotógrafo madrileño posee dos puntos de atención, que se unen y completan para mostrarnos al autor en toda su totalidad, en un desnudo que es tanto real como metafórico. El cuerpo queda iluminado en todos sus detalles y el perfil que la perspectiva oculta, lo revela el espejo. David Nebreda lleva años sin mirarse en ningún espejo, sus obras constituyen un modo de autoconocimiento que va más allá de la estética; nos muestra una parte de su realidad que solo puede ser vista desde sus fotografías, en una exposición que es autonegación e hiper-naturalidad al mismo tiempo; nos muestra una realidad de su ser, configurándola como una muestra de él mismo, de su enfermedad, de su situación a través de una realidad fotográfica cuyo principal espectador es su persona, siendo él al que está dirigido el texto de la fotografía. También forma así una regeneración cimentada en la auto-destrucción de sí mismo. No soy masoquista ni un fotógrafo de heridas decía Nebreda en una de las pocas declaraciones que se han conseguido extraer de su persona.

Así la realidad ficcional de las fotografías se torna con la realidad personal del autor creando un nuevo paralelismo, por encima del dolor o la enfermedad. La esquizofrenia crea un desdoblamiento de la personalidad y Nebreda intenta, a través de su obra redescubrir la que pertenece en su sombra, la más desconocida y que necesita de un cuerpo (un cuerpo que viva, que sufra) para poder ser reflejada.

Otra de las sensaciones que más destacan en esta obra es la de soledad, mostrando una figura única, en un escenario aislado, suspendido, siendo esta una soledad casi alegre, poética. Y es que implica un alejamiento de la sociedad, de nuestras aspiraciones, en un ejercicio de desprecio de ambas. Volvemos a encontrarnos con una cita imprescindible del autor Mi contacto con el mundo exterior ha destruido mi sentido del orden y me ha suscitado palabras, hasta ahora desconocidas para mí, como vergüenza, dolor o disgusto provocado. Quiero hacer hincapié en ello: sólo ahora descubrí el significado de palabras como asco, vergüenza u odio.

Lo real.

El espejo, los excrementos y las quemaduras es el título elegido por David Nebreda para dar título a esta obra. Un nombre que se basa en lo que aparece en la obra y sin embargo no le menciona a él, que constituye el centro de la fotografía, creando una vez más ese efecto de distanciamiento hacia su propia persona. A través de la muestra de su realidad, una realidad que se muestra a través de un cuerpo esquelético, flagelado, al límite de la mortalidad David Nebreda nos hace partícipes de nuestra propia humanidad. Automutilación, ayuno extremo, aislamiento. Acciones tangibles, que muestran cómo se puede destruir la figura humana, la fragilidad de esta. Observar un cuerpo nos remite a las propias sensaciones. Cualquiera puede encontrarse en ese limbo entre la vida y la muerte, pero esta construcción de la identidad, el renacimiento a partir de la destrucción del cuerpo es una metamorfosis única. Si hacemos un repaso por las obras de Nebreda estas se presentan como una evolución estacionaria, un proceso de regeneración. Esta se nos presenta en un punto casi culminante, presentándose como un ente casi santificado en un estado estático, tranquilo –se podría decir que feliz.-

Sin embargo la sensación que transmite la obra es ciertamente ambigua, difícil de describir. Un desagrado provocado quizá por la sensación punzante de sentir nuestra propia humanidad (y con ella nuestra debilidad) de la que hablábamos antes o simplemente por la visión de un cuerpo que no encaja en nuestros estándares de belleza o de “buen gusto.”

Esta negación de nosotros mismos está presente en la cultura popular y el visionado de una obra que destruya estos pilares resulta desagradable. Pero por otra parte, la composición es armónica, transmite una sensación estática; no existe un antes y un después de la fotografía.

El dolor se presenta como algo patente, el arte de la enfermedad. Es un origen de partida para entender unas obras, de las que, a pesar de estar excluidos, somos partícipes. Se presenta un cambio en las concepciones de este, es una muestra de la salvación por la miseria (no conoceríamos la primera si no vivimos la segunda.)

Por último, otro de los factores que entra en juego en el visionado de esta obra es nuestra herencia cultural; reconocemos al fotógrafo retratado como una metáfora de Cristo; el pelo largo, las llagas… todo ello unido a ese halo de luz que enmarca su cabeza. Se nos presenta con una cruz que forma la sociedad, la enfermedad o el tiempo, de la que librarse por medio del arte. Tenemos arte para no morir de realidad, diría Nietzsche.

Yolanda Álvarez Fernández
yolandaalfdez@gmail.com