La vida moderna está envejeciendo tu cerebro

En el Amazonas, antropólogos y neurocientíficos están aprendiendo sobre la vida y la salud de otras culturas que pueden enseñarnos mucho sobre el envejecimiento.
Dibujo retro del cerebro con ilustración de anteojos en BG rojo
Cuando el cerebro envejece se hace más pequeño.Getty Images

En el pueblo de Las Maras, al norte de Bolivia, al lado de una escuela convertida en puesto médico, todo el mundo está esperando el desayuno. Lo de hoy es arroz y huevos, generosamente salados y adornados con gotitas de mayonesa. Es abundante combustible para el fuerte trabajo de cazar y recolectar. Protegidas de la lluvia debajo de palmeras, árboles de caucho y grandes lonas, las personas allí tienen entre 40 y 80 años, todas son t'simanes, un grupo indígena que vive en las tierras bajas del Amazonas.

A cada quien se le pidió que ayunara hasta haber tenido un examen médico voluntario. Extracciones de sangre. Muestras de orina y heces. Pruebas respiratorias. Medidas de rigidez de las arterias. Mientras esperan para hablar con un médico, estas personas también dan entrevistas a sus compañeros t'simanes, quienes están recopilando datos antropológicos. Más tarde, si están de acuerdo, los entrevistados conducirán hasta la cercana ciudad de Trinidad para que les escaneen el cerebro.

Aquella rutina era familiar para Hillard Kaplan, profesora de antropología y economía de la salud en la Universidad de Chapman en Orange, California, en Estados Unidos, y quien ha estado trabajando junto a los t'simanes durante 20 años. La labor de su vida es estudiar cómo envejecen las personas en su sociedad en comparación con la gente en Estados Unidos y Europa. Entre 2014 y 2019, Kaplan dirigió un equipo móvil de médicos, bioquímicos de laboratorio y antropólogos, más de la mitad perteneciente a población indígena de más de 100 aldeas. Recolectaron datos de quienes estaban dispuestos a compartirlos y brindaron atención médica a quienes la querían. “Todo depende de la persona, lo que quiere hacer y lo que no quiere hacer”, aclara Kaplan. Alrededor del 90% de las personas aceptaron participar.

Aunque algunos t'simanes interactúan con la sociedad boliviana, su estilo de vida es menos industrializado que el de la mayoría. Las aldeas t'simanes no tienen agua corriente y la mayoría no tiene electricidad. Utilizan agricultura de tala y quema. Cazan a pie animales como los pecaríes, una especie de cerdo que pertenece al mismo orden de las jirafas. En fin, deben gastar mucha energía simplemente para poder comer. De alguna manera, examinar su forma de vida es examinar el pasado. Todo esto representa, sí, falta de infraestructura de atención médica moderna, pero también, como Kaplan y su equipo han llegado a sospechar, es protección contra los males de la vida urbanizada.

El alto costo de nuestro estilo de vida

El tiempo y la vida moderna pasan factura a los cerebros. La función cognitiva se desvanece naturalmente a medida que las células cerebrales se encogen y mueren. Algunas de estas células se reemplazan, pero muchas otras no, por lo que los cerebros se vuelven más pequeños con la edad, comenzando alrededor del momento en que una persona cumple 40 años. Esta atrofia acompaña a la disminución de la función cognitiva y es una característica común de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o la demencia, que afectan a más de 55 millones de personas en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud.

Pero nuestra comprensión fundamental del envejecimiento del cerebro tiene un problema: está sesgada. Muchos más estudios analizan el envejecimiento del cerebro en poblaciones blancas e industrializadas que entre minorías étnicas, especialmente en sociedades aisladas. Kaplan y su equipo quieren cambiar eso. Su trabajo anterior ha mostrado evidencia de que grupos como los t'simanes no sufren la misma carga de enfermedades cardiovasculares que el resto del mundo. ¿Podría ocurrir lo mismo con el cerebro? “No sabíamos lo que encontraríamos”, recuerda Kaplan.

Ahora, su equipo tiene pruebas de que los cerebros de los t'simanes y los vecinos mosetenes pueden envejecer más lentamente que el tuyo, el mío y el cerebro de casi todos los demás en el mundo industrializado. “Algo en el estilo de vida está afectando el envejecimiento del cerebro”, dice Kaplan. Cree que sabe qué es ese algo, y que puede enseñarnos cómo controlar mejor el envejecimiento del cerebro de cualquier persona.

La salud pública en sociedades remotas podría iluminar a la de otros lugares. En la década de 1980, Kaplan estaba trabajando con los machiguenga, un grupo indígena que había entrado en contacto recientemente con la sociedad industrializada en Perú. Mientras Kaplan observaba sus vidas y realizaba entrevistas, la gente con frecuencia le pedía ayuda con problemas de salud. Pero el joven profesor de antropología no tenía formación médica.

Así le pidió al médico Benson Daitz que lo acompañara para realizar los chequeos. Daitz voló a Perú en 1987 y diagnosticó a pacientes con una letanía de infecciones. Pero se sorprendió más por lo que no encontró. No escuchó soplos ni otros problemas cardíacos. Los mashiguenga tenían corazones y niveles de presión arterial saludables, incluso en la vejez. Kaplan concluyó que podrían evitar muchas enfermedades crónicas. Y esa idea se quedó con él.

Calorías baratas en todas partes

Tres décadas después, Kaplan todavía está conectando los puntos entre el estilo de vida y las enfermedades crónicas, y aún ofrece atención médica en las aldeas que albergan a su equipo y que trabajan con ellos. La gente de los pueblos recibe atención a sus necesidades médicas; los investigadores, a cambio, aprenden sobre las enfermedades del corazón y del cerebro.

A lo largo de los años, el equipo de Kaplan ha informado que, al igual que los mashiguenga, los t'simanes tienen tasas de infección más altas que el promedio, pero más bajas en enfermedades cardíacas y diabetes en comparación con las personas de Estados Unidos y Europa. “Estas no eran condiciones asociadas con el envejecimiento”, indica Daniel Eid Rodríguez, investigador biomédico de la Universidad Mayor de San Simón, en Bolivia, quien ha trabajado con Kaplan y los t'simanes desde 2004. Estas personas con corazones sanos tampoco eran casos aislados, refiere Rodríguez. “El estilo de vida de los t'simanes parecía ser la receta saludable”.

Por otro lado, la mayoría de las personas en EE UU hoy mueren a causa de las enfermedades del envejecimiento. Las enfermedades cardíacas, el cáncer, la hipertensión, la diabetes y el Alzheimer representaron el 56% de las muertes en Estados Unidos en 2019. El problema es que las sociedades industrializadas son un entorno antinatural para los humanos, lleno de calorías baratas y oportunidades para estar inactivos.

El equipo de Kaplan quería ver si una vida no industrializada frente a una industrializada también beneficiaría al cerebro. Para su último artículo, publicado en marzo, Kaplan continuó su asociación actual con los t'simanes y comenzó una nueva con los mosetenes cercanos; este grupo indígena rural cultiva más y está más involucrado en los mercados modernos que los t'simanes. Los mosetenes son menos dependientes de la caza y de la recolección de alimentos, lo que significa que no tienen que trabajar tanto para su comida. Todos los participantes que estudió el equipo tenían más de 40 años, porque es cuando los científicos esperan que el cerebro envejezca más notablemente.

La vergüenza de los ricos

Después del desayuno diario y de las sesiones de recopilación de datos, los participantes iban a un hospital cercano, donde los especialistas tomarían imágenes de cerebros y tórax con escáneres de tomografía computarizada. Las imágenes cerebrales arrojarían el volumen total de materia cerebral para cada persona; las exploraciones de tórax revelarían depósitos de grasa y calcio dentro y alrededor del corazón. El equipo también recopiló datos de personas como su altura, índice de masa corporal y colesterol.

Cuatro años y mil 165 participantes más tarde, los resultados revelaron una marcada diferencia. En comparación con datos similares tomados de EE UU y Europa, a los t'simanes les va mucho mejor, especialmente en la vejez. Los cerebros t'simanes pierden alrededor del 2.3% de su volumen por década, en comparación con alrededor del 2.8% de los mosetenes y alrededor del 3.5% de las poblaciones industrializadas. Para los septuagenarios y mayores, la diferencia casi se duplicó.

En las poblaciones industrializadas, el volumen del cerebro generalmente disminuye con el aumento del índice de masa corporal (IMC) y el colesterol No-HDL (el llamado ‘malo’). Pero el volumen de los cerebros de los t'simanes y los mosetenes aumentaron en gran medida con el aumento del IMC y el colesterol. Kaplan cree que esta discrepancia tiene sentido dado el pasado evolutivo de la humanidad. Si tienes que trabajar mucho para obtener tus alimentos, tener más energía ayuda bastante. Los t'simanes caminan 17 mil pasos por día. Los mayores brindan alimentos y cuidan a sus nietos y en realidad no se jubilan, dice Kaplan. Las personas que viven en Estados Unidos y Europa, en cambio, trabajan en promedio mucho menos por sus calorías, lo que crea un excedente.

Para Kaplan, los nuevos datos sugieren un 'punto óptimo' entre la energía que entra y la que sale y que está bien desarrollar un IMC más alto si también se gasta mucha energía. Pero sin ese equilibrio, se puede perder volumen cerebral más rápido, quizás debido a una peor salud cardiovascular, aunque el mecanismo exacto sigue sin estar claro. “Estamos en el punto en el que nos hemos pasado de la raya”, comenta sobre las poblaciones industrializadas. “Tenemos demasiadas calorías y muy poca actividad física, lo que tiene efectos negativos en nuestro cerebro”. El equipo se refiere al fenómeno como la hipótesis de "la vergüenza de los ricos".

“Me imagino que la misma lógica será válida para otras enfermedades no transmisibles entre los t'simanes donde hay un fuerte componente metabólico”, destaca Rodríguez. “Es decir, la alimentación reflejada en el IMC y el colesterol es importante para que el organismo realice sus actividades, pero en exceso acaba siendo perjudicial”.

Si bien este es el primer estudio que compara el volumen cerebral entre personas en sociedades tan diferentes, otros han señalado el vínculo entre el ejercicio y el riesgo de demencia. Los estudios estiman que el riesgo de demencia se reduce en al menos un 30% para los adultos físicamente activos. El ejercicio puede reducir la inflamación en el cerebro y mantener conexiones más resistentes entre las neuronas. El año pasado, los investigadores realizaron autopsias a participantes estadounidenses en un estudio sobre el envejecimiento y la cognición, y descubrieron que aquellos que hacían más ejercicio tenían niveles más altos de biomarcadores vinculados a la función sináptica.

“Estamos comenzando a comprender que estos comportamientos en los que nos involucramos pueden cambiar la forma en que se desarrolla nuestro cerebro”, expresa Kaitlin Casaletto, neuropsicóloga de la Universidad de California en San Francisco, quien dirigió el estudio de las autopsias pero no participó en el trabajo de Kaplan. "Tal vez podamos desempeñar un papel activo en cómo se desarrolla nuestro cerebro con la edad".

Casaletto piensa que el trabajo de Kaplan con las poblaciones de t'simanes y mosetenes aborda un importante problema de representación en el envejecimiento y la ciencia del cerebro: que la mayoría de las personas estudiadas son blancas y viven en sociedades industrializadas. Pero si bien los hallazgos amplían nuestra comprensión del encogimiento del cerebro, también plantean muchas preguntas nuevas, advierte.

“Me gustaría saber si la relación positiva entre el IMC y el colesterol con el volumen cerebral difiere según la edad”, afirma. En otros estudios, en los que hubo participantes estadounidenses y europeos, esa relación evoluciona: un IMC alto en la mediana edad indica mala salud cerebral, pero un IMC bajo en la vejez indica fragilidad y demencia. En general, Casaletto considera que la hipótesis de la vergüenza de los ricos es "convincente" y digna de más pruebas.

Aún así, un aspecto complicado de comparar sociedades tan diferentes es que los investigadores solo están evaluando quién sobrevive hasta la vejez. Es un sesgo inherente a muchos estudios sobre el envejecimiento. En Bolivia, las poblaciones indígenas tienen tasas más altas de muerte prematura, principalmente debido a infecciones. “Los adultos que llegaron a este punto pueden no ser representativos de toda la población”, alerta Casaletto. “Pueden tener ciertas ventajas genéticas, sociales o biológicas”.

La genética parece influir en el proceso de envejecimiento

La genética puede influir en los datos de Kaplan, agrega Tamar Gefen, neuropsicóloga de la Universidad Northwestern quien no participó en el estudio. Gefen ha trabajado con el estudio SuperAging de Northwestern, que sigue a personas mayores de 80 años cuyos cerebros funcionan como los de personas décadas más jóvenes. Los cerebros de los superenvejecedores del estudio se encogieron menos que los de las personas mayores "cognitivamente promedio". Muchos de esos superenvejecedores no tienen estilos de vida saludables, pero aun así se mantienen cognitivamente agudos. Esto sugiere que la genética puede ser crucial para la salud del cerebro y que la actividad física no es una panacea. Los estudios sobre el envejecimiento también sugieren que ser sociables, felices y ejercitar la mente juegan un papel importante para mantener el cerebro sano. Pero cada factor se relaciona con el otro: es más fácil ser feliz y sociable si estás sano, por ejemplo.

Para Kaplan, todo implica que necesitamos comprender mejor tanto la fisiología como la psicología que juega en el envejecimiento saludable. Cómo lograr ese equilibrio de energía dentro y fuera es valioso para la salud en general. “Eso es lo que necesitamos entender más”, opina. “Creo que hay muchas personas en Estados Unidos que viven cerca de ese punto óptimo. Pero mucha gente no lo logra”.

De vuelta en Bolivia, la población t'simanes ha comenzado recientemente a integrarse más, gracias a los motores de canoa más baratos. La integración tiene beneficios, señala Kaplan, como un acceso más fácil a los alimentos. “El estilo de vida moderno es más cómodo”, agrega Rodríguez. “Aunque son conscientes de que su estilo de vida puede ser más saludable, está lleno de limitaciones relacionadas con el transporte, el comercio, el acceso a la salud, la educación”.

Una mayor integración también significa que las personas pueden estar más cerca de la atención médica; las visitas al médico que alguna vez se realizaron en escuelas con techo de paja pueden dar paso a viajes más frecuentes a la ciudad. Pero a medida que la población se moderniza, siempre existe la posibilidad de que los t'simanes sucumban con más frecuencia a las dolencias comunes en la sociedad industrializada. Incluso es posible que la condición de sus cerebros comience a cambiar. Pase lo que pase, Kaplan y Rodríguez saben que hay mucho más que aprender.

Este artículo se publicó originalmente en WIRED. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.


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