Revista Qué Pasa. Las obras perdidas del Diego Portales

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1972

Los peces de mimbre del artesano Manzanito, en el casino de la Unctad.

LAS OBRAS PERDIDAS DEL DIEGO PORTALES

2007

Vista actual del casino. Las obras de Manzanito estรกn desaparecidas.


1972

Intervención de Nemesio Antúnez realizada con cerámicas.

En abril de 1972, el edificio de la Unctad abrió sus puertas incorporando 35 murales, tapices y esculturas de los artistas más importantes de la época, como Roberto Matta, Mario Carreño, Guillermo Núñez, Mario Toral, Marta Colvin, Roser Bru y José Balmes. Después del golpe de 1973, el recinto pasó a llamarse Diego Portales y más de la mitad de las obras desaparecieron. Otras tuvieron un insólito destino: una de Gracia Barrios apareció en una casa de empeño y la de Nemesio Antúnez fue completamente modificada. Tres décadas más tarde, el paradero de casi una veintena de estas obras continúa siendo un misterio. Por Yenny Cáceres S.

2007

El trabajo de Antúnez se modificó al reinstalar las cerámicas de esta forma. quéasa/25


Por las paredes del Diego Portales ha desfilado parte importante de la historia de Chile de los últimos años. Construido en tiempo récord, fue inaugurado por Allende en 1972 y después de 1973 se convirtió en sede de la Junta Militar con Pinochet a la cabeza. Ésta es la historia oficial. Pero su historia más desconocida, que también se ha escrito en esas mismas paredes, cuenta que al momento de su inauguración una treintena de obras de los artistas más importantes de la época ocuparon sus diversos salones, salas de conferencias, halls, casino y terrazas exteriores, en un inédito proyecto que integraba arte y arquitectura en un mismo edificio. Treinta y cinco años después, poco queda de eso. Las fotos de su inauguración muestran un edificio moderno, con una estética de película de ciencia ficción setentera, alhajado con estilosos muebles y luminarias y con coloridos tapices en sus paredes. El panorama al recorrerlo hoy en día es completamente opuesto. Luce como un edificio notoriamente mal cuidado que se quedó detenido en el tiempo. Sólo permanece uno de los murales que había en el momento de su inauguración. Y de esas 35 obras de arte que se instalaron, 19 están desaparecidas.

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Con el sueldo de un obrero Todo comenzó con una mentira piadosa de Eduardo Martínez Bonati. Los arquitectos que diseñaron el edificio de la Unctad, como se le conoció en ese entonces a este lugar -levantado para albergar la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo-, habían convocado a este pintor como asesor. En ese entonces, Alexander Calder, importante artista norteamericano, presentaba una exposición en el Museo de Bellas Artes. Ahí fue cuando a Martínez Bonati se le ocurrió lanzar una osada idea. En una reunión técnica, aseguró que la Fundación Calder le había ofrecido un móvil de este artista para el edificio de la Unctad. Cuando vio a los expertos lo suficientemente entusiasmados, les reveló la verdad. No existía el ofrecimiento de Calder, pero sí el de varios artistas locales, como Roser Bru, Nemesio Antúnez y Carlos Ortúzar. Y aunque hoy en día esta iniciativa aparece como pionera al integrar arte y arquitectura, Eduardo Martínez Bonati reconoce que no había teoría social ni artística detrás de esta idea: 1.- Obra de Mario Toral, desaparecida. 2.- Los tiradores de puerta de Ricardo Mesa tenían la forma de una mano empuñada: fueron invertidos. 3.- Tapiz de Gracia Barrios en su ubicación original en el edificio de la Unctad. Reapareció en 2001 en una casa de empeño. 4.- 1972: mural de Vilches en la Unctad. 5.- 2007: la misma sala sin este mural. 6.- 2007: mural de Vilches reconstruido en Valparaíso. 26/quépasa

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El único de los murales que se conservó pertenece a José Venturelli y está en uno de los salones del primer piso.

“Era sencillamente para que el edificio tuviera espacios agradables”. Casi todos los artistas aceptaron participar. Sólo hubo dos que se negaron. Uno porque partía con una beca y el otro -cuyo nombre Martínez Bonati prefiere no revelar- por razones ideológicas. Es que participar en esta iniciativa tenía una fuerte carga política. Como lo decía la piedra esculpida por Samuel Román -que también fue sacada de la terraza-, la sede de la Unctad III fue construida en 275 días. Esa celeridad hizo que este edificio se convirtiera en un proyecto emblemático para la gestión de Salvador Allende, quien solía asistir periódicamente a las inauguraciones del Museo de Arte Contemporáneo, según recuerda su director de ese entonces, Guillermo Núñez. Ya fueran de izquierda, militantes o simples simpatizantes de la UP, la mayoría de los artistas quiso estar. “Era una época de mucha efervescencia política, a mí también me agarró, a pesar de que no soy nada de político”, confiesa Eduardo Vilches. Mario Toral asegura que el proyecto sirvió para unir a sus colegas: “Fue una cosa de colaboración, de apoyo al gobierno y a la legalidad”. A todos se les pagó lo mismo. Lo mismo obtuvo Manzanito, artesano en mimbre, que un artista reconocido como José Balmes. Durante tres meses, todos recibieron un honorario equivalente al sueldo que se le pagaba a un obrero calificado de la 28/quépasa

Durante tres meses, todos los artistas recibieron un honorario equivalente al sueldo que se le pagaba a un obrero calificado de la construcción, lo cual correspondía a 15 mil escudos, según recuerda José Balmes.

construcción, lo cual correspondía a 15 mil escudos, según Balmes. La noche antes de la inauguración, el ambiente era de locura en la Unctad. “Todo el mundo estaba haciendo las cosas a matacaballo, contra el tiempo”, dice Vilches. Varios aún tienen en su cabeza la imagen de Gracia Barrios zurciendo un pedazo de su tapiz y a maestros dando vueltas por todos lados. Muchos trasnocharon, como Vilches, quien

recuerda que de repente le dio sueño y terminó durmiendo en una alfombra. Pero todo se entregó en los plazos, asegura Martínez Bonati. El vértigo mayor y la noche más larga de esta treintena de obras de arte llegaría un año más tarde. En septiembre de 1973.

El caso Matta Nada menos que dos Matta tenía el edificio de la Unctad. Todo un lujo. Porque, en ese entonces, este artista ya era un nombre inscrito en los libros de arte. Un consagrado, pero a la vez un “hombre comprometido con Chile”, según el recuerdo de Martínez Bonati. Cuando supo del proyecto, se sumó de inmediato. El encargo coincidió con uno de sus viajes a Chile, en 1971, en el que aprovechó de conocer dónde quedaría emplazada su obra. Matta ya superaba los 60 años, pero con una vitalidad única subió las escaleras de madera de un edificio aún en plena construcción. “Vengo a ver dónde va a estar mi obra”, inquirió a Martínez Bonati. “Entre esa nube que está arriba y esa punta del cerro”, fue la respuesta. “Tú siempre diciendo esas mismas cosas”, le espetó Matta. Pero no alcanzó a enojarse. Al contrario. Se entusiasmó. Martínez Bonati le habló de un enorme salón y el pintor decidió que en vez de uno, entregaría dos lienzos para ese espacio. Afortunadamente, deshacerse de los dos


Matta no estuvo entre los planes de los nuevos administradores del edificio de la Unctad, que luego de ser rebautizado como Gabriela Mistral en junio de 1972 pasó a llamarse Diego Portales en 1973. Después del golpe militar los lienzos fueron descolgados y entregados al Museo de Bellas Artes, que a partir de 1974 pasó a ser dirigido por Lily Garafulic.Y aunque éste podría haber sido el destino natural para el resto de las obras, el caso de Matta fue una excepción. Milan Ivelic, actual director del museo, asegura que éstas fueron las únicas obras de la Unctad traspasadas a esta institución y que recién en 1980 -bajo la dirección de Nena Ossa- fueron inventariadas como parte de la colección del Bellas Artes. A inicios de los 90, cuando comenzó a armarse el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, con Carmen Waugh a la cabeza, esta reconocida galerista conversó con Roberto Matta sobre el destino de los óleos que cedió a la Unctad. “Seamos salomónicos. Que uno se quede en el Bellas Artes y el otro pase al Museo de la Solidaridad”, le dijo el pintor. Así fue como “Hagámonos la guerrilla interior para parir el hombre nuevo” (200 x 490 cm, 1970) pasó a formar parte, en calidad de préstamo, del Museo de la Solidaridad, y actualmente está itinerando en Brasil. El otro óleo, “Fango original. Ojo con los desarrolladores” (206 x 485 cm, 1972) es de las pocas obras que aún conservan el espíritu original para el que fueron creadas: está en un espacio público. Aunque no hay ningún cartel que indique su pasado, esta obra que Matta regaló al pueblo chileno ahora puede ser vista en el segundo piso del Bellas Artes, como parte de la colección permanente del museo, en una sala totalmente dedicada a su carrera.

Las sobrevivientes Nadie parece tener respuestas de lo que pasó con las obras de arte del edificio de la Unctad. Uno de los arquitectos proyectistas del edificio, Sergio González, volvió a buscarlas al mismo edificio después que se levantó el toque de queda, el 15 de septiembre, y comprobó que a pocos días del golpe una escultura de Carlos Ortúzar -emplazada en una terraza- ya no estaba. Miguel Lawner, encargado de la Cormu (Corporación de Mejoramiento Urbano) durante la UP y coordinador de la construcción del edificio, no pudo averiguar mucho más. Fue detenido el 12 de septiembre y el 15 lo mandaron a la isla Dawson. Martínez Bonati fue al edificio en 1975, poco antes que lo detuvieran y de partir al exilio en España: “Quedaba lo mismo que ahora. Ya habían roto, saqueado, sacado, tirado a la basura y empeñado gran parte de las cosas”. Cuando retornó a Chile, en 2005, volvió a inspeccionar el edificio y una de sus mayores sorpresas fue toparse con la inter-

CATASTRO DE LAS OBRAS DEL DIEGO PORTALES ARTISTA PISO ZOCALO 1. Manzanito 2. Nemesio Antúnez

OBRA

ESTADO

Peces de mimbre Mural en gres cerámico

Desaparecido Modificado

En salón de delegados 3. Patricia Velasco 4. Mario Toral 5. Mario Carreño 6. Héctor Herrera

Tapiz tejido Mural en paneles de madera Tapiz Tapiz de tela pintada

Desaparecido Desaparecido Desaparecido Existente

En hall de acceso 7. Guillermo Núñez 8. José Balmes 9. Lucy Rosas 10. Gracia Barrios 11. José Venturelli

Mural en acrílico y madera Mural Tapiz collage Tapiz Mural

Desaparecido Desaparecido Desaparecido Recuperado Existente

En hall de salas de conferencia 12. Rodolfo Opazo 13. Juan Egenau

Escultura madera/poliéster Puerta en cobre y aluminio fundido

Desaparecido Existente

En salas de conferencia 14. Germán Arestizábal 15. Francisco Brugnoli

Mural de madera Mural de madera

Desaparecido Desaparecido

NIVEL INGRESO

NIVEL PRINCIPAL (SALAS PLENARIAS) En salas de plenarios 16. Luz Donoso y Pedro Millar 17. Roberto Matta 18. Roberto Matta 19. Sergio Mallol

Tapiz bordado Óleo Óleo Escultura bronce

En hall de salas de delegados 20. Bordadoras de Isla Negra 21. Roser Bru 22. Sergio Castillo 23. Ricardo Mesa

Tapiz bordado Tapiz collage Escultura de acero Tiradores de puerta en cobre fundido

Desaparecido Desaparecido Existente Invertidos

En salas de delegados 24. Iván Vial 25. Eduardo Vilches

Mural madera aglomerada Mural madera aglomerada

Desaparecido Desaparecido

En hall de conexión a torre 26. Santos Chávez 27. Eduardo M. Bonati

Mural en taco de madera Mural en madera aglomerada

Desaparecido Desaparecido

Escultura metálica sobre pileta Escultura escape gases cocina Bancos y macetas de hormigón Bebederos de agua de hormigón Escultura hormigón armado Escultura piedra Escultura piedra (placa homenaje) Vitral en techumbre acceso

Desaparecido Existente Existente Existente Existente Existente Desaparecido Dañado

Desaparecido Museo de Bellas Artes Museo de la Solidaridad Existente

EXTERIORES 28. Carlos Ortúzar 29. Félix Maruenda 30. Ricardo Irarrázabal 31. Luis Mandiola 32. Federico Assler 33. Marta Colvin 34. Samuel Román 35. Juan Bernal Ponce

vención que había hecho Nemesio Antúnez completamente modificada. La obra se encontraba en la antesala del casino y consistía unas diagonales en blanco y negro que cruzaban el muro y el piso, realizadas con cerámicas de la firma Irmir. En vez de eso, se encontró en el piso con un tablero de ajedrez, realizado con las mismas cerámicas que ocu-

pó Antúnez para su obra. “Lo habían picado, tirado al suelo, habían puesto esas cosas cuadriculadas. Las mismas placas, los mismos colores. Eso es voluntad de no dejar ningún rastro de lo que fue un espíritu alegre, constructivo y de participación de los chilenos”, dice Martínez Bonati. Ésa no es la única obra intervenida. Otro quépasa/29


“Fango original. Ojo con desarrolladores” (óleo, 206 x 485 cm, 1972), de Roberto Matta. De la Unctad pasó al Museo de Bellas Artes.

En estas condiciones se conserva el tapiz de Héctor Herrera, encontrado en junio pasado.

caso curioso son los tiradores de puerta en cobre fundido, de Ricardo Mesa, que servían para abrir varios de los salones del edificio. En su forma original, los tiradores mostraban la imagen de una mano empuñada, símbolo asociado a la izquierda. Los militares los mantuvieron, pero los invirtieron. Y dejaron los puños hacia abajo. Pero haber permanecido tampoco fue una 30/quépasa

garantía de buena salud para estas obras. Después de 17 años del retorno a la democracia y con el Ministerio de Defensa a cargo del Diego Portales -en espera de que próximamente se reconvierta en el Centro Cultural Gabriela Mistral-, la suerte de las pocas obras que quedaron no ha cambiado mucho. La evidente falta de mantención del edificio permite que la puerta de cobre y aluminio fundido de Juan

Egenau se emplace en un espacio absolutamente desaprovechado, en el hall de las salas de conferencia, sin ningún tipo de iluminación adecuada y, lo que es peor, con un vulgar candado Odis colgando de su estructura. Lo mismo sucede con las esculturas de los exteriores, donde hay trabajos de Marta Colvin y Federico Assler que se conservan a la buena de Dios, sin ningún tipo de mantención. Otra escultura de Sergio Mallol, situada en el nivel de las salas plenarias, ni siquiera lleva el nombre de su autor, no está fechada y en la placa se lee un escueto: “Representación. Trozo de cobre”. De los murales, sólo se salvó el de José Venturelli (fallecido en 1988), que bajo el título de “Representación alegoría americana” muestra las figuras de trabajadores, indígenas, araucarias y volcanes del sur de Chile. No es aventurado suponer que se salvó por ser el más figurativo y tradicional de los trabajos en ese formato. “A mí me da la impresión de que destruyeron las obras por ignorancia, les molestaba algo que no fuera realista. Sencillamente por falta de capacidad artística”, opina Guillermo Núñez, reciente ganador del Premio Nacional de Arte. Que se haya salvado sólo el de Venturelli divierte mucho a José Balmes: “Le gustó a los militares y resulta que Venturelli era ultrarrevolucionario. Yo creo que él se debe haber tirado de las mechas”.


Regreso inesperado No tiene la certeza absoluta, pero Balmes está casi seguro de que su trabajo fue destruido. Lo suyo era un gran mural con el rostro del Che Guevara, de 5 x 3 metros, hecho en carboncillo y pintura, que estaba en la entrada del edificio por la Alameda. Debajo de la imagen, una frase del “Canto General” de Neruda sobre Lautaro aludía indirectamente al Che: “Le cortaron las manos y hoy golpea con ellas”. Balmes todavía recuerda el llamado desesperado de una amiga, después del golpe: “¡Escóndete!, estos gallos (la Junta Militar) acaban de salir en TV debajo del Che”. A la semana siguiente, el pintor volvió a pasar por ahí y ya no quedaban vestigios de su mural. Pero la historia más insólita en torno a las obras perdidas de la Unctad la vivió Gracia Barrios, quien recuperó su tapiz en el 2001. Sobre su obra llevaba años escuchando rumores, como el que echó a correr un antiguo funcionario del edificio, que decía que el tapiz había sido dividido como si se tratara de un botín. Todos esos rumores se derrumbaron cuando una noche de invierno el crítico y curador Justo Pastor Mellado llegó a la casa de Balmes y Gracia Barrios, en Ñuñoa, con un enorme bulto. “Traigo una cosa que mandó el gordo Leppe”, dijo un misterioso Mellado, aludiendo al artista visual Carlos Leppe. “Sólo al ver el bulto nos tincó que podía ser el tapiz”, dice Balmes. Lo extendieron en medio de la calle y allí, ante sus atónitos ojos, mientras hacían el quite a los autos que pasaban, pudieron comprobar que lo que parecía una colcha de 8 metros de largo x 2.80 de alto, era en verdad el tapiz “Multitud III” que Barrios había realizado para la Unctad. “Estaba impecable. Sanito”, recuerda Barrios. “Ni que le hubieran echado millones de kilos de naftalina”, agrega Balmes. La historia es más o menos la siguiente: en un largo itinerario, la obra pasó de la Unctad a una casa de empeño, para luego ser rematada por un comerciante de cachureos, hasta que finalmente un avispado Carlos Leppe supo reconocer el valor de esa pintura cosida con trozos de género. Ahora esa obra pasó a engrosar el patrimonio del Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Roser Bru no ha tenido la misma suerte que Gracia Barrios. También ha escuchado rumores de que su tapiz anda dando vueltas, pero en pedazos. Incluso el año pasado, un abogado la llamó para decirle que había adquirido un trozo de su tapiz a un antiguo funcionario del Diego Portales. También la llamaron para decirle que en el persa de Balmaceda habían encontrado un fragmento del tapiz de Luz Donoso y Pedro Millar. Pero ese tipo de ofertas no le interesan. “No quiero pedazos”, dice molesta.

Quien no tiene ninguna pista del destino de su trabajo es Mario Toral. Participó en el edificio de la Unctad con una audaz propuesta de una serie de rostros enmarcados, todos idénticos, que parecían seguir con la mirada a los visitantes del estiloso salón de delegados. “Es como si un elefante desapareciera de un circo. Cómo es posible que algo tan grande desaparezca, a no ser que lo hayan destruido”, reflexiona Toral. Tampoco cree que lo hayan comercializado: “Si es que la vendieron, debe haber sido a pedazos. Pero yo hubiera sabido, porque no estaban todos los rostros firmados”.

Sin respuestas El sitio donde estuvo la obra de Toral ahora está irreconocible. Está en el sector del edificio que se quemó y es una suerte de bodega donde se arrumban cosas en un desorden interminable. En el mismo lugar, y arrinconado sin ningún tipo de protección,

Hoy en día, quedan pocos funcionarios antiguos en el Diego Portales. Los que hay, dicen no saber mucho. Que los militares ordenaron sacar los murales y ponerlos en las bodegas. Y que después los sacaron. Pero nadie sabe cuándo y con qué destino. está el tapiz pintado por Héctor Herrera ilustrador de “Arte de pájaros”, de Neruda-, que fue encontrado en junio de este año, en el altillo del casino. “Yo todavía tengo esperanzas de que aparezcan algunas cosas”, dice Miguel Lawner, mientras entra a una bodega adosada a la sala 5. No hay rastros de los dos murales de Francisco Brugnoli que ocupaban las paredes de esa sala con un lenguaje que citaba al cómic y a la película “El acorazado Potemkin”, de Eisenstein. En la bodega, junto con el polvo, se amontonan monitores de computadores en desuso. Allí supuestamente se encontró hace poco un taco de madera de Santos Chávez junto con los planos originales del edificio, que también habían estado perdidos durante más de dos décadas y que resultaban vitales

para la realización del concurso de arquitectura al que convocó el MOP para diseñar el nuevo Centro Cultural Gabriela Mistral. Casi como un sino, en este recorrido de Qué Pasa junto a Lawner, el taco de Santos Chávez no apareció. Hasta su muerte, ocurrida hace poco tiempo, el arquitecto Sergio González siguió buscando respuestas. Incluso con otro de los arquitectos del edificio, Hugo Gaggero, elaboró un catastro del estado de las obras (ver recuadro). Pero González no encontró más que respuestas vagas entre los funcionarios. Una explicación que escuchó repetidas veces fue que los tapices se apolillaron y por eso tuvieron que botarlos. Hoy en día, eso no ha cambiado mucho. Quedan pocos funcionarios antiguos. Los que hay, dicen no saber mucho. Que los militares ordenaron sacar los murales y ponerlos en las bodegas. Y que después los sacaron. Pero nadie sabe cuándo y con qué destino. “Puedo entender que la obra de Balmes la hubieran destruido (se veía el rostro del Che Guevara). Pero ninguna de las otras obras era panfletaria o agresiva. Eran obras de vanguardia. No creo que hayan ido a parar a casas de militares. Este es un país demasiado chico, se habría sabido. Yo creo que las destruyeron”, dice Lawner. Y sentencia: “Esto es un patrimonio de Chile. Es un patrimonio del Fisco que se ha usurpado”. Guillermo Núñez sugiere que los artistas que participaron de este proyecto podrían demandar al Estado y exigir la reconstrucción de sus obras. No es una idea descabellada. Eduardo Vilches ya lo comprobó. El año pasado, a iniciativa de Arturo Duclos, ex alumno suyo y director de la carrera de Arte de la Universidad del Desarrollo, su mural fue reconstruido en la sede del Consejo de la Cultura de Valparaíso. Vilches había borrado por completo la obra de su cabeza. La última vez que la vio fue en una foto de revista Ercilla en 1975, durante una visita a Chile del economista Milton Friedman. Vilches borró la obra de su mente porque había pasado mucho tiempo.Y porque el edificio se convirtió en una fortaleza donde nunca más volvió a entrar. El artista es sincero: “Ir ahí, donde los militares, me daba susto”. Mario Toral nunca se interesó en volver. El golpe lo pilló en Nueva York. Guillermo Núñez tampoco ha querido regresar. Ni al Diego Portales ni a Villa Grimaldi, donde estuvo detenido. Una decena de esos 35 artistas del edificio de la Unctad nunca más volverá a recorrer sus salones ni las murallas donde alguna vez estuvieron sus obras. Porque ya están muertos. Han pasado 35 años y la historia de este edificio, en adelante Centro Cultural Gabriela Mistral, aún no se termina de escribir. quépasa/31


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