Entre mares, pampas y vientos. Memorias de Chiloé en Punta Arenas

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Macarena Fernández Génova – Katherine Riveros Quinteros




Investigación y textos Macarena Fernández Génova y Katherine Riveros Quinteros Asistente de investigación y prólogo Rodrigo González Vivar Fotografías de terreno Macarena Fernández, Rodrigo González, Nicolás Recabarren y Katherine Riveros Georreferenciación cartográfica Nicolás Recabarren Traub Corrección de textos Edison Pérez Bastidas ISBN 978-956-393-161-7 Registro de Propiedad Intelectual 284.115 Este libro ha sido editado e impreso para su distribución gratuita. La intención de las autoras es que este material sea utilizado de la forma más amplia posible, y en caso de reproducción de ideas se haga constar el título y la autoría de la edición. Modo de citarlo: Fernández, M. & Riveros, K. (2017). Entre mares, pampas y vientos. Memorias de Chiloé en Punta Arenas, Andros Impresores, Chile. Primera edición de 300 ejemplares impresa en los talleres de Andros Impresores, Santiago de Chile, octubre de 2017. Primavera austral 2017, Punta Arenas, Región de Magallanes y Antártica Chilena. Proyecto Financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, Línea de Patrimonio Cultural, Modalidad de Salvaguardia, Convocatoria 2017.


Macarena Fernández Génova – Katherine Riveros Quinteros


Agradecimientos


A los hombres y mujeres —migrantes anónimos de Chiloé— que compartieron desinteresada y generosamente sus historias biográficas para plasmarlas en esta publicación. Agradecemos sinceramente a Hilda Gallardo, Ester Mayorga, Ramón Vera, Eleodoro Ulloa, René Oyarzo, Yolanda Barría, Sara Guidipani, María Vargas, Nora Cárcamo, Carmen Guineo, César Gallardo, Faustino Aguilar, Víctor Marío, Hugo Guerrero, Hernán Leuquén y Paulina Oyarzún.

Agradecemos también a cada una de las personas e instituciones que colaboraron con el trabajo de campo. En especial a Mario Isidro Moreno, al Centro Hijos de Chiloé, al Centro Ancuditano, a la Comunidad Santuario Jesús Nazareno, al Almacén Hornitos y a la Biblioteca Pública N°6 de Punta Arenas.


Índice


Prólogo

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Presentación

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Capítulo I. Los viajes de la memoria. Relatos de migraciones chilotas a Punta Arenas

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Relato de Hilda Rosa Gallardo Bahamonde Relato de Ester Judith Mayorga Yáñez Relato de Ramón Purísimo Vera Oyarzún Relato de Eleodoro Ulloa Mayorga Relato de Néstor René Oyarzo Águila Relato de Yolanda de Lourdes Barría Gallardo Relato de Sara Edith Guidipani Paredes Relato de María Rosalía Vargas Vargas Relato de Nora del Carmen Cárcamo Pérez Relato de Eufemia Carmen Guineo Guineo Relato de César Orlando Gallardo Barría Relato de Faustino Omar Aguilar Aguilar Relato de Víctor Orlando Marío Barría Relato de Hugo Armando Guerrero Nauduam Relato de Hernán Mardoqueo Leuquén Vargas Relato de Carmen Paulina Oyarzún Segovia Fotografías de la memoria

[32] [36] [40] [44] [48] [52] [56] [60] [64] [68] [72] [76] [80] [84] [88] [92] [96]

Capítulo II. Chiloé en Punta Arenas

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Palabras de la memoria

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Prólogo


E

n la Patagonia se han movilizado todo tipo de viajeros y navegantes procedentes de diversas localidades que tuvieron que enfrentarse a las rigurosidades del clima y la geografía. Es una tierra que ha sido testigo de las movilizaciones humanas, asentamientos y posterior colonización que dio inicio a un proceso de desocupación para dar paso a la ocupación que sentó las bases de nuestra sociedad actual. Punta Arenas es reconocida como una ciudad cosmopolita debido a la gran cantidad de inmigrantes nacionales y extranjeros que arribaron al pequeño puerto austral, cuyos registros podemos encontrar en la vasta producción bibliográfica relacionada con la historia del asentamiento occidental. No obstante, el relato histórico sitúa al inmigrante europeo como pionero y principal agente colonizador del territorio, mientras que el contingente proveniente desde Chiloé queda relegado a constituir la masa obrera, sentenciando al anonimato a cientos de personas bajo el gentilicio “chilote”, entendiendo la asociación con el trabajo. Entre mares, pampas y vientos. Memorias de Chiloé en Punta Arenas contiene una serie de relatos de vida que reflejan el esfuerzo de personas que han migrado desde Chiloé, no solo por razones económicas, sino también por motivos personales, familiares, educacionales e incluso por amor. Las migraciones desde Chiloé no han cesado, ya que la raigambre de los chilotes con Punta Arenas se ha constituido desde el asentamiento inicial en Fuerte Bulnes hasta las manifestaciones actuales que dan cuenta de su presencia a través de la gastronomía, arquitectura, música y todas las expresiones culturales que forman parte de la identidad chilota.

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Esta obra presenta el periplo de dieciséis personas que tomaron la decisión de echar raíces en un apartado lugar, pero que sin lugar a duda lo han convertido en su nuevo hogar. El origen de este trabajo se remonta a las observaciones realizadas por Katherine y Macarena, quienes acertadamente decidieron emprender una investigación que diera cuenta de la presencia de chilotes y las manifestaciones culturales simbólicas propias de Chiloé en la ciudad, a propósito de visibilizar esta identidad. De esta forma, ambas investigadoras prepararon una entrevista originando una estructura de preguntas biográficas con énfasis en el proceso migratorio y en las actividades propias de Chiloé que se replican en la ciudad de Punta Arenas. La información vertida en las siguientes páginas refleja parte de la aventura que esas personas experimentaron viajando a un lugar que les prometía bienestar siempre y cuando mantuvieran la cualidad más representativa de su gente: el esfuerzo. Si bien el número de entrevistados no es proporcional a la cantidad de migrantes chilotes que actualmente residen en la ciudad, cada uno de estos relatos advierte situaciones que la gran mayoría padeció cuando llegaron. La determinación de considerar relatos de personas con distintas edades y equidad de género permitió tener una visión general de los viajeros que emprendieron el rumbo, convencidos de que en algún momento retornarían a su isla querida. Con la autorización de los protagonistas de este libro, se han incluido las emociones y sentimientos que reflejan los fragmentos de memorias que se describen a continuación, lo que llevará seguramente a los lectores a empaparse de la magia de Chiloé, desde distintas épocas y desde localidades diferentes según cada historia de vida, pero con Punta Arenas como escenario principal en el desarrollo de sus vidas. · 12 ·

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A través de estos relatos nos damos cuenta que la colonización de la Patagonia vino de Chiloé para quedarse, que en el imaginario colectivo se debe consolidar el aporte de la comunidad de chilotes residentes en Punta Arenas, quienes conservan y manifiestan su cultura e identidad a través de diversas actividades que se han posicionado como una tradición propia del territorio. En resumen, este trabajo es una pequeña contribución a los hijos e hijas de Chiloé, que por diversas razones llegaron a forjar una nueva vida en esta ciudad y hoy más que nunca reivindican el orgullo de ser chilotes.

Rodrigo González Vivar Investigador – Patagonia y Tierra del Fuego Punta Arenas, octubre de 2017

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Presentación


Puerto Santa Cruz Que linda es Santa Cruz, con sus calles hermosas Con sus mujeres bonitas, muy buenas y cariñosas Paseando por Santa Cruz, una joven yo encontré. Me preguntó: –¿Qué te gusta? Le dije: –Me gusta usted –Usted no es de por acá – ¿Y cómo lo sabe usted? –Porque habla igual que mi padre, que vino de Chiloé. Cuando salgo por las noches, la luna que me acompaña Me voy a la costanera a mirarla sobre el agua Cuando estoy solo en la playa, pienso en mi Chiloé Recuerdo a mis seres queridos que yo allá dejé Que linda es Santa Cruz, lo digo con devoción Por ser tú la más bonita, te llevo en mi corazón. Autor: Eleodoro Ulloa Mayorga


L

a cita de apertura a la lectura de este libro se titula Puerto Santa Cruz, un lugar ubicado en la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia argentina, al otro lado del alambre. El texto es una canción escrita por un hombre de Chiloé radicado en la ciudad de Punta Arenas hace más de 50 años; es una canción que retrata el desplazamiento territorial de sus coetáneos y que está inspirada en su propia historia biográfica. La canción fue un espontáneo regalo entregado por su autor en el taller de su zapatería —Reparadora de calzado Carolita— al terminar la primera conversación sobre su biografía migratoria. El autor de la canción es uno de los dieciséis protagonistas de este libro y también fue miembro fundador de una de las tantas organizaciones sociales conformadas por migrantes de Chiloé en Punta Arenas, la Agrupación Folclórica de Conjuntos Chilotes (ACOCHI) que aglutina a grupos musicales como Cauchao, Llauquén, Los Maquis, Raíces Chilotas, Tamar y Telar, que año a año se encarga de organizar la Muestra y Festival Costumbrista de Chiloé en Magallanes desarrollada desde 1989, hace 28 años, en el sector norte de Punta Arenas conocido como Pasaje Retiro. El contenido de aquellas palabras —la vida transformada en canción— da cuenta de la presencia chilota en esa zona, de los procesos migratorios, del asentamiento en los lugares de destino, de la añoranza a la tierra de origen, de la nostalgia, de los afectos, del lenguaje —el habla— como un referente cultural que otorga identidad y reconocimiento a un colectivo específico de personas. La canción nos habla del tema central de esta publicación: las migraciones chilotas, pero como los procesos sociodemográficos son protagonizados y vividos por grupos sociales particulares, este libro está centrado en los y las migrantes del archipiélago que por diversas razones dirigieron su destino hasta la ciudad de Punta Arenas. Se sabe que la relación entre Chiloé y Magallanes tiene una larga data histórica. Entre ambos territorios ha existido una imbricada conexión. La gente

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del archipiélago llegó a la región más austral de Chile, en un primer momento, para establecer la soberanía de esa zona y desde ese instante se inicia un oleaje significativo de personas isleñas. Algunas van y vuelven y en su movilidad transitan entre el allá y el acá; otras llegaron para quedarse y al trasladar sus vidas a otro lugar, trasladan también a su terruño lejano, a un fragmento de su Chiloé. Este libro Entre mares, pampas y vientos. Memorias de Chiloé en Punta Arenas ha sido escrito en el contexto del Proyecto Fondart 2017 “Chiloé en otra parte: Memorias de migraciones y prácticas isleñas en Magallanes”, y busca reivindicar la historia de la gente común, apuntando a salvaguardar los testimonios orales y las prácticas culturales, es decir, las memorias de los y las migrantes de Chiloé radicados en una ciudad magallánica.

Migraciones chilotas a Magallanes: Breve contextualización histórica Toda historia tiene un comienzo, un origen y un contexto que la condiciona. La historia de este libro nos remonta a un pasado lejano, a un 21 de septiembre del año 1843 cuando veintitrés personas, provenientes del archipiélago de Chiloé, desembarcan en el estrecho de Magallanes, exactamente en la Punta Santa Ana, para tomar posesión y anexar la zona al territorio chileno. La misión fue encomendada por el Presidente de la República Manuel Bulnes, quien consideró que Chiloé, por su cercanía, era el lugar propicio para organizar la expedición marítima. Fue así como los artesanos chilotes —carpinteros de ribera— construyen la goleta Ancud para dar cumplimiento a la misión. Partiendo desde el puerto de Ancud, la embarcación realizó un viaje que duró cuatro meses hasta llegar a Magallanes. En ese primer zarpe solo dos mujeres arribaron con la goleta: Venancia Elgueta e Ignacia Leiva, esposas de dos astilleros (Montiel, 20101; Angelo, 2014 2). La inclusión de 1 Montiel, F. (2010). Chiloé: Historia de viajeros. Ilustre Municipalidad de Castro. 2 Angelo, G. (2014). Historia de mujeres inmigrantes de Magallanes. Ediciones Radio Universidad de Chile. memorias de chiloé en punta arenas

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ellas en la expedición tuvo como principal motivo que ambos matrimonios no tenían hijos, y por tanto, podían permanecer en la futura colonia de Magallanes para constituir un núcleo inicial de poblamiento y, durante la travesía, podían ocuparse de las faenas de cocina y lavado de ropa (Moreno, s/f a3). La llegada de la goleta Ancud origina la migración chilota a las tierras magallánicas. Algunos autores refieren que esa primera migración es más bien una migración de chiloenses, porque sus apellidos eran de ascendencia española y el término chilote en la Patagonia remite al mestizo de rasgos indígenas o el huilliche de las islas (Mancilla, 2012 4). Con el arribo de los inmigrantes isleños se instala Fuerte Bulnes como el primer hito de colonización. Luego, en 1848, es fundada la ciudad de Punta Arenas, lo que le permitió ejercer a Chile una soberanía efectiva sobre el territorio austral. Magallanes comienza a ser habitado por distintas empresas migratorias. Sin embargo, cabe señalar que esa “tierra incógnita” se encontraba desde hace más de 10 mil años habitada por culturas nómades cazadoras-recolectoras, canoeras y terrestres, que hacían de ese territorio un uso ancestral (Aonikenk, Kawésqar, Selk’nam, Yámana y Haush). En el sector donde se levantó Punta Arenas vivían Aonikenk y Kawésqar, unos recorriendo por tierra y los otros por mar. En Magallanes, décadas después de la llegada de inmigrantes, se comienza a introducir ganado lanar en la región. “En 1878 se formaron los primeros establecimientos ganaderos y en 1880 existían unas diez explotaciones” (Montiel, 2010: 17). La actividad ganadera —concentrada en la exportación de lana y carne de ovino— fue la principal orientación económica de la región y en su incipiente desarrollo fue un factor de atracción para la población isleña aventurera. Fueron las familias, de capitales chilenos e ingleses 3 Moreno, M. (s/f: a). Venancia e Ignacia, las mujeres de la Goleta Ancud. Manuscrito no publicado facilitado por el autor. 4 Mancilla, L. (2012). Los chilotes de la Patagonia Rebelde. La historia de los emigrantes chilotes fusilados en las estancias de Santa Cruz, Argentina, durante la represión de la huelga del año 1921. Ilustre Municipalidad de Castro. · 18 ·

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principalmente, Menéndez, Nogueira, Braun, Campos, Blanchard, Behety y otras, quienes implementaron el modelo exportador (Mancilla, 2012). El poder económico en la región estaba concentrado en pocas manos y era “una economía moderna y expansiva que en sus primeros tiempos tiene carácter oligopólico familiar” (Angelo, 2014: 13). Con el arribo de chilotes también llega población extranjera del continente europeo. En 1885 se registraba la presencia de austríacos, españoles e italianos y, según indican datos, “entre 1894 y 1899 emigraron a Punta Arenas unas mil quinientas personas que salieron desde Chiloé rumbo a Magallanes” (Montiel, 2010: 17). Cantidad no menor considerando el contexto histórico de la época. Para precisar, en el año 1895 la población de Punta Arenas “era de 3141 habitantes de los cuales 2136 eran chilenos, 184 austríacos, 144 españoles, 138 franceses, 127 italianos, 99 ingleses, 82 alemanes, 79 argentinos, y el resto eran suizos, portugueses, rusos y de otras nacionalidades. El 70% de los chilenos provenía de Chiloé, familias que se establecieron con pequeños comercios y residenciales para los esquiladores y peones chilotes” (Mancilla, 2012: 38). La gente de Chiloé fue consolidando una población importante en este territorio, transformándose en los principales grupos de poblamiento en la Patagonia. Es así como las migraciones isleñas a la región han sido dinámicas en el tiempo; constantes, pero cambiantes a la vez. Desde finales del siglo XIX ha presentado diferentes variantes como la radicación definitiva, la inmigración temporal y el traslado posterior de la familia al nuevo sitio de radicación (Martinic, 1999 5). Asimismo, en ciertas décadas los movimientos de la población de Chiloé presentaron una mayor intensidad que en otras. Pero, independiente del tipo de migración o del grado de intensidad del flujo migratorio, existe una constante en su historia: la migración chilota en Magallanes asume una expresión preferentemente urbana. 5 Martinic, M. (1999). La inmigración chilota en Magallanes. Apreciación histórica sobre sus causas, características y consecuencias. Revista Anales del Instituto de la Patagonia. Vol 27, 27-47.

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El asentamiento de las personas isleñas se concentró en tres poblados tradicionales de la región de llegada: Punta Arenas, Puerto Natales y Porvenir. Sin embargo, son campesinos quienes emigran, procediendo generalmente de sectores rurales del archipiélago, especialmente de lugares alrededor de Ancud y Castro, correspondiendo en 1970 a un 29% y 30% del total de residentes, seguidos por emigrantes de Achao, Curaco de Vélez, Puqueldón, Queilen, Dalcahue y Chonchi (Martinic, 1999; Moreno, s/f b 6). La corriente migratoria de personas de Chiloé era mayoritariamente de hombres jóvenes en edad económicamente activa, dedicados preferentemente al monocultivo de la papa, leñadores y/o dedicados a la pesca artesanal. Los registros históricos han caracterizado esas migraciones como movimientos errantes, también conocidos como migración golondrina, porque venían solo por períodos específicos de trabajo para luego volver a Chiloé. Lo anterior se produce como consecuencia del auge de la explotación ovejera en Magallanes, a fines del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, donde la participación de trabajadores chilotes fue fundamental para la economía regional. “La ovejería generó un desarrollo industrial proyectado en graserías y frigoríficos que exportaban carne congelada y manteca a Europa y al resto del territorio nacional” (Montiel, 2010: 18). La inmigración golondrina se traduce en un arribo periódico de una gran masa de trabajadores chilotes que se vuelcan por los campos en los meses de primavera y verano (octubre a marzo) para luego retornar a Chiloé con el dinero generado y permanecer en la isla durante el inverno. De forma paralela, un importante número de trabajadores chilotes cubren la necesidad de mano de obra de los frigoríficos de la región (Angelo, 2014). De campesino, leñador y/o pescador se transforma en jinete, ovejero, esquilador, vellonero, mesonero, prensero, puestero en las estancias, y también en obrero de frigorífico como carneador, tripero o desollador.

6 Moreno, M. (s/f: b). La influencia de los chiloenses en la Patagonia. Manuscrito no publicado facilitado por el autor. · 20 ·

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Otro fenómeno migratorio afecta a la población de la isla principalmente entre los años cincuenta y sesenta, momento en que el tizón de la papa genera una importante crisis agrícola y se experimenta una baja expectativa de ocupación. Por ese entonces, era común visualizar a familias enteras u hombres en el puerto de Castro a la espera de los vapores. Las familias viajan para establecerse y son frecuentes los grupos de hombres solos que temporalmente se van a trabajar a las faenas de esquila en Magallanes para regresar con dinero suficiente para vivir el resto del año (Urbina, 19887). Según la evolución demográfica en Magallanes, en 1952 la población chilota representaba el 26,6% de los habitantes de la región, con 14.690 personas, cifra que aumenta en las tres décadas siguientes, pero disminuye porcentualmente en comparación a la población originaria. Para inicios de los años noventa, los chilotes residentes llegaron a representar el 10,4%, con 14.928 isleños (Martinic, 1999). Este patrón migratorio —movimiento golondrina de hombres solos— fue diferente a los primeros flujos de chilotes en Magallanes, ya que en sus inicios se trató de una radicación definitiva con el objetivo de hacer efectiva la colonización chilena en la región. Luego, vino la emigración golondrina y posteriormente el otro modo era el traslado de la familia desde Chiloé al nuevo sitio de residencia. Este tipo de migración —movimiento definitivo de reunificación familiar— impulsa el éxodo de mujeres; desplazamiento que también se condiciona por causas económicas laborales, debido a la creciente demanda en el rubro del servicio doméstico y de la enseñanza primaria. Al igual que los hombres, algunas mujeres llegan solas o con hijos, en pareja o como integrantes de un grupo familiar (Angelo, 2014). Tanto los hombres como las mujeres de Chiloé fueron la fuerza de trabajo principal en Magallanes. Y como las relaciones humanas no son nunca simétricas, a los europeos les tocó en esta historia —como en muchas otras— ser la clase dominante, estanciera, terrateniente y explotadora. La población 7 Urbina, R. (1988). Chiloé, Foco de emigraciones. Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile. Universidad de Santiago. memorias de chiloé en punta arenas

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chilota —y también criolla—, en cambio, representó a la masa de trabajadores, de peones, de obreros, a la clase explotada. Como obreros/as y trabajadores/as de la región crearon organizaciones sindicales para reivindicar derechos laborales, fundando la emblemática Federación Obrera de Magallanes (FOM). En la región, además de surgir el primer sindicato, “los obreros organizados lograron imponer las ocho horas de trabajo mucho antes que en Chile Central” (Montiel, 2010: 24). La historia de las luchas sociales —de la lucha de clases— suele tener como antagonista a la represión, a las masacres marcadas a sangre y fuego, a los exterminios con alabardas y espingardas. En la Patagonia, las matanzas obreras fueron el dramático escenario de la primera mitad del siglo XX: Puerto Natales en 1919, Punta Arenas en 1920 y Santa Cruz (Argentina) en 1921. Desde 1843 hasta la actualidad la historia socioeconómica tanto de Chiloé como de Magallanes quedó profundamente marcada y asentó las bases de una imbricada relación entre ambos territorios, tanto así que no se puede comprender la historia regional de Magallanes sin hacer referencia a la presencia chilota en esta zona. Y después de tantos vaivenes en la historia de las migraciones desde Chiloé, en el año 2014 se construye el Monumento a la Goleta Ancud ubicado en la Av. Costanera de la ciudad de Punta Arenas. Y desde 2017, luego de 174 años de dicho hito histórico, el 21 de septiembre ha sido reconocido por el Estado de Chile como un feriado legal tanto en la Región de Magallanes y Antártica Chilena como en la provincia de Chiloé. Este reconocimiento conmemora al pueblo chilote, un pueblo de viajeros, un pueblo de migrantes que construyen la Patagonia literalmente con sus manos. Donde termina (o comienza) el continente americano la gente proveniente de Chiloé fragua con su cultura lo que algunos llaman la identidad regional magallánica. Una identidad que se entremezcla con la influencia de otros inmigrantes llegados a la región, como los británicos, suizos, españoles, croatas, entre otros. Inmigrantes europeos que se vinculan con el pueblo chilote a través de distintas relaciones socioculturales.

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¿Por qué escribir este libro? La historia oficial de Magallanes ha sido construida esencialmente desde el papel que han jugado otros inmigrantes en la región. No es difícil encontrar libros y publicaciones que hablan de la influencia alemana, británica, croata —o yugoslava— en el devenir de Magallanes. Y uno se pregunta: ¿Dónde está la gente de Chiloé? Se mencionan cuando se habla de la Toma de Posesión del Estrecho, pero se suele anular su participación en otros momentos y procesos locales. Y nos volvemos a preguntar: ¿Por qué no está la gente de Chiloé en la historia de Magallanes? A pesar de que existen referencias que han reivindicado la cultura chilota reconociendo su activa participación social, la gente de Chiloé ha quedado relegada a un segundo plano de la historia regional e incluso han sido negados, omitidos y marginalizados. Al leer y revisar distintas fuentes bibliográficas se puede reconocer también que hablar de migraciones chilotas a Magallanes no es algo nuevo, pero pocos trabajos se han centrado en mostrar a las personas que migraron de Chiloé y se radicaron definitivamente en la ciudad de Punta Arenas. Es así que el interés recae principalmente en relevar las historias humanas que se encuentran detrás de aquellos procesos sociodemográficos tan complejos como lo es la migración interna; historias de la gente anónima, esas pequeñas historias que, cuando se leen comparativamente, conforman grandes fenómenos de la vida social. Incluso, cobran tal relevancia que se configuran como elementos de la cultura y de la identidad de los pueblos. Las historias de la gente común pocas veces figuran en las publicaciones y es aún más complejo encontrar referencias sobre las mujeres chilotas migrantes o sobre las nuevas generaciones de personas isleñas que salen del archipiélago para radicarse en otro lugar. La mayoría de los trabajos en el tema están centrados en los hombres, en los desplazamientos de retorno, o en aquellas generaciones que migraron en el siglo XX antes de la llegada de la industria salmonera a Chiloé. A veces pareciera que las migraciones chilotas a Magallanes son parte del pasado y de la memoria histórica de ambos pueblos, pero no, y es ahí donde este trabajo de investigación y salvaguardia encuentra su respuesta a la sencilla pregunta: ¿Por qué escribir este libro? · 24 ·

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¿Por qué escribir este libro? Porque la historia de las migraciones se sigue escribiendo y para reconstruirlas es necesario escuchar al “otro migrante”, “al migrante isleño” en su diversidad y observar lo que la gente hace en los lugares de destino, observar como la memoria social está contenida no solo en el discurso sino también en las prácticas culturales y en distintos referentes — materiales e inmateriales— que actúan como anclaje a la cultura de origen, al terruño lejano. Para reivindicar a la gente común, lo que será contado en este libro se hará utilizando como principal recurso narrativo el testimonio y su oralidad — las memorias— de ocho hombres y ocho mujeres, de distintas edades, que nacieron y vivieron en algún lugar de Chiloé, pero que migraron por distintos motivos para radicarse en la capital de la Región de Magallanes y Antártica Chilena, la ciudad de Punta Arenas. Sus memorias migratorias están contenidas no solo en el relato oral, sino también en aquellas imágenes fotográficas que conservan, en sus prácticas culturales que recrean en la ciudad e incluso en la música. En el primer capítulo, titulado Los viajes de la memoria. Relatos de migraciones chilotas a Punta Arenas, serán hombres y mujeres quienes contarán sus historias personales de migración; particularidades que al ser leídas comparativamente muestran que esas historias humanas están vinculadas y se complementan entre sí; dándonos una visión más íntima de la cultura chilota. Son narraciones que permiten retratar la historia local-regional de los lugares habitados y que están insertas en contextos históricos y sociales más amplios. Los relatos sobre migraciones chilotas a Punta Arenas se escribieron como una tentativa de encuentro entre quienes protagonizan las historias y el lector/a que las interpreta y las recrea. La intención es que a través del relato escrito sobrevivan en el tiempo personas y experiencias de vida. Sus relatos, sus biografías, muestran la vida social y material de hombres y mujeres —los grandes ausentes de la historia oficial documentada— que migran de sus lugares de orígenes en distintas épocas, por distintos motivos, y se enfren-

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tan a un contradictorio juego de adaptación, aculturación, apropiación y también de rescate cultural de aquellos elementos valorados como propios. Estos relatos también nos narran costumbres y modos de vida de Chiloé que se han ido perdiendo en la práctica, pero que aún se mantienen vivos en las memorias individuales, lo que da cuenta de una realidad desde la transformación propia que ha sobrellevado Chiloé. Sus relatos son un viaje por la historia, una puerta de entrada que permite comprender cómo en las biografías anónimas está contenida la densidad histórica de los procesos socioculturales; ellos y ellas la encarnan, porque en su condición de sujetos históricos han producido y reproducido aquellos procesos sociales, políticos, económicos y culturales que la historia oficial hace ver como hechos ajenos y lejanos del presente; invisibilizando las voces de quienes viven y producen esa historia. Las migraciones golondrinas y permanentes; las comparsas de esquila y la ganadería; la actividad maderera, minera y pesquera; las revueltas sociales, el sindicalismo y cooperativismo en Magallanes; la conformación de organizaciones sociales, económicas y políticas; la creación de iglesias y capillas; el surgimiento de poblaciones urbanas; la conmemoración de fechas y festividades tradicionales. Todo eso —e incluso más— son hechos de la historia social donde hombres y mujeres han sido sus protagonistas. Además de pretender reivindicar sus historias, este libro es una invitación a viajar por la historia socioeconómica y cultural tanto del archipiélago de Chiloé como de Magallanes. Una historia vigente que refleja la íntima conexión entre ambos territorios del país, cuya principal causa se encuentra en la importante oleada de personas chilotas que migraron del archipiélago con destino a la zona austral-patagónica. Las migraciones chilotas a Magallanes y especialmente a Punta Arenas no son parte del pasado histórico de ambos rincones del mundo. Hoy existen nuevas generaciones de chilotes y chilotas que continúan la historia migratoria iniciada hace casi dos siglos. Y como la migración no es solo un viaje sino también una permanencia, en la ciudad de Punta Arenas las personas · 26 ·

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isleñas que se quedaron a vivir fueron recreando ciertos referentes culturales propios de Chiloé. Por tanto, es importante comprender que para recrear prácticas en un nuevo espacio territorial es necesario identificarse a través de rasgos culturales compartidos como son por ejemplo, los patrones alimentarios, el modo de vida, los modismos, las creencias, la historia del grupo. Los rasgos culturales se articulan como emblemas simbólicos y distintivos de la identidad que permiten a una comunidad recurrir a ellos para recrearse a sí misma. Es así como en el segundo capítulo Chiloé en Punta Arenas, se mostrará la presencia concreta de Chiloé en la ciudad, mediante un ejercicio cartográfico que tiene como intención visibilizar la influencia chilota a través de la distribución espacial de los elementos materiales e inmateriales de la cultura isleña dentro del plano urbano de Punta Arenas. En este apartado será posible conocer cómo Chiloé se observa en la gastronomía, que se comercializa en una variedad de negocios instalados por las propias personas llegadas desde algún remoto lugar del archipiélago; o en el nombre de monumentos o calles que refieren a Chiloé; en su arquitectura como también en la presencia de organizaciones sociales y de aquellas celebraciones rituales y religiosas realizadas anualmente. La memoria social genera sus propias estrategias para confrontar al olvido y crear comunidad en los nuevos territorios habitados por las personas provenientes del archipielago. Aquel lector o lectora que quiera recorrer Punta Arenas en búsqueda de Chiloé, encontrará en este segundo capítulo las pistas de ese caminar. En las últimas páginas de este libro se plasmarán reflexiones e interpretaciones a través de las Palabras de la Memoria, con la finalidad de sintetizar ideas y compartir nuestra mirada sobre las migraciones de Chiloé en Punta Arenas; miradas de un trabajo que nos habla del presente y del pasado, del acá y del allá, de la historia de vida como un viaje de valorización del acervo cultural.

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Capítulo I Los viajes de la memoria

Relatos de migraciones chilotas a Punta Arenas


Ande por donde ande, yo no dejo de saber a qué tierra pertenezco si la llevo puesta, si camino con ella, si soy ella. Eduardo Galeano


E

l archipiélago de Chiloé se encuentra ubicado en la Región de Los Lagos, al norte de la ciudad de Punta Arenas, a más de dos mil kilómetros de distancia. Está compuesto por la Isla Grande de Chiloé, donde se concentra la mayor población de habitantes, y un conjunto de islas menores desprendidas en su mar interior. Todos estos territorios desmembrados se conectan entre sí casi exclusivamente por vía marítima a través de lanchas y barcazas. Tanto en sus formas de conectividad como en sus prácticas económicas y culturales, no es extraño entender a Chiloé como una cultura del bordemar, donde sus habitantes se vinculan estrechamente con la tierra y el mar, creando un mundo material y simbólico en función de la relación que establecen con esos elementos de la naturaleza. La condición de insularidad del archipiélago, al ser porciones de tierra rodeados de mar, ha determinado muchas de sus prácticas socioculturales y económicas. Al mismo tiempo, ha condicionado una visión de Chiloé como un lugar aislado, hermético, separado. Pero el mar de Chiloé no es factor de aislamiento, todo lo contrario, es una pasarela que conecta las pequeñas comarcas entre sí y también con el resto del continente. La realidad del archipiélago no es un mundo aparte. Incluso la propia historia ha mostrado y demostrado que Chiloé y su gente han estado en permanente interrelación con otros pueblos y territorios, la mayoría de las veces estableciendo vinculaciones asimétricas y de subordinación. Decíamos que Chiloé tiene arraigada en su historia una cultura del bordemar, como también una cultura de la madera —sólo hay que mirar sus iglesias o embarcaciones para darnos cuenta de ello—, una cultura de la minga, una cultura de la papa, una cultura de la muerte, una cultura del trueque y una cultura del viaje. El viaje ha sido una obligación permanente para la gente de Chiloé. Históricamente se ha viajado desde y entre las pequeñas islas hacia los polos urbanos de la isla grande para abastecerse de mercaderías y/o comercializar

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sus productos, pero también los desplazamientos ocurren fuera del archipiélago, los menos hacia el norte y los más hacia el sur, a la Patagonia chilena y argentina. Los ojos se clavaron en ese territorio. Algunos viajes fueron de ida y vuelta, pero para muchas personas chilotas no existió ni ha existido el retorno, y aunque algunas regresan de paseo o a visitar a familiares, no han vuelto a vivir a su isla. Este el caso de ocho hombres —Ramón, Eleodoro, René, César, Faustino, Víctor, Hugo y Hernán— y ocho mujeres —Hilda, Ester, Yolanda, Sara, María, Nora, Carmen y Paulina— que residen en Punta Arenas y han narrado sus historias personales en torno a la migración. Cada una de estas personas tiene un sello narrativo que lo define y caracteriza; y desde el relato y la memoria son historias que dialogan entre sí. Sus edades actuales fluctúan entre los 88 hasta los 27 años, pero el promedio de la edad con el cual llegaron a Punta Arenas es de 20 años. Al detenernos en las particularidades se observa que la persona de menor edad en migrar de Chiloé era tan solo un niño de 10 años en compañía de sus padres y la mayor una mujer de 30 años que viaja con su hijo en busca de su marido. Algunas de estas personas llevan más de 60 años de su vida en Magallanes, otras menos de diez. Provienen, en su mayoría, de zonas rurales y nos hablan de la vida en pequeñas localidades de la Isla Grande de Chiloé como Terao, Tenaún, Notuco, Linao, Caulín, Quilquico, Aldachildo, Palqui, Gamboa, Coihuinco y también de islas menores como Chelín y Quenac. Específicamente, cinco personas provienen de lugares que pertenecen a la comuna de Chonchi, cuatro a la comuna de Castro, dos a Ancud y Quinchao, una a Dalcahue, otra a Quemchi y otra a Puqueldón. Los dieciséis relatos de migraciones que conforman este capítulo pueden leerse de forma independiente, pero en este libro se presentan honrando la historia —la memoria evocando al pasado—, es decir, desde el tiempo remoto hasta lo más parecido al presente, desde la primera persona entrevistada en llegar hasta la más reciente en pisar Magallanes. La primera fue una mujer que llegó a Punta Arenas en el barco Puyehue en el año 1949, cuatro años después de que fuera descubierto el llamado oro negro, el petróleo, en Tierra del

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Fuego. Otras llegaron en el barco Navarino o en el Villarrica8 . Desde el año setenta en adelante nadie más viajó en barco, utilizaron el cielo o la tierra para desplazarse, pero no el mar. La última de estas historias es también de una mujer; llegó en avión el año 2009 luego de la gran crisis del salmón que azotó a Chiloé, hace menos de 10 años. Y aunque sus historias de migración no necesariamente están determinadas por las situaciones de boom o crisis económicas del lugar de origen o destino, están en diálogo permanente con esos procesos socioeconómicos. Algunas de las personas que aparecen en este libro llegaron solas y otras acompañadas por algún integrante de su grupo familiar. A pesar de esas diferencias, lo que sí es transversal en sus historias es que todas tenían algún pariente o paisano conocido residiendo en la ciudad de Punta Arenas, en distintos sectores, como la emblemática Población 18 de Septiembre, la Población Calixto, el Barrio Industrial, el sector del Río Las Minas, el Barrio Río de la Mano, entre otros. Al llegar, no todas permanecieron en Punta Arenas, algunas emprendieron viaje a la parte chilena de Tierra del Fuego, otras cruzaron el alambre —la frontera— y se fueron más lejos, a trabajar a Argentina, a sectores como Río Turbio, Río Gallegos, Piedrabuena o Puerto Santa Cruz. Otras llegaron a Punta Arenas y no se movieron más de la ciudad, instalaron negocios, compraron o edificaron sus casas e hicieron comunidad. Varias de estas personas formaron organizaciones sociales con identificación chilota, a través de la música, la gastronomía o de celebraciones religiosas y tradicionales. Las personas más adultas tienen una estrecha vinculación hasta el día de hoy; algunas de ellas fueron sus fundadoras. La mayoría de sus historias hablan del paso de la vida rural a la urbana, del viaje en sí mismo, de los diversos motivos para salir de Chiloé, de sus lugares de origen, de sus núcleos familiares, de las prácticas comunitarias en la isla, de los tiempos de abundancia y crisis económicas de Chiloé, de la vida 8 El Puyehue, el Navarino y el Villarrica eran barcos de pasajeros y carga que realizaban el cabotaje entre Puerto Montt, Castro y Punta Arenas. En general, tenían acomodaciones para pasajeros de primera, segunda y tercera clase y podían embarcar cientos de toneladas de carga. · 32 ·

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laboral y social en Punta Arenas y de Chiloé visto desde afuera. Algunas mujeres nos regalan sabrosas recetas de la gastronomía chilota tradicional y, a través de sus palabras, nos enseñan los secretos culinarios de la preparación de la rosca, del chopón, de la chochoca, de las prietas o morcillas, del plato de lloco. Algunos hombres también nos hablan del “sabor a lo chilote”, de la cazuela y de la carne ahumada de chancho, y nos definen descriptivamente las prácticas comunitarias de la minga, el medán y de la devoción religiosa popular. Las personas de estas historias no solo cuentan sus biografías y trayectorias migratorias; también colaboran en la redacción de sus relatos. Corrigen, modifican, precisan y actualizan datos. Varias notas al pie han sido propuestas por ellas mismas para complementar información que permita una comprensión global del Chiloé narrado o de la realidad magallánica. Los relatos de este capítulo representan Los viajes de la memoria en su doble acepción. Por una parte, se narran literalmente los desplazamientos territoriales que cada una de estas personas realizó en su historia biográfica y, por otra parte, a través de un ejercicio de memoria —un ejercicio contrario al olvido— se vuelve a viajar por el tiempo, por la historia de los lugares y por la propia biografía, por la historia vivida. Los breves relatos presentados en este apartado del libro están contados en primera persona y en algo más de mil palabras. Son historias comprimidas que no necesariamente hacen justicia a toda la historia de vida narrada por nuestros protagonistas, pero en su brevedad muestran realidades y, seguramente, serán un espejo donde otras personas migrantes de Chiloé en Punta Arenas puedan verse reflejadas.

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Hilda Rosa Gallardo Bahamonde “Acá en Punta Arenas nosotros siempre hemos sembrado papa (…) Y sembrábamos bastante, hasta vendíamos. Lo hacíamos igual que en Chiloé, con la luna caída”


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ací el año 1929. Soy Hilda Rosa Gallardo Bahamonde, casada por el civil y por la iglesia con Fernando Ojeda Muñoz. Él es de Dalcahue y yo de Tenaún. Tuvimos cuatro hijos. Tenaún está a la orilla de la playa, es un pueblito chiquitito. Nosotros vivíamos en el campo. Tenía como seis años cuando me fui a vivir con mi abuelo, Santiago Bahamonde, el papá de mi mamá. Mi abuelo y tíos pasaban su vida bien. Tenían arboledas grandes, animales, campo, y yo andaba ahí. Sembrábamos papas, la coraila que le llaman. Mi abuelo cultivaba mucho. Vendía. Llegaba una lancha grande desde Puerto Montt que compraba las bolsas de papas. La gente se dedicaba a sembrar nomás y también salían a la pesca. Con mi tío me iba a la pesca, a tirar las lienzas o salíamos en un bote, estábamos fondeados en el bote y salía un pescadito coloradito. Los que tenían manzanas se iban a vender, nosotros nos íbamos a vender manzanas en una placita que había en Tenaún, cerca de la iglesia. También había molino en Tocoihue. Nosotros nos íbamos tempranito a moler el trigo para sacar la harina en un campito, al lado del río. Siempre llevábamos un saco de esos paperos. Se ponía en un caballo y se llevaba el trigo. Amanecer moliendo. Se molía en la noche y en invierno, porque en verano no hay agua y había que tener agua para que funcione el molino. Mi finado abuelo buscaba unas cuatro yuntas para sacar el guano y tirarlo arriba donde se va a sembrar; los animales se enmemorias de chiloé en punta arenas

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cerraban para hacer el abono. Yo empecé de chiquitita a andar detrás de los abuelos, encima de la carreta de los bueyes. Una vez, se dio vuelta la carreta y me quebró la pierna. Tenía seis años. Me hicieron una promesa para que me mejore y me vistieron como la Virgen de Lourdes, con la cinta y todo. Anduve casi un año con ese vestido. Después de que fuimos a la fiesta de la Virgen me sacaron el traje. Vivía donde mi abuelo en Tocoihue y eso era a orilla del mar. Y todo el terreno estaba arriba, en la altura. Entonces nos subimos en el cerro y nos poníamos a descansar, a mirar con los tíos, y decíamos: “miren la sirena”9 , con su cola de pescado y ella peinándose, sentada en la piedra grande que había, entonces tenía que irse hasta cuando suba la mar otra vez. Tendría unos 12 años cuando la vi. Cuando salí de Chiloé la gente trabajaba y de eso vivía, de su trabajo, de su siembra. Donde mi abuelo nunca faltó para comer. A los 16 años me fui a Puerto Montt donde una tía. Estuve trabajando. Y después me dio por venir a ver a mi otra tía en Punta Arenas. Así fue. Tenía 20 años parece cuando vine a Punta Arenas. Me vine en el barco Puyehue. Fue en el verano; tres días navegando, en el golfo de Penas fue terrible cuando uno pasa en esos barcos. Me embarqué en Puerto Montt. Allá tenía mis tías, mis primos, entonces ellos me fueron a embarcar. Vine acompañada de un matrimonio que venía a Punta Arenas. Me vine y mi tía me fue a encontrar al muelle. Esther Bahamonde se llamaba la tía, hermana de mi mamá. Por medio de cartas le conté que venía para acá. Estuve un tiempo con mi tía y después me puse a trabajar haciendo aseo en una casa particular en calle Independencia. El patrón, donde trabajé como dos años puertas adentro, tenía lotes en Porvenir. Me llevaban para el campo y ahí conocí a mi marido. Me casé a los 25 años. Igual trabajé con mi marido en el campo; cociné en la Estancia María Gloria, en Tierra del Fuego. Mi marido trabajaba buscando las ovejas, era 9 Para las personas de Chiloé, la sirena es hermana de la Pincoya y a diferencia de ella tiene cola de pescado. Su misión consiste en cuidar a los peces y es símbolo de fecundidad en los mares. Al igual que otros personajes como el Trauco o el Camahueto, forma parte de las creencias, del mundo mágico-religioso y del acervo cultural de Chiloé. · 36 ·

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ovejero. Estuvimos como matrimonio trabajando en Tierra del Fuego cerca de tres años. La hija mayor nació ahí, en Victoria sur que era de ENAP10 , porque no alcancé a llegar a Punta Arenas. Ahí tuve a mi primera hija y por eso le pusieron Victoria. De ahí llegamos a Punta Arenas. Seis meses tenía, todavía no caminaba. Nos fuimos otra vez a trabajar a la estancia cuando la hija era más grande. Tres años tenía cuando nos vinimos a Punta Arenas y de ahí no nos fuimos más. Llegamos a una casa de otro tío —tío de mi viejo—; él vivía en Serrano, Barrio Sur, ahí estaríamos como un año, porque después empezamos a hacer el ranchito acá en la Población 18. Nos entregaron el sitio cuando estaba Eugenín11 de regidor. Nosotros vinimos para acá y no había nada, todo era pampa, bien poco había. Estaba el vecino que fue el carpintero y de ahí la vecina, mi comadre Nieves. Casi toda la mayoría son chilotes. En tres etapas hicimos esta casa, de a poco lo fuimos haciendo, y ahí fue abundando la familia, hasta los nietos y ahora los bisnietos. Acá lo único que hago como en Chiloé era tener y crecer mis gallinas, hasta chancho crecí, igual que en Chiloé, hasta que quedaba gordo el chancho y no podía ya más caminar. Lo carneaba mi viejo; mis yernos y mi hijo ayudaban al carneo. Hacíamos prietas con eso. Se ralla la papa, se le pone repollo, la sangre y la grasita del mismo chancho. También hacemos chochoca en un fogón. La otra vez hicimos, se hace con papas cocidas, harina y se le pone un poco de manteca. Se hace a las brasas, te queda doradita la chochoca. Mi hermana de Chiloé, que siempre venía a pasear, ahora ya no viene, dijo: “Hagamos roscas”. Y yo como tenía huevos, hicimos, porque eso lleva bastante huevo; no se le pone la clara, la pura yema y la azúcar, eso se bate se bate, después se le pone harina y se hacen las masitas. Ya no lo hago. Acá en Punta Arenas nosotros siempre hemos sembrado papa, porque antes arrendábamos un terreno y ahí íbamos a sembrar. Y sembrábamos bastante, hasta vendíamos. Lo hacíamos igual que en Chiloé, con la luna caída; en la caída, empezábamos a sembrar y siempre en octubre. 10 Empresa Nacional del Petróleo. 11 Roberto Eugenín Navarro fue regidor de Punta Arenas cuando en 1956 se entregaron los primeros sitios de terrenos de la Población 18 de Septiembre. memorias de chiloé en punta arenas

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Ester Judith Mayorga Yáñez “Hacíamos milcao, prietas, tortilla de rescoldo, empanadas de manzana (…) Nunca perdimos nuestra costumbre de hacer esas cosas”


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ací en isla Quenac el 8 de noviembre de 1937. Me llamo Ester Judith Mayorga Yáñez, pero en mi isla, todos me conocen por Ite. Tengo 79 años, hace cinco que estoy viuda. Mi marido, José Contreras Villegas, también fue chilote, de la misma isla. Desde que me casé siempre fui dueña de casa. Tuvimos cuatro hijos nacidos en Punta Arenas. Después, tuvimos dos hijos que crecí porque su mamá falleció y el Juez de Menores los mandó internados al Hogar Miraflores. En esa época, una de mis hijas que trabajaba como asistente social me dijo: “Mamá, ¿Por qué no va los fines de semana a buscar a los niños?”, empecé a ir a buscarlos y me dieron la adopción simple. Siempre viví en Quenac, hasta los 20 años de edad, pero estuve dos años en Ancud haciendo la enseñanza básica porque la escuelita de mi isla no llegaba hasta octavo. Era difícil salir a estudiar, había que pagar pensión, no es como ahora que toda la gente estudia porque hay un montón de internados gratis. En ese tiempo, había barco —el Taitao y el Lemuy— que salía de Puerto Montt con dirección a Aysén y pasaba por varias islas: Mechuque, Meulín, Quenac, Achao y después a Castro. Pasaba una vez a la semana de ida y volvía el día domingo. El miércoles pasaba por la isla, nos embarcábamos y llegábamos a Castro. Para llegar a Ancud se viajaba en tren desde Castro. Ahora no es como antes; ahora cada isla tiene una lancha que es subvencionada, los llevan a Achao y ahí tienen locomoción. Cuando tenía 12 años me devolví para mi isla porque falleció mi papá, Francisco Mayorga Imarai. Éramos nueve hermanos, así que mi mamá, Dorila Yáñez Méndez, tuvo que empezar a trabajar. Yo memorias de chiloé en punta arenas

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le ayudaba a mi mamá. Se trabajaba en la agricultura y vendiendo animales. El trigo que uno sembraba se molía para hacer harina y eso era el sustento para mantenerse. En esos años había molinos de agua para moler el trigo, eran dos o tres dueños en la isla. Nosotros no teníamos molino, se llevaba el trigo para moler y se pagaba en trigo o en harina. La gente vivía bien, nadie tenía una situación mala, no teníamos manjares, pero toda la gente trabajadora tenía sus siembras, sus animalitos. En Quenac se celebraba el día de las Cármenes el 16 de julio y la otra fiesta era el día del Socorro, le llamaban así por la virgen que era el 8 de agosto. Había gente que hacia promesa, decían: “Virgen del Socorro, Virgen del Carmen, si mi hijo se mejora yo voy a celebrar una misa el día de la Virgen”. Entonces se hacía una fiesta, un cabildo se llamaba. Yo llevaba mi canasta con roscas y hacíamos la corría, compartíamos la rueda. A Punta Arenas mi marido vino primero que yo; vino a hacer el servicio militar, después trabajó en una estancia y luego entró a ENAP, él fue toda su vida trabajador de ENAP. Estuvo 35 años. Primero lo contrataron para la cocina y después pasó a trabajar en perforaciones. Después me mandó a buscar y nos casamos. Me casé el 59, estuve como un año acá, trabajé y luego me casé. El día que salí de Chiloé me fui a Castro. Nos embarcamos en isla Quenac en el barco el Taitao. Hasta Castro eran como ocho horas navegando. Ahí sacamos un pasaje y me fui a una pensión, porque el barco para venir a Punta Arenas todavía no llegaba. Nos vinimos en el barco Villarrica con un pariente que trabajaba acá, el primo de mi mamá. Yo tenía parentela que venía y llegaba de vuelta, entonces siempre se escuchaban comentarios de Punta Arenas, porque toda la gente se venía a trabajar, a la temporada de esquila o al frigorífico. Cuando los parientes se venían a trabajar aprovechábamos: “llévame chicharrones, llévame un pedazo de chancho, llévame harina tostada”. De Chiloé también traían el luche y el cochayuyo para vender. Venían en fardos grandes; entonces igual se compraba en el negocio para hacer la cazuela de luche o de cochayuyo.

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Cuando llegué a Punta Arenas, una tía, prima de mi mamá, también de Quenac, nos fue a recibir. Me llevó a su casa, en Briceño con 21 de Mayo, en el Barrio Industrial. Viví con ella antes de casarme y trabajé un año en una confitería, en calle Errázuriz. La ciudad era grande, no era como los otros pueblos más chicos que había visitado, donde no había tanto movimiento de gente. Me acuerdo siempre que cuando llegué hubo una nevazón grande. Yo no estaba acostumbrada, era primera vez que veía la nieve. Cuando me casé vivimos en Vergara, varios años en esa casa. Después nos vinimos a calle Señoret, pero no quería porque me había acostumbrado tanto con la vecina. También era chilota, de Castro. Su marido trabajaba embarcado en el Villarrica, de mozo en la cocina, atendiendo a la gente de primera. Cuando el barco pasaba a Castro traía bolsas de manzana, nalcas, chupones, papas, traía un montón de cosas. Entonces la vecina me decía: “Vecina, ya llegó el vecino, así que hagamos curanto”. Hacíamos milcao, prietas, tortilla de rescoldo, empanadas de manzana. La vecina hacía mucha prieta para vender, porque sembraba harto repollo y tenía un carnicero que le vendía las tripas con el tachito de sangre. Entre las dos cocinábamos repollo, limpiábamos las tripitas, después hacíamos un perol grande. A mí me daba doce prietas siempre. Nunca perdimos nuestra costumbre de hacer esas cosas. Como el vecino traía tantas manzanas, hacíamos la mazamorra como se hacía en Chiloé: la manzana se pelaba y se echaba a cocinar, se le ponía un poco de agua y de ahí se espesaba con el chuño o con harina; eso lo hacíamos postre. En Punta Arenas también he participado en la novena que se hace en la iglesia de Fátima y en el Santuario de Jesús Nazareno. Esa tradición no se ha perdido, porque la gente que vino de Caguach lo hacía como uno estaba acostumbrado, con los cantos que usábamos allá, con el bombo y el acordeón. A Chiloé volví cuando me casé, llevé un niñito de un año. Esa vez nos fuimos y regresamos en barco. Vuelvo todo el tiempo. Estoy en Castro donde mi hijo y luego me voy a Quenac. Nunca niego mi nacionalidad, dónde nací. Soy muy orgullosa de ser chilota que no pierdo mi tradición, todavía siembro papas.

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Ramón Purísimo Vera Oyarzún “En Punta Arenas había mucha gente chilota. En el 75 ya había un grupo que se empezó a organizar por calle España”


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engo 77 años. Nací el 8 de diciembre de 1939. Me pusieron Ramón Purísimo, porque nací el día de la Virgen, en el distrito de Chonchi, en un lugar llamado Notuco donde se celebra la fiesta de las candelarias el 8 de febrero. Yo tocaba el acordeón. Lo otro que se hacía eran fiestas para ayudar al vecino. La minga era normal, pero también estaba el medán. Consistía en que la familia en decadencia hacía una cena. Los vecinos participábamos; no se daba plata, se entregaba una oveja, una vaquilla, un par de chanchitos nuevos para que la gente se arme y tengan para seguir viviendo el resto del año. Mis papás se llamaban Aurelio Vera Márquez y Ana Oyarzún Márquez. Fuimos catorce hermanos, ocho vivos; tres hermanas fueron profesoras normalistas; dos hermanos salieron para Argentina y el resto a Puntas Arenas. Mi padre viajó mucho para Argentina cuando era más joven, llevaba comparsas de esquila, gente que traía de Chiloé, entraban por Aysén y luego llegaban por Las Heras, San Julián, toda esa zona venía a esquilar. Terminaban la faena y volvían por el mismo recorrido. Nunca vine con él, porque yo me quedaba con mi madre; era el último hermano que quedó en la casa. Desde los 12 años iba con mi padre a trabajar en agricultura. Teníamos otro campo por la cabecera del lago Huillinco; ahí teníamos un inquilino. Viajamos por el lago con bote o por la costa del lago a caballo, dos días para llegar. Sembrábamos papa, trigo, avena y forraje para los animales, tenía bastante vacuno. Rahue se llama el lugar, habían unas playas hermosas que desaparecieron después del terremoto del 60. Ahí me metía a mariscar con la memorias de chiloé en punta arenas

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gente que sacaba la famosa macha que llaman Conquihuén; también íbamos a una parte que se llama Pilol, a sacar locos. Esos se desconchaban, se secaban y se guardaban para el invierno. En Cucao estaba la famosa mina de oro donde trabajó mucha gente, hubo máquinas, unas dragas que estuvieron en el río y después la gente siguió trabajando artesanalmente; cuando había marea baja o corrías de mar, que botaban un manto azul, eso lo recogía la gente, lo lavaba y ahí saca el oro. Yo iba a mirar. A los 16 años estuve por Quellón, a 60 km de Puerto Carmen. Llegó el Proyecto Astillas de Chiloé de los japoneses. Fui a trabajar como tractorista un año y tanto. Se explotaba la lenga, el ulmo, el mallu. Esa madera la exportaban y el resto se molía, hacían astillas. En el año 57 me tocó el servicio militar en Coyhaique. Le dije a mi padre: “no quiero hacer mi servicio, porque quiero ir a Punta Arenas a trabajar”. Él me dijo: “Bueno, vete, trabaja una temporada, ve cómo te va, pero usted tiene que volver”. A Punta Arenas vine con la autorización de mi padre. Me compró el pasaje y mi madre me dio una frazada y un poncho. Fue todo lo que traje, y a viajar. En esos años estaba la movilización de los buques antiguos. Me vine en el Villarrica, pasaba a Chonchi y ahí uno se embarcaba hasta Punta Arenas. Ese viaje demoró casi siete días; era largo y cruzar el golfo de Penas con ese buque era lo peor, no avanzaba nada y venía generalmente lleno de gente, viajaba mucha gente de Chiloé a Punta Arenas. Un 12 de octubre del 57 llegué a Punta Arenas. Mis hermanos me estaban esperando en el muelle y de ahí a una pensión en calle Señoret 2072. Otros dos hermanos trabajaban en Argentina, en Perito Moreno y Comodoro, pero me llamaba la atención venir a Punta Arenas, se ganaba más plata. Cuando llegué, en calle Bories, Colón, Independencia estaba todo nevado y escarchado. Dije: “¡qué me vine a hacer!”. Se me escarcharon las orejas, se me salió el cuero de las manos, porque los primeros meses trabajé de ayudante de camionero. Trabajaba repartiendo carbón a distintas partes. Pasábamos a cargar a la mina Pecket, ir a las estancias a entregar y también distribuir a la gente en Punta Arenas, porque la ciudad se mantenía con puro carbón y algo de gas. · 44 ·

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A fines del 58 me contacté con gente de la Estancia Pecket, de la Sociedad Ganadera Sara Braun, y me fui a trabajar a esa estancia, a 40 km de Punta Arenas. Soy operador de máquina pesada, ahí trabajé varios años en un proyecto de empastaje artificial. Posteriormente, en el año 68 con la Reforma Agraria, esa estancia fue expropiada y todos los trabajadores pasamos a hacernos cargo. Armamos una cooperativa llamada Estrecho de Magallanes Limitada. La mayoría de los socios era gente de Chiloé. Yo fui presidente de la sociedad, administrador por varios años, pero el 78 tuve que venirme a Punta Arenas por un pequeño accidente, después vinieron las bajas de ventas de animales, del precio de la lana y decidimos vender la cooperativa. La verdad, cuando se expropió la estancia, los trabajadores eran gente mayor. En mi caso, ya no podía trabajar, no podía subirme arriba de un tractor, tuve que contratar a otra persona y ya no nos convenía. Propuse la venta, licitamos y la Sociedad Taltal Limitada compró la estancia. En el año setenta me casé. Mi señora se llama Candelaria de Lourdes Aguilar Godoy, también es chilota, nacida en Agoni, a 8 km de Queilen. Tuvimos dos hijos, Ramón y Nancy, nacidos en Punta Arenas, por eso no he podido volver a mi tierra. Con todo amor me volvería a mi tierra, pero ellos nacieron acá, mi señora se vino muy niña, entonces, Chiloé no les tira mucho. Solo hemos ido de viaje, a pasear. En Punta Arenas había mucha gente chilota. En el 75 ya había un grupo que se empezó a organizar por calle España, formaron el Centro Chilote, la Casa del Pueblo. Se hacían fiesta para los Dieciocho, llegábamos ahí y prácticamente era una fiesta para los chilotes. Ya el 4 de julio de 1980 se conformó, con personalidad jurídica, el Centro Hijos de Chiloé. Soy socio de la organización. Fui presidente de la institución durante tres períodos consecutivos prácticamente. Nos dedicamos a la gastronomía chilota; hacemos la fiesta de San Juan; para los 21 de septiembre participamos de la procesión del estrecho de Magallanes. En eso trabajamos mucho, que se nos reconozca con el Monumento a la Goleta Ancud. Logramos sacar eso adelante, que se reconociera el 21 de septiembre como una fiesta. Y hoy día, este año, se debería reconocer como feriado legal. memorias de chiloé en punta arenas

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Eleodoro Ulloa Mayorga “En Punta Arenas volví a trabajar en zapatería (…) Yo soy obrero del cuero y del calzado; zapatelógrafo soy”


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e llamo Eleodoro Ulloa Mayorga. Nací el 22 de mayo de 1938, en un lugarcito llamado Linao; a 35 km de la ciudad de Ancud. Ese año, Chile compró el barco de guerra Almirante Latorre; cuando llegó a Chile hizo recorrido por todos los puertos y entró a Linao. La novedad es que dejaron ir a la gente para que subiera al barco a conocerlo, pero como el barco no atracó porque no había muelle, se fueron en lanchas, en botes, en cuanta cosa había. Mi madre andaba preñada, a punto de parir, fue y se enfermó arriba del barco. Yo nací ahí. Casi todos los marinos fueron mis padrinos, porque mi madre salió cargada de regalos. Mi madre se llamaba Margarita Mayorga Villegas y mi padre Rubesindo Ulloa Delgado. En Linao había un aserradero. Me acuerdo del dueño, se llamaba Raúl Ávila. Aparte de dueño del aserradero era profesor de la escuelita. Estuve un año en esa escuela. Ahí empecé a conocer los números y las letras. En aquel tiempo y en aquel lugar, había un gran porcentaje de gente que se dedicaba a la explotación de la madera. Mi padre era uno de ellos. Trabajó mucho la madera, trabajaba el avellano. Él hacía las camas, los baldes para echar agua, las tinas para lavar la ropa, los yugos para los bueyes, la chunga que es una vasija de madera que se usaba para hacer la levadura, para hacer la masa del pan. Yo lo acompañaba al monte. La primera alegría que tuve en mi vida fue cuando mi padre me regaló un hacha. No debo de haber pasado los siete años. Mi padre se dedicaba también a las cosas cotidianas de la siembra, la casa, los animales. Pocas eran las cosas que se

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compraban, todo se producía. En Linao estuve hasta los 10 o 12 años, porque mis padres se fueron a vivir a Ancud, al pueblo. Estuve en una escuela rural, en un lugar llamado Caracoles. Estaba a 4 km del pueblo. Mi padre vivió mucho tiempo de inquilino, cuidaba un campo. Mi mamá se dedicó a ser ama de casa y a tener hijos, porque fuimos catorce. Ayudaba a veces para el asunto de la siembra. Allá nadie pagaba para que se vaya a trabajar, se hacía el trabajo voluntario; se juntaban mi padre y el resto de los vecinos y vamos a sembrar o a cosechar, y nadie pagaba una moneda. Hoy día reina la plata. De los 14 años, al salir de la escuela, empecé a trabajar en un taller, le dije a mi mamá que quería trabajar en la zapatería con la idea tonta para hacerle zapatos. A los 18 años me tocó hacer el servicio militar en Coyhaique, con 25 grados bajo cero. Nadie me cree que yo pescaba un jarro con agua, lo tiraba para arriba y caía escarchado. Si me lavaba el pelo, quedaba para arriba. De ahí volví a mi pueblo de Ancud y empecé a trabajar en un taller grande de zapatería. Ahí creo que cometí el error de haberme puesto a pololear con la hija de mi patrona. No encontró nada mejor la finá que echarnos a los dos a la calle; a mí me despidió del trabajo y a la hija la echó de la casa. La señora me demandó por secuestro. Carabineros me detuvo en Ancud, pero la niña era mayor que yo, ella tenía 28 años, y les dice: “A mí no me ha raptado nadie, yo me voy porque mi madre me echó de la casa”. Así que nos pusimos de acuerdo con la niña —Olga se llamaba—, y nos fuimos a Punta Arenas. Eso fue en 1960, tenía 23 o 24 años. Iniciamos una aventura. Nos vinimos como Dios nos trajo al mundo, con el puro pasaje. En barco vine, en el Villarrica, en una bodega con 140-170 personas, la mayoría chilotes. Salimos de Castro un día sábado a las doce del día y llegamos el domingo subsiguiente a la amanecida; estuvimos una semana navegando. El dinero que tenía en mi bolsillo me alcanzaba para tomar una botella de vino, esa era la única plata. Mi niña de aquel tiempo tenía familiares conocidos acá, ellos se comunicaron y fueron a encontrarla. Yo tenía un tío, pero no lo conocía, sabía la dirección, dónde estaba y coloqué telegrama en Castro diciéndole que venía a Punta Arenas.

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En la noche cuando estuve en el barco, fui a la cantina, compré la botella de vino, me quedé sin una moneda y llegamos a un lugar donde no conocía absolutamente nada. Llegó el barco, atracó en el muelle y se bajó a todos los pasajeros. Yo estaba en cubierta del barco, sentado en mi maleta que traía, una maleta de madera, esperando, pensando quizás dónde iba a ir; estaba sentado cuando vi que un caballero pasó mirando el barco y volvió, siempre mirando al barco. Pesqué mi maleta, bajé y alcancé al hombre, aquel que siempre miraba para el barco, le digo: “–disculpe, quiero hacerle una pregunta, mire, yo conozco a una persona, a lo mejor usted lo ubica por esas cosas de la vida, se llama Manuel Ulloa. –Sí, lo conozco, yo soy”. Era mi tío que me había ido a encontrar. Ahí llegué a su casa. Estuve del 17 de mayo hasta el 17 de septiembre, después tuve que ir a la Argentina. Con Olga nos separamos. El 17 de septiembre de 1960, ya estaba en Río Turbio, había cruzado la frontera. Fui a trabajar. Dos años trabajé duro como minero, adentro de la mina, sacábamos carbón. Luego volví a Punta Arenas, porque despidieron gente. Volví y ahí conocí a mi esposa. Tomaba la pensión a mitad de cuadra de donde estaba ella. Su familia tenía un negocio. Mi señora se llamaba Irma del Carmen Zerpa Yáñez. En mi caso, mi mujer era magallánica, de padre chilote y mamá magallánica, mis hijos son de padre chilote y mamá magallánica, esa es la tónica, el ochenta por ciento debe ser igual. En Punta Arenas volví a trabajar en zapatería; trabajé con patrón en la Reparadora de Calzado Quilpué durante cinco años; luego me independicé. Yo soy obrero del cuero y del calzado; zapatelógrafo soy. En zapatería toda mi vida. A Chiloé volví después de un tiempo, en 1963 cuando murió mi padre. Siempre he estado pendiente para volver, ganas tengo, pero plata no. Si yo vine para trabajar tres años, pero ya llevo como 57 años en Punta Arenas. Así es la vida.

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Néstor René Oyarzo Águila “Fui el único que arranque para Punta Arenas, porque el servicio militar me tocó acá, a mis otros hermanos les había tocado Coyhaique”


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oy Néstor René Oyarzo Águila; me dicen por el segundo nombre. Tengo 70 años. Nací en Castro, pero el lugarcito se llama Coihuinco. Estuve hasta los 18 años en ese lugar, trabajando con mi finado papá, Pedro Antonio Oyarzo Oyarzo. Mi finada mamá se llamaba María Rosalía Águila Pérez, porque antes en Chiloé todas las señoras eran María. Nosotros somos diez hermanos. Fui el octavo, más mi finado papá somos la cuadrilla. Su trabajo era hacer carbón de leña. Nos crió a todos y les dio educación a los que quisieron estudiar. Yo le dije que no, porque quería trabajar. Me retiré de la escuela a los 14 años y ahí empecé a trabajar, a ayudar a mi papá. En esa época había madera gruesa en el campo que había que cortar; voltear los palos, cortarlos y después partirlos. Eso se iba amontonando, se clavaba una estaca y se empezaba a poner astillas, ramas, se tapaba con tierra y se le prendía fuego. Demoraba ocho días en arder. Ese carbón se vendía. Bajaba a entregar a Castro. Iba en carreta tirada por bueyes. Demoraba dos horas y media en llegar, porque eran caminos de pura piedra. Mi mamá igual salía a ayudar, a recoger carbón. Ella se dedicó a la cocina y hacía sus tejidos. Algunos hermanos están en Santiago, otros fallecidos. Fui el único que arranque para Punta Arenas, porque el servicio militar me tocó acá, a mis otros hermanos les había tocado Coyhaique. Me tocó la suerte, porque acá tenía familia. Llegué en avión, en agosto de 1966, en pleno invierno. Era crudo el ejército, a las seis de la mañana nos sacaban a hacer gimnasia.

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Tenía un primo que estaba haciendo el servicio militar, salíamos juntos a conocer la parentela. Me gustó la zona, me quería quedar, pero no me dejaron, porque en esa época uno era mayor hasta los 21 años; tenía que tener un permiso judicial de los mayores. Yo les pedí el permiso, pero no me entendieron y me mandaron a la casa. Fui más de un mes a Chiloé y volví otra vez, en barco, en el Navarino. Llegué donde una prima que vivía en la Población Calixto. Estuve más de un mes, no pude conseguir trabajo. Después vino un primo de Gallegos y me dijo: “Vamos para allá, está sobrando el trabajo; yo te pago los pasajes”. Así que me fui a Gallegos. Después del mes me fui a trabajar a una estancia, cerca de Piedrabuena, de cocinero. Estuve como un mes, porque preferí trabajar en el campo. Después estuve trabajando como ayudante de albañilería en Piedrabuena, pero no me quisieron renovar por los conflictos entre Chile-Argentina. Volví otra vez a la Población Calixto, donde mi otra prima. Ahí empecé a trabajar con el marido de ella, él tenía un camión, acarreaba leña del campo. De ahí conseguí trabajo en una estancia, me fui a trabajar donde los Corcoran, en Porvenir. Aprendí a manejar maquinarías, cuatro años y de vuelta a Punta Arenas. Volví donde la primera prima. Estuve trabajando en reparto de gas; seis meses y me devuelvo a la Argentina otra vez. En ese tiempo había que ir a Impuestos Internos, daban un formulario y poner lo que había ganado el año anterior. Si tenía un buen sueldo no lo dejaban salir. Lo que yo ganaba era poco. Mi intención era irme para Río Grande porque tengo familia allá, pero cuando hice el formulario puse Río Turbio, obligado a irme al Turbio a trabajar en la mina. Ahí estuve del 73 al 78. Fui minero, faltaban bolsillos para guardar billete. Me vine de vuelta donde una tía, justo al frente de la Población 18. Estuve quince días de vago y empecé a trabajar en una cervecería, de reparto; cuatro meses y volví a Porvenir a repartir gas. A fines del 79 volví otra vez a Punta Arenas cuando pusieron gas natural en Porvenir. El mismo jefe de ENAP me habló que tenía un taxi, un mes lo trabajé y después me lo vendió. Fui taxista cuatro años. Después me volví para Argentina, a Gallegos, a fines del 84. Trabajé en un gaseoducto y de ahí entré a otra empresa de YPF que era contratista. Luego estuve tra· 52 ·

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bajando en una empresa constructora. Después me fui al campo, a alambrar el camino a Calafate. Alcancé a estar un mes, porque estaba anotado para trabajar en el ferrocarril, y salí llamado para el mantenimiento de las vías. Era el camino que va de Gallegos al Turbio. Ahí estuve como ocho años. Me retiré a fines del 91, porque lo privatizaron y si uno se retiraba le pagaban los años de servicio. No me acuerdo cuántos millones de australes saqué, pero fui al banco y lo compre todo en dólares. El 92 andaba con mi bolsilla de dólares. Me fui para Chiloé, de ahí a Santiago a visitar a mis hermanos. Después volví y compré una casa en la Población Carlos Ibáñez. Ahora estoy trabajando en áreas verdes, ando barriendo calles. Entré en marzo. Antes de eso trabajé con un camioncito Porter con Vilicic, y después hacía fletes a Salfa, y antes estaba trabajando también con Vilicic, seis años afuera en el Paine, en el transporte de personal, de carga de camión y también de jornal. Estoy con la idea de trabajar un tiempo más y volver para Chiloé. En Punta Arenas escuchaba que hablaban de Jesús Nazareno. No recuerdo que en Chiloé me hayan hablado y eso que mi finado papá fue diácono, él anduvo por todo el trayecto de las islas, pero nunca le escuché que haya llegado a Caguach. Me integré el 95 a la Comunidad Jesús Nazareno. Cuando era la procesión del viacrucis iba y me gustaba cargar la imagen. Acá se hace una novena, nueve días de rezo. El último domingo de agosto se hace la procesión. Y de ahí se hace el reparto de roscas. También me tocó un tiempo rezar la novena en la Procesión de la Virgen de la Candelaria, que se celebra en enero. Rezaba una de las nueve noches. Cuando estaba en Fátima, andaba una persona con un distintivo celeste que se llamaba La Orden de Caballeros. Me dice si quería integrar la Orden, pregunté de qué se trataba y me dijo: “Andar como guardia de Jesús”. Así que me integré. En Fátima se hacían rosarios todos los domingos. Entonces nos juntábamos toda la Orden, se hacia el rosario y el coordinador de la Orden un día escuchó mi voz cuando empezamos a cantar, enseguida me dijo “Acá tenemos a otro rezador más”. Soy ministro de la Eucaristía y de la Palabra en la parroquia de Jesús Nazareno. Uno ayuda a hacer las lecturas en la iglesia y después ayudaba a la comunión; el fiscal eso no lo hacía. memorias de chiloé en punta arenas

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Yolanda de Lourdes Barría Gallardo “De Gamboa vine para Punta Arenas, vine casada (…) tenía que seguir a mi marido”


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e llamo Yolanda de Lourdes Barría Gallardo. Nací el 46, tengo 70 años. Soy casada, vivo con mi esposo, con el mismo que me casé, Efraín Gallardo. También es

de Chiloé.

Hasta los 21 años viví en el sector de Gamboa, en Castro. La vida de los Barría Gallardo era muy buena. Mi papá José del Carmen Barría Cárdenas, mi mamá María Anelia Gallardo Muñoz, mis abuelos paternos —Manuel Barría López y Sara Cárdenas Villegas—, tenían campos, animales, sembraban, buscaban gente. Me gustaba ayudar con los bueyes y buscar madera, acarrear las papas. Mi abuelito tenía aserradero en Gamboa. Tenía de esas sierras a brazos y a motor. Trabajaba con más gente y cuando era poca madera se aserraba a brazos, cuatros personas abajo y una arriba. Trabajaban todo el verano. Hacía las lanchas, hacía las casas, e incluso esa madera que hay en la iglesia de Castro lo hizo mi abuelito. La madera la vendían, la mandaban a Castro. Yo tendría unos siete años cuando mi papá viajaba. Venía a la Argentina, a trabajar en la temporada de esquila y trabajó en una estancia que fue una de las más grandes de Argentina, Estancia Despedida. Venía a estar toda la temporada de verano y en el invierno volvía a Chiloé. Siempre lo veía viajar solo, después trajo a su hijo Manuel, el mayor. Fuimos tres hermanos. Fui la tercera, la única mujer. En Gamboa está la iglesia San Francisco. En octubre seguramente era que celebraban al santo; se hacían novenas. Bajábamos a Castro, media hora caminando o de a caballo lo hacías en unos

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cuantos minutos. Creo que la iglesia de Castro es la que más recuerdo, ahí me bautizaron, hice mi primera comunión, me casé en esa iglesia. Estaba estudiando cuando me casé. Empecé a pololear a los 17 años y a los 18 y medio ya estaba casada. A los veinte tuve a mi hijo Arturo y es el único. También nació en Chiloé, ahora trabaja en Santiago. De Gamboa vine para Punta Arenas, vine casada. Mi abuelito no quería que viniera, mi papá menos, pero tenía que seguir a mi marido. Efraín es tractorista, vino a trabajar a Punta Arenas y no era vida, él aquí y yo allá. Un año estuvimos así. Vine como en el mes de mayo o abril, porque estaba empezando recién el frío. Era el año 1968. Viaje en avión. Primero vine de Castro a Puerto Montt. Me alojé una noche en un hotel que era muy bonito, muy lujoso. Al otro día salimos, muy temprano nos vinimos a Punta Arenas. Por mi padre sabía que era muy frío, que escarchaba mucho, que era tranquilo igual que Castro. Cuando llegué me estaba esperando Efraín en el aeropuerto, estaba mi cuñado con sus hijos. Llegué a la Población 18, a la casa de Osvaldo, hermano de Efraín. Trabajé dos años como dama de compañía de la señora Mayo12 , esposa del señor MacLean, que tiene la Estancia El Trébol. Me conoció la señora y me dijo: “Tú eres indicada para que estés junto a mí”. Conversábamos, nos sentábamos, mirábamos libros. Ese era mi trabajo. En esa estancia estaba feliz. Estuvimos dos años en El Trébol. Efraín era jardinero y tractorista. Después bajamos a Punta Arenas de nuevo, se compró el sitio en calle Pedro Bórquez y de ahí Efraín se consiguió un trabajo en la Estancia Río Verde como socio. Entonces, cuando se vendió esa estancia se repartieron las platas. Arturo tendría unos siete u ocho cuando vendieron. Cuando volvimos a Punta Arenas instalamos un almacén en Pedro Bórquez. Se le puso almacén Río Verde por la estancia. Era comerciante. Treinta y cinco años tuvimos ese negocio, pero se cerró, ya no lo trabajamos. 12 El nombre de la señora Mayo era Frida Estela Boyd Arentsen (1920-2015), hija de padres británicos. Fue casada con Kenneth MacLean, administrador de la Estancia Río Verde y posteriormente de la Estancia El Trébol en isla Riesco. Esta última fue creada posteriormente a la disolución de la antigua Estancia Río Verde. · 56 ·

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Hace 28 años atrás el padre Jorge Murillo me dijo: “Usted va a ser la tesorera de la comunidad”. La Comunidad del Santuario de Jesús Nazareno se creó hace como 30 años. Pertenecimos a la parroquia de Fátima y después, el 2001, se hizo esta capilla. Los hermanos Unquén empezaron esta comunidad. Ellos eran de Caguach, trajeron a Jesús, la imagen chiquitita. Una imagen de cuadro que tenía la Francisca Unquén. Y ahí se le hacía su novena; ellos empezaron en casa, como dos o tres años hasta que lo supo el padre obispo Tomás González y les dijo: “¿Por qué no vienen a la iglesia?” y se fueron a la Fátima. Nunca he ido a la Fiesta de Caguach en Chiloé. Pero acá se hace lo mismo, se prepara la fiesta, por ejemplo, ahora ya vamos a tener el reitimiento13 , el 24 de junio que es la noche de San Juan; el 15 de agosto tenemos la fiesta de Cabildo y terminando empezamos lo que es la novena porque termina el domingo 27 de agosto. Acá se hace la cena de Cabildo para sacar la festividad de Jesús. Se vende milcao, tortillas de papas, empanada de mariscos, empanada de manzana, pero todo al estilo chilote. Ese día del Cabildo se hace carne ahumada chilota. Se hace el 15 porque es la Virgen del Tránsito, en Chiloé también lo hacen. Siempre hay un Cabildo antes de la novena de Jesús Nazareno. Viene la gente que ayuda, traen promesas, ayudan al santuario. Después viene la novena y con la terminación se hace la procesión. Ahí sí que viene gente, más o menos unas diez mil personas recorren detrás de Jesús. Hay un recorrido especial, antes pasábamos por la Dieciocho, pero ahora en Cancha Rayada nomás, Pedro Bórquez y se sube de nuevo por Circunvalación. Nos quedamos en Punta Arenas pienso, porque estaba el trabajo de Efraín aquí, después hicimos la casa, Arturo estudió. A Chiloé fui a pasear como a los dos o tres años. Nos fuimos con Efraín y Arturo, después volvimos, después fuimos; fueron muchos viajes. Ahora está más poblada la isla, más grande, con más casas, es más turístico.

13 El término reitimiento es un localismo por la palabra derretimiento. Consiste en la matanza y faenamiento de un cerdo para su posterior cocción, generalmente en un caldero para obtener manteca y chicharrones. memorias de chiloé en punta arenas

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Sara Edith Guidipani Paredes “Todos los días miraba el banderín del Navarino. Mi barco. “Navarino ¿cuándo me llevarás?”. Hasta que me trajo el Navarino”


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oy Sara Edith Guidipani Paredes, jubilada y madre de dos hijas y dos hijos; tres nacieron en Punta Arenas y el otro en Argentina, en Gobernador Gregores, provincia de Santa Cruz, pero está nacionalizado chileno y radicado en Punta Arenas. Tengo 69 años de edad. He sido ama de casa, he sido papá y mamá para mis hijos. Nací en 1947 en Palqui, pero me crecí en el pueblo de Achao. Hasta los cuatro años estuve en Palqui viviendo con mi mamá María Rosa Paredes Cárdenas. Mi mamá quedó viuda con seis hijos, éramos pobres, no tenía cómo mantenernos y nos dio a distintas familias. Primero me entregó en una familia que se llamaba Ahumada, pero me hacían sufrir mucho, así que regresé donde mi mamá biológica. Después me dieron a una señora de Coñab que era familiar con mi mamá, fue mi madre adoptiva. Ahí cambió mi vida, fui una niña feliz, andaba con mi ropa limpia, mis buenas trenzas. En mi casa donde me crecí nunca faltó nada. En Coñab estuve con mi familia adoptiva hasta los 21 años. Nadie conocía mi apellido real, porque era la hija de Manuel Santana Mancilla y Carmen Paredes Uribe, era la señorita Sara Santana. Mi papá adoptivo trabajó muchos años en la Explotadora de Tierra del Fuego; trabajó con los yugoslavos en los empedrados, venía por temporadas, por eso siempre digo que el chilote acá no viene a buscar tierras ni ganados ni nada, viene a ganar su plata, porque allá, en Chiloé, tienen sus tierras, tienen sus casas, y a fines de temporada se van.

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A los seis años empecé a ir al colegio de pueblo, el Superior de Mujeres, en Achao. Quedaba a 2 km y medio de Coñab. Me iba caminando y sola. Estuve hasta sexto año de preparatoria. Después me dediqué a la agricultura, le ayudaba a mi mamá, sembrábamos papas, trigo, habas, arvejas; se criaban las ovejas, los cerdos, pavos, patos, gansos, de todo. La gente en Chiloé trabaja principalmente en agricultura. Mi papá tenía una máquina aventadora para separar la paja y el trigo; trabajaba con mi papi, recorríamos todos esos sectores aventando el trigo de la gente, y el que no tenía plata para pagar el trabajo pagaba en trigo. Allá lo impactante era el Año Nuevo. Ese día era una fiesta hermosa. Venía la Virgen de Matao y Quinchao hacia Achao, la Virgen de Gracia y la Virgen de Amparo. Entonces, las íbamos a encontrar para irlas a encaminar o íbamos a misa a las doce del día. Se juntaban las vírgenes y se hacía la misa en Achao. Venía con acordeón, las chicas hacían promesas, las señoras hacían unas coronas que mientras no pase la Virgen nadie pasaba por ahí. Cuando cumplí 21 años dije: “Me voy”. Realmente, como era hija adoptiva, no estaba legalmente reconocida, empezaron las malas voluntades, que uno estaba por herencia, que uno estaba por esto. Tenía una vaca, a la pobrecita la vendí para venirme a Punta Arenas. No le pedí plata a nadie y junté mi pasaje. Tenía el pretexto de mi pololo. Me vine con él directo a Punta Arenas, el 5 de octubre del 68, en barco, en el Navarino. Esa es otra historia: cuando estaba en el colegio, a fin de año juntaron una piñata, pesco un palo y le mando. De la piñata sale un banderín del Navarino. Todos los días miraba el banderín. Mi barco. “Navarino ¿cuándo me llevarás?” Hasta que me trajo el Navarino. Me embarqué en Castro. Tres días navegando. Era octubre, ¡hacía un frío! Vine donde una tía, hermana de mi mamá que me creció, que vivía acá en Punta Arenas, en la Dieciocho. Mi hermana biológica también sabía que venía, me fue a buscar al muelle. No me gustaba mucho Punta Arenas, era chiquitito, y lo que más me daba pena era cuando veía a esos hombres que andaban vendiendo carbón. Me iba a ir a Sombrero, pero por mi pololo no me fui. Me dejó trabajando de asesora del hogar y se fue a Tierra del Fuego, apareció no sé cuánto tiem· 60 ·

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po después. Él trabajaba de ovejero en la Estancia Compostela, quedaba en Porvenir, me acuerdo de la estancia a la que siempre le mandaba carta. Si estuvimos cinco años pololeando por carta, yo en Chiloé y el acá. Mi intención era casarme acá y quedarme. Pero no fue así, todo se dio vuelta, no quise saber nada más de él. Después, cuando trabajé en el Emporio 18 de Septiembre, me casé con un chilote, de Mechuque, más malo que los calambres. Él era carpintero, se fue a trabajar a Argentina, a veces mandaba plata. Cuando ya no me mandaba plata, trabajé para una sastrería. Tenía dos niñitas. Después mi esposo me mandó a buscar para irme a Argentina. Me fui con mis hijas, Patty y Luisa, a Gobernador Gregores, Santa Cruz, en el 74 o 75. Estuve tres años, allá nació mi otro hijo, Cristián. Cuando se armó la revuelta Chile-Argentina, dije: “Me voy a mi país. Allá voy a estar mejor”. Tuvimos que venirnos. Yo pensé que acá la cosa iba a ser mejor. Estuvimos en Punta Arenas, siempre en la Dieciocho. Empecé a trabajar en la Conservera Magallanes de José Camelio en Tres Puentes. Estaba en la cinta, en envasadora, era tapadora de latas. Después trabajé en la industria de cueros y lanas, el frigorífico que es de Esteban Simunovic, pero no duré mucho, porque un día salí tiesa, congelada. En lo último que trabajé, como 20 años, fue en Alimentos Livina, era encargada de montaje de los vuelos14 . Hace 15 años que participo en el Centro Hijos de Chiloé, soy socia. Estoy en el Comité Femenino, Comité de Cultura y Comité de Manualidades. Hemos celebrado el 21 de septiembre, cuando llegó la goleta Ancud, si hay personas que no saben ni cómo llegaron sus papás a Punta Arenas. Entonces, es penoso, porque la gente que viene de allá a veces se avergüenza de su tierra, de su gente. Yo le digo: “¿Por qué se avergüenzan?, si es un honor”. El chilote ha sido campañista, puestero, vellonero, ha sido trabajador a pico y pala, porque antiguamente no estaban las máquinas, trabajaban a puro ñeque. A Chiloé volví después de 29 años. Fui a pasear, a ver a mi mamá adoptiva y a mi mamá biológica. 14 Montaje de vuelo es un trabajo que consiste en armar bandejas con las comidas para ser distribuidas a los distintos vuelos que viajaban desde Punta Arenas. memorias de chiloé en punta arenas

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María Rosalía Vargas Vargas “Cuando venía el Navarino iba a sacar carga con mi carro. Llegaban cholgas secas, navajuelas, sierras —ahumadas y frescas—, nalcas de Chiloé. Navarino en ese tiempo traía de todo a Punta Arenas”


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oy María Rosalía Vargas Vargas. Tengo 77 años. Nací en agosto de 1939 en Aldachildo, frente a Rilán. A los 18 años me casé. Mi marido, Rómulo Cárdenas Ojeda, murió. También fue chilote, de Puqueldón. Yo hasta como los 30 años viví en Chiloé, siempre estuve en el mismo lugar. Nosotros en Aldachildo nos dedicamos a sembrar. Era campo, pero ahora está todo reformado; antes no pasaban vehículos a la orilla de las puertas y ahora ya no siembran papa ni trigo, porque está muy mal pagado. Antes era gualato15 todo el día, en el campo es lo que más se hace, de chicos casi que estamos trabajando. Bueno, yo me crecí media regalona, no me hacían trabajar mucho. Vivía con mi mamá Doralisa Vargas y mi primo mayor. Una hermana tenía, pero estaba en otro lado, vivió por la parte de Quellón. Me crecí bien, era regalona en mi casa y de los profesores, me crecí en las dos casas. Entré a los ocho años a la escuela, me iba caminando, estaba cerquita. Donde me crecí celebran a la Candelaria en todo febrero. En Puchilco era el 2 y en Puqueldón el 11 de febrero. Esa es una tradición, le hacían misa, le hacían fiesta. También me iba cuando hacían la fiesta del Nazareno. Nos íbamos con mi mamá y mis tías en lancha desde Aldachildo y llegábamos en dos o tres horas. En Caguach es el Nazareno. Eso lo hacían el día de la fiesta de las Rosas. El Nazareno sí que es bonito allí, porque hacen pasear al santo y anda mucha gente. 15 Herramienta agrícola con una hoja ovalada en la parte delantera y una especie de hacha pequeña en la parte de atrás. En Chiloé además de ser utilizada para el trabajo de la tierra es empleada para la marisca o recolección de orilla cuando baja la marea, principalmente para mariscar tacas (almejas) y navajuelas. memorias de chiloé en punta arenas

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En Chiloé pescábamos, íbamos a los “coldes” que le dicen. Allá hay un pescado que le decían los coldes, era un róbalo chico; íbamos en la noche en tiempo de junio-julio. Tendría unos 30 años cuando vine a Punta Arenas. Salí de Chiloé, porque mi marido estaba acá y no llegaba. Yo tenía 25 años cuando mi marido se vino a trabajar y como no había vuelto a Chiloé lo vine a buscar. En el Navarino me vine con mi hijo que tenía cuatro años no más. Lo traje en el mismo Navarino, los dos. Y dejé a una chica mujer que tenía cinco años. Como mi primo mayor no tenía hijos con su mujer, quedó allá ella. No la traje, porque la mujer de él, lloraba día y noche que le iban a quitar a su hijita. La niña se quedó allá, pero ahora está acá, es trabajadora igual que yo. Para venir junté la plata y los profesores también me juntaron plata. Estaban en Castro cuando yo vine, pasé a estar tres días en la casa de ellos. Lloraban para que no venga. La maestra me dijo: “Si tu marido se porta mal, vienes a tu casa, porque ésta es tu casa”. Para llegar a Castro desde Aldachildo se iba en lancha. En ese tiempo no había ninguna cosa, puras lanchas. Salían como a las siete de la mañana y a las diez u once estaba en Castro. Ahí se llevaban las cosas para vender. La gente llevaba papas, gallinas, se vendía todo. Castro es muy comercial. El viaje en el Navarino parece que duró tres días. Era verano, no hacía frío. Llegué a la Población Calixto, ahí vivía la hermana de mi marido; la hermana de él me mandó a buscar. Desde que vine no he viajado a Chiloé. Trabajé toda mi vida aquí y sacrificadamente. Primero hacía trabajos en unas quintas de una señora. Sembraba papa, hacía todo el trabajo que hacen en la tierra. Y después ya me dediqué a vender con mi carro. Vendía ropita argentina primero, perfumes argentinos, colonias, pero se ganaba casi nada. Una señora que viajaba me lo daba y yo lo salía a vender. Y por ahí empecé a vender en la calle; después ya me dijeron: “Ahí no se gana nada, vete a vender, a revender cosas secas: vender luche, cochayuyo, navajuelas de Chiloé”. Salía con mi carro, por ejemplo, a las diez de la mañana y volvía a las seis de la tarde con mi carro vacío. En ese tiempo, me acuerdo que estaba en el 73, andaba · 64 ·

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con mi carro. Correr casa por casa Punta Arenas entero; corrí todo eso con mi carro. Y eso no lo hace nadie, pero yo lo hice y me siento orgullosa. Había que ganarse la plata. Acá compraba los productos a los pescadores o compraba a la gente que viajaba a Chiloé. Cuando venía el Navarino iba a sacar carga con mi carro. Llegaban cholgas secas, navajuelas, sierras —ahumadas y frescas—, nalcas de Chiloé. Navarino en ese tiempo traía de todo a Punta Arenas. Y ya me conocían los marinos. Cuando venía el Navarino me veían llegar, me decían: “La señora que pase adelante con su Chevy Nova; tiene la pasada libre”. Ya me conocían que era con mi carrito. Todo el tiempo trabajé aquí. Cuarenta y ocho años. Estuve 25 años en Errázuriz con Nogueira trabajando con mi carro, me corrían los carabineros y no les hice caso nunca. Ninguna autoridad, ningún año, ningún tiempo de invierno dijo: “toma un nylon para que tapes tu cabeza”. Nadie dijo nada. Por eso digo: “Al pobre nadie le hace caso”. Porque pasé inviernos afuera donde tenía que sacar escarcha con pala en la nieve para estacionarme, fue duro. Eran duros los inviernos, pero no tenía frío trabajando en la calle. Ahora uso ropa, pero antes andaba en mangas cortas nomás. Mi marido trabajaba vendiendo igual con un carro, vendiendo pescado. Después arrendé un sitio y me instalé sola con la pescadería. Aquí estoy 20 años. Se llama Pescadería San Pedro, santo de los pescadores, porque soy bien creyente de los santos. Yo mantenía mi casa y mis hijos los crecí así, trabajando. Crecí aquí a mi hijo que traje de cuatro años y el otro que nació después. El mayor tiene la Pescadería El Caleuche. Le fue bien, porque empezó a trabajar de 12 años. Acá a los chilotes parece que los desprecian mucho, se ríen de los chilotes, pero donde se plantan los chilotes no hay ninguno que lo saque, porque los chilotes son trabajadores; los chilotes se crecen a puro trabajo. Yo me siento orgullosa de ser chilota, porque soy una mujer trabajadora. De que pisé aquí en Punta Arenas trabajando y bien sufrida.

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Nora del Carmen Cárcamo Pérez “Venía a la ciudad de Punta Arenas en micro para reunirme en la Casa del Pueblo. Ahí había reuniones, hacían parrilladas, asados, como en ese tiempo había tanta carne, entonces era para venir a comer y juntarme con las otras niñas”


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i nombre es Nora del Carmen Cárcamo Pérez. Tengo 63 años. Soy casada; separada. Mi marido es de Punta Arenas, pero la mamá fue de Chiloé también. Nací el 4 de junio de 1953 en la parte de Chonchi. Me crecí con la mamá, María Nahuelquín, pero después mi mamá se fue a Castro; se puso a trabajar en una casa particular, ahí se enfermó y la enviaron creo que a Santiago. En Castro fui adoptada de ese matrimonio —Barrientos Cárdenas— y después me adoptaron a otro matrimonio de campo. Tenía como cuatro años cuando me llevaron a isla Quehui. El padrastro era Barrientos y mi madrastra María Griselda Cárdenas; ella tenía un hijo, Alfredo Martínez, que era uno de los más conocidos de la isla de Quehui, porque tenía de todo: campo, animales, en la casa tenía almacén, tenía las máquinas cuando se van a trillar, aventadoras16 y lancha de pasajeros, de primera y segunda categoría. Él hacía viajes de Quehui a Castro dos veces a la semana17. Entonces nosotros vivíamos en el campo de él como inquilinos. O sea se trabajaba, pero no para él, sino para consumo del hogar. La mamá de repente iba a Castro, llevaba algunas cositas, todo eso era plata, pero para él no, solamente era para cuidarle los animales. En la isla de Quehui se festejaba la procesión de la Virgen de Lourdes, una fiesta que duraba dos días. Yo le hacía las poesías 16 Máquina aventadora de grano, que limpia el trigo. 17 Nora recuerda que existe una canción muy conocida que habla de isla Quehui. Se llama “A dónde va la lancha”, del compositor Ramón Yáñez, de Achao. memorias de chiloé en punta arenas

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a la Virgen. Allá la gente se reunía en un santo, San Juan, San Pedro, esos eran los santos más importantes para la gente de la isla de Chiloé. Se hacían malones. Para la noche de San Juan en mi casa hacían, por ejemplo, el 24 es la noche de San Juan; el 22 había un chancho especial que se carneaba; 23 empezaban a cocinar la carne, llegaban los invitados para ir a comer en la noche de San Juan: papas, milcao, sopaipillas, tropones. Para los tropones se rallaba un saco de papas de 80 kilos, se empezaba a estrujar a puro pulso. Y esa agua que va saliendo de la papa lo va dejando en la tina que eran los barriles; el almidón de la papa queda en el fondo. Después de dos o tres horas, se bota esa agua y quedaba la papa, el chuño que le llaman. Eso lo hacía mi mamá, después lo secaba, lo hacía en pelotas grandes. Como había fogón, me voy a hacer las pelotas y las ponía a cocer a las brasas. Eso se movía. Por eso sale una parte de una canción que dice cuando baila el tropón. Cuando faltaba minutos para las doce de la noche salía con mis papás en un lugar de cerro, ahí empezaban a gritar y llamar a San Juan: “San Juan, ven San Juan, ven San Juan”. Y bueno, como mi padrastro era tan rebelde, tuvo un problema y decidió irse. En ese tiempo ya tenía como 10 años. Nos fuimos de Quehui a otro lugar que se llama Quinched. Ahí estuvimos viviendo con mis padrastros. La familia era Cárcamo, Andrade Cárcamo, los dueños de los terrenos. Esa familia quería a alguien que les cuide el terreno, porque tenían animales. Después nos trasladamos a Lingue, porque ahí vivía la hermana de mi padrastro. Nos fuimos a la casa de la hermana por un tiempo y me quedé con la tía, porque ella había quedado sola; dos años antes se le había fallecido un hijo en Río Grande. Yo todavía no cumplía los 18 años, y justo salió un matrimonio que necesitaba a alguien para que les cuide a un niñito. Y me fui a Castro a trabajar. En Castro me encuentro con un matrimonio de Quinched que estaban como cinco años en Punta Arenas. Por esas cosas, encontré a este caballero, y me dice: “Yo vine a buscar a mi mamá, cómo no te vas a Punta Arenas; allá es mejor, puedes buscar trabajo”. No sé qué me pasó en la mente, pero fue algo que reaccioné. Me voy. Quedamos en que él iba a ir a buscar a su mamá para que · 68 ·

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conversara conmigo. Y así fue. La abuela me dice: “Tú te vas a ir conmigo, yo te pago”. Como ella había vendido su terreno tenía plata. Pero: “¿cómo me voy a ir?”. Tenía 18 años y todavía no estaba en ningún registro. Compraron los pasajes ellos y me averiguaron todo. Me dijeron: “No te piden nada”. Así me vine a Punta Arenas. En avión. Me acuerdo que fue septiembre del 70. Lo único que traje fue mi ropa y una maleta de madera antigua que tenía. Me vine a la casa de este caballero, con la mamá, porque tenía su familia acá, su señora, sus hijos. Viví con ellos y me buscaron un trabajo en un restaurant. Después me fui a trabajar en una casa puertas adentro. Salió un aviso en la radio, y ahí me quedé. Ahí estuve trabajando como dos años. Del trabajo puertas adentro me aburrí con los años. Ya vivía por Río Las Minas, ahí hay una señora que también era de Quinched, me conocía, así que ella me llevó para su casa. Me dijo: “No trabajes más puertas adentro, trabaja puertas afuera mejor”. Cuando fue el golpe de Estado estaba trabajando en Río de los Ciervos en una hostería. Venía a la ciudad de Punta Arenas en micro para reunirme en la Casa del Pueblo18 . Ahí había reuniones, hacían parrilladas, asados, como en ese tiempo había tanta carne, entonces era para venir a comer y juntarme con las otras niñas. Después me fui a trabajar en la Pesquera Camelio, donde está Pesca Chile. En esos tiempos era de puros bivalvos, trabajé en el desconche de la cholga. Últimamente trabajé en casa particular; estuve 11 o 12 años en una casa. Ya me jubilé y no seguí más trabajando. En el año 2005 recién volví a Chiloé. Fui más que nada a ver a una tía que tenía. Resulta que me metí a un grupo folclórico, Pampa y Coirones, acá de Punta Arenas y se hicieron unos cuadros mitológicos muy bonitos que fuimos a Chiloé a mostrar. Mis hijos, Pedro y Miriam, se dieron el gusto de conocer Chiloé. En el grupo que yo estaba ellos también fueron integrantes.

18 Sede del Partido Socialista en Punta Arenas. memorias de chiloé en punta arenas

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Eufemia Carmen Guineo Guineo “Tenía 23 años cuando llegué a Punta Arenas. Nos vinimos en avión Ladeco. Me acuerdo que yo compré los pasajes con la plata que mandaron los hermanos”


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e llamo Carmen Guineo Guineo. Soy jubilada. Nací en 1953, tengo 63 años. Vivo con mi hermana, un hermano y un hijo. Nací en un campo que se llama Caulín, está entre Ancud y Chacao. Caulín tiene una playa muy linda, tiene mucha madera, tiene pampas, es productivo; lo que uno siembre da. La gente se dedicaba a pescar, mariscar y cultivar la tierra. Mi papá sembraba trigo, avena, papas; mi mamá tenía una huerta inmensa con hortalizas. Mi papá, a través de INDAP19 , trabajó con ovejas también, llegó a tener muchos animales, después tenía vacuno, grandes cantidades. Me acuerdo que, como yo me llamaba Carmen, celebraban “las Cármenes”, porque en el campo se celebran los santos. En la casa se respetaba la fiesta de San Juan. Se hacía el lloco, se carnea el chancho, se derriten chicharrones, se hacen sopaipillas. El lloco es un poco de carne de chancho, chicharrones, milcaos, sopaipillas y prietas. A una persona le toca un tiempo, cuando tiene sus chanchos para faenarlos, y todas las personas que reciben el lloco después le devuelven a esa persona. Acá no se puede hacer el lloco, antes se podía tener chancho, ahora no, y generalmente se hace con un chancho que uno crece en la casa. El que no tenía para carnear sus animales hacía una especie de tropón para San Juan. Consistía en sacar el chuño de la papa, se cocinaba como bolitas de chuño20 , lo cocían en las brasas y 19 Instituto de Desarrollo Agropecuario. 20 Las bolitas de chuño son conocidas como chopón o tropón. En Chiloé, tradicionalmente se preparaban con la fécula o harina de papa (chuño) para la procesión de San Juan. memorias de chiloé en punta arenas

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le iban sacando las capitas, eso se iba comiendo calentito. Después se volvía a poner a las brasas, se volvía a sacar la capa de chuño y se volvía a servir. Mi mamá, a veces, lo hacía. No lo he vuelto a comer. Nosotros no lo hacemos, porque es harto trabajo y hay que tener abundante papa, se rallaban como quince kilos. Cuando falleció mi papá, Francisco Guineo, nos fuimos un año a vivir a Linao donde el hermano de mi mamá. En ese tiempo yo tenía dos hermanos mayores que estaban estudiando en la universidad, en Osorno. Uno de ellos, Álvaro, tuvo que dejar el estudio para empezar a hacerse cargo de la casa. Volvimos a Caulín, tres años, y después nos fuimos a vivir al pueblo de Chacao, del 68 al 76, porque el 77 ya nos vinimos para Punta Arenas con mi mamá María Tina Guineo y mis hermanos menores. Nosotros somos diez hermanos, los mayores ya estaban por estos lados, por Argentina y por Punta Arenas. Oberlinda, la hermana mayor que ahora tiene 77 años, fue la primera en salir de Chiloé; ella se vino por trabajo a Punta Arenas; trabajó, se casó y se fue a vivir a Argentina, a Ushuaia, ahí se quedó. Cuando ella vino fue el terremoto del 60. En ese tiempo vivíamos cerca de la playa, en Caulín, y nos quedamos sin casa. Entonces los abuelos dijeron: “Quédense en la casa nuestra, porque nosotros nos vamos”. Mis abuelos tenían hijos que trabajaban en Natales y en la mina del Turbio. Antes del terremoto ellos tenían su viaje listo y mi hermana aprovechó de venirse con ellos. Luego se vinieron otros hermanos mayores: Álvaro, Osvaldo, Héctor. Como teníamos la mayoría de los hermanos acá, los mayores dijeron: “Vénganse para acá, porque allá el campo tampoco lo vamos a ir a trabajar”, no había hombres y los chicos eran chiquititos así que nos vinimos todos. En ese tiempo, en Chiloé no había falta de trabajo; nosotros no nos vinimos por trabajo, porque yo incluso ya había trabajado un tiempo en una escuela, haciendo un reemplazo como técnica en párvulos. Eso lo estudié en el Politécnico de Castro que funcionaba en Ancud donde estuve internada. Lo que más me acuerdo del internado era que pasaba hambre, daban lo justo para comer y a la hora. En la casa uno comía a cada rato.

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Tenía 23 años cuando llegué a Punta Arenas. Nos vinimos en avión Ladeco. Me acuerdo que yo compré los pasajes con la plata que mandaron los hermanos. Llegaron a despedirnos familiares de Ancud, una prima nos vino a dejar hasta Puerto Montt, porque tenía una conocida en Puerto Montt que tenía residencial, ahí nos hizo amanecer y al otro día nos fue a dejar al aeropuerto. Cuando llegamos ¡hacía un frío!, fue un cambio brusco y eso que era febrero. No conocía Punta Arenas, pero como tenía mi hermana acá, sabíamos todo: la nieve, el frío, que había buen trabajo en esos años. Verdaderamente había buen trabajo, encontré trabajado inmediatamente, me fueron a buscar a la casa más bien dicho. Trabajé 39 años como técnico en educación parvularia en la JUNJI21 . Tenía otra hermana, Irene, que también es técnico en párvulos, a través de ella entré a trabajar en los jardines de la JUNJI. Empecé a trabajar en octubre del 77. Llegamos a vivir a la Población 18. Casi toda la familia se instaló en la Dieciocho. Arrendamos casa en la Calle 15, después arrendamos en la 14, después en la Población Carlos Ibáñez y luego mi mamá compró una casa en la Dieciocho con la platita que traíamos en el bolsillo, de la venta del campo y de los animales. Nos vinimos para no volver. Retornar a Chiloé no, porque vinimos todos y dejamos la casa encargada para vender. En Punta Arenas siempre he escuchado en la radio que celebran la noche de San Juan; Jesús Nazareno igual se celebra, he ido varias veces. Cuando trabajaba en la JUNJI fuimos como dos veces a la procesión del Nazareno. Se lleva la imagen de Jesús y va la gente atrás desfilando, van con música, también hay conjuntos chilotes que tocan durante la procesión. A Chiloé viaje cuando Gaby, la hija menor, tenía nueve años, ahora tiene veintiséis. Después he ido hartas veces. Hace un año fui. Cuando me jubilé fui para allá. Me compraron los pasajes mis compañeros de trabajo, me dieron plata para viajar, todo. Encontré más adelantos, empezaron a colocar luz eléctrica, agua potable, todo eso hay ahora en el campo. Hay mucho turismo. Mis padrinos que viven cerca de la playa en Caulín, debajo de su casa hay unas cabañas preciosas. Y siempre está lleno de gente. 21 Junta Nacional de Jardines Infantiles. memorias de chiloé en punta arenas

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César Orlando Gallardo Barría “Cuando tenía 16 años me fui a la Argentina con mi papá. Mi papá fue esquilador”


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e llamo César Orlando Gallardo Barría, tengo 54 años. Nací en Castro en 1963 y me crecí en Quilquico, un pueblito chico que está a 18 km de Castro. A los cinco años entré a primero básico en la Escuela Mixta N° 28 de Quilquico. Después me fui a Castro al Politécnico, estudié primero medio, pero por las condiciones económicas no seguí, porque vi que los recursos en la casa no eran los adecuados. Entonces, cuando tenía 16 años me fui a la Argentina con mi papá. Mi papá fue esquilador. Nos fuimos en barco, en El Colono, con la comparsa de esquila 22; pasamos por Quellón, Coyhaique y desde ahí entramos a Argentina en bus. Estuvimos cuatro meses en la faena de esquila, en el sector de Río Mayo, Las Heras y Pico Truncado. Fue mi primer trabajo, porque en ese tiempo en Chiloé no había fuente laboral, no es como ahora que hay salmoneras, pesqueras, cultivos de choros, varias otras actividades. Quilquico es campo y en el campo hay labores propias del campo. Tienes ovejas, vacunos, gallinas, chanchitos y se trabaja la tierra. Mi mamá era dueña de casa, se llamaba Nilda del Carmen Barría Cárcamo y mi papá, Orlando Gallardo Cárcamo venía a hacer la faena de esquila en Argentina y después en Punta Arenas. El esquilador era el que ganaba más buena plata y esa plata duraba casi para todo el año; después se iba complementando con las labores propias del campo: vender papas, vender trigo y el cambio de animales, cambiaban un vacuno más grande por más chicos y te daban una diferencia. Eso 22 Designa a un grupo de hombres quienes cumplirán distintas funciones durante la temporada de esquila, tales como capataz, agarrador, esquilador, vellonero, cocinero, playero, enfardador, mecánico, entre otras. La comparsa es contratada por los estancieros para el tiempo de la esquila y luego de finalizados los trabajos cada uno retorna a su lugar de origen. memorias de chiloé en punta arenas

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también era ingreso para la casa. El 11 de febrero se celebraba la fiesta de la Candelaria en la iglesia de Quilquico. Otra actividad era el carneo de chancho, esa también es una actividad de los chilotes y del campo. El carneo de chancho es cuando uno engorda un chancho, se le da alimentos, afrecho, comida de la casa, papas cocidas y después se carnea. Se invitan a los compadres, a los vecinos, a los abuelos. Ese era el reitimiento del chancho y después se entregaba el lloco que era una porción, una fuente con sopaipillas, carne de chancho, chicharrones, milcao. Al lado de mi casa, en el campo, estaba la cancha de correr caballos. Esa era una actividad social que congregaba a muchos vecinos de diferentes sectores alrededor de Quilquico. Por ejemplo, iba a correr el caballo de Puyán con el de Quilquico o el caballo de los Garay con el de los Ascencio. Otro evento era cosechar las manzanas y hacer la maja 23 . Nosotros teníamos árboles de manzana. Se arrendaba la máquina para majar y una prensa para exprimir el molido de la manzana y ahí se sacaba la chicha. En Chiloé no había posibilidad de trabajo, no había nada, si toda la gente migraba a Punta Arenas o a la Argentina. La mayoría de la gente de mi edad se fue y no regresó. Yo me vine solo a Punta Arenas el martes 2 de febrero del año 82 para buscar trabajo, por mejores condiciones de vida. Me vine en avión. En esa época, mi papá estaba en Punta Arenas en la faena de esquila, pero yo no vine a eso. A mi papá lo vi como dos días, porque él se fue a las faenas y cuando terminó se fue a Chiloé. Me quedé solo en Punta Arenas. Tomaba la pensión en Armando Sanhueza, Barrio Sur, donde una tía, prima de mi papá. Desarrollé diferentes actividades cuando llegué. Trabajé en el puerto de estibador en un turno de once días; después, me fui a Sombrero, trabajé en los campamentos de ENAP hasta que me tocó el servicio militar en Punta Arenas. Entré el 18 de junio y salí el 18 de julio del año 83. En mi compañía quedé como cabo primero, ahí comencé a trabajar en el batallón del Regimiento, veía la correspondencia. Cuando hice el servicio militar ingresé 23 En Chiloé le llaman maja a la pulpa de manzana con la que se prepara la chicha. · 76 ·

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como magallánico. Nos daban quince días de vacaciones. Me fui a la faena de esquila, a trabajar los quince días en la Estancia de Los Castros, camino a Natales. Trabajaba de vellonero que era recoger la lana y tirarla en un mesón. Cuando terminé el servicio me fui a Posesión, de nuevo a trabajar en los campamentos, hacía aseo en la empresa. Estuve cinco meses fuera, entonces dije: “me voy a Punta Arenas, porque yo quiero sacar mi licencia de conducir”. Y me vine. Trabajé en los parquímetros de esa época, en las tarjetas de estacionamiento. Después me fui a la Frutería Montemar. Saqué mi licencia de conducir en época de invierno, me acuerdo siempre, porque me hicieron parar en Colón, en el cerro. De repente, una persona de la Municipalidad me dice que hay una posibilidad para trabajar en el cementerio de nochero, yo le digo: “No, porque no conozco el cementerio”, me dio terror; pasaron dos días y llega de nuevo, me dice: “Ahora hay una posibilidad de día”. Ingresé el 1 de mayo del año 85. 32 años que estoy trabajando en el cementerio. He desarrollado diferentes funciones: partí adentro en terreno; trabajé de estafeta 24 y también como único operador del horno crematorio. Cuando ingresé al cementerio terminé mi enseñanza media y después entré a estudiar contabilidad computarizada en el CIDEC25; estuve solo un año, porque no me alcanzaba la plata. En ese tiempo ya estaba casado con Adelaida del Carmen Gallardo Cárdenas, nos conocimos cuando trabajaba en la frutería. Ella es de Puerto Montt. Tuvimos dos hijos: Loreto y Bastián. Son Gallardo Gallardo, pero no hay relación de parentesco. A Chiloé volví el año 87 casado y con una hija. Lo encontré diferente. Chiloé ha progresado muchísimo en lo que es conectividad. Antes, en la ciudad no había semáforo, la pavimentación de las calles era poquísima, para ir al campo eran puros caminos de ripio, ahora está todo asfaltado. Nunca retorné a la isla para vivir, me quedé acá. Soy un agradecido de Punta Arenas, porque gracias a Dios me ha ido bien.

24 Empleado que realiza los trámites administrativos en una repartición, fuera de la oficina. “Junior”. 25 Centro de Formación Técnica. memorias de chiloé en punta arenas

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Faustino Omar Aguilar Aguilar “La migración tiene dos causas importantes. Una fue a través del servicio militar. Y la otra, a través de la esquila y otras faenas de estancia”


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i nombre es Faustino Omar Aguilar Aguilar. Actualmente tengo 51 años y soy el segundo de cinco hermanos. Nací en Terao, un sector rural que queda a 15 km de Chonchi, camino hacia Queilen. Cuando me crecí pasaba la ruta, pero no estaba pavimentada. Era ripio solamente. Ahí estuve hasta los 21 años. Tengo los mejores recuerdos. Estudié en la Escuela G 984 de Terao. Había de primero a octavo. Nosotros lo caminábamos todos los días, con lluvia, con viento, con nieve. Nos quedaba a 3 km, media hora caminando normal. La familia se dedicaba tanto a la ganadería, la agricultura y también a la vida de mar. Porque eso es otro aspecto; tú ibas a la playa y tenías los mariscos; lo ibas a sacar fresquito, el pescado también. La marisca era mixto, era un trabajo fácil, ir a sacar mariscos era como una entretención. En el monte tenías el chipón 26 , los poe, las avellanas, el mistal o mitao, el cauchao. Esa es la fruta de la luma, es rico. Se juntaba harto, se molía y se hacía chicha de esto. La chicha era como un trabajo en familia. El carneo del chancho se hacía en invierno. La producción de papas, los vacunos, las ovejas, corderos, chanchos, eso es lo que se comercializaba para generar plata. La gente que tenía carnicería en el pueblo iba a comprar vacunos al campo para faenarlos. Y el resto, era consumo familiar. Nadie pasaba hambre porque, de partida la gente del campo, todos tenían sus cosas para comer.

26 El chipón o chupón, también conocido como quiscal, es una planta endémica que crece desde las regiones del Maule hasta Los Lagos en las quebradas o terrenos sombríos. Su fruto es una baya comestible de forma pequeña y alargada. memorias de chiloé en punta arenas

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En Chiloé también hacía de todo. Aparte que igual la mamá te ponía en esa mentalidad de que tú tenías que estar preparado para después, no quedar con un problema que de repente estás solo y no hallas qué hacer. Uno de nosotros lavaba la loza, otro hacía la masa, otro cocinaba el pan, cada uno tenía su trabajo, su tarea. El hombre es el que trabaja afuera, el trabajo de terreno, de la siembra, lo más fuerte. Generalmente ir al monte, cortar un árbol y trozarlo, porque allá se hacía calefacción a base de leña, no como acá que se usa el gas. Hasta la fecha es todo a base de leña. Ya cuando había que sembrar papas, un trabajo más liviano, las mujeres también salían a trabajar. La mujer se dedicaba a la casa; hacer la comida, dar comida a los animales. Se dedicaban un poco también al tema del vestuario, de hacer las medias, los “yerses”, las frazadas, todo ese tema que usaba la gente de campo, todo a telar. Hacían como “minguitas”, sobre todo en las noches. De repente se juntaban a hilar, después otras lavando la lana. San Juan es como el santo más venerado en Chiloé. Para el día de San Juan, el 24 de junio, se hacían ruquitas, casitas de esas con pajita afuera, tipo la ruquita antigua, pero era para la pura noche de San Juan, y todos se ponían adentro, a cocinar, hacer su fogata, pero había una época en que tú te descuidabas y te incendiaban la casita, y tenías que arrancar, era como la forma de jugar. La mayoría en Chiloé se llama Juan. El año 86 me vine por tierra, de Terao, llegar a Castro son como cuarenta minutos en bus, en Castro pescas el bus, y es lo mismo que se hace hoy día, venir por bus hasta acá. Un día y medio. Mi mamá, Edith del Carmen Aguilar Macías, vino por avión, vinimos los dos juntos en diciembre. Lo que pasa es que vinimos, porque ese tiempo terminó el cuarto medio mi hermana acá en Punta Arenas, y nosotros vinimos a la licenciatura. Ella vino más jovencita a estudiar, y yo finalmente me quedé acá. Me salsaron mis parientes: “Qué te vas a volver pa’ allá, tate un tiempo acá, hace algunas cosas y aquí nosotros te ayudamos”. Yo no lo pensé mucho y listo, me quedé. Por un mes, dos meses, tres meses y ya llevo más de 30 años. Cuando llegué estuve como cinco años con mi abuelita en Río de la Mano. Y de ahí, ya estuve en mi casa en Villa José Grimaldi. Tenía aquí como cinco, seis o siete tíos, y aparte · 80 ·

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toda mi parentela. Casi toda la familia está acá. Los primeros años me costó harto adaptarme. Me quedé, quizás, para terminar mis estudios y altiro en enero estaba trabajando. Me costó, porque a pesar que tenía mi familia no tenía amistades. Donde empecé a hacer como amistades fue cuando entré a estudiar. Me fui a trabajar, me acuerdo, en el Barrio Industrial, en una metalúrgica, donde había pura soldadura. Así que ahí me puse en la línea de los viejitos que soldaban en ENAP, la misma empresa en la que trabajaba me trasladó arriba a Cabo Negro. Me trasladaron para soldar, hacer mantenimiento, porque generalmente la gente de Chiloé se caracteriza por eso, por ser responsable, buenos para trabajar. De ahí trabajé en ASMAR 27 y después me puse a trabajar solo, yo no sirvo apatronado. La migración tiene dos causas importantes. Una fue a través del servicio militar. Y la otra, a través de la esquila y otras faenas de estancia. Entonces ¿qué pasaba?, venía el papá a trabajar, después venía con los hijos, y ya los hijos se quedaban acá, y ese hijo se casaba o iba a buscar a su mujer, y venía para acá con ella; entonces esa migración era por trabajo más que nada. Se venía la familia completa. Yo me crecí en que nuestros padres viajaron mucho al campo, a las faenas, porque antes eran las faenas de temporada, iban a estar seis meses y volvían y así, algunos se quedaban año redondo trabajando. Mi papá, Miguel Ángel Aguilar Chacón, era constructor de viviendas. Él trabajaba en la estancia, afuera en Cameron. Hacía ruedas de esas carretas grandes, urnas, ventanas, puertas, casas, hacía todo. Yo creo que si volviera a nacer, me gustaría hacer lo mismo. En el campo, tienes libertad para todo, seguridad, todo lo que son las comidas naturales, abundancia, agua pura. Esos cambios, que de repente ves en la forma de vivir, los extrañas. Actualmente vivo con mi mujer y dos hijos que ya son grandes. Yo me siento orgulloso de ser de Chiloé, se tiene una identidad propia. Siempre, fin de año, en el verano, me pego una vuelta a la isla.

27 Astilleros y Maestranzas de la Armada de Chile. memorias de chiloé en punta arenas

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Víctor Orlando Marío Barría “La imagen de mujer chilota es mi mamá, una mujer aguerrida a no poder más”


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oy Víctor Orlando Marío Barría. Nací en 1986, tengo 30 años. Soy padre de Itsa de 10 años y Aitor de 20 días. Ambos nacieron en Punta Arenas. Yo, en cambio, nací en Quemchi. La mayoría de las personas de Quemchi nacían en el Hospital de Ancud, pero como yo estaba demasiado avanzado en el proceso de parto nací en Quemchi. Mi mamá, que falleció hace siete años, se llama Flora Otilia Barría Rogel y mi papá Víctor Hugo Marío Antill. Recuerdo que en Quemchi estaban las semanas costumbristas que todavía se siguen realizando. Se llaman Semanas Quemchinas. Lo que más me acuerdo eran estos desfiles de lanchas, disfrazadas de un montón de cosas; hacías un pájaro en tu lancha y salías por el mar. Lo otro que celebraban harto era el fútbol. Habían dos equipos locales: Relámpago y O’Higgins. Mi familia es de O’Higgins. Me acuerdo que vivía en Avenida Landon que era como plano y después, los de Relámpago, vivían como en una cuesta. Me acuerdo, porque mis tíos eran muy buenos para jugar a la pelota, entonces todas mis tías eran muy fervientes para apoyar; el mismo equipo era la sangre. Yo salí súper malo para jugar a la pelota. Nunca me llamó la atención el fútbol, siempre hay uno que rema para atrás y para el otro lado, ese era yo. Mi familia era muy devota a la religión católica. De niño también fui a la Fiesta de Caguach que era la más importante de todas. La primera vez que fui tenía seis o siete años. Navegamos en lancha como cuatro, cinco horas o más. Me acuerdo que era memorias de chiloé en punta arenas

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muy largo el viaje y que vomitaba mucho, porque era muy movido. Me acuerdo que en las procesiones de Caguach sí o sí llovía, nunca tocaba bueno. Para la procesión se llevaba una figura de Cristo y se hacía una tremenda festividad, era mucha comida, lo que es Chiloé, su cultura se basa en la comida. De Quemchi iba como toda la flotilla, siete u ocho lanchas deben haber salido desde Quemchi, pero cuando llegábamos a Caguach eran muchas más. Viví hasta los 10 años en Quemchi, luego mis papás me trajeron a Punta Arenas porque ellos vinieron primero en busca de una mejor vida para nosotros. Con mi hermana Carla Vanessa nos quedamos encargados con una tía, la hermana de mi mamá. Después de un año nos fueron a buscar y nos vinimos a Punta Arenas. El hermano de mi abuelo vivía acá; entonces mi mamá tenía bastantes primos que la incitaron a venir, porque el estándar de vida era muy precario en Chiloé. Nunca nos faltó comida, pero por ser hijos de obreros te alcanzaba solamente para sobrevivir, no para surgir. Mi mamá trabajaba de cocinera; mi papá soldador. En ese tiempo, el trabajo más sustentable era en las pesqueras, entonces mi papá trabajaba para la salmonera en la mantención y reparación de todo lo que era estructura metálica; y mi mamá trabajaba en un internado haciendo la comida a los que pernoctaban ahí. Mis papás arrancaron de Chiloé en 1995, antes de la crisis del salmón. Vinieron a Punta Arenas a buscar una mejor vida. Mi papá entró a trabajar a ASMAR como soldador y mi mamá como ama de casa, de empleada doméstica puertas afuera. Al final duraron juntos como dos años y se separaron. Mi papá volvió a Chiloé y nosotros nos quedamos acá, varados con mi mamá; ella sola trabajando. La imagen de mujer chilota es mi mamá, una mujer aguerrida a no poder más. Criaba a sus propios animales en Chiloé, chanchitos, patos, criaba chanchos gigantes. Como ella trabajaba en la cocina, terminaba su jornada de trabajo y caminaba como 4 o 3 km todos los días, cargada con dos baldes de veinte kilos, cada uno, llenos de comida. Yo, hasta los días de hoy, no sé cómo lo hacía. De Chiloé extrañé el curanto y el reitimiento de cerdo. Es que mi mamá criaba unos chanchos gigantes. Cuando los mataban, ella llamaba a todas sus

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vecinas que llegaban a ayudar. Llegaban y empezaban a reunirse todas las familias, entonces de ahí se sacaba la manteca, los chicharrones, se hacían roscas, milcaos y todo del mismo cerdo. Todas llevaban papas y era un día completo, era como un día de campo, pero en la casa. En Punta Arenas no teníamos dónde criar animales, porque los patios acá son reducidos. Yo quería venir, porque quería estar con mi mamá. Me acuerdo que vine a Punta Arenas en 1996, en diciembre, porque estaban empezando las vacaciones y teníamos que conseguir un colegio donde entrar. Viajamos en bus; solamente las personas que tenían mucha plata podían venir en avión. En ese tiempo la carretera no estaba terminaba, el bus se demoraba alrededor de 36 horas, casi dos días desde Puerto Montt. Cuando llegamos igual hacía como frío, pero yo nunca sentí frío, no encontré un gran cambio, porque nosotros veníamos de Chiloé y Chiloé tampoco se caracteriza por tener un clima muy tropical. Es lluvioso. En Punta Arenas lo más común es la nieve, me encanta la nieve, así como en Chiloé me encantaba nadar, todo el día nadaba. Cuando llegué entré a la Escuela España. Estuve un año ahí. Después me cambié a la D-24 lo cual mejoró un poquito el estudio, porque era un colegio más organizado. De chico tuve hartos problemas, porque los chilotes igual eran mal mirados en Magallanes, por los niños. Tú hablas con un adulto y ellos tienen dos, tres tíos, un primo o alguien de Chiloé, como que ya es normal, pero para los niños era como “Oye, chilote de mierda”. Yo me sentí discriminado por ser chilote. Aparte que teníamos otro lenguaje. Éramos la burla, entonces, claro, yo tuve igual vergüenza de ser chilote en un momento. Cuando ya después eres grande, ya lo asumes, son tus raíces y es rico, pero igual costó mucho al comienzo asumir que eres chilote, decir que eres chilote. Ahora saco pecho. Ahora es rico decir que uno es de Chiloé, por la cultura y todo; es otra valorización. Dentro de todo he tenido suerte. Seguí la misma senda que mi papá, estudié soldadura en la Industrial, después hice el servicio militar y me quedé trabajando en la Fuerza Aérea, 12 años que ya llevo trabajando ahí.

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Hugo Armando Guerrero Nauduam “Me quedé sin pega el 97 (...) Le digo a mi mamá: ‘no he encontrado pega; quiero irme a Punta Arenas o a Río Grande’. Ella nunca me creyó (…) Siempre me decía: ‘El barco todavía no flota’ (…)”


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i nombre es Hugo Armando Guerrero Nauduam. Tengo 44 años. Nací y crecí en la isla Chelín, a dos horas de Castro. Allá no había luz, crecí con el mechero. Mi mamá, Olga del Carmen Nauduam Gómez, se dedicaba al cultivo de papa. Mi mamá era la que llevaba la casa, siempre le decía la vietnamita, la combate, ella es una mujer de lucha. Me acuerdo que hacíamos competencia quién sacaba papas más rápido, y me ganaba. Nosotros fuimos una familia muy numerosa y de muy bajos recursos. Fuimos pobres en el sentido material, pero nunca pasamos hambre. Somos trece hermanos vivos, soy de los menores dentro de la camada. La mayoría salió de Chiloé, están casi todos en Río Grande. En Chelín se hacía mucha minga, especialmente para la cosecha de trigo. La trilla es mucha pega. Está el dueño de la máquina, a quien se le pagaba con trigo o con moneda, él colocaba el cilindrero28 . Había un ayudante que cortaba los manojos de trigo o bien tiraba la paja; un rastrillero que sacaba la paja de la boca de la máquina, y estaban las pajeras, que siempre eran mujeres. Su función era mover la paja, la sacudían y el grano iba quedando abajo. Eso se perdió, porque la gente ya no quiere sembrar. En el verano del 93 salí a trabajar hasta las Guaitecas. Fui a la pesca de la merluza. Me saqué la mugre, junté plata, porque tenía ese anhelo de fertilizar el suelo. Mi desafío era demostrarle a mi 28 Persona encargada de colocar los manojos de trigo en la trilladora, quien suele ser la dueña de la máquina. memorias de chiloé en punta arenas

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mamá que sí podía hacer esa cuestión. Yo sabía que la fertilización de pradera se hace de marzo a abril. Le dije a mi hermano Damián: “no me pongas un animal acá, esto está para el invierno; acuérdate, voy a ser el único que va a tener pasto”. Y funcionó. En Chelín terminé el octavo y me fui a Castro a estudiar al Liceo Politécnico, pero estuve un semestre, no me gustaba construcción, electricidad, ninguna carrera y me devolví a la isla a trabajar el campo. Luego, con 18 años, estudié Técnico Agrícola en el IER, el Instituto de Educación Rural, e hice un año de salmonicultura. Eso me permitió trabajar en Chiloé, en la empresa Invertec, en Chonchi, en la parte de agua de mar que es la fase del salmón, pero me quedé sin pega el 97. Me volví a la casa, donde mi vieja, en Chelín. En la misma isla había una empresa que se llamaba Tecmar, postulé, pero tampoco quedé. Le digo a mi mamá: “No he encontrado pega; quiero irme a Punta Arenas o a Río Grande”. Ella nunca me creyó, porque me iba a ver y yo estaba durmiendo. Siempre me decía: “El barco todavía no flota”. Me fui y ella pensó que iba a Castro como lo hacen todos en Chelín. No le dije nada. Cuando llegué a Punta Arenas, después de dos días de viajar en bus, llamé a mi mamá y le conté que ya estaba acá. Estoy en Punta Arenas hace 20 años. Vine el 98. Ese año estaba el boom del mundial de Francia y en Chiloé estaba el boom de las salmoneras. Dejando de lado la contaminación, las salmoneras dieron mucho trabajo. Chiloé, Castro, creció gracias a esa industria. Pero el 98 hubo una crisis con el tema del dumping, que es una estrategia comercial internacional, consiste en dañar el producto de una empresa y así me quedé sin trabajo. Me vine a fines de agosto pensando que el clima estaba estupendo, que era como Chiloé. Salí de ese bus y temblaba. Me vine a encontrar con un clima frío, escarcha, nieve, la gente rara. Llegué donde mi hermana, en la Población Manuel Rodríguez, Barrio Sur, y no salía del calentador. Estuve casi un año sin pega y me fui a Río Grande. Empecé a hacer los papeles para poder trabajar, pero nunca salieron. El futuro no era ahí. Todos mis hermanos me ayudaron, pero no me pude quedar y tenía que volver a Punta Arenas.

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La experiencia fuerte fue en Punta Arenas, porque acá no tenía nada. Me costó buscar trabajo con título. Mi primer trabajo fue limpiar baños en el Conservatorio de Música de la UMAG29 . Estuve tres meses. Ahí había un profesor que me dice: “Mira, hay un curso para inseminación de ovejas en el INIA30 , sale trescientos cincuenta mil pesos, una semana”. Le digo, “pero profe, yo gano sesenta lucas”. Me dijo: “Bueno, consíguetelas, haz el curso, postula y acuérdate que vas a quedar ahí”. Mi hermana Carmen me consiguió la plata, me fui a postular y quedé en el proyecto de innovación agraria, fui el único. Era un proyecto de ñandúes en semi-cautiverio; primera vez que se hacía en Punta Arenas, era en Kampenaike, camino a Natales. Después trabajé en el SAG31 , en el tema de fiebre aftosa, todo lo que era frontera y control. Empecé en Dorotea, después me trasladaron a Cerro Castillo, terminé en San Sebastián, la única frontera que me faltó fue Monte Aymond. Un día voy a entregar mi cargo a Natales, iba en el bus y en Río Verde se sube una persona de edad. Le digo “¿trabaja en estancia?”. Me dice: “No, trabajo en piscicultura”. Esperé tanto tiempo encontrar una piscicultura acá. Cuando volví a Punta Arenas fui a dejar mi currículum a la empresa SKYSAR y al otro día me llamaron a entrevista. Eso fue el 2002 y, hoy por hoy, llevo 15 años. Entré en un proyecto nuevo, sistema de recirculación para crianza de salmones de fase de agua dulce. Es la única piscicultura en Punta Arenas, y la otra es Salmones Magallanes que está en Natales hace tres años. Cuando me inicié en la piscicultura me chiloteaban. Me agarré con uno de acá, porque me molesta y me duele que una persona me chilotee, siendo que su abuelo era chilote. Me duele y me da rabia, pero ahora viene la otra parte, estoy muy agradecido de esta región. Sin esta región yo no hubiera sido nada. Quiero quedarme acá y vivo renegando. Reniego, pero no me gusta que hablen mal de esta región. Reniego por el clima, el viento lo odio. Me ha costado adaptarme al clima, pero algo tiene esta ciudad que te agarra. Me gustan los desafíos, y ¿cuál es el desafío acá? El clima. 29 Universidad de Magallanes. 30 Instituto de Investigaciones Agropecuarias. 31 Servicio Agrícola y Ganadero. memorias de chiloé en punta arenas

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Hernán Mardoqueo Leuquén Vargas “La misión era volver a Chiloé y ayudar a la familia. No volví, pero traje a mi gente después. Ellos pasaron por la crisis del virus ISA”


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oy Hernán Mardoqueo Leuquén Vargas. Tengo 32 años. Soy profesor de Historia. Trabajo en INACAP32 como asesor pedagógico y hace poco formé una empresa de turismo regional. Nací en el Hospital de Castro y me crié en Chonchi pueblo, seudo-urbano. Estudié en una escuela de Chonchi que era la única escuela, se llamaba Manuel Jesús Andrade Bórquez, lleva el nombre de un cultor chilote-chonchino que escribió la canción “Chonchi querido”. En la enseñanza media entré a un liceo del sector marítimo, se llamaba Instituto del Mar Capitán Williams Rebolledo. Estudié Técnico en Acuicultura. Estuve viviendo con mis viejos y mi hermano. Ellos son de Chiloé. Somos todos chilotes. Bueno, mi mamá, Fany del Carmen Vargas Saldivia, es de Puerto Natales, vivió en Río Grande y en Gallegos. A los 23 años se va a Chiloé. Ella estaba metida en un tema religioso: evangélica. En Chiloé conoció a mi papá, Víctor Hernán Leuquén Leuquén. Mi papá es oriundo de Tara, un lugar que está entre Chonchi y Quellón. Mi papá ahora tiene 76 años y mi mamá 62. Mi papá siempre fue ebanistero, carpintero-mueblista. Cuando era joven me cuenta que tuvo una de las primeras carpinterías en Chonchi, se llamó la Carpintería Austral y tiene un hito de la carpintería, porque después del año 60 estuvo a cargo de la obra de restauración de la capilla de Notuco. Mi mamá trabajó como operaria en las pesqueras, armando carnada para la pesca con es32 Creado por el Estado en 1966 como Instituto Nacional de Capacitación Profesional para el perfeccionamiento de los trabajadores, fue privatizado en 1989, el último año de la dictadura. Conserva la sigla y actualmente es Universidad Tecnológica de Chile, Instituto Profesional y Centro de Formación Técnica. memorias de chiloé en punta arenas

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pineles; trabajó como manipuladora de alimentos para el Instituto del Mar y también trabajó como asesora del hogar en un lugar que se llamaba Nercón. En Chiloé tuve una infancia totalmente sana, natural, con harto bosque, campo, barro, lluvia. La infancia era de relaciones comunitarias. Yo viví en un sector bien popular, le decíamos La Pobla, porque éramos como el patio trasero de Chonchi. Recuerdo que a los 12 años ya comencé a trabajar. Mi primer trabajo fue salando sardinas para los barcos bacalaeros. Luego trabajé en una empresa de choritos y a los 14 años, después que empecé a estudiar acuicultura, fui control de calidad en una empresa que se llamaba Fjord Seafood, una empresa noruega. Nunca trabajé en el campo. Viví solamente en Chonchi, pero por efectos del trabajo tuve la suerte de conocer las tres islas más grandes del archipiélago: Lemuy, Quinchao y Tranqui. El 26 de febrero de 2005 me vine a Punta Arenas. Tenía 19 años. Llegué en Queilen Bus, después de 36 horas de viaje. Me vine, porque colapsé por el exceso de trabajo: La explotación del hombre por el hombre, como leí en un libro alguna vez. En este mundo acuícola había mucho abuso a los trabajadores. En una de las faenas de cosecha de salmones estuve en un lugar que se llama Terao Bajo, trabajábamos casi 14 horas en el día; salíamos a las cinco de la mañana y regresábamos a las once de la noche a la casa. Era una tortura. Vine a Punta Arenas, porque como mi mamá era de Natales tenía una tía que vivía acá. Me acuerdo que hice un preuniversitario en La Araucana. Yo me quería ir a estudiar. Justo llegó esta tía y dice: “Oye para qué va postular al norte, que se vaya a Punta Arenas”. Mi hermano Víctor me dijo: “Anda, tú ahora puedes, yo te apoyo y te pago”. Di la PSU33 , saqué como 580 puntos ponderados y me vine a estudiar Pedagogía en Inglés en la UMAG. La mayoría del curso hablaba inglés, yo sabía decir ‘ventana’ y ‘puerta’. A Punta Arenas llegué un día domingo. Me la lloré toda cuando salí de Chiloé, pero cuando venía en el camino, entrando en la pampa, también fue terrible, porque nunca había visto esa vegetación. Me acuerdo hasta del 33 Prueba de Selección Universitaria. · 92 ·

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movimiento del bus con el viento. Me llamó la atención que varias personas de Chiloé viajaban en ese mismo bus. Venían a vender ropa, venían a la estancia. Cuando llego acá me empiezo a encontrar con una ciudad, con el Barrio Industrial, con harta movilización. La primera vez que conocí como funciona un ascensor fue aquí, a los 20 años. Viví con la tía Alicia como tres meses, al lado del Río Las Minas. Después me fui donde una familia chilota, por la Dieciocho. Acá estudié y trabajé. Si trabajé toda una vida, cómo no iba a volver a trabajar. Fui al muelle Prat, hablé con los estibadores, les dije que era estudiante, que venía de Chiloé, que quería trabajar en la faena y me dieron pega. Después trabajé en el supermercado Líder de auxiliar de cocina, ahí me daban almuerzo, también tenía la beca de la UMAG; como buen chilote me aseguraba con la comida. La misión era volver a Chiloé y ayudar a la familia. No volví, pero traje a mi gente después. Ellos pasaron por la crisis del virus ISA. El salmón, promovió mucho dinero, excedentes, estabilidad, aumentaron los locales comerciales, los pequeños empresarios, los colegios. Llegó la bonanza en Chiloé a partir del 85 en adelante y eso duró hasta el 2008. La gente como en el 98 empezó a ver que el salmón era grito y plata, mucha gente vendió su campo, se fue a vivir a la ciudad y se encalilló con un Banco. Después cuando viene este virus, mucha gente comenzó a perder todo, se empezaron a embargar las cosas, hubo una crisis gigantesca. Mi hermano que estaba trabajando en Quellón quedó sin pega; él asistía a mi papá y a mi mamá en Chonchi. Mi familia estaba en crisis económica, así que acudí a la ley chilota de apoyarse. Terminé el 2010 de estudiar, sin pega, les dije: “vénganse no más”, y se vinieron a un mundo totalmente distinto, sobre todo para mi papá, él no había vivido en otra parte que no fuera Chiloé. Dos años arrendamos. Fue como volver a la nada, pero después ya pudimos retomar. Se vendió la casa de Chiloé y se compró una acá, en la Población Alfredo Lorca. Actualmente vivo con mi pareja, Isabel Mayorga Gallardo y mi hija Maite Oyarzún Mayorga. Ambas son de Punta Arenas. A Chiloé no vuelvo. Me quedó acá, porque hay un proyecto de vida, hay trabajo y las raíces las quiero echar acá.

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Carmen Paulina Oyarzún Segovia “Desde que nací, nací con un milcao”


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e llamo Carmen Paulina Oyarzún Segovia. Todos me dicen Paulina. Soy profesora de Historia y estudio Magíster en Ciencias Sociales, mención Patrimonio, en la UMAG. Tengo 27 años. Nací en 1990 en Castro, pero viví toda mi infancia, hasta como los 15 años, en Notuco, comuna de Chonchi. Después, cuando mis papás se separaron, estuve como cuatro años, también dentro de la comuna, en un lugar que se llama Canán, donde viven mis abuelos maternos: Fideliza Báez Montiel y Julián Segovia. Ambos lugares son sectores rurales, solo que en Canán había más población de edad. Mi abuela es fiscal34 de la iglesia de Canán y su patrona es la Virgen del Carmen; asumo que por eso me puso Carmen. Me crié en Notuco, pero todos los fines de semana nos íbamos al campo donde los papás de mi mamá. Había cosas que hacer: desde juntar pasto, sacar papas, darle comida a los animales y si se hacía tanto trabajo había que comer, entonces se preparaba la cazuela o algo rico para la once, ya sea rosca frita o milcao. En mi casa, desde que nací, nací con un milcao. Antes, como era 34 La figura de los fiscales surge en el archipiélago de Chiloé durante el proceso de evangelización que se extendió a todo el territorio, incluida las islas menores. A partir de ese momento histórico, se edificaron iglesias y capillas, pero como los sacerdotes no residían en esos lugares ni los frecuentaban con habitualidad, nombraban a algún lugareño —reconocido por su comunidad— a quien se le encomendaba la labor de cuidar y “fiscalizar”. Había un fiscal por capilla y eran generalmente hombres. Los fiscales cumplían diversas funciones: podían bautizar, dar la doctrina, acompañar al agonizante para una muerte digna, cuidar la capilla y actuaban como mediadores en conflictos internos de su comunidad. memorias de chiloé en punta arenas

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mucho más habitual el tema de los reitimientos de cerdo, nos juntábamos en la casa de mis abuelos, venía el hermano de mi abuela que vive a 2 km y la prima de mi abuelo que vive al frente. Éramos tres familias en torno al reitimiento. Cebaban el chancho todo un año. Eran gigantes, entonces, se aprovechaba todo, la chagua35 y toda la grasa después se corta, se pone en un caldero y se pone a freír la carne, salen los chicharrones, la manteca, se hacen prietas: “Tengo unas ganas de comer morcilla”, decía mi abuela. Estudié la básica en colegio rural, en Notuco, pero desde chica siempre quise estudiar fuera, en Ancud, en El Pilar. Cuando llegué a octavo básico había que postular a los colegios, pero tenía que irme a uno que tuviera técnico, porque no sabía si iba a poder seguir estudiando. Postulé al Politénico de Castro y al Pilar de Ancud, quedé en ambos y decidieron El Pilar porque el Politécnico no me gustó. Postulé para el internado, era complejo quedar por la alta demanda que tenía. Venía gente de todas partes, de Puerto Montt y de las islas de alrededores. Tenías que quedar en el internado porque, de lo contrario, tenías que buscar pensión, había que pagar y la situación económica no era la mejor. Quedé en el internado y me fui a Ancud a estudiar la especialidad técnica de nivel medio en Administración. Cuando terminé el liceo quería estudiar historia, historia, historia. Postulé en primera opción a Historia en la Universidad de Magallanes. Fue a la única universidad a la que postulé, porque en Punta Arenas estaba mi tía, la hermana de mi mamá. Mi tía lleva mucho tiempo viviendo en Punta Arenas. Vino de paseo, con 18 o 20 años de edad, a ver a sus abuelos y al final se quedó porque, en realidad, toda la familia de mi mamá se vino por temas laborales, porque en Chiloé no había fuente de trabajo. Algunos se quedaron en la isla y hasta el día de hoy siguen trabajando su campo, su tierra, trabajan con animales, en agricultura y de eso viven. En cambio, los que se vinieron, entraron a trabajar en ENAP, otros en la pesca. Cada quien venía, decía me fue bien, y venía otro. Cuando me vine, la situación de Chiloé no era mala, la gente se dedicaba a la pesca, agricultura y turismo, es casi igual que ahora. Lo que sí, ya estábamos 35 Cuero del chancho. · 96 ·

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con la crisis salmonera. En el 2008 comenzó la crisis, pero no se sintió tan fuerte hasta el 2010. Desde acá, yo sabía que cerraron fábricas; en las noticias salía que despidieron a tantas personas, en Quellón quedó la crema, en Chonchi cerraron como tres empresas, y así. El 2009 me vine a estudiar. Ya conocía la ciudad, porque en el verano del 2007 vinimos de viaje a visitar a mi tía. Además, mi papá siempre me hablaba de Punta Arenas, porque su infancia la vivió acá. La familia de mi papá es de Magallanes. Vivieron mucho tiempo en Punta Arenas, trabajaban de inquilinos en una estancia y la casa que cuidaban se quemó, así que tuvieron que salir y se fueron a Chiloé. Recuerdo que mi papá tenía una foto con su hermana, de esas antiguas, cuando estaban de moda esos pantalones como patas de elefantes, bien trajeados los dos en la plaza, en la pata del indio. Cuando salí de Chiloé el día estaba soleado. Mi mamá y mi hermano me fueron a dejar a Puerto Montt, viajamos en bus, cruzamos el canal de Chacao, llegamos al aeropuerto; mi mamá lloró todo el viaje, seguía llorando cuando me bajé del avión en Punta Arenas. Como a las cuatro o cinco de la tarde ya estaba acá. Hablaba con mi mamá y seguía llorando. Ella todavía seguía viajando, porque el trayecto en bus de Puerto Montt a Chonchi dura mucho más que el avión de Puerto Montt a Punta Arenas. Cuando llegué a Punta Arenas me fueron a buscar mis tíos al aeropuerto. No había mucho viento, había esa brisita magallánica. Llegué a vivir a su casa, al frente del Río Las Minas. En una semana ya sabía qué colectivo tomar para ir al centro. Me llamó la atención la locomoción, había mucha para mí, entonces era todo un poco más rápido que en Chiloé. Tampoco era el mejor sistema, porque todos sabemos que en invierno cae un poco de lluvia, nieve, y no hay colectivos. A Chiloé volví al año siguiente, iba en el verano para trabajar en el Museo de las Tradiciones Chonchinas. Quiero volver en algún momento, no sé si a vivir, porque igual quiero salir del país. Me gustaría volver, pero a trabajar, lo que estoy estudiando ahora aplicarlo allá, porque hay mucho qué hacer: en temas pedagógicos, en temas de historia, en temas de investigación.

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Fotografías de la memoria


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3 1 Eleodoro Ulloa en su taller de calzado Carolita 2 Eleodoro Ulloa con 20 años en Río Turbio 3 Familia de Ester Mayorga en el trabajo de la trilla, isla Quenac

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4 Familia de Judith Mayorga en isla Quenac 5 Hilda Gallardo junto a su marido Fernando Ojeda 6 Hilda sembrando papas en la huerta de su casa en Punta Arenas 7 Olga Nauduam, madre de Hugo Guerrero, confeccionando un canasto de ñocha 8 Retrato de los hijos de Nora Cárcamo, Pedro y Miriam 9 Retrato de la madre de Carmen Guineo, María Tina Guineo

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Capítulo II

Chiloé en Punta Arenas



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ARQUITECTÓNICO-HISTÓRICO 10 - Iglesia Santuario Jesús Nazareno 23 - Necrópolis chilota 54 - Construcción antigua URBANÍSTICO 2 - Iglesia de Fátima 6 - Iglesia de San Francisco de Asís 8 - Iglesia San José El Carpintero 9 - Calle Chilote Díaz 10 - Iglesia Santuario Jesús Nazareno 11 - Población 18 de Septiembre 14 - Población Archipiélago de Chiloé 16 - Jardín Infantil Intercultural A. de Chiloé 24 - Monumento al Ovejero (chilote Abel Oyarzún) 29 - Calle Chiloé 30 - Monumento a la Goleta Ancud 31 - Casa de Francisco Coloane Cárdenas 34 - Población Río de la Mano 35 - Réplica de la Goleta Ancud 52 - Iglesia Santo Cura de Ars ORGANIZATIVO-SOCIAL 10 - Comunidad Santuario Jesús Nazareno/ Centro de Caguach 20 - Centro Hijos de Chiloé 21 - Centro Ancuditano 36 - Agrupación Conjuntos Chilotes ACOCHI SIMBÓLICO-CULTURAL 7 - Mural de Jesús Nazareno 28 - Cartel Puerto de Quemchi 20 - Mural de Chiloé 23 - Figura del Nazareno en tumbas del Cementerio Municipal ECONÓMICO-SOCIAL

1 - Restaurant Donde Hueicha 3 - Pescadería El Caleuche 4 - Almacén El Quehuino 5 - Almacén La Pincoya 12 - Almacén La Económica 15 - Almacén El Hornito 19 - Pescadería La esquina del Cholo 20 - Restaurant Hijos de Chiloé 26 - Pescadería San Pedro 27 - Restaurant El Mercado Chilote 32 - Transportes y bodega de productos agrícolas de Chiloé San Andrés 33 - Nigth Club Rilán 38 - Almacén Chacao 39 - Almacén Goleta Ancud 40 - Almacén El Nuevo Castreño 41 - Funerales Jesús Nazareno 42 - Bar El Chonchino 53 - Almacén El León de Oro SIMBÓLICO-SOCIAL 2 - Fiesta religiosa de Fátima 6 - Fiesta religiosa de San Francisco 8 - Fiesta religiosa San Pedro Pescador 10 - Noche de San Juan 20 - Noche de San Juan 21 - Noche de San Juan 36 - Festival Costumbrista de Chiloé 43 - Fiesta religiosa Jesús Nazareno de Caguash 45 - Fiesta religiosa Novena del Carmen 49 - Reitimiento de chancho 52 - Fiesta religiosa de La Candelaria



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as historias leídas en el capítulo anterior permiten comprender que la migración no es solo un proceso o un viaje, es también una permanencia en el lugar de llegada; es así que toda migración implica reproducir la vida en otro lugar. Chiloé se encuentra ubicado más allá de sus fronteras geográficas, porque su cultura y su gente se han desbordado por el espacio y han quedado contenidas —aunque fragmentadas— en otros territorios. Punta Arenas es, en ese sentido, un otro lugar, una ciudad donde Chiloé está arraigado en una variedad de elementos —materiales e inmateriales— que evocan a ese lugar de origen, a ese terruño lejano; elementos que no necesariamente están de manifiesto y palpables a los ojos. Algunos referentes requieren sutilezas para ser captados e incluso introducirse en la vida doméstica de las prácticas; mínimos detalles de la vida cotidiana o pequeñas palabras e imágenes hablan de Chiloé. Los elementos o referentes no llegan por sí solos ni por arte de magia a la ciudad, llegan con la gente, con los grupos sociales y responden tanto a una necesidad material como también a una estrategia de memoria, de anclaje a la cultura de origen y a la propia historia, y —¿por qué no decirlo?— de resistencia cotidiana frente a las identidades hegemónicas de la región. La migración de personas provenientes de Chiloé a Punta Arenas ha significado, para muchas, una radicación sin retorno y definitiva en la ciudad. Una importante población se quedó a vivir en este territorio austral y al asentarse fueron recreando ciertos referentes culturales de Chiloé y, a su vez, apropiando elementos de la zona de destino, referentes foráneos que dialogan constantemente con la cultura propia, creando un sincretismo particular en el lugar habitado. Pero para recrear prácticas culturales en un nuevo espacio territorial no basta la imaginación, sino que también parece necesario encontrarse con una comunidad que comparte ciertos rasgos culturales que se articulan como emblemas simbólicos y distintivos de la identidad.

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¿Chiloé en Punta Arenas? Efectivamente, y este capítulo del libro tiene la pretensión de visibilizar cómo, en qué y de qué manera se observa la presencia de Chiloé en la ciudad de Punta Arenas. Básicamente es un ejercicio que permite situar la cultura chilota en el entramado urbano: Chiloé y su gente se encuentran en Punta Arenas, en Magallanes y en la Patagonia sin fronteras; con su presencia y permanencia en el territorio han contribuido a la historia local regional. Sin su influjo, la historia de Punta Arenas, de Magallanes y de la Patagonia no sería la misma. Volvemos a la pregunta ¿Chiloé en Punta Arenas? Sí, y al mirar el mapa de las páginas anteriores se podrán dar cuenta de que la ciudad cobra distintos colores. Cada color refiere a elementos distintivos, más bien a dimensiones de la realidad que nos hablan de Chiloé en Punta Arenas. Se han identificado seis dimensiones que visibilizan la presencia chilota en la ciudad: organizativo-social, arquitectónica, urbanística, simbólico-cultural, económico-social y simbólico-social. En un momento se mencionaba que para recrear prácticas es necesario crear comunidad y una estrategia generada por la población isleña ha sido la conformación de distintas organizaciones sociales con la finalidad de convocar y aglutinar a la gente de un pueblo que se ha dispersado por varios territorios.

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La dimensión organizativo-social se encarna en la creación de grupos emblemáticos y de reconocimiento dentro de la ciudad de Punta Arenas como el Centro Hijos de Chiloé, Centro Ancuditano o Centro Hijos de Ancud, Agrupación Folclórica de Conjuntos Chilotes ACOCHI y la Comunidad Santuario Jesús Nazareno. Algunas agrupan a personas provenientes de un lugar específico del archipiélago; otras son más masivas. Algunas se centran en la gastronomía y celebraciones tradicionales, otras en la música o en la religiosidad. En sus inicios, por los años ochenta, aglomeraba principalmente a población de Chiloé; con el trascurrir del tiempo se han incorporado los y las descendientes y también la propia población magallánica no necesariamente oriunda del archipiélago.

ACOCHI. Pasaje El retiro

Centro Hijos de Ancud. Pasaje La Picada 330-B · 110 ·

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Centro Hijos de Chiloé. Av. España 01449


Vivienda con fachada de tejuelas. Av. Independencia 428

Al recorrer la ciudad aparecen pocos elementos que hablen de la cultura de la madera de Chiloé en sus edificaciones, es decir, que evoquen algo de la dimensión arquitectónica de Chiloé. Dicen que el clima magallánico, extremo y riguroso, de bajas temperaturas, nieve y fuertes viento, imposibilita reproducir el estilo arquitectónico del archipiélago y hacer uso en exclusividad del recurso de la madera para construir el espacio del habitar. Sin embargo, la manera en cómo se distribuye el espacio al interior de las viviendas puede decir bastante de cómo la vida cotidiana isleña se reproduce en la ciudad de Punta Arenas, más allá de la materialidad de la edificación. Una vivienda donde la cocina cobra protagonismo es porque algo de la cultura doméstica de Chiloé está presente. Pero indagar en los referentes inmateriales de la práctica doméstica requiere una mayor profundidad que no está en los límites de este trabajo.

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Construcciones fúnebres estilo chilote, Cementerio Municipal de Punta Arenas

Santuario de Jesús Nazareno. Av. Circunvalación esquina Av. Salvador Allende

Mencionábamos que es complejo ver y palpar lo arquitectónico de Chiloé, pero caminado por Av. Independencia se observa la existencia de una vivienda que réplica las tejuelas de alerce tan características del archipiélago. También se aprecia que la edificación del Santuario Jesús Nazareno intenta rescatar en su fachada algo de la estilística arquitectónica de la iglesia de isla Caguach. Y en el Cementerio Municipal de Punta Arenas se encuentran construcciones fúnebres típicas de la isla, tumbas que hablan de la cultura de la muerte en Chiloé. Dicen que antiguamente había, en la avenida central del cementerio, una casita de madera revestida con tejuelas de alerce, necrópolis tradicional estilo casa-tumba, construida por una familia chilota para enterrar a sus muertos y cuyo estilo permitía recrear el hogar de la persona difunta en su aspecto exterior. Hoy no existe presencia de esa necrópolis, solo se aprecian tumbas como aquellas existentes aún en los cementerios rurales de Chiloé, es decir, tumbas en tierra desde donde emergen las cruces de madera o tumbas que se encuentran protegidas por un cerco de fierro o madera. En las construcciones fúnebres se observan coronas de flores artificiales coloridas, fotografías del finado o finada, e imágenes o pequeñas figuritas de Jesús Nazareno de Caguach. · 112 ·

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El mapa de Punta Arenas muestra grandes espacios densos en color que hacen referencia al surgimiento de poblaciones urbanas que se caracterizan por la presencia de personas migrantes de Chiloé y también porque sus toponimias hablan del archipiélago y su gente. En la dimensión urbanística es relevante el emblemático Barrio 18 de Septiembre, cuyos terrenos fueron otorgados a fines de los años cincuenta a familias, la mayoría de Chiloé, cuando presidia la alcaldía una mujer isleña, Felicia Barría Vera. Tampoco se puede dejar de mencionar a la Población Archipiélago de Chiloé, cuyas calles evocan la realidad insular en sus nombres. En la Población existe la calle Ancud, la Av. Castro, Quellón, Dalcahue, Curaco de Vélez, Los Oyarzo, Los Vera, Los Hueicha, Los Colivoro, entre otras. Otros nombres en el centro de Punta Arenas son los de la calle Chiloé, que abarca varias cuadras y es por donde transita la locomoción colectiva, y la calle Chilote Díaz en referencia a un regidor de la ciudad.

Letrero de la calle Chilote Díaz

Tramo de calle Chiloé memorias de chiloé en punta arenas

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En la dimensión urbana encontramos monumentos que refieren a la historia de las migraciones chilotas a Magallanes como el barco réplica a la Goleta Ancud ubicado en el Museo de Sitio Nao Victoria —en la parte norte de la ciudad— y el monumento a la embarcación misma ubicado en plena Av. Costanera —en el centro urbano—; o el Monumento al Ovejero construido hace más de 70 años y que además de homenaje genérico inmortaliza en bronce a Abel Oyarzún, un hombre de Chiloé, nacido en Curaco de Vélez, que migra a la región y se convierte en ovejero de estancia. En la literatura nos encontramos con la figura de Francisco Coloane Cárdenas, un escritor chilote nacido en Quemchi que migra a Magallanes. Una de las casas en que vivió en el sector centro de la ciudad, a los pies del cerro La Cruz, rememora la presencia del escritor con una placa recordatoria.

Réplica al barco Goleta Ancud, Museo de Sitio Nao Victoria

Monumento a la Goleta Ancud. Av. Costanera

Monumento al Ovejero. Bandejón en Av. Pdte. Manuel Bulnes esquina Vicente Reyes


La dimensión simbólico-cultural refiere a todos aquellos elementos que desde la imagen o palabra rememoran a Chiloé. En la ciudad aquel ícono que se ensalza como representativo de lo chilote pareciera ser el Jesús Nazareno de Caguach. Su imagen se plasma en la fachada de las viviendas, en las fotografías de calendario, en pequeñas figuritas ubicadas en las ventanas de las casas y en las construcciones fúnebres del cementerio. Varios espacios de la ciudad se tiñen de morado con su imagen. Y así como se observa al Nazareno, existen otras imágenes que hablan de Chiloé, por ejemplo, la foto de una iglesia de la comuna de Quemchi que se utiliza como imagen de publicidad de un Hostal de Punta Arenas, propiedad de migrantes de Chiloé que provenían de la localidad de Colo, donde se emplaza aquella iglesia. Hoy la imagen ha cambiado, ya no figura la iglesia en su cartel, pero la reemplaza una fotografía que evoca a Chiloé. En Punta Arenas existen negocios que significan lo que es comer a lo chilote. Es posible encontrar en abundancia preparaciones como el milcao, la churrasca tradicional, la churrasca de papa, la empanada de manzana, la tortilla de papa, el curanto en olla o pulmay, las sopaipillas, la rosca, la chicha de manzana, entre otros productos gastronómicos.

Figura del Nazareno en tumba de familia Bahamonde Vera, Cementerio Municipal

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Mural del Nazareno en el portón de una vivienda. Calle Pedro Bórquez

Chiloé en la publicidad de Hostal Doña Anita

Nazareno entre adornos de una casa


La dimensión económico-social es una de las manifestaciones más reiterativas dentro del espacio citadino, tiene un carácter comercial y suele estar asociada al arte culinario tradicional chilote; gastronomía que en Chiloé transcurre básicamente en el espacio privado del hogar y donde muchas preparaciones tienen una connotación social, porque son un intercambio con otras familias para fortalecer los vínculos sociales y de cooperación. En Punta Arenas, en cambio, el comer a lo chilote se instala en el espacio público, en el espacio del comercio. En la ciudad no solo se observa la presencia de negocios que venden preparaciones y productos de Chiloé; también existen locales comerciales que tienen nombres que refieren a lugares, al sistema social o al mundo mitológico del archipiélago, como por ejemplo: El Quehuino, El Lloco, El Caleuche, La Pincoya, el Bar Chonchino, el Negocio de transportes y bodega de productos agrícolas de Chiloé San Andrés, pescadería El Caleuche, restaurant Donde Hueicha o El Mercado Chilote; los almacenes El Nuevo Castreño, La Económica o El León de Oro.

Gastronomía chilota en vitrina

Miriam, oriunda de Chiloé, es la encargada de preparar milcaos, churrascas y tortillas de papas. Almacén El Hornito, Población Archipiélago de Chiloé

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Pescadería El Caleuche

Restaurant Donde Hueicha

Bar El Chonchino


Almacén El León de Oro

Almacén La Pincoya

Almacén El Nuevo Castreño

Almacén la Económica

Restaurant El Mercado Chilote


Por último, la dimensión simbólico-social se expresa en un conjunto de manifestaciones que tienen lugar anualmente en Punta Arenas. En la ciudad se reproducen aquellas prácticas culturales y cotidianas que evocan al lugar de origen, que permiten hacer comunidad a través de una identidad compartida. La celebración de la Noche de San Juan en el mes de junio, la procesión de Jesús Nazareno de Caguach el último domingo de agosto o el Festival Costumbrista de Chiloé en Magallanes realizado en época estival. Estas manifestaciones concretas de la cultura permiten rememorar el mundo ritual, religioso y comunitario de Chiloé como un ejercicio de memoria en sí mismo. Las prácticas colectivas aglutinan a la comunidad y cobran un rol significativo porque quebrantan simbólicamente la rutina de la vida urbana cotidiana de Punta Arenas. En esta dimensión nos detendremos un momento para reconstruir —desde la observación participante— la Noche de San Juan y la devoción al Cristo de Caguach en Punta Arenas desde sus cambios y continuidades con aquel lugar de origen llamado Chiloé.

Noche de San Juan en Centro Hijos de Chiloé

Mitología chilota en la Noche de San Juan

Espectáculo folclórico en la Noche de San Juan


La noche de San Juan en Punta Arenas En la noche de San Juan se encuentran el mundo real con el mundo de los espíritus. Tradicionalmente se celebra en la noche del 23 al 24 de junio. Dicen que es creencia popular que el Diablo, los brujos y todas las criaturas que forman el mundo anímico de Chiloé andan sueltos y traviesos; tiempo donde además se hacen distintas pruebas, que tienen como protagonista a la papa chilota, para saber qué es lo que depara el año que viene36 . Una de esas pruebas consiste en lanzar tres papas bajo la cama, una con cáscara, una a medio pelar y una sin cáscara, y justo a las doce de la noche se saca tentando con la mano al azar una de ellas. Ese ritual significaba cómo le iba a ir económicamente en la vida a esa persona. La gente cuenta que Juan es uno de los santos más venerados en Chiloé, por lo mismo, muchas personas del archipiélago llevan ese nombre. Dicen que en su noche se hacen muchos rituales y que acontecen cosas extrañas, por ejemplo, que en los lugares donde hay enterrado oro o plata arde un fuego del mismo color del elemento escondido bajo tierra. Para celebrar la noche de San Juan, en Chiloé se realiza el tradicional carneo de chancho, el reitimiento. Dicen que prácticamente todas las casas preparan un cerdo especialmente para la ocasión. El día 22 se carnea el animal, el día 23 se empieza a cocinar la carne y otras preparaciones y en la noche llegan los invitados para comer y esperar la noche de San Juan. Para esta celebración popular también se prepara especialmente el chopón o tropón, una bola de chuño de papa que se cocina a la brasas del fogón y se come por capas. Dicen que antiguamente a las doce de la noche, la gente salía de sus casas a gritar arriba de un cerro o de una loma: “¡San Juan! ¡San Juan!, quiero un milcao o ¡San Juan!, ¡San Juan! quiero que aparezcan los entierros de plata”. La gente isleña inventaba una historia y llamaban a San Juan para realizar alguna petición. 36 Negrón, J. (2002). Papas chilotas de Chiloé. Castro.

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La gente comenta que la noche de San Juan en Chiloé es diferente a cómo se celebra en Punta Arenas. Aseguran que tratan de hacer una representación similar de lo que allá se hacía. Desde el Centro Hijos de Chiloé las roscas chonchinas y la mistela, conocida como licor de oro, las mandan a buscar directamente a Chiloé. Replican ciertas pruebas como la de las tres papas y la del gallo y las tres niñas solteras.

Devoción al Cristo de Caguach en Punta Arenas Jesús Nazareno de Caguach es la mayor festividad religiosa de Chiloé. Año a año congrega a una multitud de fieles. No importa el clima, el viento o el temporal del momento. La gente llega igual a la lejana isla Caguach. Antes llegaban en chalupas y embarcaciones a vela; hoy lo hacen en lanchas, catamaranes y barcazas desde distintos rincones del archipiélago. Algunas zarpan con cientos de personas directamente desde Achao, otras de Castro, Dalcahue, Quellón y también desde cada pequeña isla o localidad emplazada al borde del mar. Tradicionalmente, cada 30 de agosto37, “el día de la Santa Rosa”, se realiza la procesión al Cristo que localmente recibe el nombre de Jesús Nazareno. La historia oficial remite la devoción del Cristo de Caguach al año 1778. Poco se sabe del iniciador de este fervor en la pequeña isla Caguach en el área de Quinchao. La tradición sin embargo, indica que Fray Hilario Martínez, misionero establecido en Tenaún, tenía variadas imágenes para reforzar la propagación de la fe católica. Dicen que su traslado a Caguach se debió a la muerte de una niña adoptaba por el sacerdote a manos de indígenas brujos. Tal agravio lo llevó a buscar un nuevo lugar donde instalar su misión, llevando consigo sus siete imágenes. El sitio más apropiado fue isla Caguach, porque había agua de vertiente todo el año y porque se ubicaba al centro de los “Cinco Pueblos” (Apiao, Alao, Chaulinec, Tac y Caguach) que estaban entusiasmados con la llegada de Fray Hilario. Dicen que los “Cinco 37 Desde 1978, bicentenario, la fiesta religiosa de Caguach también se celebra la tercera semana de enero. · 122 ·

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pueblos” llegaron en piragua a buscar las imágenes a Tenaún38 . Cada uno de estos pueblos llevó una imagen, que se transformarían en las principales devociones patronales de esos lugares. Jesús Nazareno quedó en isla Caguach. Todo rito tiene un mito, un origen fundacional de la existencia que se recrea cada cierto tiempo a través de un conjunto repetido de actos. La fiesta de Caguach es un rito; un rito a la devoción que traspasa las fronteras geográficas y geopolíticas de Chiloé. Así como en la tradicional procesión es llevado en andas por sus feligreses y adorado por la multitud, Jesús Nazareno es llevado a nuevos territorios y para seguir adorándolo es replicado en imagen en aquellos lugares donde la comunidad isleña migrante se ha asentado. La devoción al Cristo de Caguach se desborda y se propaga por casi toda la Patagonia. En Punta Arenas la devoción al Nazareno se manifiesta colectivamente desde 1981. En sus inicios se realizaba silenciosamente en el plano íntimo de una vivienda. El invierno del año 1981 se habría comenzado a celebrar esta festividad en el Barrio 18 de Septiembre. Al principio se juntaban en el domicilio de la familia Unquén, migrante de isla Caguach. De estas reuniones surge la comunidad Jesús Nazareno de Caguach, fundada el 29 de julio del año siguiente39 , iniciada por unas quince personas. En 1983 Tomás González, obispo de Punta Arenas en ese año, se entera de la devoción y motiva a las personas chilotas a que se sumen a la celebración. Se dice que cuando la familia Unquén inició esta historia no tenían un devocionario ni tampoco recordaban como seguir el rosario; sólo tenían una foto en blanco y negro del Nazareno que mandaron a pintar40 . Esa imagen a color, circunscrita a un pequeño cuadro, fue la primera forma de adoración y de resignificación del fervor religioso popular de Chiloé. Cuentan que la acción de los curas fue gravitante para que el Nazareno esté presente y se hiciera manifiesto en 38 Cárdenas, R. y Trujillo, C. (1986). Caguach, isla de la devoción. Religiosidad popular de Chiloé. Ediciones LAR. 1986. 39 Hernández, V. (2016). Epopeya del Barrio 18 de Septiembre: La comuna. Editorial Municipal de Punta Arenas. 40 Documental Huellas del Nazareno en la Patagonia (2011). Universidad de Magallanes. memorias de chiloé en punta arenas

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Punta Arenas. En 1986 llega la imagen del Nazareno a la ciudad magallánica, de madera, con su cara y mano enlozadas, y con su túnica morada que representa el color del dolor, del sufrimiento para la Iglesia católica. El párroco de la iglesia de Fátima de Punta Arenas, Jorge Teneb, instó a los integrantes de la comunidad para que el Nazareno fuera llevado a la iglesia. Fue ubicado en un rincón. Dicen que en la Fátima se sentían “allegados” y surge la necesidad de construir su propio santuario. El año 2001, la comunidad materializa su sueño con la edificación del Santuario de Jesús Nazareno en Av. Circunvalación con Av. Salvador Allende. En Punta Arenas la fiesta de Caguach tiene su propio mito y como tal sus ritos particulares. Algunos actos son la copia fiel de la fiesta celebrada en la isla del archipiélago, son una forma de continuidad de la tradición; otros actos, en cambio, se han adaptado a la realidad particular de la región, por ejemplo, en Caguach la procesión de Cristo es realizada sagradamente el 30 de agosto, independiente del día. En Punta Arenas se realiza el último domingo de agosto, independiente de la fecha. Para la procesión, en Caguach escoltan al Nazareno los santos de las cinco islas. En Punta Arenas, en cambio, lo acompañan los santos patronos de las iglesias de Fátima, Santa Teresa de Los Andes, María Auxiliadora, San Miguel Arcángel, Padre Hurtado, Francisco de Asis, Cura de Ars y San José Carpintero. Jesús Nazareno se ubica al final de la procesión, porque es escoltado por las figuras de cada una de esas iglesias. En Caguach, el juego de banderas, danza ceremonial que simboliza la pelea de los “Cinco Pueblos”, se realiza un día antes de la procesión, el 29 de agosto; en Punta Arenas, en cambio, es un rito desarrollado durante la procesión. Los ritos se adaptan y flexibilizan al nuevo territorio, al lugar de destino de los migrantes isleños. Existe un caporal que es la persona encargada de organizar el juego de la bandera. La fiesta religiosa detiene el tiempo profano y lo convierte en un tiempo sagrado. La devoción se hace carne y algo pasa que incluso transgrede el espacio social poniéndolo a su disposición y transformándolo, a su vez, en un espacio sagrado.

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Arreglo floral realizado por la comunidad Jesús Nazareno

La procesión de Cristo de Caguach


Toda fiesta patronal implica un trabajo humano por parte de la comunidad; trabajo que no solo se circunscribe al día de la procesión. En lo concreto, podemos reconocer tres momentos interrelacionados y lineales: la confección de arreglos florales y preparación del Santuario; la novena; y la procesión. Todo parte unos diez días antes con la búsqueda en el monte de ramas de coigüe (Nothofagus betuloides) para confeccionar los arreglos del Santuario edificado en honor al Cristo de Caguach. Dos días antes un grupo de personas, en su mayoría mujeres de la comunidad, se dedican a adornar el espacio sagrado. Son ellas mismas las encargadas de preparar los arreglos florales, coronas y guirnaldas, que se confeccionan —cinco días antes— con rosas artificiales de color amarillo y blanco, y con las ramas de coigüe. Según cuentan, antiguamente confeccionaban las rosas con papel crepé y eran de color morado y amarrillo. Dicen que esos son los colores del Nazareno, pero hace algunos años el morado fue reemplazo por el color blanco. En el trabajo de decoración las personas van cumpliendo distintas funciones dentro del proceso: cortan, enrollan, amarran, miden, barren, limpian. Son distintas guirnaldas de varios metros. Los arreglos se colocan después de la misa habitual de las ocho de la noche y un día antes de que comience la novena. La decoración de la iglesia es un trabajo colectivo. Hay una señora encargada de los arreglos, quien orienta el trabajo y es quien da la última palabra de dónde ubicar cada guirnalda. Son cinco personas quienes confeccionas los arreglos florales, largas guirnaldas, y otros detalles. Los hombres apoyan principalmente con el trabajo de instalación de los arreglos florales fuera y dentro del Santuario. Al otro día se da inicio a la novena, es decir, a los nueve días de rezos, nueve misas, antes de la procesión. La novena es una preparación espiritual para la fiesta religiosa. En la novena se sigue el rosario y los misterios —gozosos, dolorosos y gloriosos—, dependiendo del día. La misa a continuación se acompaña de música y, a diferencia de otras, resuena un acordeón.

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“Llegó el día de la fiesta de Nazareno. Hoy te canto, te venero…”. Terminada la novena se inicia la procesión. El Nazareno sale a pasear por las calles de Punta Arenas, acompañado por miles de personas, muchísimas de ellas chilotas, otras descendientes de personas de Chiloé y por supuesto magallánicas. La caminata dura alrededor de dos horas, y al igual que en Caguach, es una fiesta que sobresale por su popularidad y asistencia masiva de fieles. El recorrido en la ciudad comprende las calles Circunvalación, Gaspar Marín, José Victorino Lastarria, José Galindo y Pedro Bórquez para regresar al Santuario nuevamente por calle Circunvalación. La procesión termina con la tradicional corrida de roscas. Se distribuyen alrededor de mil quinientas roscas, donadas por las distintas agrupaciones que participan de la devoción al Cristo de Caguach.

Feligreses y almacenes se hacen parte de la procesión

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Palabras de la memoria

No es sobre la historia aprendida, sino sobre la historia vivida, que se apoya nuestra memoria. Maurice Halbwachs

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A

hondar por los viajes de las memorias nos ha permitido plasmar, a través de las historias aquí relatadas, dos mundos culturales vinculados por un contexto histórico particular: Chiloé y Magallanes. Ambos territorios se han transformado estrechamente en un reflejo de uno en el otro. Un Chiloé que despliega y propaga su historia en otro lugar, y un Magallanes, que se asienta consciente e inconscientemente desde las bases de referentes culturales, tangibles e intangibles, que la gente de Chiloé trajo consigo y que fueron dando cuerpo a una identidad magallánica. Este libro permite visualizar la migración chilota como un fenómeno que se ha mantenido en el tiempo y que responde a situaciones particulares de cada período histórico. Los relatos abordados construyen una manera de entender la migración como una dimensión sociocultural dinámica y vigente. Otro aspecto relevante a considerar es la diversidad de razones por las que las personas salieron de Chiloé, a pesar de que históricamente un grupo importante lo hace por trabajo. Los distintos relatos nos ofrecen un contexto donde otras motivaciones gatillaron el viaje. Estas realidades nos permiten reflexionar respecto de las migraciones silenciosas que fueron dando fuerza y solidez al asentamiento de personas de Chiloé en Magallanes. En este aspecto no podemos dejar de mencionar que las migraciones de hombres y mujeres han respondido a distintas lógicas. En el discurso de ellos aparece con fuerza las razones de carácter económicas. En ellas, en cambio, son las motivaciones familiares, las responsables de impulsar el desplazamiento. Solo en las generaciones más jóvenes emerge la educación y la continuidad de estudios como una motivación principal para desplazarse hacia el sur.

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La llegada a Punta Arenas significó para casi todas estas personas una migración rural-urbana. Esta radicación en la ciudad significó un aprendizaje social para poder interactuar con las dinámicas propias del mundo urbano, por ejemplo, aprender a respetar un semáforo o usar un ascensor y, por sobre todo, significó cambiar su condición y relación con el trabajo productivo; de campesinos y campesinas por cuenta propia comenzaron a depender de un trabajo asalariado. Si bien las nuevas generaciones que han llegado a instalarse, y que tienen una relación más estrecha con los núcleos urbanos de Chiloé, ya sea por estudios y/o trabajo, mantenían un vínculo con la vida rural y sus costumbres, incluso la crianza y el propio crecimiento seguía asociado a la vida de campo y bordemar. Al llegar a Magallanes, los hombres se insertan en un mercado laboral asociado a actividades de la construcción, de la ganadería en las estancias y frigoríficos, de la empresa petrolera, empresas acuícolas, pesca o mineros del carbón y las mujeres como empleadas de casa particular, técnicas en educación de párvulos, entre otros rubros; ellos y ellas en el comercio y los servicios. Todas las personas, incluso aquellas que llegaron a estudiar, se dedicaron a trabajar y se vincularon con el mercado laboral de la región. Sin embargo, algunos han buscado mantener aspectos de la vida rural de Chiloé en sus propias residencias, sembrando en sus patios papas y hortalizas o criando chanchos para preparar manteca, chicharrones o hacer un reitimiento. Dentro de sus trayectorias laborales, solo cuatro personas continúan reproduciendo su trabajo desarrollado en Chiloé: Eleodoro, zapatero, y que en Punta Arenas además de dedicarse a otras actividades, comienza a trabajar en una zapatería para luego independizarse con su propio taller de reparación de calzado; Carmen, trabajadora del área de la educación que en la ciudad se desempaña en el mismo rubro; Nora que en ambos lugares se dedicó a ser empleada doméstica; y Hugo que trabajaba en una empresa acuícola en Chiloé y en Punta Arenas se inserta en la misma área. Todas las demás personas entrevistadas se incorporan en nuevos mercados y aprenden otros

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oficios. Frente a lo laboral, los y las migrantes de Chiloé constituyen evidentemente una importante fuerza de trabajo dentro de la región. En nuestro campo de estudio, donde las dimensiones sociales, culturales, económicas y/o simbólicas son el sustento para interpretar fenómenos asociados al poblamiento humano en un territorio, ya sea el de origen o de residencia, el relato de quien otorga el contenido de dichas dimensiones se transforma en una fuente primaria y un pilar central. En este sentido el testimonio, generado ya sea a través de una entrevista o conversación “espontánea”, cobra un rol relevante y fundamental. Los testimonios fortalecen y complementan información sobre determinados acontecimientos, refrendados por recuerdos que repercuten independiente del tiempo del cual provengan. Entre mares, pampas y vientos. Memorias de Chiloé en Punta Arenas da cuenta de un flujo constante de migraciones y con ello sus representaciones culturales acordes a cada tiempo y contexto. En este libro dieciséis testimonios posibilitan ahondarnos en un proceso migratorio que no obstante individual, se entrelaza a uno colectivo y continuo. Es así como el enlace de cada historia nos permite identificar que desde aquella memoria individual existe una colectiva que da cuenta de referentes culturales que representan a Chiloé (faenas del trigo, la siembra y cosecha de papa, la chicha de manzana, el tropón, la ayuda comunitaria como la minga y el medán, mariscar o fiestas religiosas) como aquellos que los representan en Punta Arenas (gastronomía, fiestas, agrupaciones, folclor, devociones, entre otras). Sin embargo, cuando las personas regresan a Chiloé después de un tiempo, perciben que ya no se practican ciertas costumbres que antiguamente se realizaban. Observamos desde los relatos que de Chiloé se añora aquellas prácticas culturales que, debido al “desarrollo” allí acontecido, se han ido perdiendo y desvinculando de sus pobladores. Además de esos relatos que nos hablan de viajes, tradiciones, aventuras y asentamientos también hemos querido identificar a Chiloé en la urbe de

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Punta Arenas, qué elementos son reconocibles, dónde y cómo se expresan. Muchas veces vivimos la ciudad, pero no la observamos ni la comprendemos como un fenómeno que nos da constantes señales identitarias. Algunas de esas señales nos trasladan a Chiloé y las hemos querido visibilizar en el plano urbano de Punta Arenas, evidenciando distintas dimensiones de dicha presencia. Este ejercicio nos enriquece la mirada frente a las posibilidades de abordar los fenómenos migratorios. Las distintas dinámicas de poblamiento que han acontecido en esta región han sido parte de su proceso de conformación. Las migraciones forman parte del presente y responden a nuevas lógicas. Un presente que sigue su curso con una fuerte población chilota arraigada y “magallanizada”. La información simbólica y significativa aportada desde los recuerdos, de la memoria, y expresada a través del relato, su testimonio, nos permite comprender las representaciones y percepciones culturales adquiridas por el individuo o grupo social en su territorio y como convive y se recrea en su nuevo lugar de asentamiento. Finalmente, como conductores de memoria individual y colectiva, los relatos son un intento de salvaguardar dimensiones de la cultura. En este sentido, lo que permanece con la continuidad de las migraciones es la oportunidad de mantener y replicar prácticas culturales, que en este caso son propias de Chiloé y que se sincretizan en Punta Arenas. Podríamos entender así la migración como un proceso que ha permitido salvaguardar la identidad chilota en un territorio distinto al del origen, revitalizando la reproducción de su cultura. Este libro espera ser un aporte al legado cultural chilote y magallánico a través de estas dieciséis historias narradas, las que están cargadas de memoria, de identidad, de patrimonio.

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Este libro Entre mares, pampas y vientos. Memorias de Chiloé en Punta Arenas ha sido escrito en el contexto del Proyecto Fondart 2017 “Chiloé en otra parte: Memorias de migraciones y prácticas isleñas en Magallanes”, y busca reivindicar la historia de la gente común, apuntando a salvaguardar los testimonios orales y las prácticas culturales, es decir, las memorias de los y las migrantes de Chiloé radicados en una ciudad magallánica.

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