En uno de mis habituales paseos por las hemerotecas virtuales, encontré en el número del 17 de julio de 1869 de la prestigiosa revista ilustrada francesa: LE MONDE ILLUSTRÉ, una portada que llamó mi atención por situarse en España, y no tener ningún conocimiento de la noticia que ilustraba la primera página.
Me pareció extraño que un semanario francés dedicase una portada a nuestro país y mucho más a referir un homenaje a un tal Francisco de Paulo Cuello.
BARCELONA.- Honores rendidos por el pueblo y Ayuntamiento de Barcelona a la memoria de Paulo Cuello, víctima de la libertad, asesinado en junio de 1851. (Croquis de M. Pedro)
Una vez que averiguado quién fue este hombre, me sigue pareciendo extraño que un homenaje a los 18 años de su muerte, fuera portada en Le Monde Illustré.
Tras la búsqueda de rigor, nos encontramos con la siguiente noticia:
El Imparcial. Martes 22 de junio de 1869.
Diario liberal de la mañana.
El Ayuntamiento de Barcelona ha tomado en consideración una proposición para honrar la memoria del republicano D. Francisco de Paula Cuello, asesinado en la noche de San Juan de 1851. En dicha proposición se pide al Ayuntamiento que acuerde asistir en corporación á depositar en el sitio donde se halla enterrado el Sr. Cuello, una corona que sería conducida en un coche fúnebre.
A partir de aquí encontramos muchas informaciones sobre la figura de este político catalán y de los hechos acaecidos la noche de San Juan de 1851, pero de todas ellas nos quedamos con el magnífico y precioso relato de J. Roig Minguet, publicado en cinco partes en La Ilustración Republicana Federal, en los ejemplares del 16 y 23 de marzo, 31 de mayo y 12 y 19 de julio de 1872.
Merece la pena su lectura. La descripción de los hechos y los personajes, así como la situación de España en aquel tiempo y muy especialmente la visión desde Cataluña.
¿Pero quién fue Francesc de Paula Cuello Prats?
I
Al ir á ocuparnos del republicano Cuello, sentimos satisfacción y odio, placer y tristeza. La historia de Cuello podría bien ser la historia del desarrollo del partido republicano en Cataluña, desde que el malogrado Abdon Terradas, elegido alcalde constitucional de Figueras en 1842 por el voto unánime de toda la población, no quiso prestar otro juramento que el de empuñar con rectitud la vara que el pueblo le había confiado, hasta el día en que, tan valiente como desgraciado adalid, murió asesinado á consecuencia de las heridas que le infirió el infame puñal de asalariado asesino.
Por eso sentimos satisfacción al escribir su nombre, pero como es imposible escribirle sin recordar la villanía de que Cuello fué victima, sentimos también odio para los que aquella muerte causaron, y desprecio para los infelices ejecutores.
Vamos, pues, á reseñar, si bien que á grandes rasgos, algunos de los hechos y puntos principales de su historia.
Francisco de Paula Cuello, hijo de un oficial del ejército, de ideas liberales, nació en Barcelona el día 14 de Enero de 1824.
A la edad de doce años, teniendo ya nociones de matemáticas y dibujo, entró á estudiar latín en el colegio de los PP. Escolapios.
Tanta era su afición al estudio y tan privilegiado su talento, que en dos años estudió los tres cursos consignados para aprender la gramática, y en uno los dos de retórica, á causa de lo cual se le permitió simultanear las asignaturas, y en el año 1840 se recibió de bachiller en filosofía en el colegio episcopal.
En ese estado, Cuello se encontraba en el caso de elegir carrera, y su elección fué bien propia de su carácter y tendencias.
El que había nacido para ser útil á la humanidad y para abordar de frente las cuestiones que al bien del hombre se oponían, quiso dedicarse á las ciencias positivas y de carácter práctico, y conociendo ya las generalidades de la filosofía, tal como en su época se enseñaba, eligió para campo de sus estudios la medicina, que tan poco había adelantado en España á causa del despotismo de los gobiernos é intolerancia de muchos hombres de ciencia.
Pero tanto era su deseo de saber, que no satisfecho con los conocimientos que en la Facultad de Medicina podía procurarse, asistía á las clases de francés y dibujo que la Junta de Comercio tenía establecidas en la Lonja, y á más buscaba con avidez los libros que trataban de la historia revolucionaria y de la filosofía moderna para entregarse á su lectura.
A la edad de 16 años era Cuello conocido del público barcelonés por sus escritos y poesías, que publicaba en El Laurel.
En aquella época era ya entusiasta por la revolución que había de realizar el bien del hombre, si bien deploraba los horrores fatales y necesarios al desenvolvimiento del progreso. Se condolía de la sangre que se derrama por el planteamiento de una idea que ha de levantarse sobre las ruinas de despóticas y caducas instituciones, y no obstante eso, opinaba que llegada la hora del combate no era cuestión de una gota más ó menos de sangre el hacer que éste se entibiara. Este carácter y el sentimiento de fraternidad que en él vivía encarnado le hacían un hombre verdaderamente revolucionario.
No era vengativo, pero era severo, y el valor no le abandonaba nunca.
Sobrevino entonces el pronunciamiento político-militar de Setiembre, llamado también glorioso, y Cuello no tardó en formar en las filas de la Milicia ciudadana.
Abdó Terradas
Esto le dio ocasión de conocer á Terradas, y éste, que comprendió fácilmente lo mucho que Cuello valía, no tardó en prodigarle su amistad, naciendo entre los dos un sentimiento de intimidad tan grande, como no nace sino entre los que bien se comprenden é iguales tendencias les guía.
Cuello necesitaba de un hombre que fuese la encarnación de la idea que en su mente se agitaba, y Terradas del joven que sintiera dentro de su corazón los latidos que él sentía.
Aquel era Terradas; éste, Cuello.
Y aquí fué cuando Cuello empezó á formular sus aspiraciones y á propagar la idea que había de inmortalizarle, no tardando en ocupar uno de los puestos más difíciles en el partido democrático.
A últimos del año 1842 fué director del periódico El Republicano y uno de los jefes del partido de que este periódico era eco que más merecía el aprecio y confianza de sus adeptos.
Con su bien cortada pluma y con el entusiasmo propio del hombre que abriga profundas convicciones, hizo que El Republicano apareciera brotando la hiel que el corazón del pueblo corroía.
Aquel periódico fué una verdadera tea, que al mismo tiempo que servía para destruir la injusticia de los gobiernos, alumbraba al pueblo y le enseñaba las causas de los males que le afligen.
Más esto no podía durar; era preciso que acabara; no deben dejarse impunes les delitos que contra los gobiernos se cometan, y Cuello y los demás colaboradores fueron presos y encarcelados bajo el pretexto de que habían promovido un escándalo la noche de un domingo antes.
Pero al saberlo Barcelona, un grito de indignación resonó por sus ámbitos, y á las ocho de la mañana del 15 de Noviembre, el toque de somatén anunció á sus moradores y á los de los pueblos comarcanos que se iba á protestar valientemente contra aquel agravio inferido á la Milicia nacional por la detención infame de algunos de sus más queridos oficiales, y por el ataque cobardemente encubierto que contra la libertad de imprenta se acababa de llevar á cabo.
Un puñado de valientes, pertrechados en la plaza de la Constitución, la del Ángel y sus inmediaciones, sostuvieron tres días de encarnizado combate, sin tregua ni descanso, y del que salieron victoriosos los defensores del derecho y la justicia.
Obligados los soldados á retirarse á sus cuarteles, fueron rescatados los presos y llevados en triunfo entre los amotinados.
Puestos ellos al frente del movimiento, continuó éste con más energía si cabe y hasta con más entusiasmo, y un día después los revoltosos eran ya dueños de los cuarteles y fuertes de la guarnición; pero aquel movimiento espontáneo, sin combinación, y sin que lo secundara ninguna provincia, quedó por un momento vencido, y Cuello, que durante el mismo demostró una vez más sus cualidades de hombre revolucionario, siendo, al mismo tiempo que el soldado valiente, el jefe previsor y el agitador enérgico, tuvo que deponer su espada y abandonar España.
Inútil es que nos extendamos en consideraciones sobre lo que á Cuello le pasaría en la emigración. Tantas y tantas han debido sufrir los políticos españoles y tantos son los que en la emigración han estado, que nos creemos dispensados de hacerlo, sí bien haciendo constar que hasta en ella estuvo grande. Faltos de recursos él y sus compañeros, decidióse á empuñar el pincel para con sus producciones ganarse el pan que debía alimentarle; pero si el intento era laudable, los resultados no fueron tan satisfactorios. Francia tiene sus artistas, y Cuello, sin relaciones y nuevo en el país, había precisamente de luchar con la falta de trabajo.
Cuello contaba entonces diez y siete años, y en nada mitigó su entusiasmo de joven el tener que luchar con la adversidad y el infortunio.
En más de una ocasión, él y sus amigos se encontraron sin recursos, pero siempre el sentimiento de fraternidad que anima á los buenos de todos los pueblos y de todas las razas les sacaba de su situación triste y desesperada, hasta que sobrevinieron los sucesos del 43, y Cuello, desafiando todos los peligros que se le oponían á su paso, atraviesa la frontera y se presenta en Sabadell, donde ondeaba la bandera revolucionaria y donde permaneció hasta que, falseado aquel movimiento, Barcelona dio el grito de ¡Junta Central ó muerte!
Atraído por este grito, Cuello se presenta en Barcelona, é incansable como siempre, toma la dirección de los periódicos El Porvenir y La Unión; se sienta en el Consistorio, es nombrado fiscal de la comisión militar y acude también como valiente soldado á la defensa de las murallas. Tres meses sostuvo Barcelona el sitio, desafiando el continuo fuego de sus sitiadores y la lluvia no interrumpida de bombas que el gigante de la tiranía, Monjuich, vomitaba á la capital, hasta que, vendida quizá, más bien que rendida, Cuello y algunos de sus amigos fueron á ampararse de un buque francés, y de allí emigró otra vez á Francia, instalándose en Irún.
Al cabo del año de estar en la emigración, intentó entrar en España, y al pasar los Pirineos fué preso y conducido á Pamplona, de donde se le trasladó á Barcelona, de cárcel en cárcel, yendo ora á pié, ora á caballo, y reclamado por la autoridad militar de Cataluña á causa de atribuírsele complicidad en un hecho de armas que tuvo lugar en Sarriá mientras los sucesos del año anterior, entre una partida de guías de la Junta y algunos adversarios del movimiento centralista, del que resultaron ser fusilados algunos de los últimos. Pero Cuello ni estuvo con la partida, ni había ordenado semejante hecho.
Catorce meses de cárcel le valió á Cuello la suposición de la complicidad en el suceso antes citado, después de los cuales fué condenado á extrañamiento del Principado y á las órdenes de la autoridad de Montilla, en Andalucía, donde vivió pobre y humilde, practicándose en el arte de la pintura.
Al poco tiempo sus retratos fueron la admiración de los que los veían, y resolvió dedicarse á este arte para ganarse la subsistencia, ya que había debido de abandonar la carrera de médico á causa de las continuas persecuciones que sufría.
II
Entonces Cuello resolvió trasladarse á Francia y permaneció en Perpiñan hasta el año 1845, que con motivo de la promulgación de la amnistía volvió á reunirse con su familia.
Otra vez en la capital de Cataluña reanuda la propaganda; el ejemplo del apóstol entusiasta en él se encuentra.
Pero su estancia tranquila en Barcelona no podía durar, y llegados los acontecimientos de Solís en Galicia, fué confinado á Piera, de donde salió pronto para dirigirse á Valencia, Andalucía y Murcia, donde vivió cerca de dos años con el producto de sus pinceles y burlando la vigilancia de las autoridades.
Revolución de 1848 en París
De regreso á su patria natal, cuando en el 48 el pueblo francés destruyó el trono de Luis Felipe, la ira de los reaccionarios los despertó la sed de venganza, y los que en España se habían dado á conocer por sus ideas afines á las que el pueblo francés proclamaba fueron infamemente perseguidos; y Cuello, que no pudo salvarse de la persecución de sus adversarios, fué preso y confinado á Ibiza, de donde escapó junto con algunos compañeros á bordo de una frágil nave, yendo á desembarcar á las costas de África y trasladándose de allí á Perpiñán, donde volvió á encontrarse con Terradas. Los dos allí fueron el centro de una nueva conspiración que debía de realizar en España un radical cambio político, y para lograrlo proyectaron algunos la coalición de los tres partidos que en oposición al gobierno se encontraban, carlista, progresista y republicano, coalición que dio por resultado la guerra civil en Cataluña.
Cierto que durante aquellas jornadas se cometieron atropellos, pero también es cierto que Cuello y Terradas fueron la más elocuente protesta que en nombre del partido republicano podía hacerse, con sus cartas, su actitud y sus manifiestos, rechazando toda complicidad en tan escandalosos hechos.
Sofocada la insurrección, ó más bien vendidos al oro del gobierno los hombres que al frente de ciertas partidas se encontraban, se dio una amplia amnistía y Cuello volvió por sexta vez al seno de su familia.
¡Pobre Cuello! ¿Quién había de decirle que aquel seria el último regreso, mas no la última despedida? ¡Le faltaba aún la de la muerte!
En aquella época había ya en España una gran masa de hombres que se habían acogido con entusiasmo bajo la bandera republicana. Las ideas de la democracia encontraban ya eco en gran número de los hijos del trabajo; el sentimiento de justicia se manifestaba en la que llaman con escándalo la clase baja; muchos de los hombres de más valor del partido progresista comprendían la ineficacia de sus principios, y sobre todo, el elemento joven sentía latir sus corazones al mágico impulso de la idea del derecho.
«La semilla había fructificado.»
Su idea estaba sembrada, y el terreno había de ser favorable á una buena cosecha.
El pueblo español estaba ya harto de monarquismo de constitucionalismo y de farsa, y se encontraba dispuesto á acoger en su seno otros principios más conformes con las aspiraciones de la época.
Y aquella semilla fructificaba tanto más cuanto más lágrimas derramaban la desgraciada viuda, el infortunado huérfano y la desconsolada madre.
Y Cuello comprendió esto, y pensó en preparar los medios de recoger á tiempo los frutos que indudablemente debía dar la semilla aquella.
El trabajo se les complicaba y entonces pensó en organizar el partido democrático.
Formóse un comité de las cuatro provincias catalanas, que era donde más se habían comprendido las ideas de la democracia, y procuróse en seguida «ensanchar la organización del partido, haciéndola extensible en toda España, para lograr más eficaz y rápidamente la propagación de la doctrinas democráticas.»
De ese comité era Cuello secretario.
Con sus continuos trabajos y acertadas disposiciones había logrado dar al partido democrático barcelonés tal cohesión y fuerza, que en las elecciones de diputados á Cortes que tuvieron lugar en 1851 presentó candidato en oposición del progresista por el distrito de la Lonja al ciudadano Estanislao Figueras, obteniendo el más completo y difícil de los triunfos.
Este triunfo despertó hasta tal punto el odio de los adversarios de la democracia, que no tan solo no supieron disimularlo, sino que descendieron hasta el bajo extremo de acudir á la grosería, al insulto y á las amenazas, para lograr desprestigiar á Cuello y sus amigos ante la opinión pública y apagar en ellos el entusiasmo que sentían por su justa causa.
Mas todo fué inútil: á proporción que crecían los insultos crecían los adeptos; en relación de las amenazas aumentaba en ellos la convicción y la fuerza.
Entonces Cuello pensó en su partido, é hizo que el comité, del cual, como ya hemos dicho, era secretario, se ocupara de los rumores que afirmaban que se atentaba contra la vida de algunos de sus hombres.
Se presentó á él en ocasión en que se había reunido prescindiendo de su persona, precisamente porque de ella iban á ocuparse, pues sus amigos querían tratar de la manera de salvar á Cuello, que según entendían era el más comprometido, y con aquella fuerza de convicción propia del hombre que siente latir su corazón por un deseo tan grande como desinteresado:—«Vengo, les dijo, á proponeros un asunto de interés para el partido… Según nos ha advertido la misma policía, la vida de algunos de nosotros está, en peligro. Yo sé por mí mismo que de nosotros no hay ni siquiera uno que tema la muerte; pero como aquí estamos por la voluntad del partido y con objeto de prever lo que al partido puede ocurrirle, se me ocurre preguntaros: si alguno de nosotros dejara de existir, ¿sería conveniente llamar otra vez al partido para que en solemne votación eligiera quien debiera sustituirle, ó sería más prudente el que cada uno de nosotros desde ahora le nombrara? Yo creo que si uno de nosotros muere, ha de ser reemplazado inmediatamente, y creo también que en atención á las circunstancias que atravesamos no es lo más fácil ni tampoco lo más cuerdo reunir otra vez al partido, pues que podrían con más facilidad saciar su sed de venganza nuestros adversarios; y por eso me atrevo á proponer que cada uno de nosotros nombre quien deba reemplazarle, si le alcanza la muerte, y que estos nombramientos se hagan por papeleta cerrada bajo sobre, en el que haya nuestro nombre, y que en depósito se entreguen á tres personas que no sean del comité.»
Aceptóse, y así se hizo.
¿Es que Cuello al dar ese paso sentía miedo?
De ningún modo; pero aleccionado en el infortunio y comprendiendo su situación y la del partido, y pensando más en este que en sí mismo, podía creer que si á él le mataban no se contentarían con haber derramado su sangre, sino que continuarían su obra con los demás que el comité formaban.
De ese modo pensaría Cuello cuando en la posibilidad de la muerte creía, pero es lo cierto que no se preocupaba mucho de ello.
Así pues las cosas, el comité iba cumpliendo su cometido, Cuello trabajando para el partido con aquella convicción que no le abandonaba nunca, y los enemigos de la democracia conspirando contra el bien del pueblo, y la paz de los republicanos.
Y llegó la noche del 23 de Junio.
J. Roig Minguet.
III
Y la noche de San Juan del año 1851 fué, para los moradores de la industriosa ciudad de Barcelona, tristemente célebre.
Habían ya dado las doce, cuando un grupo de jóvenes iban decididos á disfrutar de la algazara propia de aquella noche, para así tener más ocasión de estar reunidos y distraer si cabe el mal efecto que les producía el estado de sitio á que hacía ya nueve años estaba sujeta la antigua capital de Cataluña.
¡Cómo imaginar que, hasta en aquellos momentos que son tanto más solemnes cuanto que vienen aun á recordarnos los días de expansión que los antiguos déspotas permitían á sus esclavos, estuvieran los malhechores dispuestos á realizar un acto tan repugnante como el de asesinar á un indefenso, que si algún crimen había cometido era el de querer regenerarles.
Pero la consigna estaba dada, los asesinos habían comprometido su palabra, CUELLO HABÍA DE SER MUERTO.
Y Cuello iba en el grupo de que hemos hablado.
Los demás eran también republicanos; la ocasión era oportuna: faltaban solo los asesinos.
Y los asesinos no tardaron en presentarse.
No bien hubo llegado á la entrada de la calle de las balsas de San Pedro nuestro grupo, cuando otro de hombres de mala catadura, señalados algunos de ellos, se les interpuso, y después de proferir asquerosos insultos, provocan una reyerta, tanto más desigual cuanto que ni armados iban, ni tantos eran los acometidos.
Y de esta lucha resultaron cuatro heridos, entre los que había uno que lo estaba en el tercio superior del brazo izquierdo, en la parte superior anterior del mismo, en la parte media del antebrazo derecho, en el vacío izquierdo de tres puñaladas, y últimamente en la parte inferior izquierda del bajo vientre.
Éste, que fué sin duda alguna el que con más tesón peleó contra sus acometedores, tuvo que sostener un terrible combate que duró más de diez minutos, batiéndose á brazo contra tres que iban armados y con la intención sin duda de asesinarle.
¿Quiénes eran aquellos desalmados’?
¿Qué ofensa habían recibido de aquel indefenso que con tanta saña atropellaban?
¿Es que conocían de antemano al que debía ser su victima?
¿Había andado el oro de por medio?
Nosotros creemos que el lector se contestará por sí solo á estas preguntas al saber que entre los heridos de que hemos hecho mérito, el que estaba de más gravedad era Francisco de Paula Cuello.
Pocas horas después Cuello fué trasladado á su casa; Barcelona entera sabía el hecho, y todas las personas dignas protestaban contra tan vil atentado. Los médicos más autorizados y de más fama de la capital fueron llamados á entender en la gravedad de sus heridas. De todos los recursos de la ciencia se echó mano para lograr arrebatarle de los brazos de la muerte. Cuello era en política la síntesis de una grande aspiración, la representación de un gran partido, la encarnación de una sublime idea; y hasta sus mismos adversarios, hasta los profanos en asuntos de interés social y público, sintieron lo que siente el sencillo labriego cuando al golpe de airada mano ve caer una de aquellas portentosas obras de la humanidad que la engrandecen y honran.
Durante los días de su enfermedad no se oía por Barcelona más que lamentos y exclamaciones.
La atención general se ocupaba solo en saber uno por uno los síntomas que aquella presentaba.
Tan pronto la satisfacción de una pasajera esperanza se pintaba en el rostro del indignado vecindario, como las señales de la más profunda tristeza se manifestaban en los más juveniles semblantes.
Desde el amanecer del día 24 de Junio hasta las once de la noche del 2 de Julio en que la fatal palabra ¡¡ha muerto!! llenó de tristeza los ámbitos de la populosa Barcelona, Cuello sufrió agudos y terribles dolores luchando con la muerte con el mismo valor y con más serenidad y calma que cuando luchaba con los sectarios de la tiranía.
¡Cuello ha muerto! se oía por do quier en la madrugada del 3 de Julio, y el pueblo en masa se agolpaba á las puertas de la casa mortuoria para rendir un justo tributo de respeto al que en vida fué un adalid de la causa de los pueblos, y del que debía ser muerto un monumento de gloria para el partido republicano.
J. Roig Minguet.
IV
Ya hemos visto la manera vil cómo fué asesinado Cuello; ya le hemos seguido casi desde la cuna al ataúd; pero nos falta aun seguirlo hasta la tumba, hasta más allá de la tumba, hasta la imortalidad.
Cuello en vida era el centro del partido que más tarde había de derribar el trono de los Borbones é imposibilitar el levantamiento de otros; y si bien su prematura muerte arrebató á la democracia española uno de sus mejores soldados, sus desgracias alentaron, dieron valor y animaron á sus amigos á seguir su ejemplo; que este es el resultado que obtienen los déspotas cuando atentan contra la vida de uno de los apóstoles del progreso.
Al espirar, quizá su triste estancia respirara solo República, y al efecto un armónium tocaba las más entusiastas composiciones republicanas.
¡Oh! ¡Cuan sublime fué en aquellos momentos!
Ni el dolor físico que ni un solo instante dejaba de atormentarle, ni la seguridad de una temprana muerte que él comprendía le amagaba, pudieron lograr que su ánimo decayera, que su espíritu vacilara, y que su clara inteligencia dejara de ocuparse de lo que había sido la constante causa de sus desvelos y de sus más dulces ilusiones.
Los amigos que rodeaban el lecho de su dolor, no se atrevían siquiera á mover los labios aguardando apesadumbrados el fatal momento, y él, que comprendía perfectamente el pesar que por su segura pérdida sentían, les hablaba de una época feliz en que el hombre recobraría la dignidad de su ser, en que la justicia regiría las acciones de la humanidad, y en que la fraternidad calmaría las dolencias sociales.
Por eso hoy al recordar su nombre recordamos sus virtudes, su valor y sus penas y derramando una lágrima á su memoria, hacemos el voto de no olvidar nunca al que murió por la República, despertando en el pueblo catalán el deseo de imitarle siguiendo el camino que él le trazara.
Vamos á concluir reseñando el entierro que á Cuello se hizo, tomándolo de la biografía que de él escribió el ciudadano Ceferino Treserra.
«A las ocho de la mañana del día 6 de Julio, la calle de la Unión presentaba un aspecto singular. Los unos con hachas de cera, los otros con coronas de siemprevivas y ramos de laurel en la mano y muchos con gasas negras en el brazo, aguardaban la hora de acompañar el cadáver hasta la última morada. A las nueve, el gentío se extendió por todo lo ancho de la calle de Fernando, Rambla del gran Liceo, Requería y Escudillers. La hora designada era la de las diez en punto.
»Poco antes de esta hora, principió á uniformarse la comitiva: comparecieron en la puerta de la casa del finado dos bandas de música…
»Los balcones de las calles por donde había de trascurrir el cortejo fúnebre estaban también atestadas de gentes, dominando aun en las señoras, los trajes negros.
»En todos los rostros se veía pintada la ansiedad ó el dolor… Barcelona entera se vistió de luto. Ni un signo de fuerza, ni de autoridad se veía por ninguna parte.
Las tropas estaban recogidas en los cuarteles y cerrados los rastrillos de los fuertes.
»Al dar las diez se levantó el cristal que cubría el ataúd donde Cuello estaba colocado, y todos los concurrentes de la sala fueron uno á uno imprimiendo en la frente del cadáver el último ósculo de amor y fraternidad.
»Uno de los concurrentes tocó el registro del armonium que había sobre la cómoda, y principió á tocar la Marsellesa.
—»Vamos, exclamó otro.
—»Vamos, contestaron todos.
»Los más allegados al finado, en número de doce, se colocaron en dos mitades, una á cada lado del féretro, cogió cada uno el anda que le correspondía y con paso lento, mesurado, solemne, en medio de las lágrimas de una apiñada concurrencia atravesaron los umbrales de la habitación, bajaron la escalera é hicieron alto en la entrada de la casa.
»Toda la inmensa multitud que pudo apenas divisarle, como á la voz de un solo hombre, se descubrió la cabeza; un silencio de muerte reinaba en aquel instante.
»Parecía que el ¡Dies irae…! ¡Dies Ille…! del profeta se había realizado. Todos estaban sobrecogidos de un santo terror.
»La concurrencia se puso en marcha en el orden siguiente:
»Una comitiva de ciudadanos formando de cuatro en cuatro en fondo, en número de cuatro mil, llevando muchos de ellos ramos de laurel y coronas de siemprevivas en las manos.
»Una banda militar con cajas destempladas tocando la marcha fúnebre de D. Sebastian.
»Otra comitiva de ciudadanos, de doble fondo que los primeros, en número de unos trescientos, iban asidos del brazo y con los sombreros en la mano.
»Dos hileras de hachas, contándose hasta setecientas ochenta. Casi todos los ciudadanos que las llevaban ostentaban en el codo del brazo izquierdo la gasa negra.
»Seguia la banda popular tocando una patética marcha, compuesta expresamente por D. Pedro Barrubés.
»A continuación iba el coche mortuorio de los pobres.
»Luego el féretro descubierto, llevado por doce de sus amigos, alternando amenudo con otros muchos que se disputaban esa triste honra.
»E1 duelo marchaba inmediatamente después del féretro.
»Cerraba el acompañamiento un séquito general de ciudadanos y habitantes de los pueblos de la provincia, convidados al efecto, todos sin hachas. En este acompañamiento puede decirse que iba la ciudad entera que no se hallaba en las tiendas, balcones y terrados del tránsito.
»El cortejo recorrió la carrera siguiente:
»Calle de la Unión, Rambla, calle de Fernando, plaza de la Constitución, calle de Jaime I, plaza del Ángel, Platería, plaza de Santa María, Espadería, plaza de Palacio, puerta del Mar y camino del cementerio.
»De los balcones y terrados del tránsito se arrojaron algunas coronas y flores sobre el cadáver.
»Llegados á las afueras de la puerta del Mar, el eco de la población fué amortiguándose paulatinamente al compás de las fúnebres bandas.
J. Roig Minguet.
V
»Entre tanto parecía que una voz misteriosa resonaba en el fondo de todas las conciencias, diciendo:
—»¡Bendito el que muere en el santo amor del pueblo; su sepulcro es el templo de la inmortalidad!
»Las lágrimas del pueblo son la corona de perlas de los santos mártires!
»Se oirá un día una voz tonante en el espacio, y que resonará en la conciencia de todos, diciendo: ¡Lázaro, Lázaro… levántate!
»Y la humanidad se despertará de su profundo y doloroso sueño.
»¡Cuello resucitará entonces…!
»¡Porque los que mueren por la patria, no hacen más que entregarse al sueño de una noche.
»Cerca de las dos de la tarde, toda aquella comitiva llegó á las puertas del cementerio.
»Con sorpresa se vio que detrás del mismo se habían escalonado varias partidas de mozos de la escuadra y alguna fuerza de caballería.
»Las avenidas estaban ya tomadas por un gentío inmenso, no habiendo sido posible penetrar en el interior de aquella fúnebre mansión, sin embargo de su vasta capacidad. A unos quince pasos escasos de sus umbrales estaba colocada una mesa rigurosamente enlutada, sobre la cual se puso el ataúd, y abierto para que los concurrentes pudiesen ver las facciones del desventurado, varios individuos leyeron con sentida voz y derramando lágrimas, algunas composiciones en verso.
»Abdon Terradas, de pié sobre una silla, leyó la siguiente de José Anselmo Clavé:
¡¡No existe…!! ¡¡¡Miradle!!! Ya abrieron la fosa
del mártir del pueblo de excelsa virtud.
¡Al golpe golpe inclemente de mano alevosa
la flor agostaron de su juventud.
¡En hora menguada mortífero acero
con mísero encono su sangre vertió…!
Su sangre querida… que un ¡ay! Lastimero
con febril angustia del pueblo arrancó.
Y augurio siniestro de instantes fatales
su lenta agonía… su duro penar,
hirviendo las fibras de pechos leales
el llanto llegaron del alma agotar.
¡Morir…! ¡¡Y tan joven!! Matar su esperanza…
sus dulces ensueños… su gran porvenir…
¡Infames verdugos! ¿Qué odio así os lanza
en pecho indefenso cual tigres á herir?
Osar cara á cara debiérais, villanos,
con armas iguales si hubieras honor;
y entonces probarais de nuestros hermanos
en justa defensa su noble valor.
Más ¡ah! vil aborto de raza cobarde
que el sello de infamia marcara su faz.
De herir cual traidores hicisteis alarde,.,
de inmundos reptiles instinto falaz.
¡¡¡Dejad… que algún día de Dios la justicia
castigo tremendo severo os dará,
y entonces de CUELLO la sangre patricia,
vengada, sí, viles, vengada será!!!
¡Y tú noble mártir! ¡Hermano querido…!
¡Demócrata ilustre de insigne valor…
contempla este pueblo que aquí reunido
con lágrimas cuenta su acerbo dolor!
Contempla este pueblo que torpes desdoran
los necios cegados de un falso oropel;
por tí, ¡pobre Cuello…! por tí… todos lloran…
¡Oh! ¡Gracias, hermanos! ¡Oh! ¡Gracias por él!
Honrad su memoria siguiendo su ejemplo:
sus raras virtudes con fé predicad,
que luce su nombre ya inscrito en el templo
de los defensores de la humanidad.
«Concluida, la lectura de estos versos ambas bandas de música rompieron en torrentes de armonía. Se levantó el féretro de la mesa y fué introducido en el recinto del cementerio. Para atravesar la corta distancia intermedia de quince palmos escasos, como hemos indicado, emplearon por lo menos veinte minutos. Las gentes se arrojaban á su paso, unos con el afán de tocar el ataúd, otros para contemplar el apacible rostro del cadáver, y no pocos para besarle sus ropas, sus manos ó su frente.
»A las dos y media se disolvía la concurrencia con el mayor orden y recogimiento.
«¡Cuántas lágrimas se habían derramado!
»Jamás ningún magnate, ningún príncipe, ningún hombre de Estado há sido acompañado á la tumba con tanta majestad.»
¡Qué lección para los soberbios de la tierra!
Y ni el tiempo ha borrado de la memoria de los buenos liberales catalanes el recuerdo de tan insigne campeón de la República.
Cuando las brisas de la libertad hemos podido respirar en Cataluña, llevados por un magnético atractivo vamos los demócratas á depositar una lágrima sobre la tumba del malogrado Cuello. Cuantas veces el pueblo.
J. Roig Minguet.
Josep Roig Minguet. Fuente: Diccionari biogràfic del moviment obrer als Països Catalans.
Propagandista republicano federal y cooperativista. Originario probablemente de Figueras. Colabora desde su fundación en Barcelona el 4 de septiembre de 1864, con el periódico El Obrero, de Antoni Gusart, marcadamente demócrata y cooperativista. Participó con los otros miembros de la redacción del periódico, en la organización del Congreso de cooperativas y sociedades de ayuda mutua y de resistencia, en diciembre de 1865 en Barcelona, al final del cual se va a enviar a la presidencia del consejo de ministros una exposición en la que se pedía la libertad de asociación. El 6 de diciembre de 1868 firma la llamada A los obreros de Cataluña. Participó en el congreso obrero catalán de diciembre de 1868 donde se pronuncia por la República Federal y la intervención obrera en política. Cómo reacción a los acuerdos adoptados por el Congreso obrero de Barcelona de 1870, publica diversos artículos en el periódico republicano de Barcelona El Independiente, de los cuales destacó: Á mis amigos los obreros; en el que hace una crítica al creciente apoliticismo. En 1872 colabora en la creación del diario El comunalista. Proclamada la República, forma parte de la comisión creada por la Diputación para solucionar los problemas de los obreros. La propuesta de la comisión de jurados mixtos, jornada laboral y control del trabajo infantil fue aprobada, mientas que la de marzo sobre la proclamación del Estado Federal Ibérico fue rechazada.