Departamento de Historia
Universidad de Santiago de Chile
Revista de Historia Social
y de las Mentalidades
Volumen 25, N°2, 2021: 43-66
Issn Online: 0719-4749
LA PRODUCCIÓN MEDIÁTICA DE “LOS POBRES DE LA CIUDAD”:
EL CASO DE LA SERIE TELEVISIVA RAMONA*
THE MEDIA PRODUCTION OF “THE IMPOVERISHED INHABITANTS OF THE CITY”:
A CASE STUDY OF RAMONA TV SERIES
EDUARDO SANTA CRUZ A.**
Universidad de Chile
Santiago, Chile
Email: esantacruz@uchile.cl
Id-ORCID: 0000-0002-6166-9985
DRA. CLAUDIA LAGOS LIRA
Universidad de Chile
Santiago, Chile
Email: cllagos@uchile.cl
Id-ORCID: 000-0003-2557-5401
RESUMEN
Este texto analiza la representación audiovisual
de los llamados “pobres de la ciudad” en
su desarrollo como movimiento social,
específicamente a partir de la serie televisiva
Ramona exhibida por la televisión pública
chilena en 2017 y 2018. La producción sitúa
su narración en 1967 y ofrece una lectura
diversa y compleja que contribuye a sedimentar
un cierto sentido común audiovisual y una
memoria colectiva mediática sobre el período
*
**
ABSTRACT
This article provides a close reading of the visual
portrayals about “the impoverished inhabitants
of the city” as a social movement. It does so by
analyzing Ramona, a fiction television series
broadcast by the Chilean public television in
2017 and 2018. The story is set in 1967 and it
depicts a complex overview fueling what we
call a visual common sense and a certain media
social memory about both the historical period
and the phenomenon Ramona illustrates. The
Recibido: 22 de abril de 2021; Aceptado: 14 de julio de 2021.
Este artículo es parte de la investigación “Sello América Latina de exportación de la ficción
televisiva: Mercado, comunicación y experiencia en la era del streaming”, con investigadores
de Brasil, Colombia, México y Chile. El equipo chileno está integrado por Lorena Antezana,
Consuelo Ábalos y Cristian Cabello, además de los autores de este artículo.
Eduardo Santa Cruz A. - Claudia Lagos Lira
media production about “the impoverished
inhabitants of the city” is more than one hundred
years old and a plurality of languages, genres,
styles, and cultural artifacts have represented it.
Books, cartoons, films, or radio programming
have promoted readings of popular characters,
lives, and processes that have been key to Chilean
history and a part of a cultural common sense, too.
Ramona follows those previous paths at the same
time it opens new media and interpretative clues.
y el fenómeno que representa. La producción
mediática de “los pobres de la ciudad” es más
que centenaria y se ha expresado en diversos
lenguajes, géneros, formatos y artefactos
culturales, que han instalado en el sentido
común masivo interpretaciones de un fenómeno
central en la historia chilena, y con la cual
Ramona dialoga pero, también, abre otras claves
representacionales y mediáticas.
Palabras clave: Historia social chilena; cultura de
masas; televisión chilena; series televisivas
Keywords: Chilean Social History; Mass Culture;
Chilean Television; Television Series
Cómo citar: Santa Cruz, Eduardo y Claudia Lagos L. (2021). “La producción mediática de “los pobres
de la ciudad”: El caso de la serie televisiva Ramona”. Revista Historia Social y de las Mentalidades, 25(2),
43-66. https://doi.org/10.35588/rhsm.v25i2.4904
1. PRESENTACIÓN
Ramona (Wood, TVN, CNTV, 2017-2018) es analizada como un estudio
de caso de producción de ficción televisiva ambientada en un período histórico
específico. A partir de una lectura detallada de la serie, discutimos las articulaciones
entre las estrategias de producción, sus características seriales, su televisualidad y
cómo estas dimensiones producen discursos sobre lo popular y la historia social y
política de la segunda mitad del siglo XX en Chile. En efecto, la ficción televisiva
es significativa, ya que recoge y amplía la tradición de la narración oral, pues:
Sin representar ni deformar propiamente la realidad, las historias
narradas por televisión más bien la reescriben y la comentan,
ocupando un lugar preeminente en las esferas de las ‘prácticas
interpretativas’ mediante las cuales en cada época los hombres
han creado sus propias visiones y versiones del mundo y han dado
sentido a la vida cotidiana. (Buonano 62)
Así, la televisión opera como un actor socio-cultural, contextual e
históricamente situado y que asume cada vez más un aspecto multifacético
orientado a su transformación en plataformas mediáticas que combinan lenguajes,
códigos, géneros y formatos, debido a, entre otros factores, cambios tecnológicos
agudos. La discusión sobre Ramona se ubica en un análisis intertextual a la vez
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
que audiovisual de un artefacto cultural central para la producción y circulación
de identidades, memorias e historia en las sociedades contemporáneas mediadas
y mediatizadas.
Entre 2011 y 2020, la televisión chilena produjo y emitió 60 series de
ficción. La mayoría (25), basadas en hechos históricos reales o ambientadas en
épocas específicas de la historia chilena. La conmemoración en 2010 de los 200
años de la Independencia y, en 2013, de los 40 años desde el Golpe de Estado
explicaría esta tendencia. Ambos hitos, en particular el de la independencia,
movilizaron políticas, recursos y la acción de instituciones públicas y privadas en
la construcción de la memoria e identidad colectivas, nacionales. La producción
audiovisual masiva no fue la excepción.
Este fenómeno de carácter nacional dialoga con tendencias regionales
y locales de lo audiovisual, incluyendo la emergencia y consolidación de
producción de ficción en televisión por cable, primero, y en plataformas de
streaming, luego. Esto ha modificado las formas de consumir televisión en un
escenario globalizado competitivo.
Ramona es una serie de televisión de doce capítulos ambientada en
el Chile de 1967 que relata la historia de dos hermanas, Ramona, la mayor
(interpretada por Giannina Fruttero) y Helga (interpretada por Belén Herrera).
Tras la muerte de la madre, ambas jóvenes deciden abandonar su pueblo natal de
Santa Bárbara, en el sur de Chile, determinadas a alejarse de un padre abusador,
alcohólico y de una existencia marcada por la pobreza rural. Al llegar a la capital
como polizonas en tren, Ramona y Helga solo encuentran cabida en una toma
de terrenos al borde de un río donde se encuentran y forman familia con Carmen
(Paola Lattus). Así, la marginalidad social y la cotidianidad de la vida de los
“pobres de la ciudad” pasan a ser la materialidad sobre la cual el discurso de la
serie construye el sentido que nos propone.1
1
Realizada por Wood Producciones, escrita por Guillermo Calderón (dramaturgo; guionista de
Araña, de Wood; Ema, Neruda y El club, de Larraín) y dirigida por Andrés Wood (Machuca,
Violeta se fue a los cielos y Araña, entre otras), Julio Jorquera y Marcos Sánchez, Ramona
costó más de $513 millones aportados por el Consejo Nacional de Televisión (CNTV), fondo
concursable público chileno que fomenta la realización audiovisual. Las grabaciones finalizaron
en octubre de 2015, pero TVN la emitió dos años después (del 28 de octubre del 2017 al 21 de
enero de 2018). Ramona fue bien recibida por la crítica y obtuvo varios premios. En streaming,
está disponible en Movistar Play y estuvo en All Arts, plataforma creada por WNET New York
Public Media, la compañía madre de las estaciones neoyorkinas del Public Broadcasting System
(PBS), cadena de estaciones públicas estadounidenses. Como toda producción financiada por el
CNTV, Ramona está disponible en play.cntv.cl.
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2. EL “MUNDO REAL” DE RAMONA
“Las ocupaciones ilegales de terrenos son casi tan antiguas como la ciudad
misma” (De Ramón 245). Ya desde mediados del siglo XIX se constatan en Chile
flujos migratorios desde el campo a las ciudades. En efecto, varias ciudades del país
experimentaron una creciente aglomeración de personas provenientes de zonas
rurales que se asentaron en los bordes de la ciudad. En esos rancheríos levantados
en los bordes urbanos, el “peonaje femenino” (Salazar, Labradores) ocupaba un
lugar importante. Desde la periferia, los plebeyos y plebeyas se desplazaban hacia
el centro de las ciudades a ofrecer sus servicios en distintos ámbitos o a vender en
la calle, gatillando escándalo y temor en la oligarquía (L.A. Romero). Esta colisión
no pasó inadvertida por la prensa. El Ferrocarril, un diario liberal moderado (Santa
Cruz, La prensa chilena 71-106), editorializó recurrentemente sobre la miseria:
Nuestra riqueza se desarrolla con increíble rapidez. La opulencia va
ostentando por todas partes sus fascinaciones; ya es casi una orgía
de palacios, de carruajes, de mármoles, de bronces, de cuadros, de
tapices. Mientras tanto, las clases trabajadoras quedan a la puerta en
estas harturas de la prosperidad. Para ellas es el reverso de la medalla
(…) Santiago estará aún más estrechado y más amenazado por las
hordas de los hambrientos, que son la nueva invasión de los bárbaros
que castiga a todas las civilizaciones imprevisoras. (El Ferrocarril,
“La transformación de los barrios pobres”, 28 abril 1872)2
En el contexto de la “cuestión social”, a fines del siglo XIX e inicios
del XX, los más pobres habitaron diversos tipos de viviendas: el “rancho” de
la periferia, cercano a corrientes de agua (como el Zanjón de la Aguada, en la
capital) o el “conventillo” en el interior de la ciudad, cerca del centro. En un
contexto de hacinamiento, falta de ventilación y poco acceso a agua potable
y alcantarillado, miles murieron por epidemias (Vial Correa).3 Frente a estas
condiciones de sobrevivencia de vastos sectores de la población, sectores de la
elite política y social y de la Iglesia Católica impulsaron iniciativas paliativas
para un problema que era de habitación, pero también de salubridad e higiene.
2
3
Ver también editoriales 3, 5 y 14 de mayo; 16 y 18 de junio; 13, 17 y 20 de julio y 14 de agosto de
1872.
A pesar de una alta natalidad (36 al 39%), la tasa de crecimiento de la población era baja (1.1% en
1910), debido a una elevada tasa de mortalidad, especialmente en niños. En 1921, la mortalidad
llegó al 32.7% y Vial Correa se refirió a Chile como “el país de los muertos”.
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
En ese contexto, se dictó la Ley de Habitaciones Obreras (1906);4 la
primera Ley de la Vivienda (1925) y se creó la Caja de la Habitación Popular
(1936, reestructurada en 1943), organismo que impulsó planes de construcción
de vivienda. Las Cajas de Previsión Social, en tanto, emprendieron iniciativas
similares. Sin embargo, este tipo de acciones excluían a la mayor parte de
los “pobres de la ciudad”, cuyo número aumentaba en condiciones extremas
de pobreza.5 La migración se intensificó: Santiago, por ejemplo, casi triplicó
su población entre 1930 y 1960 debido a la migración campo-ciudad y al
desplazamiento de obreros del salitre desempleados tras la decadencia de esa
industria a inicios del siglo XX. Se configuraba en el país, no solo en la capital,
lo que José Luis Romero llama “la ciudad de masas”.
El proceso de masificación y crecimiento –muchas veces caótico– de las
ciudades se produjo en la sociedad latinoamericana, en general: Las tomas de
terrenos o barrios de invasión parecían ser la forma en que esa masa plebeya
enfrentaba la búsqueda de un lugar donde vivir y, también, incorporarse a esa
modernización:
A la dispersión que implicaban las invasiones de la periferia por los
pobres (…) respondían los ricos alejándose hacia otra periferia. Y la
masa siguió invadiendo todo. Porque en medio de su ignorancia de
las normas, y del desafío que su sola presencia entrañaba, su deseo
más secreto era acceder a los bienes que representaba la ciudad. Las
masas querían trabajo, salud, educación y diversión. Pero no podían
reivindicar su derecho a esos bienes sin masificarlo todo (…) la
masificación ponía al descubierto su paradoja: era en la integración
donde anidaba la subversión. (Martin-Barbero 172)
En 1952, el 30% de las viviendas en Chile eran precarias (el 36.2%, en
la capital). En Santiago, se contaban 41 “poblaciones callampas”, con 35.611
habitantes.6 Durante la década de 1950 surgen los Comités Sin Casa como forma
4
5
6
Esta iniciativa tuvo un fuerte impulso en el “higienismo”, corriente que enfatizaba la influencia del
entorno ambiental y del medio social en las enfermedades. En 1892 se creó el Consejo Superior de
Higiene Pública, que comenzó en Chile el desarrollo de políticas de salud pública y vacunación
masiva.
La noción de “pobres de la ciudad” fue usada en Chile en la segunda mitad del siglo XX por
movimientos políticos de izquierda para referirse a sectores populares masivos, provenientes de
la migración campo-ciudad, más amplios y heterogéneos que el proletariado organizado.
Estas personas recibieron el calificativo peyorativo de “callamperos”, sinónimo de ignorante,
sucio y eventual delincuente. El Zanjón de la Aguada era la más conocida y emblemática de estas
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de organización social y el epíteto de “pobladores” sustituye paulatinamente al
de “callamperos” y amplía las filas del movimiento popular organizado (Garcés,
Tomando su sitio; Espinoza). La masificación creaba condiciones para visibilizar
lo popular. Durante esta década se vuelven habituales las tomas de terrenos como
estrategia para proveerse una vivienda, de otra manera inaccesible (Salazar,
Violencia política).
El gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei Montalva enfrentó
el problema de la vivienda incorporando las dimensiones del equipamiento
y de la organización social. Se elaboró una “teoría de la marginalidad” para
comprender la situación que mantiene a familias o comunidades marginadas.
Esa administración creó, también, la Consejería Nacional de Promoción Popular
e impulsó la promulgación de la Ley de Juntas de Vecinos y Organizaciones
Comunitarias (1968), instrumentos que contribuyeron a fundar miles de Juntas
de Vecinos y Centros de Madres en el país.
La serie de televisión Ramona transcurre durante esos años en que la
historia contemporánea chilena registra un intenso movimiento social de lucha
de los pobladores por acceder a la vivienda, utilizando la toma de terrenos como
herramienta fundamental. Así, Ramona construye un discurso desde el cual
emerge un sentido audiovisual que apela a la memoria colectiva para recrear un
periodo significativo de la historia social y política chilenas durante la segunda
mitad del siglo XX, con sus claroscuros (materiales y simbólicos).
3. EL CAMPO CULTURAL Y LA REPRESENTACIÓN DE LO POPULAR
De la palabra (o la literatura de lo popular)
La construcción discursiva de la industria cultural chilena acerca de
la representación de la estructura social proviene, en primer lugar, del campo
literario, del Realismo, movimiento que se extendió desde mediados del siglo
XIX hasta pasado 1950.7 Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco son las dos
7
poblaciones callampa y ocupaba una franja de cinco kilómetros, en dirección oriente/poniente,
desde Vicuña Mackenna a la actual Avenida General Velásquez, por la ribera de ese curso de agua.
Tenía unos 125 metros de ancho y llegó a albergar diez poblaciones, con unas 35.000 personas.
Existía un pilón de agua por cada 1.500 habitantes y una letrina por 500 usuarios. En octubre de
1957 se produjeron dos incendios masivos que empujaron a unas dos mil familias a ocupar los
terrenos de la Chacra La Feria, originando la Población La Victoria. El apoyo del Cardenal Caro
y dirigentes socialistas y comunistas impidieron el desalojo.
Cfr. www.memoriachilena.cl. Minisitio: “Realismo. Una visión permanente en la literatura chilena”.
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
figuras centrales que encarnan dicha corriente. De esta, derivaron otras, como el
Costumbrismo, el Naturalismo y el Criollismo. Este último reivindica personajes,
historias y costumbres del campo chileno y Mariano Latorre es su principal
exponente (Latcham, et al.).
A comienzos del siglo XX se generó el Realismo Crítico o Social.
Con la publicación de Subterra (1906) y Subsole (1907), Baldomero Lillo es
considerado el “padre” de esta corriente. Es la época en que estalla “la cuestión
social” (Garcés, Crisis social; Silva Castro, Baldomero Lillo) y emergen poetas
como José Domingo Gómez Rojas, muerto en la cárcel acusado de subversivo
en 1920, o Carlos Pezoa Véliz (Subercaseaux).
Esta corriente se expresará, luego, en lo que se conoce como Generación
del 38, según algunos, o del 42, según otros.8 Entre los autores de dicha tradición
destaca un grupo apegado a un realismo con sentido social y político, como
Nicomedes Guzmán, especialmente con La sangre y la esperanza (1943), cuya
historia transcurre a comienzos del siglo XX en el mundo popular urbano y
en una familia proletaria; o como Andrés Sabella, “el poeta de la pampa”, con
su novela Norte Grande o la historia del salitre (1959); o Francisco Coloane
(Cabo de Hornos, 1941; El último grumete de la Baquedano, 1941). Volodia
Teitelboim (Hijo del Salitre, 1952) y Baltazar Castro (Mi camarada padre, 1958)
se inscriben en esta vertiente cultural de y sobre el pueblo, el sujeto popular
y la cuestión social. Estos autores tienden a privilegiar como protagonistas a
personajes provenientes de la clase obrera organizada.9 Luis Merino Reyes, en
tanto, convierte a la “clase media” en la protagonista de sus cuentos y novelas,
con personajes principales femeninos (Matriarcado, 1965).
La crítica considera que Manuel Rojas (1896-1973) “revolucionó la forma
narrativa, rechazando al realismo tradicional del naturalismo y el criollismo”
(Memoria Chilena, Minisitio: “Manuel Rojas”) e introdujo en la narración el
monólogo interior o “corriente de la conciencia”. Para efectos de este trabajo,
Rojas es relevante por su “inserción sicológica y existencial en sus personajes,
situados en una condición de marginalidad social” (Memoria Chilena,
Minisitio: “Manuel Rojas”). Autodidacta, su obra tiene un fuerte componente
autobiográfico. Rojas también publicó en Ecran, a principios de los años 1940,
artículos sobre la relación entre el cine y el teatro.
Hacia mediados del siglo XX, surge lo que se conoce como literatura
de bajos fondos, que agrupa obras que abordan un “submundo marginal, donde
8
9
Cfr. www.memoriachilena.cl. Minisitio: “Generación literaria de 1938”.
A excepción de Coloane, que ubica sus historias en el extremo austral de Chile.
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sedimenta todo aquello que la sociedad considera peligroso y decadente. Constituye
el reino miserable del hampa” (Memoria Chilena, Minisitio: “Literatura de bajos
fondos”). Los autores de esta corriente, a su vez, se ubicaban en los márgenes del
campo literario, algunos provenientes de los mismos ambientes que pretenden
retratar. Otros, lograrían un relativo reconocimiento.
Entre ellos se cuenta Armando Méndez Carrasco y su personaje Juan
Firula, que creó para su primer libro de cuentos y seudónimo con el que firmó
sus crónicas en Las Últimas Noticias. Méndez publicó, entre otras, Chicago
Chico (1962, novela que tuvo 15 ediciones) y Diccionario Coa (1979). Luis
Cornejo Gamboa, en tanto, vendía sus libros autoeditados (como Barrio Bravo,
1955; Los amantes de London Park, 1960 o El último lunes, 1986, entre otros)
en la calle, hasta su muerte en 1992. Además, fue actor y participó en algunas
películas. El autor de bajos fondos de mayor éxito de ventas y con mayor
repercusión mediática fue Alfredo Gómez Morel: creció bajo los puentes
del río Mapocho, fue delincuente y estuvo un tiempo preso. Precisamente en
la cárcel comenzó a escribir su novela más importante, El Río (1962). Obra
autobiográfica, fue traducida al francés y publicada por la editorial Gallimard,
en París, con un prólogo de Pablo Neruda, quien la definió como “un clásico
de la miseria” (Memoria Chilena, Minisitio: “Literatura de bajos fondos”). Por
último, mientras aún era funcionario de Carabineros, la policía militarizada
chilena, Luis Rivano publicó Esto no es el paraíso (1965). La novela ilustra la
vida de los policías y sus relaciones con el hampa, lo que le costó a Rivano la
expulsión de la institución, pero también una relativa fama literaria que después
acrecentó como dramaturgo.
De la imagen (o el cine de lo popular)
Si analizamos otros sectores del campo cultural, como el cine chileno, el
volumen de obras sobre la marginalidad social o que retraten la vida y personajes
del mundo popular urbano es menor en comparación a la rica tradición literaria
enunciada. En la época del cine silente hay registro del film Uno de abajo (1920),
un drama social de conventillos que retrata el desalojo de residentes debido a deudas
de alquiler. No obstante, a inicios de ese siglo hay, más bien, filmes que pueden ser
catalogados como de costumbrismo campesino, propios de la matriz conservadora
nacionalista (Larraín). Este tipo de producciones se desarrolla ampliamente en la
década de 1940, al calor del modelo industrializador, la migración campo-ciudad
y el crecimiento de las ciudades, justamente para hacer el contrapunto en favor de
una vida rural supuestamente más auténtica que la vida cotidiana urbana.
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En la década de los años 1940 irrumpen unos personajes que encarnan
a tipos populares urbanos que podrían clasificarse en alguna vertiente del
criollismo o costumbrismo pero en clave de comedia y que son representados
en diversos lenguajes y soportes. Juan Verdejo parte como una caricatura en
una revista satírico-política, Topaze, encarnando al pueblo chileno frente a
la clase política; sigue en radio, en un radioteatro cómico (Intimidades de la
familia Verdejo) y pasa al cine, con una película muy exitosa en términos de
taquilla (Verdejo gasta un millón), y otra no tanto (Verdejo gobierna en Villaflor)
(M. Salinas et al.). En tanto, el actor que lo encarnó en el cine, Eugenio Retes,
desarrolló un estilo de actuación, un estereotipo de lo popular, con personajes
de distintos nombres incluidos en varias otras películas de José Bohr, director
también de las anteriores.
Perejil fue la contrapartida más marginal a Verdejo y, además, alcohólico.
Creado por el dibujante Lugoze, se publicó durante décadas como tira cómica en
El Mercurio. La caricatura Condorito, en tanto, surgió por primera vez en 1949,
protagonizando una película de dibujos animados, y ofreció un matiz interesante:
remite a lo urbano popular, pero desprovisto de algunas de las características
criticadas en los otros, como el alcoholismo.
Estos tres personajes son tributarios de Cantinflas, cuya primera película
llegó a Chile en 1938. En otros países de la región también hubo personajes
similares que representan a un tipo de personaje popular urbano que vive al
borde de la legalidad, en los márgenes sociales y económicos, con permanentes
conflictos con la ley. Sin embargo, encarnan lo popular en clave individual,
desvinculados de organizaciones sociales o políticas (King 82-83).
Un cuarto personaje popular y urbano es femenino. Se trata de una
empleada doméstica, la Desideria, interpretada por Ana González, quien también
incursionó en el cine (P’al otro lao y La dama de las Camelias, con Bohr como
director), en el teatro y, particularmente, en radio, como personaje cómico
durante décadas; tantas, que le abrió camino para una larga carrera en televisión.
La Desideria es la única de estos personajes que, a pesar de ser cómico, exhibe
cierto desparpajo frente al patrón y al poder, reivindicando, por ejemplo, su
pertenencia a un sindicato.
En los años 1940 hay una película poco conocida, Encrucijada (1947,
dir. Patricio Kaulen,), un melodrama policial que transcurre en los cerros de
Valparaíso, con un mundo marginal, miserable y delincuencial como escenario
(Santa Cruz, “Cine y sociedad”). Más tarde, en el período del Nuevo Cine Chileno
y a pesar de su explícito compromiso social y político, los filmes de ficción
donde los sectores pobres de la ciudad aparecen como protagonistas o, al menos,
como tema son escasos. Destacan Morir un Poco (1967, dir. Álvaro Covacevic),
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Largo Viaje (1967, dir. Patricio Kaulen) y Valparaíso, mi amor (1969, dir. Aldo
Francia). El Chacal de Nahueltoro (1970, dir. Miguel Littin), en tanto, aborda
la marginalidad rural y sus miserias humanas de consecuencias trágicas. En la
posdictadura, en tanto,
la representación del sujeto popular en el cine chileno del período
(1997-2005) es (…) descriptiva, (…) concibe lo popular como un
conjunto de atributos naturalizados, tomados del sentido común,
con altos grados de componentes humorísticos y sexuales. Esta
representación se realiza mediante la identificación de lo popular
con ciertos estereotipos preconocidos por los espectadores,
expurgándoles todo elemento político explícito o constitutivo
(Salinas y Stange 36).
En el discurso hegemónico del actual cambio de siglo, lo popular se
manifiesta en los discursos mediáticos en dos direcciones: en un sentido plebeyo,
es decir, como una sumatoria de grupos e individuos pobres y necesitados y en
tanto masas consumidoras, como multitud que borra las clásicas distinciones
entre sectores populares y medios. En la industria cultural, en general, y los
medios, en particular, es posible detectar estereotipos que intentan cubrir dicho
abigarrado conjunto. Uno muy importante es el del individuo o la familia
popular, en tanto sujeto desvalido y sufriente. Las desigualdades y carencias
reales permiten a los medios erguirse como voceros del sufrimiento popular en
tanto drama individual, merecedor de caridad.
Una segunda forma en que lo popular aparece en los discursos hegemónicos
de fines del siglo XX y principios del XXI establece cierta continuidad con la
figura que emerge de la industria cultural del siglo XX. Lo cómico y picaresco,
fundamentalmente en la televisión y el cine, recoge, a su vez, otros fragmentos,
generalmente aquellos más vulgares. En años recientes se ha mostrado cierta
comedia, carente de irreverencia ante el poder; más bien, una picaresca popular
domesticada. Esta suerte de costumbrismo ha tenido versiones relativamente más
elaboradas, como es el caso de El Chacotero Sentimental, basada en el programa
radial del mismo nombre, y su secuela, Radio Corazón, o en la película Sexo con
Amor.
Una tercera forma de manifestación de lo popular en el período está
asociada a la amenaza y el temor. Sin embargo, ya no corresponde a la figura del
roto alzado, organizado en sindicatos o militante. La figura actual encarna, más
bien, una amenaza directa a los bienes y a las personas, pero sin una proyección
que exceda el puro beneficio individual de los agresores. La televisión abierta
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
exhibe la amenaza de la delincuencia sobre los barrios acomodados. Lo popular
como amenaza aparece, también, ligado al narcotráfico y a las pandillas que
controlan barrios. Esta figura amenazante se liga a la primera, pues una de sus
víctimas es, también, los populares sufrientes. Desde la instalación del sistema
democrático liberal representativo en 1990, la delincuencia y la seguridad fueron
emergiendo en el discurso mediático como unos de los problemas centrales de la
vida nacional (Guzmán y Ramos).
En el cine chileno reciente encontramos una variante de lo anterior en
la representación de un actor popular marginal, cuya existencia oscila entre la
delincuencia y el empleo informal e inestable. Esos relatos destacan una vida de
carencias y abandono, de dificultades de acceso al mercado y la modernidad y
una falta de sentidos que vayan más allá de satisfacer necesidades inmediatas.
Varias películas se ubican en este registro: desde Caluga o Menta hasta Taxi para
Tres y Mala Leche, pasando por Johnny Cien Pesos o La Fiebre del Loco. Los
escasos intentos de caracterizar un sujeto popular colectivo activo y en lucha
han sido en una clave histórica, filtrada por las necesidades de consolidación
de las hegemonías actuales (Salinas y Stange). Solo la película Machuca, del
mismo director de la serie de televisión Ramona, representa la marginalidad
social provista de organización, tejido y proyecto colectivo. La obra da cuenta
del periodo del gobierno de la Unidad Popular (UP, 1970-1973) como una época
durante la cual se desarrolla una lucha de clases aguda. Así, los personajes de
Machuca encarnan sujetos sociales colectivos en pugna.
La televisión, en tanto, registra en sus orígenes universitarios una serie
que Canal 13 transmitió entre 1965 y 1966, una vez a la semana, con éxito de
sintonía: El Litre 4916. Era un programa “cultural de contenidos”, en un “formato
típico de la cultura de masas: la serie argumental”.
Estos son los ‘héroes’ o personajes protagónicos, incorporándose
su lenguaje habitual, problemas y costumbres, en una perspectiva
formativa (desde hábitos alimenticios hasta temas de organización
social y relaciones familiares). Esta serie tuvo éxitos de audiencia e
identificó a los receptores. Los actores que encarnaban a esta familia
tuvieron gran popularidad. (Hurtado 175)
Posteriormente, lo popular urbano en la ficción televisiva estuvo
fundamentalmente presente en las telenovelas que estandarizan su producción
desde los años 1980 (Santa Cruz, Las telenovelas). Las representaciones de lo
popular urbano en dichas producciones apelaban, en general, a personajes que
reciclan el roto pícaro y una de sus variantes está en Amores de Mercado (TVN)
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con la incorporación de un personaje que es un delincuente, ha estado en la
cárcel, maltrata a su mujer y, sin embargo, tiene protagonismo en la historia.
La telenovela Puertas Adentro (TVN) tematizó la toma de terrenos en relación
directa a la “toma de Peñalolén”, uno de los pocos casos de ese tipo de referencias
durante la década de 1990.
La producción de series para televisión o para otras plataformas,
desarrolladas y emitidas al inicio del presente siglo, renovaron el interés por
la marginalidad y la pobreza urbana en tanto temas, más allá de los dramas
individuales. Es el caso de series como La Cacería, El Reemplazante o Ramona.
4. FICCIÓN AUDIOVISUAL E HISTORIA
La televisión ejecuta una operación sistemática para crear efectos de
sentido sobre la vida y la cultura cotidianas y establece una compleja relación
con el sentido común. Así, el discurso televisivo no es discernible desde su pura
inmanencia, sino que, más bien, a partir de la radical historicidad de toda estrategia
comunicacional. De allí se comprende su vínculo con el sentido común.10
La ficción audiovisual ha recurrido al discurso histórico para generar
textos visuales que intentan explicar el presente de la realidad social, combinando
elementos del sentido común para dotar de verosimilitud a sus relatos. No se
trata de una suerte de reconstrucción verdadera de los hechos históricos, sino
que de una interpretación verosímil acerca de su significado.
Por “representación verosímil” de la ficción audiovisual, nos referimos
a un “efecto de realidad” que se consigue mediante recursos discursivos y
narrativos. Lo verosímil no es lo simplemente similar a su referente, sino
que es lo habitual. Los criterios de verosimilitud en los que está fundada una
representación audiovisual no son, obviamente, universales, naturales ni
inmutables: están cruzados por el carácter (o espíritu) general de la época en
que la obra es producida por los gustos, valores e imaginarios con que esa época
10
En tanto materialización masiva de una cierta visión de mundo, el sentido común es uno de
los niveles en que se manifiesta la ideología. Su rasgo más fundamental es ser una concepción
de mundo disgregada, incoherente e incongruente, conforme a la posición social y cultural de
las multitudes, para los cuales constituye su única filosofía de vida. Se trata de una “filosofía
espontánea”, por oposición al nivel de la concepción de mundo elaborada y sistemática constituida
por la “teoría”. La noción de espontaneidad no se refiere a su originalidad, sino que a que es vivida
y aplicada en lo cotidiano irreflexivamente, sin conciencia de sí misma. Dicho de otra forma,
son fragmentos abigarrados y heteróclitos de explicación de la vida que asumen el carácter de lo
natural, de aquello que no tendría ni necesitaría explicación, que es porque es (Gramsci).
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
lee el pasado. En otras palabras, la forma fílmica se posa sobre un tejido de
convenciones compartidas, tanto por los espectadores como por los productores
o realizadores, un trasfondo discursivo y representacional que configura un
sentido común audiovisual (C. Salinas et al.).
Una serie de ficción audiovisual puede entenderse como un discurso
social, inserto en un sistema productivo (Rodrigo-Alsina). En ese proceso de
construcción intervienen tres mundos: el mundo real, el mundo de referencia
y el mundo posible. Así, el mundo real corresponde al de los acontecimientos;
el mundo de referencia, a los modelos en los que se puede encuadrar el
acontecimiento para ser comprendido y el mundo posible, al mundo construido.
Si en el mundo real se produce la verificación y en el mundo de referencia se
determina la verosimilitud, en el mundo posible se desarrolla la veridicción,
es decir, el sentido transmitido se hace creíble. El producto audiovisual debe
hacer parecer verdad el mundo posible que construye. A partir de estas vertientes
teóricas es posible leer la serie de televisión, Ramona.
5. MEMORIA E HISTORIA EN RAMONA
Ramona ofrece un conjunto de planos discursivos rico y complejo acerca
del pasado reciente de la sociedad chilena. Si bien hace referencia a procesos
y fenómenos sociales e históricos, la serie lo hace en una clave narrativa cuyo
elemento central es la reconstrucción de una cotidianidad.
Lo cotidiano es lo humilde y lo sólido, lo que se da por supuesto,
aquello cuyas partes y fragmentos se encadenan en un empleo
del tiempo. Y esto sin que uno (el interesado) tenga que examinar
las articulaciones de esas partes. Es lo que no lleva fecha. Es lo
insignificante (aparentemente); ocupa y preocupa y, sin embargo, no
tiene necesidad de ser dicho. (Lefebvre 36-37)
Lo cotidiano es, también, aquello que caracteriza el material fundamental
de una narrativa melodramática pues ésta se sitúa en el plano de una sociabilidad
primordial, como es la del parentesco, de las solidaridades vecinales y de amistad:
Entre el tiempo de la historia –que es el tiempo de la nación y del
mundo, el de los grandes acontecimientos que vienen a irrumpir en
la comunidad- y el tiempo de la vida –que es el que va del nacimiento
a la muerte de cada individuo y que jalonan los ritos que señalan el
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paso de una edad a otra-, el tiempo familiar es el que media y hace
posible su comunicación. (Martín-Barbero y Muñoz 28).
Ramona concreta esta operación discursiva construyendo un mundo
posible verosímil por la vía de colocar al centro la dura vida cotidiana de los
“marginales” y apelando a un sentido común masivo, afincado en la vigencia
de una memoria. Ortiz distingue entre memoria nacional y memoria colectiva
(1997). La primera se refiere a una historia que trasciende los sujetos y no se
concreta inmediatamente en sus cotidianidades; es del orden de la ideología y
un producto de la historia social. Si bien, a veces, se ritualiza en fiestas que
actualizan, por ejemplo, el mito de la fundación nacional, la memoria nacional
es más bien construida por una instancia exterior a las conciencias individuales
y es parte de una esfera de poder. Los mitos que la sostienen duran en tanto
exista consenso social y político en torno a su veracidad. En ese sentido, remite
al tiempo de la historia.
La memoria colectiva, en tanto, correspondería al orden de lo vivencial,
un conjunto de recuerdos activados por el filtro del presente, constituyendo un
patrimonio que, experimentado por un grupo de personas, se actualiza en cada
momento de rememoración y que, para existir, debe encarnarse, materializarse.
Sin ello, los recuerdos se pulverizarían.
De las mujeres en Ramona
Dado que las protagonistas de la serie son tres mujeres (Ramona, Helga
y Carmen), hay una serie de alusiones a problemas y conflictos de género que
intentan situarse en los contextos culturales y sociales de la época. En otras
palabras, se citan mundos referenciales que resultan verosímiles. Ramona y su
hermana huyendo de un padre abusador es, en cierto sentido, una cita a la realidad
campesina representada también en el film El Chacal de Nahueltoro (Littin, 1970),
basado en un hecho de sangre, real, ocurrido a principios de la década de 1960.
En Ramona, los problemas de género están presentes a lo largo de
la narración, develando el rol subordinado de la mujer en el marco de una
cotidianidad marginal. La visibilización de la marginalidad de las mujeres
populares urbanas en clave de género se verifica en varios planos como, por
ejemplo, en la amenaza permanente de violencia sexual, especialmente en el
caso de la hermana menor, Helga.
La serie representa audiovisualmente cuáles serían los trabajos “aceptables”
para la mujer popular en el contexto de marginalidad provocada por la migración
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
campo-ciudad, particularmente trabajos domésticos externos como lavandera o,
bien, como empleada de casa particular “puertas adentro”. En este caso, la mujer
urbana popular recorre parcial y relativamente otros circuitos sociales a los de
su propia experiencia vital y lugar social. Otro camino posible para la inserción
laboral de las mujeres populares, en la lectura de Ramona, es el de la prostitución
o, en un escalón previo, la mantención de locales “clandestinos” para vender
alcohol ilegalmente. Estas experiencias de trabajo de las mujeres populares de
la ciudad problematizadas por Ramona se vinculan a la noción de Salazar del
“peonaje femenino” y a la realidad de mujeres del sector popular, vigente desde
los “rancheríos” o conventillos de fines del siglo XIX y principios del XX.
En un plano secundario, Ramona hace referencia a otros “mundos
femeninos” de la época, en particular con ciertos personajes, espacios y
trayectorias vitales femeninas de clase media o acomodada. Una vía de conexión
con ese mundo la encarna una joven y su madre, quienes calzan con cierto
estereotipo de mujer blanca, relativamente frívola, pero “moderna” en el acceso
a ciertas claves culturales, tecnológicas y materiales. Esos personajes calzan
con la propuesta de Michelle Mattelart acerca de las revistas femeninas de la
época en su versión más integrada, como Eva, u relativamente transgresora,
como Paula (Montalva). No parece casual, entonces, la escena en que esta joven
sostiene el primer número de Paula y se lo regala a Helga, la joven pobladora
recién incorporada como personal doméstico.
Para Michelle Mattelart, las revistas ilustradas para la mujer, a mediados
del siglo XX, difunden un modelo modernista universal, “construido sobre la
base de un estereotipo de mujer de estrato socioeconómico muy acomodado en
una sociedad industrializada de la esfera capitalista” (145). Mattelart agrega que
“este modelo destaca eufóricamente la situación de dichas mujeres, exagera el
bienestar, la liberación, el goce que alcanzan en la vida cotidiana” (145). Para
la autora, el cambio en el estatus de la mujer en la segunda mitad del siglo XX
se transformó en sinónimo de integración a la modernidad y la imagen de la
mujer feliz, deslumbrada por el afán y la posibilidad de acceder al consumo
y al progreso. Tal imagen de “mujer moderna”, señala Michelle Mattelart,
“no sobrepasa nunca los límites de adaptación al contexto, definida por la
modernidad, lo cual significa nunca una agresión a los principios del sistema”
(148). El acceso al estudio y al trabajo aparece como un agregado y no una
ruptura del rol tradicional que provendría de la “naturaleza femenina”. Así, lo
tradicional cobra vigencia y se eterniza en lo moderno:
El núcleo de la teoría implícita sobre la liberación femenina que se
cobija en este modelo consiste en rescatarla de la intimidad hogareña
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para lanzarla en un mundo exterior donde se individualiza y, por
tanto, se libera gracias a una competencia basada en la adquisición
de bienes y el acatamiento fervoroso de la moda. (Mattelart 150).
La serie exhibe como contraste brutal las condiciones y aspiraciones de
estas mujeres de clase media acomodada y la realidad de sobrevivencia de la
mujer pobladora a través de una forma narrativa y audiovisual que recuerda un
tratamiento similar al de la película Machuca, del mismo Wood.
De lo marginal y lo popular en Ramona
La serie exhibe la cotidianidad de la marginalidad: la sobrevivencia es
una demanda y se vive día a día. Dicha experiencia cotidiana de la marginalidad
modela relaciones duras y directas, sin espacio para matices ni eufemismos. Dicho
de otro modo, es el tiempo de la vida que les toca a los personajes y “contra”
el cual se (sobre) vive. Sin embargo, no es solo la carencia y las dificultades
económicas; lo marginal implica, más bien, un juego permanente de equilibrio
en las orillas de lo permitido y donde todo es inestable e inseguro.
Ramona significa al mundo popular como un ambiente fundamentalmente
machista y patriarcal, aunque la mujer juega un rol activo y, muchas veces,
protagónico, motivado por las carencias y urgencias de una vida miserable.
En esa representación está jugando un sentido común y una memoria, que ha
naturalizado que la mujer asumiría enfrentar una cotidianidad adversa como
constitutivo de su rol de género.
Resulta interesante la incorporación de un personaje homosexual
(Memo), que es tolerado, aunque en un rol subordinado, y es objeto también
de violencia física y simbólica. Vale recordar personajes “cómicos” en la época
en que la serie está ambientada, presentes en radio (como el “Tereso”, por
ejemplo), que estereotipaban al hombre homosexual como un ser afeminado. En
su mejor versión, incorporaba actitudes y valores “propios” de la mujer, como
un “instinto” de protección y cuidado de los demás. Estos valores y actitudes se
ven claramente personificadas en Ramona.
La serie logra reconstruir un cierto “modo de vida marginal” que resulta
verosímil. Dicho “modo de vida marginal” incluye el alcoholismo y, por lo
tanto, la existencia de clandestinos; la cotidianidad de la experiencia de abortos
ilegales en condiciones de insalubridad y su censura por parte del entorno
ilustrado (médicos y enfermeras); la existencia de niños abandonados que
pasan a engrosar una categoría social de la época, “recogido” (como el niño
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
Ossiel, cuya madre muere a consecuencia de un aborto clandestino en malas
condiciones, y el de Manuel, pareja de Ramona); abusos sexuales y violencia
contra las mujeres, jóvenes dedicados al delito y a diversas actividades ilegales
(Sergio). Las actividades ligadas al tráfico o menudeo de drogas no aparecen en
Ramona, pues como fenómeno delictual y su impacto social en campamentos y
poblaciones es posterior a la época que recrea la serie.
A pesar de ese marco, se desarrollan historias románticas: amores sin
mediaciones, directos; pero, a la vez, romances más complejos, articulados con
un contexto de vida áspero y que movilizan claves de mayor realismo que las
historias de amor con “final feliz”. Son romances que funcionan (como el caso
de Ramona y Manuel) o no (como el de Héctor y Carmen). Pueden ser relaciones
más militantes que pasionales (compañeros antes que amantes, como Héctor
y Elvira) o, bien, pueden ser relaciones marcadas por la tragedia (como la de
Sergio y Helga).
Del actor colectivo en Ramona
La serie hace un contrapunto al mostrar cómo, frente a distintas
contingencias, emergen redes de solidaridad y apoyo entre los vecinos,
manteniendo vigentes prácticas sociales tradicionales. Asimismo, Ramona
representa a la organización social y política como un espacio de crecimiento
y superación personal y colectiva. Es significativa la apelación a la memoria
colectiva popular en la figura de Luis Emilio Recabarren, como ícono que
preside reuniones y conversaciones desde su retrato colgado en una pared de la
mediagua, la postura crítica al alcoholismo y el rechazo a la violencia contra la
mujer encarnado en ciertos personajes, discursos y escenas. Ramona, en efecto,
incluye numerosas referencias a una tradición de organización popular y a la
persistencia de una memoria de dichas prácticas. A través de referencias a hechos
políticos del momento en que se ambienta la narración, se ubica a lo político
como una cuestión integral de la vida cotidiana de los pobladores y a estos como
parte de una experiencia de larga data. Es decir, en Ramona se representa y
reconoce al sujeto poblador ligado a la tradición obrera.
Junto al reconocimiento de la política y lo político como central para
la vida de la población y de los sujetos populares urbanos, la política aparece
asociada al trabajo cultural, cuestión que también remite a los orígenes del
movimiento popular en Chile. Se hace una referencia en general positiva a
los políticos “profesionales”, como Héctor, que representa el estereotipo del
“cuadro” dedicado por entero a la militancia. El personaje encarna la figura del
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activista o agitador, pero desde una óptica positiva. Así, a través del personaje
de Héctor, Ramona muestra una vinculación orgánica de los “políticos” con el
movimiento social; incluso, cuando se nombra a los “parlamentarios”, aunque
aparecen como una entidad abstracta y distante, pueden ser considerados aliados
apoyando y protegiendo a las tomas de los desalojos policiales.
Desde una lectura marxista-leninista, de hecho, Héctor simboliza la
“vanguardia” y, con ello, el personaje encarna una discusión histórica en la
Izquierda, a saber: cuál es (o debe ser) la relación entre lo social y lo político,
vinculación que, en la época de movilizaciones y transformaciones sociales que
Ramona retrata, recobró actualidad y vigencia. Junto a Héctor, y en oposición
al liderazgo que él encarna, emerge otro tipo de cuadro dirigente (Nelson), que
cuestiona el liderazgo más bien moderado y pragmático de Héctor y propone un
curso de acción más directo y voluntarista. En esta tensión y representaciones
distintas de los cuadros políticos populares de base, la serie parece retratar,
aunque quizás de manera relativamente estereotipada, la emergencia del
Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) que en esos años irrumpe en el
escenario político para disputarle al Partido Comunista (PC) la conducción del
movimiento popular chileno.
De igual forma, Ramona retrata la acción de una serie de sujetos adscritos
a otros sectores sociales distintos a los de la toma en ejercicio de labores
voluntarias (la doctora, Soledad; los estudiantes que colaboran en la toma). La
realización de “trabajos voluntarios”, uno de cuyos componentes principales
eran los “operativos de salud”, constituían, de hecho, mecanismos de conexión
solidaria entre sectores sociales distintos.
De los indicadores del mundo de referencia en Ramona
Ramona ancla su acción y está ambientada en 1967. La producción
reconstruye cuidadosamente la época y, con ello, un mundo y una historia
verosímil, movilizando un conjunto de datos, eventos, prácticas y artefactos
como claves de la época. Entre estas huellas –materiales, simbólicas, identitarias–
destacan el proceso de la Reforma Agraria, la muerte del Che Guevara en Bolivia,
la aparición de la revista Paula, los anticonceptivos orales y, sobre todo, ciertas
afirmaciones que, por su simbolismo, remiten a la elección presidencial de 1970:
“en dos años más llegará el futuro”, dice un personaje.
En el caso de la Reforma Agraria, los ecos al mundo de referencia están
en el primer episodio: Las hermanas Ramona y Helga van a pedir emplearse
“aunque sea por un tiempo” con la dueña de una casa patronal. Las hermanas le
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La producción mediática de “los pobres de la ciudad”:
El caso de la serie televisiva Ramona
explican que quieren reunir dinero para mudarse a Santiago. “Suerte”, les dice
la patrona mientras empaca una serie de objetos que denotan riqueza material
y tradición. “Porque acá, trabajo no hay”. La patrona pasa de la piedad a la
indignación: “Me pregunto para qué (me piden ayuda) si seguramente ustedes
van a terminar siendo las dueñas de todo esto. Vayan a pedirle trabajo a la gente
de la CORA (Corporación de Reforma Agraria). Vayan a pedirle a los demócrata
cristianos que ahora piensan que pueden regalar la tierra ajena”.
Con una carta de recomendación de la empleada del fundo para presentar
como referencia en la capital, las hermanas emprenden camino y son ayudadas
por campesinos en el pick up de un camión del que cuelga un lienzo que identifica
a la “Confederación Sindical Campesina Ranquil”. Efectivamente, a raíz de la
promulgación de la Ley de Sindicalización Campesina, junto a la Ley de Reforma
Agraria, en 1967, se crearon y promovieron sindicatos campesinos que se agruparon
en tres confederaciones, de distinto signo ideológico, entre la que se contaba la
Confederación de Campesinos e Indígenas Ranquil, ligada al PC.
La relación que se establece entre la narración en pantalla con su mundo
y época de referencia es más estrecha en relación con la toma de lo que sería
luego la población La Victoria, en 1957, con la secuencia del incendio y la
necesidad de tomarse otro terreno, como ocurrió efectivamente en la toma que
luego sería la población Herminda de La Victoria, en 1967, en Barrancas (hoy,
comuna de Cerro Navia). Esa toma de terrenos fue duramente reprimida, los
pobladores resistieron el cerco policial e intento de desalojo durante tres días e,
incluso, murió una niña de pocos meses de edad, llamada Herminda, de quien la
población tomó su nombre.
De la intertextualidad audiovisual en Ramona
En la construcción de la serie es innegable la influencia de la
cinematografía de realizadores latinoamericanos como Fernando Birri, Jorge
Sanjinés, Santiago Álvarez, entre otros, que durante los años 1960 abordaron
problemas sociales y de desarrollo. La visualidad de la serie rinde homenaje a la
cinematografía latinoamericana durante la segunda mitad del siglo XX vinculada
al realismo social y a la influencia del cine documental, en tanto cine de “hechostestimonios, o abordamiento directo de la realidad (…) un cine de dato y prueba
irrefutable” (Paranaguá 469). Por ejemplo, las imágenes de archivo de un tren
como un elemento que simboliza a la vez el desarrollo y la migración del campo
a la ciudad, se utiliza para construir la secuencia en la que Ramona y su hermana
llegan a Santiago.
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Las imágenes de la serie hacen referencia “a esta doctrina cinematográfica
[del documental universitario] de preferencia por lo interválico” (Corro et al. 8).
Producciones audiovisuales que tenían como ejes temáticos problemas sociales,
las organizaciones políticas populares, las condiciones de vida de mineros
y campesinos, la falta de vivienda, el alcoholismo y los abortos clandestinos.
Ramona incorpora ciertas imágenes de archivo de documentales universitarios
de la época y los utiliza como imágenes de “efecto-archivo” (Baron), insertas
en la ficción utilizando la misma tonalidad –imágenes en blanco y negro– y
una composición similar. De esta forma otorga un efecto de continuidad entre
ambas imágenes que resaltan la estética de realidad que evoca la serie.11 Dado
que los documentales usados fueron filmados originalmente en blanco y negro,
el recurso de “efecto-archivo” implica que los personajes ficcionales “transiten”
al color de la actualidad, como si “vinieran” de ese pasado.
Este mecanismo, además, permite poner en movimiento un sentido común
audiovisual, definido como un conjunto de convenciones compartidas, tanto
por los espectadores como por los realizadores, expresadas en imágenes que
resulten familiares para una memoria colectiva, como las imágenes del centro
de Santiago en la década de 1960 u objetos como revistas o libros, reconocibles
con cierta facilidad, conectando con un pasado que se identifica en tanto pasado
compartido.
Una obra audiovisual no es entendible en toda su significación desde su
pura inmanencia. El sentido que vehicula no empieza ni termina en sí mismo
y, por lo tanto, no parece conveniente su estudio aislado, sino que, más bien,
demanda emplazar su análisis en la perspectiva que abre la noción de discurso
social de Verón, que señala que el sentido al que apunta el discurso se articula
con otros discursos, de otros medios y de otros ámbitos de la sociedad. Las
imágenes, los conceptos, las figuras retóricas, los sonidos y los colores, circulan
por ellos, configurando un ambiente mediático, penetrante y envolvente
(siguiendo libremente a McLuhan).
11
La serie incluye imágenes de obras como: Las Callampas (1958), del Instituto Fílmico de la
Pontificia Universidad Católica de Chile, Caritas Chile y el Hogar de Cristo. Es un cortometraje
de 19 minutos, dirigido por Rafael Sánchez, sobre los orígenes de la población La Victoria;
Fragmentos de Diálogo de la calle con la Universidad (1963), cortometraje de 10 minutos
realizado por el Cine Experimental de la Universidad de Chile, y de Herminda de la Victoria
(1969), cortometraje documental de 22 minutos sobre la toma del mismo nombre, del Cine
Experimental y dirigido por Douglas Hübner.
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El caso de la serie televisiva Ramona
6. PALABRAS FINALES
Debido al Bicentenario de la Independencia, la televisión abierta produjo
un conjunto de series televisivas basadas en eventos o personajes reales o, bien,
ambientadas en distintos momentos de la historia chilena. Esta tendencia en
la producción y circulación de discursos audiovisuales, en general en horario
prime, permitió apreciar a la televisión operando de manera significativa en la
(re)escritura y (re)construcción cotidiana de la realidad nacional, especialmente
en los procesos de elaboración de una memoria en la perspectiva de la comunidad
imaginada (Anderson).
Para Buonano, la ficción televisiva nos habla a nosotros y de nosotros,
recogiendo y reelaborando los temas e intereses elementales y básicos de la vida
cotidiana: el bien y el mal, el amor y el odio, la familia, la amistad, la violencia,
la justicia, la enfermedad y la salud, la felicidad y las desgracias, los sueños y
el miedo. Para ello, opera sobre la base de géneros y formatos conocidos en las
tradiciones literaria, cinematográfica y mediática, en general.
La televisión se instala, así, como un “centro de producción de memoria”,
a partir de la verosimilitud alcanzada gracias a aspectos como la dirección artística,
los personajes y tramas, la dramatización y, sobre todo, la individualización de
los conflictos o procesos históricos (Antezana y Mateos).
Ramona tiene como tema central la marginalidad. El tipo de seres humanos
que transitan y habitan en él, el tipo de relaciones, trayectorias y decisiones
vitales, los entornos y escenarios en que transcurren y operan estos personajes
con sus relaciones y trayectorias y mucho más, porque la marginalidad no es solo
no tener casa. La serie se instala en fenómenos sociales estructurales que persisten
pues no son de fácil resolución: la migración campo-ciudad, la industrialización,
la modernización y el problema de la vivienda como una cuestión central, en un
marco mayor que es el de la marginalidad.
La serie tiene enorme vigencia desde el lugar y momento de su lectura,
en particular en relación a la revuelta popular de octubre de 2019. La pobreza, la
marginalidad, la desigualdad, la injusticia, la discriminación como mecanismos
persistentes de funcionamiento y organización social, y no como meros problemas
individuales, hermanan a Ramona y el momento insurrecto de este siglo XXI.
La marginalidad está ahí y es vivida; nunca se fue del todo a pesar de ciertos
espejismos de modernidad y modernización.
Andrés Wood y la producción visibiliza y representa, a través de la serie, la
marginalidad durante un periodo específico, previo a la Unidad Popular; periodo
en que se gesta un proyecto político que, sabemos, quedará trunco. De ahí cierta
mirada nostálgica de la serie, pues exhibe una sociedad que se dirigía hacia otro
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estado, pero que no se materializó, y las promesas de dicho proyecto, no se
cumplieron. Ramona es, entonces, un registro utópico de un proyecto frustrado
y que la serie materializa bajo una mirada algo ingenua y, a la vez, esperanzada.
Es un proyecto limpio, que pretendía construir un mundo nuevo, con un orden
y en un lugar y espacio nuevos. Las secuencias finales donde los personajes
organizan el terreno tomado y proyectan sus futuras viviendas son, audiovisual
y simbólicamente, luminosas.
Ramona ilustra narrativa y audiovisualmente dicho proyecto social y
político en el momento de su gestación y maduración. A diferencia de otras
lecturas, la de Wood y compañía incorpora un elemento relevante y que lo
distingue: lo colectivo. En otras palabras, el retrato, ciertamente nostálgico,
de Ramona representa en imágenes un proyecto que no es solamente político
y circunscrito al sistema jurídico político del Estado-Nación, sino que es un
proyecto radicalmente social: grupos sociales en movimiento y que colisionan.
Wood representa esa lucha de clases.
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