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Un desconocido se detiene frente a los tanques. Imagen icónica de la masacre de Tiananmen

Un desconocido se detiene frente a los tanques durante la represión del levantamiento de la plaza de Tiananmen. © Reuters/Stringer

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La violenta masacre de la plaza de Tiananmen, la mancha imborrable de China

Por Amnistía Internacional,

Es uno de los momentos más emblemáticos de la lucha por la libertad en la historia contemporánea. Un hombre solo, con una bolsa de la compra en cada mano, se planta desafiante ante una fila de tanques militares cerca de la plaza monumental de Tiananmen, en Pekín. A continuación, mientras las cámaras captan el instante para su difusión en todo el mundo, levanta la mano derecha para indicar a los tanques que paren. Y, por un instante, lo hacen.

Lo que hizo aún más memorable el acto de resistencia de este hombre fue el horror que el mundo había presenciado la víspera.

La noche del 3 al 4 de junio de 1989, tanques chinos avanzaron sobre la plaza de Tiananmen para reprimir brutalmente un movimiento sin precedentes en favor de la democracia.


Cientos de personas, posiblemente miles, fueron asesinadas cuando los soldados abrieron fuego. Muchas llevaban semanas reclamando pacíficamente reformas políticas.>

Nadie sabe el número exacto porque, 34 años más tarde, las autoridades chinas continúan haciendo todo lo posible para impedir que la gente se haga preguntas sobre aquel día, o incluso que hable de ello.

Los días que siguieron a la sangrienta represión, el gobierno publicó una lista de 21 personas “buscadas” por su papel en la organización de las protestas.

Wang Dan, líder de las protestas de Tiananmen

El número uno de la lista era Wang Dan, quien terminó pasando varios años en la cárcel.

Antes de eso, en la primavera de 1989, Wang era un alumno de 20 años de la Universidad de Pekín, donde organizaba charlas sobre democracia.

Manifestación a favor de la democracia celebrada el 17 de mayo de 1989, días antes de la masacre

Un grupo de periodistas apoya la protesta a favor de la democracia en la plaza de Tiananmen, Pekín, China, 17 de mayo de 1989. © REUTERS/Carl Ho

“Yo sólo era uno de los [muchos] líderes durante el movimiento. No sé por qué era el número uno de la lista —nos contó—. Éramos una generación preocupada por la situación política. Nos preocupaba nuestro futuro político. Jamás pensamos que el gobierno enviaría tropas contra su propio pueblo. Pensábamos que sólo querían asustarnos”.

Cuando los soldados abrieron fuego la noche del 3 de junio, Wang Dan estaba en su residencia de estudiantes.

Mi compañero de clase me llamó desde algún lugar cercano a la plaza de Tiananmen. Me dijo: ‘La represión ha comenzado. Ha muerto gente’. Traté de ir a Tiananmen, pero la policía había cortado la carretera. Estaba conmocionado —nos contó Wang—. Durante tres o cuatro días, no pude decir una palabra”.

Hace 34 años las tropas chinas dispararon y mataron a cientos o miles de personas que se manifestaban pacíficamente en la plaza de Tiananmen en Pekín. Estos sucesos siguen siendo censurados en la China Continental y cada vez más en Hong Kong

Gracias a la ayuda de sus amistades, Wang Dan pudo esconderse durante varias semanas, pero las autoridades dieron con él el 2 de julio.

Wang cumplió casi cuatro años de prisión y quedó en libertad en 1993. Pudo irse de China entonces, pero decidió quedarse.

Quería continuar mi lucha. Por la gente que había muerto, tenía la obligación de hacer más. Veía que aún era posible el cambio. Por eso decidí quedarme”.

Menos de dos años después, Wang Dan estaba de vuelta en prisión, esta vez con una condena de 11 años.

Dos años más tarde quedó en libertad condicional por razones de salud con la condición de que se marchara al exilio.

“Marcharme fue una decisión difícil. Era muy duro saber que no vería a mi familia. Pero, si me negaba a marcharme, me quedaría en la cárcel. Desde allí no habría podido hacer nada”.

Wang Dan estudió en Harvard y Oxford y ahora vive en Estados Unidos, tras haber estado varios años dedicado a la enseñanza de ciencias políticas en una universidad de Taiwán.

Si me hubiera quedado en China, no hubiera podido hacer nada entonces y tampoco ahora. La policía me seguiría y no podría ponerme en contacto con nadie. Fuera de China al menos puedo hablar con libertad —nos dijo—. Nunca me arrepentiré de lo que sucedió. Nuestro futuro requiere sacrificios. Fue una gran revelación; la democracia llegó al alma de la población china”.

Las balas silbaban a mi alrededor y alcanzaban a la gente. Un cuerpo cayó a mi lado, luego otro. Corrí sin parar para quitarme de en medio. La gente gritaba pidiendo ayuda, pidiendo ambulancias. Y entonces, alguien más moría

La vida de Lü Jinghua también cambió para siempre durante la primavera de 1989. Tenía 28 años entonces, y se ganaba la vida vendiendo ropa en un pequeño puesto de la capital china.

Después de ver a los y las estudiantes manifestándose en la plaza de Tiananmen durante varios días, decidió acercarse para saber más de su campaña. Días más tarde empezó a llevarles agua y, finalmente, se sumó a su causa.

Me ofrecí voluntaria para hacer de locutora, por mi voz. Me colocaba en la plaza de Tiananmen y anunciaba las últimas noticias por los altavoces. Por la noche dormía en una tienda en la plaza —nos contó—. Realmente disfruté aquellos días. Era feliz. Aquel movimiento cambió mi vida”.

Pero la situación no tardó en dar un sombrío giro. Lü Jinghua estaba en la plaza cuando entraron los tanques.

“Las balas silbaban a mi alrededor y alcanzaban a la gente. Un cuerpo cayó a mi lado, luego otro. Corrí sin parar para quitarme de en medio. La gente gritaba pidiendo ayuda, pidiendo ambulancias. Y entonces, alguien más moría”.

Estudiantes se saltan el cordón policial en Tiananmen donde tuvo lugar la fatídica represión de 1989

Una multitud de estudiantes atraviesa un cordón policial antes de entrar en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989, durante una manifestación prodemocrática. © REUTERS/Stringer

Tras la represión, Lü Jinghua fue incluida en la lista de las personas “más buscadas” y su familia sufrió violentos actos de hostigamiento por parte de las autoridades. No le quedó otra salida que huir de Pekín, dejando allí a su hija de corta edad.

“Era una decisión imposible, pero tenía que salvar mi vida, por eso acepté que debía marcharme”.

Tras una peligrosa travesía, cruzando un río a nado y viajando en una barca, consiguió llegar a Hong Kong y de allí voló a Nueva York.

En 1993 trató de regresar a China para ver a su familia: “Al salir del avión, las autoridades me interceptaron. Podía ver a mi madre con mi hija en brazos al otro lado de la puerta, pero la policía no me dejó hablar con ellas”.

Finalmente, en diciembre de 1994, la hija de Lü pudo reunirse con ella en Estados Unidos, pero Lü ya no ha podido volver a China, ni siquiera para asistir a los entierros de su padre y su madre.

“Jamás olvidaremos lo que pasó. Hicimos lo correcto. Era una joven que pasaba a la acción. Aún creo en ello. Sigo luchando por los derechos humanos en China”.

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