Un paseo por lo natural (y lo divino) con Gabriela Mistral: “¡La naturaleza, he ahí Dios!”

Elogio de la naturaleza, se llama la reciente compilación -publicada por Lumen- que reúne los textos en prosa que la Premio Nobel de Literatura 1945 escribió sobre lo natural. Algunos de ellos inéditos. En diferentes registros, pasan elementos, animales, lugares y accidentes geográficos. En ellos Mistral también reveló de manera lateral su peculiar veta espiritual. Junto a la compiladora recorremos una particular dimensión de la esencial poeta chilena.


De su puño y letra, Gabriela Mistral escribió: “Voy a aprenderme esta tierra adonde me trajo el viento, una marea y un leño. Aprenderme quiero, uno por uno, Dios mío, sus árboles que veía en sueño, aprenderme como palabra cada fruta”. Es un texto en prosa -inédito hasta ahora- donde la oriunda de Vicuña refleja su gusto por lo natural, los paisajes, los accidentes geográficos, los volcanes, los ríos, animales y plantas. Algo que estuvo siempre muy presente en su vida, en que alternó diferentes ciudades en Chile y el mundo.

Quiero aprenderme esta tierra, se llama el texto, y es algo así como una declaración, una primera piedra de donde salieron los trazos para entender una dimensión crucial de la Premio Nobel de Literatura 1945. Y que se cruza, por ejemplo, con su muy particular espiritualidad (algo así como un panteísmo cristiano y sincretista), que reflejó, entre otras cosas, en su vínculo con la orden franciscana. Como sea, es un lado de Mistral tan importante como el literario.

Buena parte de estos textos en prosa acaban de ser publicados en el libro Elogio de la naturaleza, a través de Lumen. En su mayoría corresponden a escritos que vienen desde el archivo de la autora, inéditos, y otros que publicó en el diario El Coquimbo, a inicios del siglo XX. La compilación la realizó la investigadora Daniela Schütte González, Licenciada en Literatura y que actualmente se desempeña en la Biblioteca Nacional. Anteriormente, fue quien hizo la compilación de las cartas de la poeta a Doris Dana en el volumen Doris, Vida mía (Lumen, 2021); y en 2015 publicó Gabriela Mistral: Carta para muchos. España, 1933-1935, junto a Karen Benavente, en que revisaron su período consular en la Madre patria.

“La idea surgió de la editora de Lumen, Paz Balmaceda -comenta a Culto-. Iniciamos las conversaciones sobre la base de una idea general, textos de Mistral sobre naturaleza. Las posibilidades en la forma de abordar el proyecto eran amplias, sin embargo, teníamos claro que la obra final debía inscribirse dentro de la tradición de libros de lo que se ha llamado nature writting o escritos de la naturaleza. Esta idea, por cierto, surge de la pertinencia de presentar, en este momento del mundo –por decirlo de alguna forma- un libro que propicie un acercamiento sencillo, sin pretensiones efectistas, y a la vez reflexivo sobre el medioambiente, la naturaleza y sus distintas especies”.

Un poco volver la mirada sobre aquellos elementos naturales que nos rodean, que permiten nuestra existencia, que muchas veces damos por sentado pero, que este volver a mirar se realice a través de los ojos de la sensibilidad y el carácter espiritual, social y ecológico con que Mistral se aproximaba a ellos”.

La obra de Mistral, por supuesto, abarca mucho más que la prosa, pero ese fue el eje en este caso. ¿Por qué? Schütte lo explica: “Al igual que el trabajo que realicé para Doris, vida mía, la propuesta de Elogio de la naturaleza es la de la construcción de un relato, a través de los textos de Mistral”. Y en este relato, nos encontramos con tres tipos de voces que Mistral utilizaba para hablar de naturaleza. “Aquella que articula textos desde la observación, la que ocupa el lugar de un ‘ente’ que se sitúa entre las especies y reinos para describirles como parte de un todo, y por último, la que adopta las voces de cada una de las especies y reinos y que narra y explican su propia historia”.

Con esas tres voces que van apareciendo en los textos, Schütte fue articulando una narrativa. “En atención de esto y a fin de permitir que el relato se articulara de un modo fluido que coincidiera además con un ritmo de pausa, similar en alguna medida a las caminatas de H.D. Thoreau, y con un tono de carácter más bien íntimo y proclive a una suerte de meditación a partir de la observación es que preferí trabajar solo con textos en prosa, dejando fuera la poesía o su correspondencia”.

De este modo, en el volumen nos encontramos con textos que hablan sobre lugares (La Patagonia, La Cordillera, o el notable Recado sobre la alameda chilena), elementos de la naturaleza (Elogio de las piedras, Elogio de la arena, El álamo, El sauce), animales (La ballena, El oso blanco, El conejo, El gato). Por supuesto que hay alusiones a su provincia natal, la de Coquimbo. Así nos encontramos con el Recado sobre la papaya: “Pulcra, ordenada, por su propia geometría, clara y ligera, las muy cuelludas -menos que las palmas, pero más que los otros árboles- parecen que vuelan; son casi cuerpos, cuerpos gloriosos por la poca hojazón; la luz las palpa y dora sin estorbo a su gusto”.

La selección comenzó en la Biblioteca Nacional, lugar que alberga los archivos de la poeta tras la donación que realizara su albacea, Doris Atkinson, en 2007. “El primer paso consistió en la identificación de una serie de términos que servirían como palabras clave para articular la búsqueda. Reunido este corpus, vino la etapa de la distinción por género y tipo de texto, para dejar solo aquellos que correspondieran a prosas. Una vez realizado este proceso, comencé la revisión de cada uno de los textos, distinguiendo aquellos que correspondían a piezas completas o borradores, ya sea inacabados o inéditos. Terminado este proceso, me aboqué a la revisión de la obra publicada, consignando aquellos materiales que ya habían sido publicados previamente y aquellos que no”.

“En los casos en los que sí hubiera publicación previa, cotejé las versiones, para poder realizar la transcripción. En esta etapa, fue relevante, por ejemplo, la decisión de privilegiar la versión manuscrita sobre la publicada ante diferencias entre ambas. Y luego ya con el corpus definido y asentado, comenzó el proceso de selección, que a poco andar evidenció cuál sería la estructura, el ritmo y el tono del relato que me había propuesto construir”.

Por supuesto, el proceso no estuvo exento de complejidades: “Diría que probablemente lo más difícil fue definir los límites de los hablantes de los textos. Como decía, la intención era construir un relato de observación, de contemplación, de reflexión sobre la naturaleza. O, dicho de otra forma, intentar construir paisajes a través de los textos. La idea que tenía en mente era la de las vitrinas de los museos de historia natural o si se quiere, algo así como los cuartos de maravillas del Renacimiento, pero esta vez solo de naturalia y sin la exigencia de su ‘rareza o novedad’ sino elementos habituales de la naturaleza pero que, por la forma de vida moderna, hemos dejado de ver”.

“Digo que fue una dificultad los límites de los hablantes en la selección, porque dada la idea antes descrita, resultaba necesario que los textos tuvieran una mínima intervención o presencia humana. En este sentido entonces, textos que por ejemplo profundizaran en aspectos políticos o económicos, por ejemplo, revistieron cierta complejidad. La idea era solo reflejar la al hablante observador o a la especie humana como parte de un ecosistema o bien como amenaza de él.

“No hay para qué buscar a Dios en el misterio”

En estos textos, decíamos, encontramos una mezcla de la visión de la naturaleza de Mistral con los elementos de su muy particular espiritualidad. “Quizás en Elogio de la arena pueda verse de un modo más explícito por la alusión directa a Jesús, sin embargo, dentro del libro, varios, por no decir la mayoría dejan entrever una dimensión religiosa o creyente (por ejemplo, Junto al mar), pero más que eso, la dimensión espiritual de sus textos. Me parece que, como han comentado varios críticos e incluso la misma Mistral, su religiosidad o espiritualidad es un sistema de creencias complejo compuesto por una densa base cristiana y católica, combinada con elementos profundos elementos de la teosofía, del budismo y de sus referentes intelectuales”.

Como muestra de ese nexo religioso-natural, en Junto al mar, Mistral escribió: “¡Y no hay para qué buscar a Dios en el misterio! Estamos sumergidos en él, rodeados de él, en él mismo; somos un átomo suyo; le estamos viendo en las cosas y en los seres. ¡La naturaleza, he ahí Dios! La creación, de la que somos algo; de la que la tierra es un partícula ínfima quizás, pero siempre algo de ella”.

O en Elogio de la arena: “La arena de las playas del mundo, que no ama talones nómadas y que conoció a Cristo en que pasando no le dejó cicatrices detrás. La arena de las dunas que se pone a hacer gibas [sic] para empinar a las nubes y trabaja unos tronos anchos para reinas que no llegan, de la que se ríen las nubes, insensatas y burladoras”.

Gabriela Mistral.

¿Qué era la naturaleza para Gabriela Mistral? Bien vale la pena hacerse esa pregunta mientras uno va leyendo el volumen. Es que la poeta entendía que la literatura es el terreno de las preguntas más que de las certezas. De todos modos, Daniela Schütte se anima con una respuesta: “Me parece que la mejor definición, es la que hace ella misma y que es citada en el prólogo del libro: ‘Desde entonces la naturaleza me ha acompañado valiéndome por el convivio humano; tanto me da su persona maravillosa que hasta pretendo mantener con ella algo parecido al coloquio’. O, como menciona Jaime Concha, también en el prólogo, para Mistral, la naturaleza: ‘Es el ámbito de la gracia, noción fundamental en su poesía y en su pensamiento, pues liga tierra y religión, engendrando una elevada espiritualización de lo agrícola […] nunca en América Latina se ha hecho más consciente, como en la obra de la Mistral, que toda cultura humana proviene de la tierra. De allí brota todo: ética, arte, sociedad y religión’”.

De todos los textos incluidos en esta recopilación, Schütte nos comenta cuáles son sus favoritos: “Quiero aprenderme esta tierra me gusta muchísimo. Al margen de ser un texto inédito que siempre es una felicidad para un investigador, me parece que es una muy precisa descripción de su forma de entender la naturaleza. Los textos recogidos de El Coquimbo también me gustan muchísimo. Son textos de juventud, agudos en su mirar y que insinúan esa bruma o esa especie de oscuridad que está presente de distintas formas en su obra. En un lado más luminoso, quizás, están los textos de los animales, algunos de ellos adorables, otros divertidos, otros tristes. Por ejemplo, El Caracol con el recado urgente que necesita entregar; El Topo enamorado, El Camello y su cuidador o las arquitectas Golondrinas, me parecen sorprendentes. Pero de estos, quizás mi favorito sea el de La Cigüeña y su desesperanza porque el mundo se va a acabar”.

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