David Carradine, la oveja negra de Hollywood que llevaba la autodestrucción en los genes

El actor fue encontrado sin vida el 4 de junio de 2009 en circunstancias que llegarían a cuestionar dos de sus exmujeres.

El actor David Carradine en 2003.

© Cordon Press

El enigmático David Carradine fue hallado muerto el 4 de junio de 2009 en su habitación del Swissotel Nai Lert Park, el hotel de lujo de Bangkok donde el actor de 72 años se hospedaba mientras rodaba una coproducción franco-americana titulada Stretch. Quedaban pocos días para que el rodaje en la capital tailandesa llegase a su fin cuando una camarera del complejo encontró el cuerpo del californiano en su suite desnudo, colgado de la barra del armario del cuarto con un cordón de nailon alrededor del cuello y genitales. En un principio, las autoridades tailandesas especularon con el suicidio, y manejaron también la teoría de la muerte por causas naturales. Sin embargo, después de realizar dos autopsias concluyeron que Carradine murió accidentalmente por asfixia autoerótica.

Más de 400 personas acudieron al funeral del actor, celebrado en un cementerio de Los Ángeles. Y parecía que la cosa quedaría así. Sin embargo, un año más tarde, la quinta esposa y viuda del actor, Annie Bierman, decidió presentar una demanda contra MS2 —la productora de la película—, por incumplimiento de contrato y muerte por negligencia. Alegaba que el día que el actor murió, este debía haber asistido a una cena con el director del filme, pero que el asistente nombrado por la productora para llevar la agenda y el transporte de Carradine no hizo bien su trabajo esa noche.

Tiempo después, la actriz Marina Anderson —cuarta esposa del intérprete— escribió un libro de memorias —David Carradine, the Eye of my Tornado— en el que explicaba que llegó a investigar por su cuenta el caso y que ponía en tela de juicio que el actor hubiese muerto mientras llevaba a cabo un juego sexual. "Nunca hacía las cosas solo cuando estaba conmigo. Eso no encajaba en el escenario. A David le gustaba la participación", señaló Anderson en una entrevista con ABC News.

Aunque ya no fuese tan joven, Carradine era un tipo atlético y seguía siendo muy activo. Cuando murió, amasaba una inmensa fortuna. Tenía fijada su residencia en el Valle de San Fernando (Los Ángeles) y continuaba trabajando de forma regular. Eso sí, nunca logró despojarse del todo del estatus de actor de culto que le envolvió desde que triunfase con su papel en la serie de televisión Kung Fu. “En las primeras dos cosas que hice después de la serie, intenté destruir la imagen. Después de un tiempo, me quedó claro que no podía, y también me quedó claro que no debería. Sabes, fue algo extraordinario lo que sucedió, y fue realmente bueno para todos en el mundo, así que, ¿por qué debería intentar deshacerme de ello?", confesó el actor en su día sobre su aparente encasillamiento.

Parece claro que Carradine era un tipo enigmático. Más que un Pequeño Saltamontes, fue siempre un potro desbocado. De pequeño, de hecho, pasó un tiempo en un correccional de menores porque se pasaba el tiempo haciendo novillos. El de California provenía de una familia dedicada al mundo del espectáculo. Su padre, John Carradine, era un conocido actor cuando él vino al mundo. Pero también era un truhan que, durante bastante tiempo, vivió una relación de amor intermitente y tóxica con la madre de David, de la que se acabó divorciando cuando este tenía seis años —el actor contó después que se crio con dos familias disfuncionales y alcohólicas, y que llegó incluso a intentar suicidarse a los cinco años—.

Quizás por eso, Carradine fue un chaval rebelde y despreocupado —en alguna ocasión contó que, como niño criado en los años de la revolución hippy, se abonó a las drogas psicodélicas y llegó a tener varios altercados con la policía—. Nunca pensó en dedicarse a las artes escénicas. De hecho, empezó a ganarse la vida pintando murales en bares de su zona y llegó a servir durante un tiempo en el ejército. Su primer contacto con el mundo de la interpretación se produjo en los años cincuenta, cuando se movía en pandillas de beatniks y empezó a actuar en el San Francisco State College —donde se había inscrito como estudiante de música—. Pero fue su decisión de marcharse a Nueva York la que cambiaría realmente su vida profesional.

Por azares del destino, aterrizó en Broadway en 1964 para participar en la obra de teatro The Deputy. Después, logró su primera gran oportunidad haciendo de jefe supremo de los inca en la obra teatral Royal Hunt of the Sun, y vio que aquello se le daba bien. A los seis meses, dejó la obra para participar en su primera serie de televisión y, a partir de ese instante, empezó a encadenar un proyecto con otro.

Su carrera cinematográfica despegó cuando, en 1972, protagonizó el debut de Martin Scorsese en Hollywood, el contestatario drama El tren de Bertha. Llevaba una década ganándose la vida como actor cuando fue elegido por el productor Jerry Thorpe —que también llegó a hacerle una prueba al mismo Bruce Lee— para el personaje de Kwai Chang Caine, un monje shaolín mitad chino y mitad estadounidense que se convierte en un budista experto en artes marciales en el western Kung Fu (1972).

Ese mismo año, Carradine empezaría a protagonizar una serie de televisión homónima, emitida por la cadena ABC durante tres temporadas. Aunque algunos asiático-americanos criticaron que el papel protagonista de Kung Fu no fuese otorgado a un actor asiático, Carradine logró meterse a todos en el bolsillo y se convirtió en una estrella mundial de la televisión.

Lo curioso es que el actor no dominaba las artes marciales. "Cuando empezamos, les pedimos a varios expertos en kung-fu que nos ayudasen, pero no lo hicieron. Ellos se toman muy en serio el arte del kung-fu y pensaron que nosotros éramos solamente una chorrada comercial. Todas las peleas en la serie son falsas, coreografiadas. ¡Yo no soy un luchador, soy un bailarín!", contó el actor en una entrevista de la época. Después de empezar a rodar la serie, eso sí, decidió estudiarlas —algo que le valió también para obtener otros papeles en filmes de ese género—. Para su sorpresa, se convirtió en una especie de influencer —logrando que, en poco tiempo, el kung-fu y las filosofías orientales se pusieran de moda entre los jóvenes americanos—.

El estudio Warner Bros le tachó de loco cuando Carradine les dijo que abandonaba la serie porque quería hacer otras cosas. “Al principio, me dijeron que si hacía una temporada, el programa sería un fracaso. Si hacía dos, sería un éxito marginal. Si hacía tres temporadas, sería un éxito. Si hacía cuatro temporadas, me volvería rico y si hacía cinco temporadas, probablemente sería el dueño del estudio. No estaba interesado en enriquecerme con una serie de televisión, y también sabía que para la cuarta temporada yo tendría ya menos posibilidades de convertirme en actor de cine”, confesó Carradine años después del final de la serie.

Durante bastante tiempo, Carradine —considerado la oveja negra de un Hollywood rendido al postureo y la obediencia— se vio obligado a combinar las películas comerciales con el cine de serie B para poder pagar las facturas. Pero en 1976, aprovechando la inercia imparable de su último éxito televisivo, le ofrecieron interpretar al mítico cantante y compositor Woody Guthrie en la película Esta tierra es mi tierra (1976), ambientada en la época de la Gran Depresión —una cinta que pinchó en taquilla pero que está considerada por muchos como el mejor trabajo de la carrera del actor—. No logró que lo nominasen al Oscar, pero sí consiguió otro premio: el genio sueco Ingmar Bergman vio esa película y le llamó rápidamente para protagonizar El huevo de la serpiente (1977).

Hippie de corazón, Carradine nunca se quiso plegar a los dictados de la meca del cine. Es más, tenía fama de difícil y no titubeaba si tenía que mandar al carajo a algún productor o director. Ni tampoco le temblaba el pulso si tenía que abandonar un plató de televisión en mitad de una entrevista —ya lo hizo en una ocasión en The Merv Griffin Show—. Quizás ese fuera uno de los motivos por los que nunca logró que la Academia le concediera una estatuilla dorada —aunque sí pudo presumir de prolija carrera actoral—, y su carrera actoral pasó por algún que otro bache —lo que le llevó a empezar a hacer otras cosas, como dirigir, montar una banda de rock country o escribir libros de ejercicios orientados a las artes marciales—.

A mediados de los noventa, escribió sus memorias (Endless Highway) y limó las antiguas asperezas con Warner, lo que le llevó a aceptar protagonizar una secuela de la serie que le dio fama —llamada Kung Fu: la leyenda continúa—. Pero su carrera en el cine no volvió a reactivarse hasta que otro outsider llamado Quentin Tarantino —que años atrás ya había logrado relanzar la carrera de otra estrella de cine estancada como John Travolta (con Pulp Fiction)— le llamó para que diera vida al villano de Kill Bill —después de que Warren Beatty rechazase el papel y le recomendase contratar al californiano—.

Después de que la cinta se estrenase, el caché de Carradine y su fama se multiplicaron. Pero, por desgracia para él, también renació su gusto por el estilo de vida salvaje y la autodestrucción. A fin de cuentas, era algo que llevaba en los genes.