Una apuesta, una infidelidad y una canción prohibida: la boda de Brigitte Bardot y Gunter Sachs

La actriz y el playboy. El mito erótico y el hombre que lanzó mil pétalos de flores desde un helicóptero en su honor. Esta es una historia de amor y desengaños a ritmo de Serge Gainsbourg.

Brigitte Bardot y Gunter Sachs en el aeropuerto de Los Ángeles rumbo a Tahití en 1966.

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Fue la boda de la estrella y el playboy. Cuando se unieron en una boda meteórica el 14 de julio de 1966, Brigitte Bardot y Gunter Sachs encarnaban algunos de los arquetipos emblemáticos de los 60, la parte lúdica, bella y frívola de la jet set internacional. Su matrimonio envuelve algunas de las personalidades más atrayentes y controvertidas de su época. Fue un amor y desamor hecho de aviones privados, pétalos de flores y canciones de Serge Gainsbourg.

Todo empezó en Saint-Tropez, por supuesto. En mayo del 66 Brigitte acudió a su casa de vacaciones, la ya famosa La Madrague, en compañía de su amigo Philippe d’Exea, Phi-Phi. Aquella noche acudieron a cenar a un restaurante en el cercano pueblo de Gassin, y en la mesa de al lado, entre un grupo de atractivos hombres y bellas mujeres, se encontraba el alemán Gunter Sachs. “¡Cuando pienso que llevábamos la misma vida, que veíamos las mismas cosas, frecuentábamos los mismos lugares y que no nos conocíamos!”, diría ella poco después. Por supuesto, lo de no conocerse significaba que no habían sido presentados oficialmente, porque cuesta imaginar que en 1966 alguien no conociera a Brigitte, una de las mujeres más famosas del planeta, y en los círculos en los que se movían, Sachs no era ni muchos menos un desconocido. Phi-Phi hizo las presentaciones, se saludaron y desde aquel momento fue amor a primera vista, aunque a juzgar por las numerosas ocasiones en los que ambos habían experimentado esa sensación, tal vez confundían amor con deseo. La noche continuó en el famoso club Papagayo de Saint Tropez, al que cada uno acudió al volante de su Rolls Royce, y cuando llegó el amanecer, había quedado claro que ya no iban a separarse. Brigitte esgrimió que había demasiada gente en su casa, así que se alojaron en el hotel La Ponche.

Brigitte Bardot, Philippe d'Exea y Jean-Claude Brialy bailan en el Rothschild Ball en el Chateau de Ferrieres-en Brie, a las afueras de París, en 1969.

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El cortejo que Sachs brindó a Brigitte se ha convertido ya en leyenda de los gestos románticos y grandilocuentes. Sin duda el más famoso se produjo cuando decidió arrojar miles de pétalos de rosa desde un helicóptero sobre la Madrague, que tardaron horas en ser recogidos de los arbustos, pero hubo muchos otros. Barnett Singer cuenta en su biografía de la estrella que algunas noches, en casa de Brigitte, Gunter jugaba a apagar las velas con una pistola de aire comprimido, o que en una ocasión, mientras navegaban por la Riviera a bordo del Drácula, el yate de Sachs, él decidió de pronto acudir al casino de Montecarlo. Saltándose cualquier protocolo, la pareja se presentó allí descalza, con el pelo lleno de salitre y en vaqueros. Perdieron 100.000 dólares con toda la elegancia que sus atuendos no demostraban. Al poco de haber iniciado tan agitado romance reapareció en escena Bob Zagury, el novio anterior de Brigitte, para ofrecerle volver con él y de paso varios contratos televisivos; Gunter le dio tres días de margen para que se decidiese entre ellos, y al final, con los contratos firmados pero sin recuperar a la estrella, Bob se volvió a París. Para celebrar su triunfo, Sachs le regaló tres pulseras de Picolette's en unos patrióticos azul, blanco y rojo por estar hechas de zafiros, diamantes y rubíes. Al día siguiente, con no uno sino tres anillos de Cartier, le pidió matrimonio.

Apenas llevaban un mes de romance, pero ¿cómo iba a decir que no? Gunter Sachs le prometía una vida extraordinaria en su sentido primigenio: una existencia fuera de lo común, llena de aventuras y emociones. “Me parece maravilloso. Nunca he conocido a un hombre como él”, declaraba Brigitte a Paris Match. “No es el tipo de personaje que me interesaría, pero es muy distinto a su reputación. Es infinitamente bueno, leal y fiel en sus amistades. Es un ser con el que puedo contar y relajarme y, sobre todo, tiene sentido de la maravilla. Un asombro extraordinario... Con él todo es posible”.

Desde luego, con él todo era posible y, desde luego, Sachs tenía una reputación. Podrían adjudicársele varias etiquetas: empresario, millonario, deportista, coleccionista de arte… pero quizás la que mejor le sentaba era la de playboy. Era uno de los ejemplares más puros de esa nueva casta surgida de las grandes fortunas, la relajación de costumbres y los avances técnicos que permitían desayunar en Londres y cenar en Montecarlo. Famosos por sus conquistas y su hedonismo, los playboys no vivían de las mujeres, no eran (todavía) los gigolós venidos a más que poblarían las revistas del corazón poco tiempo después; los que no eran ricos, se comportaban como si lo fueran. Por supuesto, la etiqueta no estaba exenta de connotaciones negativas. “Playboy, moi?”, respondería Sachs a un periodista. “Preferiría considerarme a mí mismo un caballero”. Como Sachs, playboys famosos, algunos anteriores, otros posteriores a él, fueron Porfirio Rubirosa, Alí Khan, Francisco “Baby” Pignatari, Gianni Agnelli, Stavros Niarchos o Phillipe Junot. “Los playboys de solera tenían clase”, evocaría Maruja Torres. “Todos eran o muy ricos por familia o muy emprendedores, o las dos cosas a la vez. Y lo suyo –lo de los suyos– no eran precisamente los escrúpulos”. Así era el caso de la familia de Sachs. Su madre era Eleanor Von Opel, hija de Wilhelm von Opel, el creador de la marca de automóviles que todavía hoy lleva su nombre, y su padre Willy Sachs, industrial amigo de Göring e Himmler que había sido detenido al final de la guerra por su relación con el nazismo. La infancia de Gunter había sido análoga a la de tantos niños de su clase: tras el divorcio de sus padres, se educó en Suiza, aprendió varios idiomas y estudió matemáticas y economía. Ya de joven se instaló en París, donde ganaba dinero jugando a las cartas (aparte del que tenía por su familia), y había comenzado a construir la que sería una fabulosa colección arte comprando obras de, entre otros, Yves Klein. El 58 fue un año aciago en su vida: su padre se suicidó y su esposa Anne-Marie Faure, una franco-argelina pied noir, falleció en una operación en teoría sencilla por causa de la anestesia a los 26 años. Gunter quedó al cargo de su hijo Rolf, y poco después empezaría a ser objeto de verdadera atención por parte del gotha y la alta burguesía internacional por sus romances. Por supuesto, nadie podía salir con la emperatriz destronada Soraya sin llamar la atención de la alta sociedad, y a la bellísima mujer famosa por sus ojos tristes siguieron damas de renombre como Athina Livanos la exmujer de Onassis, la actriz Britt Ekland o la campeona de esquí Marina Doria. En 1966, Sachs tenía viviendas en Londres, París, Gstaad, Lausanne y por supuesto la casa familiar en Baviera. Entre sus aficiones estaban los coches caros, la fotografía, el arte contemporáneo y el bobsleigh. Lucía camisas inglesas, zapatos italianos, dinero alemán y encanto francés. Y entonces posó sus ojos en B.B.

Brigitte Bardot y Gunter Sachs, llegando a Las Vegas para casarse.

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Definir qué era exactamente Brigitte Bardot en aquel entonces es casi imposible. Era una de las mujeres más bellas de su tiempo, el mito erótico francés y europeo por excelencia, una de las actrices más solicitadas, un icono de estilo y la fantasía sexual de toda una generación. Pero tenía algo más: aunaba en su persona complejas reflexiones sociológicas sobre su país, sobre la incipiente revolución sexual y sobre el papel de las mujeres en la sociedad. Había sido descubierta por Roger Vadim cuando era una modelo de 16 años en la portada de Elle; descubierta en más de un sentido, porque enseguida el joven de 24 años y la adolescente iniciaron un romance.

Cuando la familia de ella descubrió que Brigitte se había practicado un aborto, intentaron cortar la relación con Vadim, y como respuesta ella metió la cabeza en el horno para suicidarse. Al final, obtuvo la aquiescencia paterna, y cuando cumplió 18 años en el 52 realizó su deseo de casarse con su novio. Brigitte nunca había deseado ser actriz, su formación había sido de bailarina y, en la línea de tantas otras reinas de la belleza, no se consideraba demasiado guapa, pero su marido la alentó a buscar trabajo en las películas, y en breve apareció un papel idóneo para ella: La chica del bikini, en la que la todavía escandalosa prenda permitía admirar su físico menudo y exuberante de bailarina. Durante la promoción de la película en Cannes, Vadim, que trabajaba como periodista y reportero, se aseguró de fotografiar a su espectacular esposa en la playa junto a la ya estrella Kirk Douglas con objetivos promocionales. Así le consiguió un papel junto al actor en la película Acto de amor, gracias a la cual conseguiría también financiación para realizar él su primera película como director. Por este tipo de triquiñuelas era fácil considerar que Brigitte era una construcción de su marido, otro caso de Pigmalión, y esto solo se acrecentó cuando se estrenó la primera película de ambos en el 56, Y dios creó a la mujer. El mundo implosionó. Fue un éxito internacional y la actriz pasó a ser considerada el producto de exportación francés de más éxito junto a los automóviles Renault. En la película, ambientada en Saint Tropez, interpretaba a una mujer mega atractiva que vivía las relaciones sexuales sin culpabilidad, solo con gozo, como se suponía que lo hacían las mujeres modernas. Su forma de bailar y de moverse fueron considerados un derroche de sensualidad nunca antes visto, y sus dientes separados con diastema se convirtieron en el “defecto” físico más buscado, que llegaría hasta otro icono lolitesco francés, Vanessa Paradis. Pasó a ser la “sirena rubia”, la “diosa sexual”, la Marilyn Monroe del cine europeo. Su vida nunca volvería a ser la misma.

Brigitte Bardot con Roger Vadim en 1962.

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Pero Brigitte iba a demostrar que era mucho más que un modelo de arcilla en manos del hombre la amaba y creaba a su gusto. Comenzó un romance con su compañero en Y Dios creó a la mujer, Jean-Louis Trintignant, y como quedó claro que su matrimonio con Vadim estaba roto, se divorciaron en el 57, aunque siguieron manteniendo buena relación. Para escándalo de la nación y deleite de la prensa, Brigitte encadenaba romances con Gilbert Bécaud, Raf Vallone o Sacha Distel. Este comportamiento rompedor y sus papeles escandalosos que la convertían a ojos de algunos en un ejemplo terrible hicieron de ella también la insólita protagonista de un ensayo de Simone de Beauvoir: Brigitte Bardot y El síndrome de Lolita. En él, la autora exploraba la característica obsesión de la época por la figura de la adolescente sexualmente activa con hombres que le doblaban la edad, un mito problemático que tenía mucho de aparente libertad sexual en un mundo confuso y hoy se considera un ejemplo de abuso sexual y de poder en relaciones muy desiguales. Brigitte era, con su gesto aniñado, su llevarse la mano a la boca, su flequillo despeinado, el summum de la nínfula. “Carece de memoria, de pasado, y gracias a esta ignorancia conserva la perfecta inocencia que se le atribuye a una infancia mítica”, escribía sobre la imagen que proyectaba al público. Y señalaba que Vadim había recalcado ese supuesto aire de animal irracional: “La pintó como ingenua hasta el punto de lo absurdo. Según él, a la edad de dieciocho años pensó que los ratones ponían huevos”. Beauvoir también señalaba cómo la autenticidad, la ausencia de malicia y la franqueza de Bardot impedían ver en ella, por muy provocativa y lujuriosa que fuese, a la clásica mala mujer de la mentalidad popular. “En el juego del amor, es tanto una cazadora como una presa”, continuaba. “El hombre es un objeto para ella como ella lo es para él. Y eso es precisamente lo que hiere el orgullo masculino. En los países latinos, donde los hombres se aferran al mito de "la mujer como objeto", la naturalidad de B.B. les parece más perversa que cualquier posible sofisticación”.

Simone de Beauvoir terminaba su interesante ensayo preguntándose si esa B.B. cambiaría a raíz de su próxima película, Babette se va a la guerra, en la que interpretaba a una joven miembro de la resistencia francesa vestida de uniforme. Más que un giro en el tipo de personaje que le daban y proyectaba, sí supuso un cambio en su vida personal: comenzó un romance con su partenaire Jacques Charrier, que la convertiría, aunque fuese de un modo efímero, en esposa y madre. Embarazada de Charrier, Brigitte se casaba por segunda vez en Saint Tropez en el 59, luciendo un icónico vestido de cuadros vichy rosas. La faz del pueblecito al que estaba indisolublemente ligada ya estaba cambiando; en el 56 había comprado La Madrague a precio de ganga cuando era solo un barracón para guardar chalanas. Allí construyó y decoró ella misma el que sería su refugio y verdadero hogar, mientras el pueblo pasaba a ser el típico caso de villa de 5.000 habitantes que en verano reúne a 100.000 turistas.

Brigitte Bardot en su boda con Jacques Charrier.

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En enero de 1960, conforme el embarazo de Bardot llegaba a término, la prensa arreciaba para cubrir y conseguir todos los detalles del parto. Sometida a un gran estrés, decidió dar a luz en casa para evitar que la fotografiaran. Después sí presentó al niño en sociedad con las fotos de rigor, al lado de su marido, que había sido reclamado como soldado para combatir en la guerra de Argelia. Parecían la imagen de la perfecta familia feliz en la Francia de mediados de siglo, pero por supuesto la realidad era otra: Brigitte había intentado abortar de nuevo, y al no conseguirlo, se resignó a continuar adelante, pero experimentó el embarazo como una experiencia traumática. “Era un tumor que se nutría de mí, que llevaba en mi carne tumefacta esperando solo el bendito momento de deshacerme al fin de él”, escribiría en sus memorias. Años después, en su segundo libro de memorias, desarrollaría: “No pude enfrentar y asumir ese embarazo porque era demasiado joven, demasiado inexperimentada, demasiado activa, demasiado conocida, demasiado inestable. Jamás hay que forzar a una mujer a tener un hijo, aun si el amor viene con los años”. La maternidad infeliz, la crisis de su matrimonio con Charrier, la presión de trabajar en la película La verdad junto a Henri-Georges Clouzot y la traición de su secretario Alain Carré, que contó en un libro las intimidades de la actriz, la llevaron a intentar suicidarse de nuevo, en La Madrague, con una sobredosis de pastillas para dormir. La encontraron en el jardín después de un rato inconsciente y lograron salvarla. La gente, mientras se recuperaba en el hospital, le enviaba cartas con consejos para suicidarse mejor la próxima vez.

A pesar del complicado rodaje, La verdad fue un éxito y el principio de papeles más serios y de más enjundia junto a directores de talento, como Louis Malle o Jean-Luc Godard, con el que rodó El desprecio, porque la nouvelle vague francesa también deseaba a B.B. Comenzó a salir con el músico Sami Frey y después con el brasileño Bob Zagury (junto al que ayudó a popularizar el pueblecito de Búzios en el mundo). Los 60 fueron tan amables como los 50 con ella; lejos de quedarse en un símbolo erótico de otra época, la aplastante modernidad la abrazó con pasión; John Lennon, otro icono al otro lado del canal de la Mancha, la veneraba y la consideraba el epítome de la mujer perfecta. ¡Viva María!, de Louis Malle, supuso un gran éxito internacional y una buena amistad con su compañera Jeanne Moreau. Y, después de un breve flirt con su dentista, llegó mayo del 66 y con él, Gunter Sachs.

Apenas había pasado un mes desde que se habían conocido cuando Sachs y Brigitte se conocían desde hacía menos de un mes cuando se prometieron, y la boda comenzó a organizarse con prontitud germánica. Se embarcaron en un avión de Air France con los nombres falsos de señor Sahatz y señora Bordat, con destino a Los Ángeles. Llegaron a Las Vegas el 13 de julio del 66, a bordo del jet privado de Ted Kennedy –amigo del millonario–, decorado con rosas blancas. Esa noche, de madrugada, a la 1:30 de ya el día 14, se casaron en una ceremonia exprés típica del lugar que duró menos de diez minutos. Ella vestía un vestido recto, sencillo y minifaldero; él una americana negra de tres botones, pantalones blancos y zapatos Gucci sin calcetines. Un vídeo de Paris Match recogía la ceremonia y el posterior paseo de los recién casados rodeados de los neones de casinos. Ella aseguraba: “Es la historia de amor más bella que he conocido. Vivo un verdadero cuento de hadas. Gunter es un señor, un verdadero príncipe encantador: el último”.

Por supuesto, no lo fue. Brigitte ya había comenzado a sentir cierta suspicacia hacia el séquito de Gunter, compuesto de otros playboys y bellas mujeres, antes de casarse. De los Ángeles volaron a Papeete, para un paradisíaca luna de miel en Polinesia y Bora-Bora, estropeada porque ella se hizo una herida en el pie nadando y por la ubicua presencia de paparazzis. De ahí fueron a Acapulco, donde, según la biografía de la Bardot de Barnett Singer, ella comenzó a escuchar una fea historia sobre que él se había casado con ella para ganar una apuesta. Pero estaba enamorada de su marido con desesperación, así que no hizo nada. Regresaron juntos a París, y allí quedó claro que la existencia común iba a ser difícil, si no imposible. Brigitte se negó a mudarse al lujoso apartamento de Gunter en la avenida Foch; sentía que aquel no era su estilo de vida y le incomodaban las señales y restos de las muchas mujeres que por allí habían pasado. Nunca llegó a tener llave del piso. Aun viviendo en la misma ciudad, sus radios de acción eran distintos; a ella le gustaban los bistrots sencillos, a él los restaurantes de alto copete y las grandes fiestas a las que había que acudir acicalado. Ella quería una vida más tranquila, mientras que él estaba acostumbrado a ir siempre en una montaña rusa. Aquella forma de vida frenética era atrayente, pero también agotadora. Los paparazzis les fotografían paseando a un guepardo llevado por una cadena, vestidos con ropa fabulosa al borde de una piscina, esquiando en Gstaad junto al pequeño Rolf o en fiestas de disfraces junto a Salvador Dalí. Gunter podía ofrecer todo lo que el dinero podía comprar, pero eso resultaba no ser suficiente. Tal vez lo que necesitaba Brigitte, y lo que necesitaba él también, era un compañero leal, y ninguno de los dos estaba en condiciones de ser eso para el otro. Sus trabajos, sus agendas y sus formas de entender la vida chocaban demasiado, una vez desvanecido el mutuo resplandor inicial.

“No creo que pasáramos más de tres meses juntos”, confesaría ella tiempo después. Enseguida tuvo que irse a Escocia a filmar À coeur joie. Él viajaba sin parar y Brigitte empezó muy pronto a sospechar que su marido le está siendo infiel. O, peor todavía, que la estaba utilizando como herramienta para conseguir algo más. A Gunter se lo había metido en la cabeza producir una película y presentarla en Cannes. “Tengo 34 años y quiero trabajar de verdad, contribuir al progreso del cine, hablando con imágenes que sienten, viviendo en el mundo de hoy”, declaraba él. “Mis amigos están contentos con mi decisión: de Capucine a Brigitte Laaf, de Soraya a Brigitte, mi esposa, todos están convencidos a priori de mi éxito. Su juicio me da mucha confianza”. Como quería presentar su documental Batouk, grabado en Kenia, en Cannes, el festival le chantajeó con que solo podría hacerlo si su esposa accedía a volver allí, algo que no había hecho en 10 años por la presión mediática. Tras discutir y amenazarse con el divorcio, la Bardot accedió, y el 12 de mayo del 67 hizo una entrada en el palais que aún hoy asombra por la concentración de paparazzis, gendarmes y curiosos, una de esas estampas que cimenta la fama del circo que tiene Cannes. Cuando pudo llegar al escenario, le entregó el trofeo a Michel Simon y juró que nunca volvería a Cannes. Y así lo hizo.

Las infidelidades por ambas partes comenzaban a ser habituales apenas un año después de la boda relámpago, pero hubo una que marcaría el fin irresoluble del matrimonio y un hito en la historia de la música. En el otoño del 67 el músico Serge Gainsbourg llamó a Brigitte para ofrecerle un tema que había compuesto para ella, Harley-Davidson. “Todavía tengo su voz en mi cabeza. Hablaba poco y muy bajo. Me preguntó si tenía un piano en casa. Así es como, cara a cara, en mi sala de estar, nos descubrimos a nosotros mismos”, contaría ella a París Match. “Éramos como dos gatos, observándonos, casi enfrentándonos”, recordaba él para el mismo medio. “Devorados por la timidez total, estábamos llenos de miedo escénico”. El ensayo no estaba funcionando como debiera porque ella convencida de que cantaba mal y se sentía insegura. “Vio mi angustia y me calmó preguntándome si tenía Dom Pérignon en la nevera. ¡Respondí que sería Moët & Chandon o nada!”. La bebida hizo su efecto, la joven se soltó y logró interpretar el tema con la sensualidad requerida. Al día siguiente Serge, como guiño, le regaló una caja de Dom Pérignon. De esa colaboración saldría el disco a dúo Bonnie and Clyde y una apasionada historia de amor.

No era extraño que Serge se fijase en Brigitte para interpretar alguna de sus canciones. Habían coincidido en el 59, en el plató de la película Voulez-vous danser avec moi?, pero por timidez, no se hablaron. Ella era la estrella, él un pianista anónimo. Pero unos años después, las cosas habían cambiado para él. Gainsbourg posee una de esas vidas inagotables en las que cuanto más se busca, más se encuentra: canciones, escándalos, colaboraciones insólitas, declaraciones asombrosas y por supuesto, romances. Uno de sus primeros éxitos musicales había sido componiendo para la jovencísima France Gall, que se hizo famosa en Eurovisión con Poupée de cire, poupée de son y entonó con toda su inocencia Les sucettes, sobre una chiquilla a la que le encantaba chupar piruletas.

Probablemente costaría encontrar en toda Francia un hombre heterosexual que no tuviera a la Bardot como fantasía, pero en el caso de Gainsbourg, con su fijación por el mito de la Lolita y la adolescente mitad inocencia mitad perversión, la figura de B.B. parecía hecha a medida de sus deseos. Chocaba más que una de las mujeres más bellas del mundo cayese en brazos de un hombre afamado por su fealdad, pero esto nunca había sido óbice para triunfar en las lides amorosas. Con su vida bohemia, su aureola artística, su aspecto perpetuo de estar de resaca oliendo a cigarrillos y alcohol, Gainsbourg parecía el opuesto al atildado Sachs, aunque les unía su bien ganada fama donjuanesca. Había estado casado dos veces y se le conocían innumerables affaires. Que Brigitte y él se encontrasen parecía una cuestión de lógica pura. “La noche de la grabación, nuestras vidas se convirtieron en una corriente continua que nada podría disociar. El destello fue cegador y nuestra pasión magnífica”, explicaría él. “Tengo una necesidad visceral de ser amada, de ser deseada, de pertenecer en cuerpo y alma al hombre al que admiro, al que amo, al que respeto”, escribió Brigitte en sus memorias. “Desde este día, desde esta noche, desde este instante, ningún otro ser, ningún otro hombre contaba para mí. Él era mi amor, mi vida. Me hizo hermosa. Yo fui su musa”.

Serge Gainsbourg y Brigitte Bardot.

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La relación se desarrolló en la casa de ella, en el sexto piso de la avenida Paul-Daumer, del que Gunter no tenía llave. “Podemos resumir todo en una frase: fue una relación que duró tres meses sin una sombra, sin una nube”, evocaría ella. “Noventa días de amor loco. Fue hermoso, puro. Simplemente debe llamarse felicidad”. Una noche, en la cama, ella le pidió que le escribiera la canción de amor más bella jamás compuesta. Ipso facto, él se levantó y puso a trabajar al piano; el resultado tal vez no sea la canción de amor más bella jamás compuesta, pero sí es la canción sobre sexo más famosa del mundo.

El 10 de diciembre de 1967 la pareja graba en el estudio Barclay, en la Avenida Hoche de París, Je t’aime… moi non plus. Tenía los mismos acordes de A whiter Shade of Pale, de Procol Harum, hasta el punto de que puede considerársela un plagio elaborado. El título, según Amanda Lear, estaba inspirado en una de las típicas declaraciones epatantes de Salvador Dalí: “Picasso es español. Yo, también. Picasso es un genio. Yo, también. Picasso es un comunista. Yo, tampoco”. Además se daba la circunstancia de que Elisabeth Levitsky, ex esposa de Serge, había sido asistente de Dalí. La canción constituía un diálogo entre dos amantes que se susurraban al oído y terminaba con una explosión de gemidos inequívocos. En palabras de ella, “el más maravilloso, único, verdadero y fantástico homenaje que se ha hecho al acto de hacer el amor”. https://www.youtube.com/watch?v=F2XA5gMPc8Y

“Al día siguiente, el marido de Brigitte, al igual que toda Francia, escucharía la canción en Radio Europa 1”, escribe Ana López-Varela en Vanity Fair. “Sus celos justificados –el técnico de sonido de la grabación desvelaría más tarde que, para hacer creíbles sus susurros, la pareja se había “tocado” ante los micrófonos– acabaron en un despacho de abogados”. Una cosa era hacer la vista gorda ante la relación adúltera de su esposa, otra que todo el mundo la escuchase jadear de placer con su amante. Brigitte, para que la cosa no fuese a más con Gunter, puso fin a su fugaz romance con el cantante. “Serge estaba atormentado por la ansiedad de perderme”, escribió ella. “Cada reencuentro era un milagro para él. Significaba mucho para mí, pero la situación era insostenible, infernal”. Décadas después, contaría que siguieron llamándose por teléfono durante mucho tiempo y, confesaría: “A menudo pienso en esta frase que dijo o escribió, ya no sé: “Cuando Bardot me dejó, fue como si alguien me hubiera arrancado el corazón con los dientes”.

La ruptura supuso también casi el final de la canción. Brigitte retiró su consentimiento a que el tema se publicase, temerosa de las consecuencias que traería en su ya convulso matrimonio, y acabó prohibiéndose su reproducción. Pronto Gainsbourg intentó que otra mujer grabase la parte femenina. Marianne Faithfull o Valérie Lagrange, entre otras, se negaron. Entonces entró en escena la joven actriz británica Jane Birkin. Había estado casada con John Barry, padre de su hija Kate (a su vez, como no podía ser menos, John Barry también contaba con una larga lista de conquistas, entre las que aparecían Catherine Deneuve, Charlotte Rampling y otras estrellas de la saga Bond como Shirley Bassey o Ursula Andress). Serge y Jane trabajaron en la película Slogan mientras él salía con Marisa Berenson, pero no tardaron en embarcarse en un apasionado romance. Y así la Birkin acabó regrabando el tema, en un tono más agudo e infantil que la voz de la Bardot, que se convirtió en un éxito internacional escandaloso, incluida la condena de rigor del Vaticano. Era la canción prohibida que todo el mundo quería escuchar. Todos, menos su primera intérprete. “Creí morir”, declaró Brigitte que sintió cuando escuchó la nueva versión. “Le hice daño a Brigitte al entregarle a otra estas palabras escritas para ella. Le hice daño a Jane diciéndole que esta canción fue escrita para Bardot. Lo lamento”, confesaría Gainsbourg. La versión primigenia grabada por Bardot acabaría viendo la luz en los 80 con el permiso de la artista, que cedió los beneficios generados por sus derechos a asociaciones de defensa de los animales. Gainsbourg compondría todavía otro disco dedicado a ella, Initials B.B., el título que la Bardot eligió para su biografía.

Brigitte y Jane Birkin acabaron compartiendo juntas pantalla en Si don Juan fuese mujer, dirigida nada menos que por el primer marido de la primera, Roger Vadim, que entonces estaba terminando su matrimonio con Jane Fonda. Vadim ponía a Brigitte y a Jane a compartir escenas sexuales, con lo que el triángulo-cuadrángulo de pasado, presente y vouyerístico estaba servido. La relación de Jane Birkin y Serge Gainsbourg tendría material para llenar por sí sola unas cuantas páginas. Tuvieron una hija, Charlotte, y Jane acabó envuelta en una relación de dependencia dolorosa, pese a compaginar sus postrimerías con otros amantes, como Jacques Doillon, el futuro padre de su tercera hija Lou. “Jane se ha ido por mi culpa. Soy insoportable. He llegado a pegarla. Ella merece otra cosa”, declaró Serge. La que acabaría siendo su canción más famosa puso título también a su primera película como director, Je t'aime moi non plus, de 1976, con Birkin y Joe Dallessandro como protagonistas. Tras la ruptura con Jane, el cantante salió, entre otras, con Catherine Deneuve y la actriz y modelo Bambou. Su fijación con las figuras lolitescas se mantuvo: su álbum conceptual Historia de Melody Nelson, considerado uno de los mejores de su discografía y de la música popular a secas, estaba dedicado a la figura de Lolita de Navokov, y protagonizó el enésimo escándalo de su vida cuando grabó con su hija Charlotte, hija de Jane, la canción Lemon incest. El tema iba acompañado, por si la letra no era lo bastante ojiplatante, de un videoclip, como poco controvertido en el que padre e hija de doce años compartían cama mientras cantaban sobre su amor https://www.youtube.com/watch?v=FnKt84AdUHA. Gainsbourg falleció tras una larga decadencia en el 91; Jane y su hija Charlotte son iconos por sí mismas.

Al poco de terminar su affaire con Gainsbourg, Brigite se desplazó a Almería a rodar junto a Sean Connery la película Shalako. No tardaron en llegar rumores de que estaban juntos, alentados por declaraciones de ella como “Siempre había esperado poder actuar al lado del hombre más fascinante de los años 60, 007”, lo que molestaba a Sachs porque él era algo parecido a un James Bond en la vida real. La experiencia de la actriz en Almería –que no le gustó demasiado- dio para alguna anécdota antes de que Gunter acudiese a visitarla y aprovechasen para desplazarse al Marbella Club. Pero poco quedaba por hacer; el matrimonio estaba roto, no había solución. Se separaron en buenos términos y el divorcio llegó en octubre del 69, a tiempo para que Gunter se casase con la modelo sueca Mirja Larsson. Fue su tercera y última esposa, y con ella tuvo dos hijos, Christian Gunnar y Claus Alexander.

Gunter Sachs y Mirja Larsson.

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Para recuperarse de la ruptura, Brigitte no tuvo que ir muy lejos. El verano del 68 lo pasó en compañía del italiano Gigi Rizzi, otro playboy con mucha menos fortuna que Sachs pero parecido éxito, que saldría también con Verushka, Dominque Sanda, Fiona Lewis o Isa Stoppi. “Nosotros, los chicos italianos en Saint Tropez, teníamos que pelear contra los multimillonarios para impresionar, para conquistar”, contaría él años después. “Todo lo que yo tenía era mi cara, y eso hacía el reto todavía más excitante… Cuando Gunter Sachs aparecía, playboy y billonario, se lanzaba desde su helicóptero vestido como Drácula, arrojando toneladas de rosas rojas, o aparecía en el puerto con su Acquarama, mientras que yo bailaba flamenco sobre una mesa dando patadas a los vasos. Descalzo, en jeans, con el pelo al viento. Que les jodan”. Y escribiría a Brigitte Bardot así en su vejez: “No eras el personaje despótico descrito en los periódicos. Eras frágil, melancólica, inteligente, sensible y celosa de tu intimidad. Los fotógrafos utilizaban el flash como si fuese un bazooka”. A Gigi siguieron otros flirts de distinta intensidad hasta que B.B. se casó en el 92 con Bernard d’Ormale, tras conocerse en una cena organizada por su abogado. Si la boda con Roger Vadim había sido su cénit como Lolita, la boda con Charrier, en la que se anunció su embarazo, presentaba la idea –fallida- de una BB madre y esposa al modo clásico, la boda con Günther había sido su consagración como jetsetter internacional, representante de un estilo de vida lujoso, indolente y errante, la cuarta boda era la de la Brigitte mujer madura que se convirtió en un símbolo incómodo para buena parte de Francia. Una Brigitte famosa por su defensa acérrima de los animales –“Di mi juventud y mi belleza a los hombres. He dado mi experiencia y lo mejor de mí a los animales. Esta justifica toda mi vida”– pero también por sus declaraciones racistas y xenófobas de apoyo a Le Pen (padre de Marine), íntimo amigo de su esposo. B.B. sigue viviendo en La Madrague, desde donde de vez en cuando hace declaraciones controvertidas sobre política o acoso sexual. Tiene una gran relación con su nieta, y sobre su hijo Nicolas, escribe en sus últimas memorias: “El instinto maternal se aprende con el tiempo y una vida tranquila. Yo tuve una vida muy complicada. Y ese desgarro me ha perseguido siempre. Durante su infancia, mis relaciones con Nicolas fueron lamentables. Para él y para mí. Vive en Suecia, con su familia. Viene a verme una vez por año. Creo que ha terminado comprendiendo a esta madre rara que he sido”. Y sobre sus romances que incluían además de los ya citados a Warren Beatty, confesaba: “Cuando termina, realmente termina. Es como el cine. Recuerdos dolorosos. A donde quiera que iba, me rastreaban. Todavía me cuesta entender lo que me pasó, una especie de secuencia incontrolable que me hizo desconfiar de la raza humana”.

Gunter siguió protagonizando portadas junto a su también rubia y hermosa esposa, llevando una vida llamativa en la que lo mismo fundaba competiciones deportivas que clubes para los ricos y poderosos, hasta que en un inesperado giro de los acontecimientos, se interesó de forma tan intensa por la astrología que acabó creando el Instituto para la Verificación Empírica y Matemática de la Posible Verdad de la Astrología en Relación con el Comportamiento Humano. En él, se aplicaban métodos científicos a algo que parecía su antítesis, y se extraían conclusiones que recogió en su libro El archivo astrológico, de excelentes ventas (igual que sus memorias). “Con los detalles de cada pareja casada en Suiza entre 1987 y 1994 (unas 717.526 personas), Sachs dijo descubrir patrones de signos”, explicaba La Nación. “Por ejemplo, es más común que se case una pareja de Capricornio que de Tauro. Los divorcios, según Sachs, son protagonizados más frecuentemente por hombres de Aries y mujeres de Leo; al tiempo que los de Géminis y Escorpio serían menos propensos a cometer crímenes”. La última vez Sachs que salió en prensa fue por el triste motivo de su suicidio, el 7 de mayo de 2011 en su chalet de Gstaad. En su carta de despedida, contaba que lo hacía por sufrir un principio del mal de alzheimer: “En los últimos meses, al leer y analizar revistas médicas especializadas, he notado que tengo la enfermedad de A. Incurable. La muerte es la única salida. Esta amenaza a mi integridad intelectual es un criterio absoluto para terminar con mi vida. Siempre me he enfrentado a los mayores desafíos. Este es el último. La pérdida de mi control intelectual me reduciría a un estado inhumano, que no puedo aceptar. Esta es la máxima manifestación de mi voluntad. Agradezco a mi amada esposa, a mis parientes, a mis compañeros por haber enriquecido mi existencia, que fue maravillosa, con su amor y su profunda amistad”.

Cuando se anunció la subasta de sus bienes, se supo que Sachs había encargado a Andy Warhol –al que había conocido justo en Cannes en el verano del 67, junto a Brigitte–, un retrato de B.B. de gran tamaño, que colgó de sus paredes sin que ello supusiese ningún problema para su esposa Mirja. Tras el divorcio, Brigitte no se había llevado un solo franco de su fortuna, pero una década después de romper él le regaló un diamante valorado en un millón de libras, que ella vendió para donar el dinero a asociaciones en defensa de los animales. El resumen de Gunter Sachs de su matrimonio se ha convertido en una frase famosa: “Un año con Bardot equivale a diez años con cualquier otra mujer”.