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NILDA CORREA VIVES<br />
<strong>Desde</strong><br />
<strong>Austria</strong> a <strong>Chile</strong><br />
1
¡Mi Libertad, sólo es<br />
prisionera de tu amor!<br />
(P. Calvo Martínez)<br />
Dibujo de la portada:<br />
Poeta y dibujante chileno, residente en <strong>Austria</strong>:<br />
Manuel Ramos Martínez<br />
Copyright By:<br />
Nilda Correa Vives<br />
Registro Nº 92.678.<br />
Depto. de Derechos Intelectuales de <strong>Chile</strong><br />
No puede ser reproducido, parcial o en su totalidad, sin la<br />
autorización de la autora.<br />
2
Capítulo 1º<br />
Recordaciones<br />
Bajando los tres escalones que lo separaban del estacionamiento, el anciano apoyado en su<br />
bastón de precioso puño y contera metálica, caminó decidido y se acomodó en el asiento<br />
posterior del automóvil que, su chófer Juan Sánchez conducía para él, desde hacía tres años. Una<br />
vez cada semana, exactamente el día miércoles, salían a la avenida arbolada, con la misma<br />
dirección escapando de su arrinconamiento en el campo, donde permanecía gustoso por su<br />
amor a la tierra – amor mantenido recíprocamente – ahí se entretenía en su universo<br />
crepuscular. Con fidelidad lo hacía emprender el camino, enfilando la avenida de añosos árboles,<br />
esos álamos que se entrelazaban hacia el cielo, dando un agradable frescor en el verano<br />
caluroso. El mismo camino de añares, con sus tradicionales olores y confesiones. En el invierno,<br />
se convertía en una visión majestuosa el contemplar los álamos, peumos, eucaliptos y<br />
algarrobos, erguidos y desnudos con mil artísticas revelaciones que superaban lejos al pincel del<br />
mejor pintor. Salían a tomar la carretera, para luego seguir atravesando toda la ciudad y<br />
finalmente llegar a la casa de la dama; la señora Marymar Llanera Cox.<br />
Bajaba del vehículo en apresurada forma, como para aprovechar al máximo el tiempo, se erguía<br />
con un dejo de coquetería impensada y luego presionaba el timbre de lucecita roja. Casi al<br />
mismo tiempo se abría la reja y él desaparecía detrás de la metálica, sin ruido.<br />
Era la dádiva concedida quizá, por el griego hijo de la noche: el Destino, en sutil cercano ocaso.<br />
Después de haber permanecido dos, tres o más horas, regresaba a su asiento trasero del auto,<br />
con una iluminada sonrisa de paz y complicidad, el bastón en que normalmente se apoyaba con<br />
alguna dificultad, lo balanceaba en el aire como si le sobrase ya. La incógnita lo envolvía, en el<br />
misterio de sus vivencias y recuerdos.<br />
Juan no podía entender lo que allí ocurría, pero sí, notaba el cambio en el ánimo y en el rostro de<br />
su patrón - que casi rejuvenecía.- No obstante sus secretos eran suyos. Aunque lo conocía<br />
conversador y dadivoso, creía con alguna certeza, no llegaría el día en que lograría saber los por<br />
qué. Aún así el milagro era sorprendente y merecía la pena hacer el viaje, si al regreso se podía<br />
verlo tan renovado y feliz. Sus ojos turquesa resplandecían alegres detrás de los lentes foto<br />
cromados, y cuando ya en el campo se iba a sentar bajo la sombra de la higuera, casi diría el<br />
empleado que le escuchaba conversarle en sonrientes murmullos.<br />
Más tarde en la mesa, se alimentaba con tantas ganas que era como si hubiese tomado el mejor<br />
tónico para el apetito. Pedía le sirvieran de su bodega, del tonel de madera que especialmente<br />
había adquirido para la guarda de sus vinos una copa o dos, del oloroso añejado que bajo su<br />
atenta mirada, destilaron en la cosecha de las uvas bondadosas de sus parronales. Acomodado<br />
en la mesa continua, Juan con una sonrisa y su friso de auténtico campesino: poca instrucción y<br />
corteza aparentemente dura, de hombre simple en su hablar pero, profundo en lealtad y nobleza<br />
de alma, con su estampa de baja estatura, y algo rechoncho, lo acompañaba. Con la copa en alto<br />
efectuaba el mismo brindis de tradición “por los presentes y por la ausente”. Al comienzo del rito<br />
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de esta ceremonia Juan no le entendió muy bien, pero, al ponerle mayor atención se fue<br />
compenetrando del acto sentimental que ejecutaba su patrón. Y suspiró al suponer un gran<br />
amor, el campechano chófer.<br />
Algo muy especial debía ocurrir en esa casa, a la que lo conducía semanalmente, puesto que no<br />
se quejaba ni del calor, ni del smog de la ciudad, del loco tránsito o del mal estado de las<br />
calzadas, en todo el camino. Era tan distinto cuando lo llevaba a otros lugares, ahí todo<br />
cambiaba: se molestaba con cualquier detalle.<br />
Demostraba su alegría y buen humor pidiéndole: Juan... ponga música. A ver, me gustaría oír a<br />
Wagner. Y, antes de que la cinta comenzara a rodar le daba una charla completa acerca del<br />
músico alemán “escribió él mismo los Poemas de la música, los sacó casi siempre de Leyendas<br />
Nacionales de Germanía, toda la fuerza que va a escuchar es la emoción dramática”. Es la ternura<br />
de la búsqueda. ¡Es espléndida, llena de color y de poesía! ¿Se fija?<br />
Por supuesto que Juan no entendía nada.<br />
Y, se fijaba menos. Más asentía con su cabeza, en adhesión mítica. Lo veía soñador y apasionado,<br />
solamente.<br />
Y proseguía... “Así es la vida Juan, de repente suave y amorosa, pero de pronto la vorágine, el<br />
remolino de aconteceres nos traslada desde la cresta de la ola, al fondo oscuro del océano, a la<br />
infinitud de amarguras. Allí es donde se destilan irreprimibles pasiones”, le decía<br />
envidiablemente asertivo. ¡Por eso me gusta Wagner! Él sí supo lo que es la vida y lo plasmó en<br />
su obra, agregaba filosófico. Y también fue exiliado, claro que yo no he escrito nunca música.<br />
Terminaba sonriente, con un suspiro exhalando el aire, nostálgico.<br />
Estos bellos Conciertos me traen a la memoria unos cuántos años atrás... yo se los hacía oír a<br />
Mar, los escuchábamos juntos, acota melancólico. ¡Ah! Siempre le ha gustado Chopin, él es mi<br />
competidor, porque es tan romántico como ella. Bueno, no sé por qué, converso esto y a lo<br />
mejor te aburro, Juan.<br />
No, don Hans, de ninguna manera a mí me gusta escucharlo. Con usted he aprendido tantas<br />
cosas, usted es tan sabio, tan inteligente, agregó el chófer; siendo sincero.<br />
¡Eso no me lo digas! Porque tan inteligente no soy, ¡no me gusta, porque sé que no es así! Lo<br />
escuché en repetidas ocasiones en gente falsa que me tropecé en el camino, sabía del tropiezo<br />
antes y no le hacía caso; sé que no fui sagaz, dijo.<br />
Juan presintiendo que el diálogo se podía interrumpir, se apresuró a corregir la frase: no patrón,<br />
lo que yo encuentro es que usted sabe de la vida y bien, lo que no es tan fácil de conseguir, ni<br />
corriente en otras personas, ¿me comprende? Enyuntando la conversa, en alianza de paz.<br />
Sí. Te entiendo hombre, pero, eso que te extraña tanto en mí lo aprendí a duros golpes; no<br />
físicos, no. De los otros, que duelen más: los del alma. Voy a recordar poco a poco lo que...<br />
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intenté sepultar. ¡De dónde vine! No son mis oropeles, son mis recuerdos que yacen por inercia<br />
o hechizo, en los regazos de mi alma.<br />
Y, así cada miércoles en esas salidas memorables, comenzó Sánchez a enterarse lentamente de la<br />
trayectoria que había llevado en su vida Hans Renner Santelices, el patrón. Por circunstancias<br />
ahora, en que el apremio del entorno lo hacía su amigo perentorio, su depositario confidente, en<br />
la casi urgencia de conversar.<br />
“No sé si te conté que no soy totalmente chileno”. Nací en <strong>Austria</strong> bastantes años atrás, en un<br />
pueblo bello cálido y sereno, no importa el nombre ahora, de una madre chilena que apenas<br />
recuerdo porque murió a los dos años y algo de mi nacimiento, por una enfermedad incurable,<br />
dijeron. El pulmón, la famosa tisis tan común en esa época. La guerra y sus incongruencias<br />
corruptas no le dieron importancia; la que ella se merecía... y se fue. Lo dijo más bajo, con<br />
impotencia. Vagará su espíritu en estos cielos, a los que ella miró en su tierna edad, desde que<br />
nos trajeron a este lugar, supongo. Agregó con melancolía.<br />
De mis pocos recuerdos de niño lo mejor quedó allá. Todo calzaba perfecto: la familia, mi tía Gill<br />
que pasaba su vida con nosotros, porque nunca se casó. ¡Así era lo que acontecía a las mujeres<br />
que no tenían dote! Por las circunstancias todo se relacionaba con el sucio dinero, eran los<br />
tiempos de la desintegración de capas y más capas de lo que constituía la sociedad. Habían<br />
muerto tantos hombres en la primera gran guerra, que muchas mujeres se quedaron sin posible<br />
compañero. Los que con suerte se salvaron y habían vuelto, buscaban su seguridad económica al<br />
contraer nupcias. Para no vivir como pobres.<br />
A la que no divisaba mucho era a la Omi, mi abuela paterna; era muy fina y aristocrática,<br />
perfumada y lejana. Pero, tenía de amigos a los niños del barrio, con quienes jugaba antes de<br />
almorzar hasta las tres de la tarde en que quedaba luz de día, ellos eran mis pequeños<br />
camaradas. La gente era común, con nuestro idioma común; aunque la naturaleza bien diferente<br />
a la de acá, por el clima: recuerdo las flores de junio abiertas, con sus olores a pleno sol. Las<br />
tardes de invierno, con los fríos de hasta treinta grados bajo cero; a las cuatro de la tarde era ya<br />
noche, y solamente se escuchaba el depresivo graznido de los cuervos negros, con su ritmo de<br />
vuelo lúgubre en sus anchas alas abiertas, y su pico caído. Aún no me explico si será el destino de<br />
cada persona o qué... dijo dubitativo. A veces la vida es así: aguijonea y amarra, con muros de<br />
circunstancias que se alzan y se imponen, alienando y destruyendo lo que para un hombre-niño<br />
puede ser su mayor importancia. Para otros no. Nos trajo una institución que se encargó de los<br />
niños cuyos padres escaparon a perderse, de la loca guerra extraviada. Fue la Cruz Roja<br />
Internacional, ella se dio el trabajo de ubicarles en los países donde fuese que estuvieran<br />
refugiados, tratando de rehacer sus vidas, reedificando sus futuros. Así logró saber que mi padre<br />
se había aquerenciado en este país: <strong>Chile</strong>.<br />
¡Que porquería! Arrancarse sin sus hijos, escapó prosaico de la boca de Juan entre dientes. ¿Y, su<br />
padre? Don Hans. Preguntó ingenuamente bonachón.<br />
Una risa estentórea salió herida de la garganta de don Hans.<br />
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¡Ni me lo recuerdes! Carraspeó con ira. Lo poco que lo vi en sus visitas de dos horas en la casa de<br />
nuestra familia allá, o en los internados en que estuvimos, cuando murió mamá y esperábamos<br />
que la guerra pasara; era como si un extraño hubiese entrado. Que producía terror en mis<br />
hermanas. No recuerdo ni siquiera un beso suyo en mi frente, o una tomada de mi mano con<br />
afecto... nada.<br />
Luego, dejó pasar un pesado silencio y continuó... Él era piloto de la fuerza aérea que Hitler<br />
rearmó. Nunca lo sentí como padre cariñoso, ¡no! Lo recuerdo más bien como el héroe narcisista<br />
y ególatra, siempre con muchas medallas colgando de la guerrera de su uniforme, que sonaban<br />
cual campanillas en vuelo... como si valiesen la pena. Presuntuoso y altanero pisaba fuerte con<br />
esas botas negras y altas, jactancioso y elegante con su tenida de piloto. Más en ternura: huidizo<br />
y lejano. Frío cual congelador.<br />
El decano tomó aliento, y prosiguió. Al casi finalizar la guerra y saberla perdida<br />
irremediablemente, se dejó tentar por una antigua amiga que se re-encontró muy pudiente, al<br />
enviudar de un conde austríaco, cuya herencia alcanzó a recibir antes de las confiscaciones. Y<br />
obedeciéndola, le rentó un avión y salió pilotando por la frontera de menor riesgo, porque él<br />
conocía muy bien la zona de conflicto, donde se embarcaron en un carguero rumbo a América;<br />
con ello se convirtió además en un desertor. Y, como para aparentar un matrimonio feliz, se trajo<br />
a la mayor de mis hermanas, con un derrotero al Sur, tratando de salvar su pellejo, y obvio se<br />
olvidó de nosotros, sus cuatro hijos restantes. El rostro del austríaco chileno se tornó en pocos<br />
segundos inescrutable, y se sumió en un misterioso silencio.<br />
Juan se arrepintió de haber abierto la boca, pues la animada conversación quedó interrumpida.<br />
Estaban casi llegando a la parcela de agrado en las afueras de la ciudad, donde se refugiaba con<br />
sus recuerdos, lo miró por el espejo retrovisor con disimulo, y le vio entornando sus rasgados<br />
ojos de romántico soñador. Al girar hacia los portones barnizados del bello alerce chileno, les<br />
recibió el perro guardián un policial de mezcla, negro y café tostado, alto y macizo, llamado Sam.<br />
Con sus ladridos de contento hizo reaccionar al dueño de casa, que lo saludó con un: volvimos<br />
temprano Sam, ya pues ¡bájate! Descendió del auto y levantó el bastón para alejar un poco al<br />
cariñoso animal, que lo seguía moviéndole la cola y ladrando más despacio como si supiera que la<br />
estridencia molestaba a su amo. A tranco lento acompasaba su enorme trasero de largo pelaje<br />
brillante y negro, acompañando a don Hans. Eran apenas las cuatro de la tarde y tiempo sobraba<br />
para soñar y recordar, fue hacia los parronales, y tomó uno de los sillones de mimbre de la<br />
terraza, lo acomodó para sentarse a contemplar los árboles frutales que él mismo había<br />
seleccionado tiempo atrás. Allí estaban los durazneros pelados, también de los peludos amarillos<br />
conserveros que daban enormes ejemplares, a mediados de marzo. Luego los nogales, los<br />
manzanos con ése tan especial: la fruta tenía olor y sabor a piña, ese árbol extraño estaba en<br />
aquel lugar cuando adquirió la propiedad. Retirados había hecho plantar los paltos, con aquella<br />
variedad tan difícil de conservar por el clima como era el palto Hass, sin embargo había porfiado<br />
hasta conseguir los mejores; extrañando a los vecinos del sector.<br />
Alejados los cítricos: naranjos y limoneros, dadivosos en frutos, el guindo que era un monumento<br />
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en árbol, más allá las higueras blancas, el morero cerca del corral de los hambrientos gansos y<br />
ella... la anciana y reservada higuera negra que escuchó los juramentos de su sempiterno amor,<br />
en sus sombras frescas y su tronco generoso, de decenios. Al fondo y para iluminar el horizonte:<br />
los almendros, y detrás fondo los álamos viejos y sencillos.<br />
Por el costado un eucalipto y el arco de fierro forjado que hizo con un diseño propio, arreglado<br />
como pasarela para que todos aquellos parronales apolillados que estaban casi en vías de<br />
extinción, a los que fue reemplazando con paciencia, se entrelazaran. Ahora, en tiempo de<br />
verano cubrían amorosamente, con sus tupidas hojas y racimos, la prolongación del pequeño<br />
escenario especial y artístico. Estos eran los resultados que hoy apreciaba, el entrelace del<br />
trabajo de hormiguita del ayer. Todo estaba distribuido de tal modo que nada era sin su espacio<br />
de universo preciso para asolearse en debida forma, y naturalmente lucir sus frutos. Los ciruelos<br />
con su espaciosa sombra veraniega, entremezclados en el límite con el vecino originando una<br />
cortada natural hacia la casa y el ante jardín, allí donde puso los más bellos rosales que pudo<br />
descubrir a la venta en los invernaderos. Conservó solamente el cedrón y las clavelinas<br />
aromáticas y blancas, con las azucenas de color rosado y silvestre. Y los juncos, que selváticos y<br />
arracimados, aparecían con las primeras lluvias de abril, llenando luego con su aroma el aire del<br />
campo en plenitud.<br />
Todos los árboles que consideró estaban de más o muy a mal traer por las pestes y el poco<br />
cuidado del anterior dueño, años ya, los eliminó. Y en su lugar mandó sembrar una verde<br />
extensión de pasto calmo, deleitándose al principio en regarlo con una manguera, que por su<br />
enorme largo se enredaba constantemente; luego cambiaría el sistema por un riego<br />
computarizado y automático, eliminando las horas que debía permanecer de pié en su hazaña<br />
relajadora. Construyó en forma estilísticamente acorde con la construcción antigua, una hermosa<br />
glorieta tipo pagoda para estacionar los vehículos, incluso el tractor-pequeño cortador de pasto,<br />
adquirido en una importante feria, el que gustaba usar sentado cómodo con una gran chupalla<br />
de paja fina sobre su cabeza, evadiendo el sol ardiente que invadía hasta tarde el terreno, y<br />
lastimaba su piel en las partes más increíbles: orejas y cuello, enrojeciéndola hasta lesionarla. Así<br />
soñaba: sólo con el aproximarse a sus memorias, pensando. A veces flotando en una inflada<br />
colchoneta, en la piscina desmontable, en el tiempo del estío. Era un lugar agradable ahora, muy<br />
cómodo en su extensión y en su entorno de paz.<br />
Al regresar de su negocio, antaño, se tendía en la hamaca de cáñamo entretejido, acomodada<br />
bajo la sombra de una higuera; y en la red disfrutaba a su gusto contemplando su obra, o leyendo<br />
un libro. Con él en la mano aparentaba concentración, a los ojos de quienes le miraban; más se<br />
tomaba su tiempo para pensar en ella, Mar. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? Y, a la<br />
vez recordaba lo vivido en ése mismo lugar, con ella. Él la había invitado a conocer todos los<br />
lugares que habitó. Incluso su negocio. Necesitaba sentir su presencia, la mirada dulce que le<br />
regalaba, sus manos finas y tibias acariciándolo, escuchar su voz, llenar con su imagen todos los<br />
rincones y paisajes y, evocarla. Oler su perfume y añorarlo. Todo. Empapar sus ambientes con la<br />
luminosidad tan propia que poseía, para no lastimarse con sus ausencias. Enredar los dedos en su<br />
largo cabello de miel, escuchar su risa clara y casi infantil. Su silencio triste de melancolía cuando<br />
debían separarse. Sus incuestionables emociones ocultas, aunque nunca se quejó de nada.<br />
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El hombre vive para recordar. Sentía que personalmente a él sus recuerdos de ella, con ella, lo<br />
invadían de profunda paz. Siempre le había dado paz, o casi siempre con la excepción de las<br />
angustias de esperarla; tal vez por ello la buscaba hasta ahora, en una innegable necesidad de<br />
verla una vez a la semana, contemplar su rostro y saber sin hablar, cómo estaba; escuchar su risa<br />
contagiosa, milagrosa en sus efectos de hacerlo revivir; ahora, ¡que se estaba convirtiendo en un<br />
viejo! Aunque le costaba tener que reconocerlo. No eran tantos los años, no; era el desgaste<br />
atroz del “empujar el carro” en el diario vivir, ese atiborrado carro de postergación personal en<br />
aras del mejor futuro, eso era lo que le había dejado las huellas también, en su cuerpo mal<br />
nutrido de niñez, esa niñez de la guerra misérrima, y de pos guerra.<br />
El trabajo efectuado durante tantos años con esfuerzo físico y tensional, por dar cumplimiento a<br />
sus clientes, que a veces rondaban cual fantasmas de olvido, le dejó una secuela de columna<br />
desviada, como a casi el común de los que realizan fuerzas mal hechas: - la quinta vértebra -<br />
arrastrando el pesado fardo de logros y fracasos, envidias y zancadillas, como es la vida misma de<br />
los que llevan la firme determinación de hacer la subida de los escalones con honestidad e<br />
intrepidez. Además de su úlcera que de tanto en tanto le molestaba como para recordarle: ¡estoy<br />
acá, no me olvides! Burlescamente.<br />
También recordaba como ella, Mar, años antes le decía: “ámese, no trabaje en exceso, por favor.<br />
Lo quiero para muchos, pero muchos años más en buenas condiciones, vida”.<br />
Así lo nombraba, y a él le daba gusto escucharla. ¡Vida! implica el espacio de tiempo que<br />
transcurre en el ser vivo desde su nacimiento hasta la muerte, como juramento. Le salía de su<br />
boca tan dulce y verdadero. Vida capacidad de sentir y concebir del corazón humano. ¡Mar,<br />
también ahora te estoy recordando! Se dijo.<br />
Salió de su sopor al sentir el fresco de la tarde. Se enderezó, la modorra huyó, se levantó y<br />
comenzó a caminar hacia la casa. Era hora de escuchar y ver las noticias, como todos los días, y<br />
cenar. Su costumbre era dormir temprano y levantarse igualmente al clarear el día, con la trova<br />
de los pájaros y sus zureados canturreos errantes.<br />
Encontró la mesa puesta y el televisor encendido, pasó a lavarse las manos y ocupó el sillón de<br />
siempre, el camarada que lo sostenía en sus largas meditaciones - como hacía años - lo esperaba<br />
cómodo y amistoso.<br />
Así al miércoles siguiente se enteró Juan de otras vivencias de don Hans, que lo sorprendieron. A<br />
pesar de haberse acostumbrado a hallar en él: una caja de sorpresas.<br />
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Capítulo 2º<br />
Niñez y trasplante<br />
Cuando serpenteando las curvas del camino volvían al campo, don Hans propone a su chófer: ¿te<br />
gustaría beber algún jugo, Juan? Hace mucho calor, te invito a pasar al mejor lugar que<br />
encuentres por estos lados.<br />
Bueno patrón, va a estar justo para paliar el descompuesto del cuerpo, y esta modorra siestera,<br />
gracias. Me estacionaré donde usted diga. Acto seguido disminuyó la velocidad. Lento en la<br />
marcha, buscaba el exacto sitio que, con sus frescas ventas les calmase lo sedientos.<br />
Al divisar don Hans el local apropiado le señaló: ¡ahí está bien, hombre! Ambos bajaron del auto<br />
ya aparcado y se encaminaron a la entrada. Un mozo de uniforme les recibió con un ¡buenos<br />
días! A pesar que eran pasado las doce. Les guió a una mesa vestida de mantel rojo con blanco<br />
en el centro, impecable, lápiz y papel en mano preguntó ¿qué se sirven los señores?<br />
Pidió don Hans un jugo de naranja natural y Juan lo mismo. Al alejarse el garzón a buscar lo<br />
ordenado, el patrón paseó su mirada por las vitrinas llenas de los alimentos y bebidas surtidas<br />
que se exponían a la vista de los clientes, para la venta, tras los refrigerados módulos de<br />
tentación.<br />
No se contuvo en hablar en voz audible... “Pensar que cuando niño - dijo - miraba como tan<br />
imposible y lejana una botella de Bilz, que era inalcanzable para mí en ese momento. Pasé tantas<br />
necesidades y hambre, añadió pensativo. Veía como a otros niños, a los que acompañaban sus<br />
padres dándoles la mano, ingresaban a los negocios. Se chorreteaban sus ropas y rostros con<br />
bebidas, pasteles o helados de chocolate. Donde a mí nadie me llevaba. No. Yo, afuera de<br />
espectador lejano - cercano. Era muy humillante y sin solución. Todas esas situaciones de<br />
desventaja me fueron enfermando la psiquis, yo soy un enfermo del alma Juan, desde mi niñez<br />
en este país, que no tiene la culpa, obvio”. Calló.<br />
¡Silencio!<br />
El silencio con su gritadora calma, hace más elocuente el drama. Su alma tuvo las vivencias de<br />
corte profundísimo, no pasajeras nimiedades. Se estremece, ante el sentimiento que brota de la<br />
insondable oscuridad de los recuerdos, que al soplo suave de la brisa de la evocación a veces se<br />
agrandan, autónomos; recuerdos casi como montañas inflexibles, que se suceden en evoluciones<br />
de manera más íntima, más recóndita y necesaria; cual si estuviera deviniendo en ellos.<br />
¿Cómo lograr superar el desarraigo recibido tan dolorosamente?<br />
¿Cómo se puede conseguir arrancar del corazón humano el normal sentimiento de las raíces<br />
familiares, del terruño mismo en donde se ha nacido? ¿Cómo se puede olvidar la inocencia de los<br />
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primeros juegos? Lo inaugural en visiones de vida. ¿Cómo restaurar el cristal roto de una niñez<br />
barrida por fuerzas lapidarias, que entierran las ilusiones de vida familiar normal, sin consultar?<br />
¿Quién es el ¡tan dueño! De destinos ajenos? ¿Cómo deciden? ¿Con qué ética o moral practican<br />
su conducta de dirimir? O, exiliar.<br />
¡Pero cómo cambian el sentido de las vidas! De otras vidas.<br />
El cambalache de idioma, aún cuando en <strong>Austria</strong> nos habían impartido clases de español durante<br />
unos meses, preparándonos al canje de país, con nociones de la raza mapuche porque mi madre<br />
tenía raíces indias, ilustrándonos con una pincelada de conocimientos de otra cultura y de las<br />
razas existentes; como visión de cultura general. También el giro al abrir los ojos y ver el andar de<br />
otros pasos, los rostros de gentes con otros semblantes, sin analizar si más buenos o malos, (ya<br />
que en todas partes existen de ambos) sólo que distintos a lo acostumbrado desde siempre.<br />
Paisaje diferente en cada despertar, olores distintos, compañeros de escuela... que nunca se<br />
volverán a ver. El beso de una tía que ya no se tendrá, su mirada dulce al dar el Dios te bendiga,<br />
cada mañana. Sin reflexionar cómo queda, la que se queda; porque no hay el tiempo ni la<br />
facultad de pensar. Sólo comenzar a sentir el gran vacío de tantas pequeñas grandes cosas; que<br />
no serán las cotidianas y queridas. Y que en final de cuentas: ¡era todo lo que poseía!<br />
Intentando relacionar los colores de las arboledas y de los montes, diciéndose “se parece a...”<br />
mintiendo al alma que reclama lo congénito. Divisando, sin que estén, los temidos cuervos del<br />
otoño frío y gris, viendo pajarillos chilenos que no son los mismos; quizá demasiado alegres y<br />
cantores, como buenos sudamericanos, bulliciosos. Recuerdos que quedaron suspendidos<br />
míticamente, en ese ayer que no regresa. Como una semilla lanzada al desgaire.<br />
Tantos detalles casi enterrados por el polvo de la necesidad de sobrevivir. Sacudido ahora por la<br />
ráfaga inconmensurable de despertar el olvido, que no llegó a ocupar ningún sitial en la<br />
memoria. Cualquier pequeñísimo detalle actualiza, aprieta el botón rojo sangriento del<br />
sentimiento patrio. Y familiar.<br />
Ya se había sentado, entre ambos, el primer precedente de amistad sincera. La continuidad de<br />
sus conversaciones fluía sin ningún rebusque de circunstancias. Juan, quería saber lo que había<br />
vivido ese hombre bueno, al que le tenía un gran respeto y cariño; don Hans juicioso sentía que<br />
al contarle sus vivencias, se abría para él – el amable chófer - una posibilidad de hacerle crecer<br />
no sólo en conocimientos generales, si no tal vez en actuar diferente siendo más previsor:<br />
ahorrativo y constante, para que lograra un digno pasar en los años dorados, pero escuálidos en<br />
energía para luchar por el pan de cada día. Una vejez en mejor condición con prudente ahorro<br />
actual. En el fondo le regalaba su experiencia por la lealtad que pulsaba en su conductor. Total<br />
juntos jugaban al ping - pong de la vida, casi sin darse por enterados.<br />
...Mira Juan, la aventura de viajar en el corazón de un niño es la inconsciente pasarela de lo que<br />
le espera. Te contaré que eso me ocurrió a mí. Tenía la sensación de que el viaje me llenaría de<br />
algo desconocido, pero estupendo y fantástico. Tenía pocos años para darme cuenta del<br />
10
importe, que significaba la aventura, en que nos introdujeron sin preguntar. El precio de<br />
abandonar a los familiares y conocidos que nos amaban. Pero, que de seguro no podían seguir<br />
sacándonos adelante. Aún con todo su esfuerzo, puesto que nosotros éramos tantos.<br />
Gilly, por la inflación galopante a consecuencia de la guerra había tenido que abandonar la<br />
universidad; era la mayor por ahora. Le cupo el cargo luego de la partida de la primera Ashley, a<br />
América. Me aventajaba nueve años e hizo el papel casi de madre conmigo. Me vestía, me<br />
bañaba, estaba atenta a que yo comiera. Ella era capaz de guardarse sus propias penas para no<br />
preocuparme. Pero, con el paso del tiempo, me di cuenta de sus heridas lastimeras del alma.<br />
También a ella se le rompió el cristal de la niñez. Una niñez de adulta, con lo que implicó la<br />
enfermedad de nuestra madre. –Y la ausencia del padre.- Un lento mal del que mi hermana se<br />
percataba más que yo, obviamente. Luego que mamá murió, en su entierro efectuado desde el<br />
Sanatorio hasta la Catedral de San Esteban, nadie la pudo detener. Asistió dolorosa, llevándome<br />
de su mano sin que yo pudiera darme cuenta del significado que tenía la ceremonia, con su<br />
pequeña vida ya rota. Lastimeramente rota, por la falta de mamá y las circunstancias del tener<br />
que asumir un rol superior a la capacidad de su edad: once años, esa era la edad que tenía y<br />
lidiar con tres hermanos menores. En ese desgaste horrible, producido en las personas por la<br />
estúpida guerra, y un cúmulo de responsabilidades... no pedidas para su adolescencia clara. Lo<br />
peor es que tuvieron que pasar los años para darme cuenta, al escucharla en sus debilidades<br />
penosas, sus angustias calladas. No queriendo comprometerse en profundidad con nada ni con<br />
nadie; teniendo pesadillas de su universo perdido. Irremediablemente perdido, porque dime<br />
Juan ¿quién te puede devolver el tiempo no vivido? Te explico, no vivido como tú hubieses<br />
querido vivirlo. A tu manera.<br />
Juan lo miró consternado. Nada dijo, sintió que otra vez tenía razón, gran razón.<br />
Y, al pasar la vida, tratar de cambiar los papeles haciéndome yo el fuerte, dándole mi mano con<br />
calor de hermano para achicar sus fracasos y sus heridas: su soledad, sus lagunas de amor, y sus<br />
miedos. ¡Que no la dejaban enderezarse de la cama! Con la máxima languidez de cuna -<br />
confidente. Sin saber que la depresión se le adueñaba. Revelándose contra la sociedad con sus<br />
reglas establecidas, en las formas más increíbles, volviéndose irresponsable a los compromisos<br />
contraídos, sin importarle ya nada. Como un huracán de arena que barre con todo sin medida. Ni<br />
imaginar sus consecuencias.<br />
Ella insistía en acercarse a ver a mamá al lugar en que permanecía en total aislamiento, con los<br />
cubiertos para sus comidas y las ropas separadas del todo; porque nos podía contagiar. Donde<br />
las tías le llevaban algunos alimentos, - imposible debe haber sido en plena guerra, conseguir los<br />
medicamentos apropiados - y nutrirla como necesitaba, con su espantosa tuberculosis que se la<br />
devoraba. Gilly se desaparecía ratos largos, de la cocina donde nos reuníamos, a hurtadillas se<br />
escapaba callada. Nuestra casa en el hermoso pueblo era como un caserón largo, en cuya parte<br />
anterior estaba el negocio que le habían dado a mi padre. Y corría al fondo a la habitación en que<br />
reposaba mamá, a abrazarla, metiéndose por la ventana a escondidas, y ahí se quedaba<br />
escuchando con atención los mensajes para el futuro, que – de seguro con la angustia de quien<br />
sabe su tiempo acabado- le conversaba nuestra madre. Encomendándole a sus hijos más<br />
11
pequeños, como yo. Así entraba a los aposentos hasta el día en que se la llevaron al Sanatorio; y<br />
no regresó nunca más. ¡Aislada! Descansaba mi madre. Entre las dos se hacían sentir el calor del<br />
tremendo amor de hija a madre y viceversa, Gilly recibía la dulce mano en su cabello, a lo mejor<br />
apenas tocándola sin fuerzas; pero feliz de mirarse la una en la otra. En exhalo de vida. Pero, viva<br />
aún.<br />
Yo, no podía hacer lo mismo, era un largo camino para mis pies chicos, de pasos cortos, y a lo<br />
desconocido del sentimiento del amor materno que se me escapaba. Seguramente me vigilaban<br />
por ser el más pequeño, para que no me enfriara o contagiase. No recuerdo, sería un absurdo<br />
pretenderlo siquiera, solamente supongo... como tantas cosas y anécdotas he debido suponer. Y,<br />
muchas sólo han sido relatos de mi hermana Gilly.<br />
No sé qué día falleció mi mamá. En realidad, aunque lo han dicho mis hermanas, no me gusta<br />
recordar fechas, menos aún si son dolorosas. Lo que sí sé, es que su falta la he notado toda mi<br />
vida. No hay nada más hermoso que tener una madre. ¡Eso creo en mis añoranzas! También lo<br />
he percibido a través de los años, en otros seres tan seguros en su andar, en su actuar. Con lo<br />
que recibieron gratis y tan propio. Equivocándose mil veces, para ser levantados mil una, por la<br />
única gran amiga.<br />
“La inmensa importancia que tiene poseer una madre”. Meditando cada sílaba, don Hans se<br />
retorcía con su dedo índice la ceja derecha; larga oscura y dura. Una vuelta y otra vuelta;<br />
haciéndose un filamento de hirsutos vellos retorcidos. Tal vez la explicación exacta de no aceptar<br />
al peluquero que le arrebatase su entretención. Con ese enmarañado, se entretenía. Era la magia<br />
de acariciarse en un rélax, sumergiendo las tinieblas cerreras de su cenizo ayer. Pero, había<br />
estructurado su vivir. Desafiando con aserto, los fantasmas casi enterrados. Que tendían a<br />
resucitar, siendo un rédito poco anhelado.<br />
Juan silencioso, cabizbajo meditaba y lo observaba. Respetuoso.<br />
“Cuando la nieve impedía avanzar fuera de casa y nos retenía por lo peligroso de salir, a veces<br />
con virtualmente treinta grados bajo cero, nos entreteníamos con cualquier juego simple. Hasta<br />
que, por entre los copos blancos de ella comenzaban a aparecer como empujando a la nieve, las<br />
primeras florecillas silvestres blanquecinas y azulinas, que nos adelantaban el inicio de la<br />
primavera. Yo recuerdo que miraba y miraba tras los ventanales, esperándolas que me<br />
anunciaran esa estación que me encantaba, porque todo me parecía más lindo. El olor aromático<br />
en el aire se dejaba sentir placentero, aparecían las primeras flores de los Alpes; luego los lirios<br />
celestes grisáceos con su centro amarillo claro, y podíamos salir a jugar. Muy abrigados por el frío<br />
de los lomajes húmedos”.<br />
En el primer piso de esa casa guardaban la leña que alimentaba las salamandras y la cocina,<br />
donde la Tante Gill tenía su templo. Nunca supuse cómo se las ingeniaba para hacer aparecer<br />
algo rico en mis manos, al volver de la escuela kinder, por ser yo el más pequeño... tal vez.<br />
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Y así...<br />
Dejarse llevar en el tiempo.<br />
Y, esperar.<br />
Y, continuar con la espera.<br />
Esperar!<br />
¿Qué se esperaba?<br />
Que la guerra terminara.<br />
Que no tuviésemos que correr a los subterráneos cuando sonaban las sirenas. Célebres y temidas<br />
las sirenas, con su ulular chillón hacían correr a todos grandes y chicos despavoridos a los<br />
subterráneos, a mí me llevaban en vilo; por el peligro de los bombardeos y el aniquilamiento<br />
total.<br />
Que yo no escalara las murallas como escapando a una horrible realidad, que en mis pocos años<br />
no vislumbraba en su real dimensión. (O tal vez por verla de más cerca). En una inconsciente<br />
forma de desafío, o novedad. Pero, siempre sentía que me bajaban de lo alto, y me acurrucaban<br />
hacia el suelo protegiéndome.<br />
Que no tuviese que admitir que el miedo de las personas grandes, en ese momento crucial entre<br />
la vida y la muerte, se traslucía en figuras de sombras que se morían en vómitos, a mi lado.<br />
¡Otras cantaban, reían histéricas, también rezaban!<br />
Y lloraban a gritos, unos gritos espantosos guturales salidos de sus gargantas, sin poder<br />
controlarse, casi como serían los primitivos habitantes de la tierra en sus llamados. Cavernícolas.<br />
Dolientes y aterrorizados. Esperando a corazón detenido de tan sobreexcitado, en esa inútil<br />
espera a lo desconocido. La incógnita del minuto siguiente. Cuando ocurrían los bombardeos<br />
grises y polvorientos demoliendo a su paso todo: vidas, esperanzas... ilusiones y trabajo. Y el<br />
equilibrio psíquico de los habitantes.<br />
Donde mi padre era un actor importante. De primera urgencia: él era correo aéreo de Rommel,<br />
que cruzaba el Mediterráneo, veloz e intrépido.<br />
Tan mal estaban las cosas que a los niños comenzaron a evacuarlos de las ciudades principales.<br />
Por supuesto que también a nosotros, que éramos cinco importantes hijos de semejante<br />
uniformado. Por seguridad nos trasladaron a El Tirol, en las montañas, en internados especiales<br />
para hijos de oficiales. ¡Qué ironía! Allí nos separaron de mis hermanas, y nadie sabía de los otros<br />
a dónde les habían llevado. Al arrancar de los bombardeos nos guiaron entre los bosques a unos<br />
subterráneos, y nos daban una oblea como de este porte: juntó el índice con el pulgar, rellena<br />
con miel para que mantuviésemos algo de energía. Y, esperásemos... quizá días mejores. Con<br />
pingües raciones alimenticias, que era lo que escaseaba.<br />
¡Terminó la guerra! ¿Cuándo?<br />
Nos reunimos todos los hermanos nuevamente en el Lager. Recibí con alegría los besos que me<br />
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daban en mi cabeza, mis hermanas mayores. ¡Y sus abrazos apretados, con lágrimas eternas en<br />
una emoción incontrolable al vernos vivos! Y juntos otra vez.<br />
El Lager fue casi como volver a casa, pero, no era nuestra casa. Era el refugio proporcionado<br />
especialmente por las autoridades, como solución a una imperante necesidad de la existencia de<br />
un hogar perentorio, para refugiados polacos, checoslovacos, húngaros, croatas austríacos... que<br />
se unían antes de viajar para la América, intentando conseguir trabajo. Nosotros éramos la<br />
excepción porque como repatriados, por nuestra madre chilena, se dio que fuimos los únicos<br />
niños que viajarían solos, tantos kilómetros. Allí estuvimos viviendo dos meses antes de la<br />
partida.<br />
Al llegar la noche en la habitación, Gilly me hablaba de un viaje al país donde había nacido la<br />
mamá. ¡<strong>Chile</strong>! “Hans ya falta poco”, me decía... antes de dormirnos, y te diría Juan que lo hacía<br />
con una ilusionada alegría. Me contagiaba. Y, no hallaba la hora de zarpar. A lo mejor yo creería<br />
en mi niñez que nos esperaba mamá, al término del viaje. No sé.<br />
Así, llegó el día en que fuimos avisados que partíamos a Italia, desde donde salía el barco rumbo<br />
a América. Cuando dejamos Viena, la capital de <strong>Austria</strong>, tomamos un tren, nos despidieron las<br />
tías. La Tante Gill linda aunque arrugada, cariñosa y tratando de estar serena al vernos partir.<br />
Movía sus bellas manos nerviosas, pero erguía con rigidez su cuerpo desnutrido. Dijo algo así<br />
como que mejor para nosotros, puesto que nos dirigíamos a un país no ocupado. Nos regalaron<br />
algo de dinero, debíamos viajar hasta el puerto de Génova, ahí nos embarcaríamos rumbo al Sur.<br />
Dijeron que el dinero era igual cantidad para todos.<br />
Cuando bajamos del tren, nos instalamos en una pensión que cancelaba la Cruz Roja<br />
Internacional. Nos dedicamos a recorrer la ciudad para conocer un poco, era la primera vez que<br />
salíamos de nuestro país todos juntos, y como supimos que no zarparíamos si no hasta tres días<br />
después, deseábamos observar las novedades puesto que nos comía la curiosidad, además<br />
traernos algún souvenir. En las vitrinas de las grandes tiendas y negocios, quedábamos pegados<br />
prácticamente a los escaparates; era novedoso e increíble. Cada uno de los hermanos podía<br />
escoger una, sólo una cosa y de poco costo para traerse a <strong>Chile</strong>. Me preguntó Gill qué escogía yo,<br />
le dije una armónica preciosa que había visto en una vidriera. ¡Cómo ves Juan la música siempre<br />
ha sido mi compañera! <strong>Desde</strong> chico. Pensé que ésa sería la que me comprarían, mi desilusión fue<br />
recibir una más fea y chiquitita, no la grande que me había encantado. A mi hermano le compró<br />
un revólver lanza fuegos artificiales, de cacha con adornos de concheperla o algo así, que brillaba<br />
mucho, era lindo.<br />
Tal vez Gilly con sus dieciséis años, acomodaba el poco dinero porque no sabía cuánto duraría el<br />
viaje, o a lo que llegaríamos: incierto. ¡Tal vez! Lo que nos llamó la atención a todos fue cuando<br />
cambió dinero. Le dieron unos billetes enormes, en Italia. Semejaban a la mitad de una hoja de<br />
cuaderno, de esos universitarios, para que te des una idea. No he vuelto a ver dinero así. En toda<br />
mi vida.<br />
Juan abría tamaños ojos, asombrado y como imaginándose lo que escuchaba a su interlocutor.<br />
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¡Qué desperdicio de papel! Habló saliendo de su asombro, de los billetes nuestros serían casi<br />
tres, ¿no es cierto patrón?<br />
¡Cierto! Asintió don Hans. ...Para tranquilizarse seguramente, porque yo estaba tranquilo, Gilly<br />
me dijo una noche: mañana será nuestra partida hermanito, dormimos juntos como en varias<br />
ocasiones, y creo que ella se apegó más a mí; que yo a ella. En el fondo, ahora sé que tenía<br />
miedo. Miedo a la incógnita de lo desconocido, y a la tremenda responsabilidad de venir a cargo<br />
de todos nosotros, siendo sólo una adolescente. Aún así, ella ventilaba ilusiones de tener una<br />
vida algo mejor, con papá a nuestro lado.<br />
Al día siguiente al acercarnos al muelle, vimos un espectáculo de tres maravillosos barcos blancos<br />
iguales, bellos, surgidos como la aparición de un cuento. A mis hermanos y a mí, nos embarcaron<br />
en el Américo Vespucio; que era diferente. Los otros lucían sus nombres: era el Rossini, el<br />
Donizetti y el Verdi, que seguramente venían también para América.<br />
Nos hicieron subir y nos saludó el Capitán, con los oficiales y marineros de su tripulación, e<br />
ingresamos derecho a unos salones con techo bajo que conducían a los comedores elegantes,<br />
preparados con manteles hasta el suelo, los cubiertos lustrosos para la cena y los mozos vestidos<br />
de traje oscuro esperando formales, de corbata humita negra al medio del cuello duro y albo de<br />
sus camisas... para atender a los pasajeros recién llegados.<br />
Nosotros teníamos pasajes donados y debíamos ir abajo, ahí estaban dispuestos camarotes sin<br />
lujos, más ahorrativos para refugiados con poca disponibilidad económica. Claro que al estar en<br />
esas condiciones, era raro encontrar quien tuviera dinero. Nuestro comedor consistía en<br />
mesones habilitados con manteles también impecables. Recuerdo que las tías nos advirtieron en<br />
Viena, que debíamos comer muchas masas, así con el estómago lleno era más difícil que nos<br />
mareáramos. Nos instalamos los cuatro juntos y comenzamos un exquisito almuerzo algo<br />
costumbrista del país. El queso chorreteaba en forma abundante, derretido por el calor de las<br />
lasañas. Antes de salir de la rada: ya estábamos mareados. De pronto las copas empezaron a<br />
moverse y el candelabro a parpadear. Al consultar Gilly a uno de los garzones dijo que habíamos<br />
zarpado.<br />
Al terminar los postres nos acercamos a cubierta, allí miré hacia el océano y sentí un miedo<br />
descomunal: me pareció que me tragaba el mar con barco, con pasajeros, con mis hermanos y<br />
con el capitán; cuya presencia era de un artista: alto, rubio y de ojos claros, como extraído de un<br />
cuadro de pintura de esas exposiciones en que acompañando a mi Tante, había asistido en<br />
alguna ocasión en los Palacios del Arte, en Viena. Ella también nos llevaba al Prater, que era el<br />
parque de entretenciones donde se encontraba el tren fantasma, la enorme rueda del carrusel,<br />
la sala de los espejos y otros juegos que nos gustaban mucho. Quedé con un torvo dolor al eje de<br />
mi cabeza de tanto mirar hacia arriba. En forma desconcertante empezó a desaparecer lento de<br />
mi vista, lo terrenal y bello de las herencias arquitectónicas de esa ciudad. Me alejaba para<br />
siempre de Europa y mis raíces, ¡y no lo sabía! Más y más agua empezó a rodearnos a medida<br />
que los motores del barco acrecentaban su velocidad.<br />
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¿Cuándo logré darme cuenta? Un día, una semana, navegando. Al comienzo espantado de los<br />
vómitos, que no me abandonaban, ya nada resistía en mi débil estómago, tirado en mi camarote<br />
me angustiaba; era una pesadilla que no llegaba a su fin. Hasta el capitán, sacado del cuadro me<br />
visitó una mañana y me conversó en forma simpática para distraerme, ilusionándome con las<br />
preciosas ciudades que me perdería de conocer, si no me recuperaba y trataba de ponerme de<br />
pié, para disfrutar en cubierta con los demás integrantes de esta espectacular travesía, por lo<br />
que intrínsecamente significaba: llevar en busca de nuevos horizontes de vida a húngaros,<br />
rumanos, polacos, croatas y checoslovacos. Y a nosotros con mis hermanos, los solitarios niños<br />
chilenos - austríacos, que resultamos ser la comidilla de los grandes en buena forma, puesto que<br />
nos colmaban de atenciones dulces como algún Mozarttaler de Salzburger, un tipo muy especial<br />
de chocolates, un cariño me hacían al pasar.<br />
Esas fueron en parte las pequeñas indemnizaciones, después de la guerra espeluznante. Esa<br />
pavorosa contienda donde <strong>Austria</strong> comprobó como fue víctima de la traición del Führer. Su<br />
ambición desquiciada de poder y expansión, lo llevó a debilitarnos, para luego invadirnos. A su<br />
propia tierra.<br />
Tantos años después ¿cuántos de los que allí viajamos habrán sido felices? En el reencuentro con<br />
sus familias transplantadas y totalmente diferentes, en la evolución de la vida misma. ¡Esa es mi<br />
pregunta ahora! ¿Valió realmente desarraigarnos?<br />
Más, la cantidad de dinero que el ilustre oficial dejó por nosotros en los internados, hacía rato<br />
ya... se había terminado. Y, lo que Gilly solía ganar haciendo clases particulares, servía para muy<br />
poco. La situación nuestra era extrema.<br />
Aceptando por inercia la inteligente insinuación del capitán empecé a darme ánimo, y a perder<br />
un poco y otro poco el miedo, me levanté y conseguí descubrir las más lindas postales naturales<br />
directas y vivas en forma maravillosa; después de todo tenía razón el hombre de mar.<br />
Luego se convirtió en nuestra casa el barco que nos trasladaba, nos escondíamos debajo de las<br />
hamacas de lona, que eran donde de día las damas se bronceaban en traje de baño y<br />
adormiladas bajo sombreros de muselina, una tela como gasa transparente, en diferentes<br />
colores, eran las que iban en primera clase; haciéndose las que leían alguna revista en diferentes<br />
idiomas. Dándose el tiempo para coquetear un poco, nosotros mirábamos sin que se dieran<br />
cuenta, total éramos niños empero llamaban la atención esos detalles, y lo comentaban en<br />
nuestro camarote mis hermanas. A Gilly también se le cruzó un pretendiente en la travesía, que<br />
insólitamente quería hablar con papá al atracar a puerto, para pedir su mano en matrimonio,<br />
antes de quince días de conocerla. Para ella era difícil aceptarlo, estaba enamorada del novio que<br />
tuvo que dejar en <strong>Austria</strong>. Y, así tan de pronto era muy complicado casarse con él, más si no lo<br />
amaba. Fue honesta: no lo aceptó, a pesar que habría sido su seguridad, él tenía una buena<br />
situación sólida ya formada, solvente, con propiedades agrícolas y ganaderas en el sur de <strong>Chile</strong>.<br />
De noche, se veía un cielo bellísimo saturado de estrellas y aire salado, que impregnaba mis<br />
pulmones casi sin respirar, y el misterio de jugar de noche, cosa que nunca habíamos hecho, nos<br />
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atraía a corretear. Era una novedad. Y jugábamos a lo que se nos ocurría, hasta que nos<br />
dormíamos agotados en cualquier parte. Pero yo amanecía en mi camarote, con mi pijama<br />
puesto; y esa magia eran los brazos de Gilly que me cargaban.<br />
¡Ah el barco! Suspiró don Hans sonriendo medio ensoñado con las travesuras pasadas. Dejamos<br />
atrás Marsèille, Barcelona, Valencia, Las Baleares, Cartagena, y el Mediterráneo nos abandonó en<br />
el Puerto de Cádiz. Para qué decirte lo que fue el paso del Atlántico al Pacífico, por el Canal de<br />
Panamá. El barco de pié, esperando la nivelación de las aguas de los lagos existentes entre uno y<br />
otro océano a través de las seis esclusas, tres en cada extremo para permitir a los buques vencer<br />
la diferencia de las aguas con un sistema, creo que eléctrico ¡tan especial! cerrando una<br />
compuerta para luego abrir la siguiente, en los setenta y seis kilómetros de longitud. ¡Fue<br />
impresionante! Mirar la ciudad de Balboa, frente al Pacífico y Cristóbal Colón, frente al Mar<br />
Caribe. Con el tiempo supe, porque busqué información y datos, los detalles de los nombres de<br />
cada lugar que conocíamos de paso y también la duración del lapso de tiempo empleado en la<br />
construcción de esa obra de ingeniería que nos maravilló. Demoró entre siete y diez años la<br />
ejecución de esa admirable edificación: desde mil novecientos cuatro, hasta mil novecientos<br />
catorce, donde el ingeniero constructor (uno de ellos: George Washington, que estaba al<br />
mando), hubo de batallar hasta con la peste amarilla, que le mermaba el valioso material<br />
humano de su gente, la que no resistía el agobiante calor del clima tropical, y los selváticos<br />
bichos, serpientes venenosas y la nada de seguridad. Además de Colombia misma, que aceptase<br />
el proyecto luego del desprendimiento entre ella y Panamá: a pesar de que existía un contrato<br />
firmado el año 1886, antes que ocurriera la separación con Panamá, en 1903.<br />
¡Éso se logra! Se logra, repitió. Lo puede conseguir la mente creativa del hombre ocupada bien<br />
en obras tan magníficas como aquella. Y que, además acorta distancias entre los puertos del<br />
Atlántico y del Pacífico. Pienso Juan, que fue un regalo de Dios esa experiencia, la más<br />
maravillosa de mi vida. Y, como sé que nunca se vuelven a andar los mismos caminos, en iguales<br />
condiciones o parecidas, es que no he vuelto a salir de este país nunca más.<br />
Este excepcional país de mi madre y con los años... mío, que embruja al paso de ser conocido, en<br />
poco tiempo. Y, al que sinceramente le estoy agradecido, muy agradecido -recalcó- aquí me hice<br />
hombre, un hombre de bien que ha intentado no dañar a nadie en forma consciente, sino al<br />
revés. He practicado la corrección escrupulosamente en la mayor medida que en conciencia,<br />
consecuente con mi auto/ formación... he podido. ¡No sé si lo he logrado! No lo sé. Porque a<br />
veces Juan, la carne es débil. Y, al corazón no se le manda. Suspiró.<br />
La cabeza del mencionado se meneó, con laxitud, asertivo. En eso, dijo, le encuentro muchísima<br />
razón patrón. Porque la tiene. Le voy a contar una anécdota de mi pueblo que relataba mi<br />
abuela. Decía que en la casa patronal del fundo de Yerbas Buenas, la cocinera que servía a los<br />
dueños, la Valeria, así se llamaba, había tenido varios embarazos de padres desconocidos. La<br />
patrona al verla embarazada de vuelta, le llamó la atención: “te advertí tanto que te cuidaras<br />
muchacha, y ¡mira! Otra vez estás en las mismas”. ¿Cuándo vas a aprender?<br />
La Valeria le contestó: ay misiá una nunca sabe. La carne es débil, p’us patroncita. Una nunca<br />
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sabe.<br />
Rieron don Hans y Juan, del cuento anecdótico tan humano y real.<br />
Luego de la simpática y genial salida, carraspeando su garganta como para volver al orden, don<br />
Hans dijo: continuando con lo que te estaba contando... En Colombia subió al barco un conjunto<br />
de folcloristas chilenos que hacían un espectacular show muy bonito, con arpa guitarras<br />
acordeón y tenidas típicas. Era en los salones para los pasajeros de primera clase, se llamaba<br />
Cuarteto de los Hermanos Silva, había una sola señorita bajita que llevaba un vestido muy ancho<br />
y largo adornado con flores bien vistosas. A pesar que nosotros como te conté, íbamos en clase<br />
económica, nos dejaban mirar y asistir al espectáculo, y en realidad movernos por todo el barco.<br />
Miramos la actuación a pesar de no entender nada de lo que cantaban; pero pulsaban tan lindo<br />
los instrumentos, y sus voces se entrelazaban armónicas al ritmo de la música, alegre y<br />
contagiosa en los compases que reforzaban los varones con el tintineo de los tacos de sus botas<br />
haciendo sonar las espuelas de plata, adheridas en los tobillos. Brillaban tanto y semejaban a un<br />
sol plateado y sobresaliente, lleno de rayitos metálicos aferrados a un eje, que le daba la libertad<br />
de sonar. ¡Tú lo debes conocer, hombre! Harto mejor que lo que te puedo explicar yo, pero me<br />
gustó tanto. Y, a ambos lados por encima del talón era afirmado en las botas, fijas hacia el<br />
empeine y producían un singular sonido que siempre quise saber cómo era el nombre de ellas:<br />
“espuelas de plata” tintineaban con los movimientos ágiles de los portadores que lo realizaban<br />
con maestría ejemplar. ¡Me encantó!<br />
Un 24 de diciembre, anclamos en el Puerto de Valparaíso. Pensaba encontrar de todo, menos lo<br />
que vi. Monos o leones: no había. Indios pieles rojas; tampoco. En cambio me recibió un paisaje<br />
soñado de cerros atiporrados de belleza, muchas casas hasta muy arriba de los cerros en forma<br />
pintoresca y artística, era el entorno de la Bahía de Valparaíso.<br />
Mi nerviosa hermana Gilly en nuestra habitación, por el ojo de buey que teníamos de ventana,<br />
nos mostró el horizonte detenido en esos cerros, y también nos dijo que no saliéramos de<br />
nuestro camarote así nos nombrarían por parlante; eso nos haría importantes.<br />
En efecto, nos llamaron a la cabina del capitán y quien lo estaba acompañando, era mi papá. No<br />
recuerdo cuántos eran los años que ni lo veía, pero, era tan poco lo que lo había divisado en mi<br />
vida, que no tenía ninguna importancia para mí, y tal vez yo para él. Saludó a mis hermanos a su<br />
manera, él no era demostrativo en lo absoluto. A mí ni sé lo que me habló. Con decirte que todo<br />
el camino al lugar en que nos había rentado una casa, le fui diciendo señor “sí señor, no señor”,<br />
lo colmé y me dijo seco: ¡si soy tu padre! Déjate de llamarme señor. Algo más agregó, feo.<br />
Habían pasado todos los saludos de estilo: pertinentes y perfectos ante el capitán del barco,<br />
llegaban las emociones nuevas, entre ellas estaban las correcciones que noté en ese instante,<br />
vendrían a invadir mi nuevo territorio. Él era exigente con nosotros, reprendía por todo en forma<br />
dura. Tanto a mis hermanas como a nosotros. Para no alterarlo me fui mirando por la ventana, a<br />
las personas con vestimentas tan diversas a lo que estaba acostumbrado a ver en mi pueblo,<br />
luego en Viena, ya algo diferente por ser una ciudad capital - tal vez - e Italia, en que la moda<br />
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variaba mucho porque eran otras tradiciones. Acá era novedoso y atractivo, no quería perderme<br />
nada, me llamaba la atención por motivo doble: ¡éste era <strong>Chile</strong>, el país de mi madre!<br />
El idioma con una tonadilla de la que no comprendía nada. De pronto me había quedado mudo,<br />
había olvidado de súbito aquellas clases que nos dieron antes de viajar. Si no era con los míos, no<br />
podía hacerme entender. Y sentía miedo de tener que estar siempre con la boca cerrada. Claro<br />
que ése era un miedo muy oculto, no se lo conté a nadie. Mi pueblo natal estaba al sur este de lo<br />
que fue el Imperio, hacia el lado de la frontera con Hungría y Checoslovaquia, donde se juntan<br />
todos los vientos. Así se supone, románticamente, casi como una leyenda: “ahí se juntan todos<br />
los vientos”.<br />
Hablaba alemán mezclado, el que se acostumbra en las zonas fronterizas, no era una lengua<br />
pura, era el laberinto inextricable de las nacionalidades antiguas, algo complicado. Pero, aquí en<br />
<strong>Chile</strong>, sí que se complicaba el hablar para mí. <strong>Desde</strong> ese momento todo se fue complicando. Del<br />
puerto en una vieja camioneta, papá nos llevó directo a esa casa que te conté había arrendado<br />
en Peñaflor o Malloco, al lugar donde se había creado una colonia alemana, era muy lindo en<br />
cuanto a naturaleza y a construcciones coloniales típicas chilenas. Casas de adobes con<br />
corredores cubiertos con tejas gruesas, algo aisladas las casas unas de otras; y me llamó la<br />
atención unas piedras redondas en las esquinas de las calles que sostenían un poste de gruesa<br />
madera, con una candela colgante, donde encendía la luz en las tardes un hombre a quien le<br />
decían farolero, cantando un pregón y encendiendo uno a uno, como un rito, unos faroles a<br />
kerosén o carburo - no sé cuál de estos combustibles era - pero tenía olor raro, a la hora en que<br />
el sol se iba y comenzaba a anochecer. La hora de la oración.<br />
A las redondelas del soporte les llamaban piedras de molino, eran macizas, luego supe que allí<br />
molían el grano del cereal antiguamente. ¡Tú que naciste en zona campesina, debes saber mejor<br />
que yo todos esos nombres y costumbres, pues Juan! ¿Cómo se llama tu tierra?<br />
Alhué, patrón. Está de Melipilla al interior, hacia la Cordillera de la Costa, ahí están los cerros más<br />
altos, los Altos de Cantillana, y existen minas de oro como La Madariaga, que dan la razón del por<br />
qué se fundó el pueblo por los españoles, hace más de doscientos cincuenta años. En la iglesia<br />
había un Cristo con pelo natural, una pila bautismal de mármol y la campana era de oro macizo,<br />
pero, una vez el alcalde de turno dicen que la envió a reparar a Rancagua, y no volvió nunca más<br />
al pueblo. Alguien dijo que se la vendieron al poeta Pablo, como antigüedad, pero quizá si es<br />
cierto. Bueno lo que me preguntaba ust’é de esas piedras de molino, mi abuela Pascualita que en<br />
paz descanse, molía el choclo tierno allí con otra piedra plana, así refregándolo - le mostró<br />
juntando sus manos hacia abajo, y empujándolas como un arrastre lento hacia adelante y hacia<br />
atrás, cual si estuviera amasando.-<br />
Mi madre Zoila Esperanza, también aprendió su uso y las utilizaba haciendo la mazamorra, que<br />
quedaba como una crema. Con ella se hacía pastel de choclo, y las humitas de esa misma mezcla,<br />
a las que se les ponía un tanto de cebollita picada de machete, frita en manteca de cerdo, así<br />
quedaban muy sabrosas, con albahaca recogida fresquita del huerto, y que envolvían luego toda<br />
esa mezcla en hojas de la mazorca y eran amarradas con unas tiras sacadas de las hojas más<br />
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tiernas del choclo, parecían de papel suave y flexible, después de pasarlas por agua hirviendo.<br />
Que separaban con harta paciencia, porque si no se rompían y ya no servían para la amarra del<br />
paquete. ¡Paquete de humitas! Ja, ja, ja. ¡Y se echaban al agua hirviendo p’a cocerlas como<br />
media hora! P’al pastel ponían en las fuentonas de greda un pino hecho con carne de vacuno y<br />
cebollas picadas en cuadraditos chicos, con aceitunas, pasas de uva y huevos duros rebanados,<br />
con la yema colora’ita de los huevos de gallina de campo, y las presas del ave cocida, o asadas se<br />
le ponían también. ¡P’a qué le digo! Quedaba como los manjares de los dioses.<br />
La molienda la hacían hervir antes, en una olla de fierro grande sobre la cocina a leña, y cuando<br />
se ponía espesa y cambiaba de color, quería decir que estaba cocida y lista para ponerla arriba<br />
del pino, en las fuentonas enormes de greda, que semejaban lavatorios. Eran llevadas hasta el<br />
horno de barro ya caliente con las brasas, y para que quedara dora’ito le ponían azúcar encima y<br />
una lata con brasas. Los mayores agregaban picante a su plato, de la ollita colorera y pícara, que<br />
para esas ocasiones se atracaba al calor de la cocina para que se derritiera, calientita. Así la<br />
llamaban colorera y pícara, porque tenía una mezcla de ají pícaro, se llama puta ma’re - porque<br />
pica dos veces: a la entrá... y a la salida- ja, ja, ja, y manteca de cerdo.<br />
Don Hans se desternillaba de la risa con los cuentos de su chófer, tan simple. Pero sano de alma,<br />
como es en general la gente de campo adentro.<br />
¡Bueno, todo eso a veces se encuentra en algún campo perdido o escondido! En que no utilizan<br />
estas cocinas a gas, tan modernas. Claro que hay que reconocer que son harto más limpias para<br />
la dueña de casa que ya no lleva las manos toditas tizná’s, como en ese tiempo. Pero hay que<br />
observar también que son otros los sabores ¿no es cierto, patrón?<br />
Y siguió... sin esperar respuesta.<br />
Nosotros en las tardes a la hora de tomar el mate bajo el parrón, sacábamos hartas humitas de la<br />
estera que nos servía como carnicera o refrigerador, ja, ja, ja, (reía Juan) y las recalentábamos en<br />
el brasero hasta que quedara dora’ita la hoja de ajuera, los más chicos le ponían azúcar - mi<br />
madre se enojaba por lo cara que costaba y había que pedirla fiá al almacenero del pueblo: don<br />
Segundito- y otros de mis hermanos las preferían con tomates maduros al lado. Las<br />
encontrábamos más ricas que recién sac’ás del’olla, al medio día. ¡Es verdad! Aseveraba como un<br />
niño al que no le creen.<br />
Sí te creo hombre - detuvo un poco - don Hans la prolongada charlatanería de Juan. ¡También lo<br />
he notado! Que según el lugar de donde sean preparadas... digamos las recetas, es el sabor que<br />
se puede degustar. Por ejemplo te digo - y tú lo sabes - a mí me gustan muchísimo las longanizas,<br />
y he podido comprobar que las que me dejan satisfecho plenamente en el sabor, son las que<br />
preparan en Chillán, en una sola parte. Y no en otras, aunque sean muy bien trabajadas ¿te fijas?<br />
Bueno patrón es que tienen fama, p’ue, ¡son las mejores!<br />
Así me parece hombre, y si seguimos en este ritmo de conversación... hablando sólo de comidas,<br />
nos va a dar apetito nuevamente, así es que continuando con lo que te contaba de ese tiempo...<br />
20
...En aquel lugar del campo al que arribé, no sólo existían las casonas chilenas, te cuento que me<br />
llevé la sorpresa al ver unas casas de arquitectura realmente alemana, aunque no eran muchas,<br />
pero toda su estructura arquitectónica era en ese estilo. Al mirarlas sentí como si estuviera<br />
todavía allá en la vieja y lejana Europa, y no transplantado.<br />
En la misa del día domingo, podía mirar a damas vestidas con los trajes tradicionales, llenos de<br />
colorido y belleza. Como han sido las costumbres típicas del Tirol austríaco, aldeanas con esos<br />
vestidos hasta casi el suelo, anchos, volando al viento, en sus ruedos emperifollados con encajes<br />
de color marfil o blanco, sus mangas igualmente iban con esos adornos. ¡Aldeanas! Suspiró.<br />
Seguramente traídos de allá al emigrar, en la certeza de no encontrarlos por estas latitudes, no<br />
con las horganzas que les son tradicionales en sus bordados.<br />
Acá en <strong>Chile</strong>, - frenó Juan el relato una vez más - las aldeanas que dice ust’é, las llamamos huasas<br />
en el campo, y las ropas que vestían eran bien floreadas en colores fuertes y alegres.<br />
Domingueros. También a veces los mismos peones del campo las llamaban chinas, pero no les<br />
gustaba mucho. Las de la ciudad vestían de ropón, o sea más elegantes como p’a salón, ¿me<br />
entiende? Casi siempre en la clase alta de los futres dueños de fundo, como p’a tirar pinta, o en<br />
las fiestas del folclore en las semanas que se celebraban en algunos lugares muy típicos, ellas<br />
iban vestidas de esa manera. Se ponían una falda negra hasta el suelo, no ancha, y en la cintura<br />
una faja con los colores de la bandera: blanco azul y rojo. Una blusa blanca con hartos encajes en<br />
el cuello, y un bolero también negro con mangas largas, a la usanza de los toreros - que tienen<br />
esas tradiciones medio españolá - se veían harto bien, patrón. Apuestas hasta las más gordongas,<br />
ja, ja, ja... Juan contagiando con su risa, mostraba ambos brazos abiertos, con sus manos hacia<br />
abajo, el supuesto volumen de la anónima dama.<br />
Luego, subiendo su dedo índice señaló la altura del corazón: en el ojal del chalequillo se colgaban<br />
un copihue rojo, o sea todo lo tradicional, bien nuestro. Ahora han cambiado tanto las cosas, que<br />
no se ve a ninguna que se atreva a vestirse así ¿por qué será? Era tan bonito, meditaba.<br />
No sé hombre, las raíces se pierden porque a los hombres se les olvida lo que significa realmente<br />
tenerlas. Bueno seguimos con mis raíces, antes que se me olviden también. Aunque ya no fue,<br />
olvidar se me ha hecho sólo un adormecimiento necesario para sobrevivir; nada más.<br />
...Al dejarnos en aquella casa, el papá le preguntó a Gilly si sabía cocinar. Ni le interesó escuchar<br />
su respuesta negativa. Ella no estaba acostumbrada ni en casa, ni en el internado a cocinar. En la<br />
nuestra, ayudaba a la Tante a cuidarnos. En el internado, éramos servidos. Él agregó rudo y<br />
rápido, que en la mañana escucharíamos un pito de los de fútbol, que tocaba el hombre del<br />
carretón tirado por un caballo, que repartía leche y pan, tenía orden suya de dejarnos ambas<br />
cosas, todos los días. Mostró de paso una pequeña despensa donde había tallarines, salsa de<br />
tomates, arroz, azúcar, harina, té, sal y huevos. Todos los envoltorios diferentes a los de <strong>Austria</strong>,<br />
lógico. ¡Haz huevos revueltos, si no sabes hacer nada, dijo indignado! Se subió a la camioneta y...<br />
se fue. Dirían los lolos de hoy “cara de palo”... o peor. Sin pasar ni un solo día con nosotros. ¡Sus<br />
hijos!<br />
21
Él ya tenía su nueva vida, en todo. Las ilusiones que traíamos de vivir en familia, en casa con<br />
padre y cariño, se las tragó el mar que atravesamos. Aparecía de tanto en tanto a dar un dinero<br />
medido a Gilly, y hacía su vida sin este paquete que le llegó carente de solicitarlo. En el fondo se<br />
deshizo de nosotros.<br />
A Gilly le “consiguió” muy pronto, un trabajo, como niña de mano en una casa donde nos contó...<br />
tenía que pasar por un gallinero para llegar a su lugar de descanso: un colchón sucio y feo. Ella no<br />
lo resistió y lo llamó llorando para que la sacara de ahí. Sólo había alcanzado a poner la mesa, en<br />
la hora del almuerzo.<br />
Luego sería dama de compañía, en el hogar de un dueño de farmacia que tenía a su señora<br />
inválida. Pero, la belleza de mi hermana atrajo al dueño de casa, y la rondó y la rondó hasta que<br />
en una desgraciada noche intentó meterse a su cama. Eso la obligó a salir de allí metiendo sus<br />
ropas en la maletita, y sin llamar al papá de nuevo ¿para qué? Sin conocer las calles caminaba<br />
llorando de una cuadra hasta la siguiente, y se volvía por Pedro de Valdivia. ¡Sin saber a dónde ir!<br />
Una señora decente que la debe haber observado, y seguro se conmovió, le habló hasta con<br />
señas y la invitó a pasar a su living a tomar una taza de té con galletas para lograr calmarla, le<br />
ofreció una habitación donde alojarse. Luego le conseguiría un trabajo de traductora/<br />
vendedora, en una tienda elegante en el Golf, para atender clientes extranjeros, por los idiomas<br />
que ella sabía. Era un trabajo agradable por las personas que ingresaban al lugar, y por las<br />
exclusividades que vendían en joyas.<br />
Se conectó bien al trabajo, con la urgencia de la necesidad. Notaba ella, a los días de comenzar,<br />
que sus colegas reían mucho al hablar de un hombre bien parecido que se apostaba en la<br />
entrada de la tienda del frente. Una vez, al entrar al negocio en que trabajaba, notó que el vecino<br />
le brindaba un saludo de apequenada de cabeza. Le respondió y sonrió. Adentro quiso contarles<br />
a todas sus compañeras de tienda su vivencia, en el poco castellano que dominaba, repitiendo lo<br />
que había oído por nombre del vecino, - delante de algunos clientes que compraban en ese<br />
instante.- “Yo ver a don Maricón” saludó contenta. La risa fue general. Y sin mediar dos minutos,<br />
el jefe la hizo pasar a su oficina.<br />
¿A quién saludó señorita? Fue su pregunta tajante.<br />
Gilly sin maldad, repitió: “yo ver a don Maricón”.<br />
¡Fuera de aquí! Dijo seco, pero ocultando la risa hipócritamente. ¡Está despedida!<br />
¡Te das cuenta Juan, así se meten los pies! Como se dice. Creyó que era el nombre del vecino y<br />
para ella, nombrarlo era un adelanto enorme en el idioma. Poder contárselo a sus compañeras,<br />
un triunfo. Lo dijo feliz, pero... se quedó sin trabajo.<br />
No se conformó el papá con abandonarnos, además nos disgregó en maligna forma; era por<br />
evitarse el pago del alquiler de la casa. A mi hermano lo envió a otro pueblo a estudiar interno<br />
22
algo con el agro. Mi otra hermana que es Beatriz, a trabajar en casa de un judío adinerado,<br />
haciendo clases de idioma a sus hijos, pero en pésimas condiciones. Figúrate que su cama, en la<br />
que ella debía descansar... estaba debajo de la escalera que daba al segundo piso, nadando allí a<br />
la vista de todos, sin ninguna muestra de respeto hacia la dignidad de su persona. Mis hermanas<br />
hablan tres idiomas, y su cultura es muy basta. Cultura Europea, más avanzada que por estos<br />
lados, sobre todo en esos tiempos. No era para que debieran pasar por ese tipo de circunstancias<br />
de vida tan ínfima. Pero a mi padre, le daba igual.<br />
La condesa lo había dejado ya, más él tenía a una joven a su lado, de nueva señora. Y con nuevos<br />
hijos.<br />
Así estaban las cosas familiares de mal, en que cada uno de nosotros se metería en el solitario<br />
cóctel de salir a flote, digna y corajudamente. A veces en trabajos disparatados... para lo que<br />
habíamos tenido antes, que tal vez no era mucho. Pero, eso era pasado. Y cualquier trabajo es<br />
meritorio mientras uno lo dignifique, haciéndolo en la mejor forma. A manotazos dados a ciegas,<br />
pero indispensables en la necesidad de sobrevivir. Cada uno tratando de subir nadando a lo<br />
ahogado y sin tener que molestar al señor enamorado, en que se había convertido... el que era<br />
mi padre. Así de simple. ¡O así de trágico!<br />
Y ¿yo?<br />
No sabía ni pensar ¿qué será de mí?<br />
Al frente de la casa que nos tenía arrendada por un corto período, como para cumplir con las<br />
disposiciones legales de la institución que nos trajo, estaba la escuela donde me acercaba a jugar<br />
con los niños tratando de aprender el idioma mejor, o tratar de recordar lo enseñado antes de<br />
viajar. Tú no sabes, pero allá lo último que se pone en la frase es el verbo, luego que has dicho<br />
todo. Nada que ver a cómo se acostumbra aquí hilvanar una frase. La directora de la escuelita me<br />
acogió con mucho cariño, no creo que fuera lástima. Al darse cuenta del problema mío - ella más<br />
que yo - le dijo a papá que me recibiría gustosa en su casa sin ningún problema. Era sola. Y al<br />
lado de la misma escuela tenía su casita linda, chiquita modesta, pero digna y con una calidez,<br />
desaparecida ahora. Y, así ocurrió me cambié a su hogar y en ella encontré cariño casi como<br />
debe ser una madre, hasta me preparó para que hiciera la Primera Comunión, que una vez que<br />
estudié los rezos, hice en la preciosa Iglesia que está en la plaza del pueblo. Es por ello que me<br />
atrae hasta el día de hoy visitarla, y asisto todos los domingos a misa de once, aunque han<br />
pasado tantos años desde entonces.<br />
Recuerdo el día que se realizaba la ceremonia, el mismo día en que recibía la Hostia, tenía mis<br />
piernas llenas de costras en las rodillas, porque me pasaba derrumbando, no sé si eran mis<br />
tobillos débiles o un problema a la vista, pero siempre tenía alguna herida en la piel. Traté de<br />
retirarlas, porque llevaba pantalón corto, de un traje blanco que me había regalado mi maestra,<br />
y se me veía feo, sentía la piel tirante y apenas lo logré. ¡Como ves Juan, además era coqueto! Y<br />
tendría unos nueve o diez años.<br />
23
Más o menos p’us patrón, a esa edad se hacía la comunión en esos años, aseveró Juan.<br />
Mi hermana mayor Ashley, que se había venido antes tuvo mejor suerte, en cierto sentido, pues<br />
tampoco debe haberle resultado fácil aceptar una madraza tan alcurniosa y dominante, como<br />
era la condesa. En cuanto llegó a <strong>Chile</strong> con el dinástico padre, en casa de la noble ocupó un lugar<br />
importante. Tenía belleza y además ese sello de especial educación, que ya te hablé Juan y se<br />
logró rodear, tal vez – enfrascada en un olvido - a un preferencial grupo de las amistades, que<br />
eran las tertulianas diarias de la encopetada austríaca, en el consabido aperitivo tomado en los<br />
salones o en el parque de su residencia, cotorreándoselo todo, en el prestigiado barrio alto de la<br />
capital.<br />
En cambio para los recién llegados no había espacio. Éramos demasiados. En <strong>Austria</strong> no nos<br />
faltaba nada, es más recuerdo una vez me desperté en un castillo en Viena, en el que estábamos<br />
alojados, todo elegante y fino, con mármol en las escaleras y las columnas, con unas lámparas de<br />
arañas de cristal que me guiñaban con mil luces a mi paso, casi encantando con su brillo a los<br />
amplios pasillos, no sé si era en el internado, pero era algo realmente maravilloso estar allí; se<br />
me quedó grabado porque nos habían hecho dormir en un ala a los varones, y en otra a las niñas.<br />
Mi hermana Bea que es mayor que yo cinco años, me sacaba la lengua con pesadez, así de frente<br />
a mi cara, una y otra vez. A ella siempre le gustaba hacerme rabiar por cualquier cosa... y eso<br />
sirvió para que se me quedara fijo en la memoria hasta ¡el día de hoy! Como en otra ocasión, en<br />
que viajábamos en tren a un precioso lugar, un pueblo que creo se llamaba Bad Ischl, allí existía<br />
una famosa historia que decía que el Emperador Francisco José pasaba sus vacaciones de verano,<br />
y mandaba a preparar al pastelero del lugar llamado Zauner, todos los más exquisitos pasteles<br />
tradicionales y tartas; incluso le pedía envíos para el Palacio Imperial en Viena. Como te decía,<br />
ella la Bea, se dio el lujo de irme molestando todo el camino dándome cachetadas en la cabeza,<br />
en forma muy antipática y dolorosa, puesto que todavía la recuerdo. La más maternal conmigo<br />
fue Gilly, ha sido capaz de demostrármelo natural, en el cariño que me ha entregado a su<br />
manera. – Se interrumpió solo - y dijo: ¡vaya qué niñerías te estoy contando Juan! Y ni siquiera te<br />
he preguntado si te da mucha lata, como sostienen los jóvenes hoy por hoy, señaló sonriéndose<br />
el austríaco – chileno. Más juicioso ya, don Hans destruía la comunicación casi hogareña con su<br />
chófer.<br />
Sánchez lo miraba incrédulo, y se apresuró a responder: “no don Hans, aburrirme jamás” ¡Pero,<br />
qué cosas tiene la vida! Cómo lo ha aguijoneado. Tantas sorpresas agregó, como si la noticia de<br />
lo relatado no tuviera asidero posible. Con la disposición que se le ve a ust’é señor, bien mentao,<br />
es todo tan confuso.<br />
¡Confuso! Así es la palabra exacta, celebró casi don Hans, el aserto del lenguaje que lo ayudaba a<br />
descifrar las anomalías pasadas. Hasta hoy no logro entender a fondo esas confusiones. Creo<br />
ahora con la madurez de los años vividos, que mi pequeño calvario es el enorme padecimiento<br />
de mi patria, aunque no viví allá tantos años. Pero allí nací. ¿Tú sabes algo de <strong>Austria</strong>?<br />
Viendo el meneo negativo de cabeza, de Juan, continuó: te voy a contar un poco de su historia,<br />
para que te hagas una idea.<br />
24
Con la fascinación exhibida en su rostro, Juan se arremoló en su asiento, esperando a que<br />
comenzara.<br />
...Más de cien mil fuimos los austríacos que partimos al exilio, o como quieran llamarle, y<br />
dejamos <strong>Austria</strong> por causa de las guerras y sus secuelas. La mayor parte de ellos emigró hacia la<br />
América, y de preferencia <strong>Chile</strong>, que ofrecía mejores posibilidades económicas para los<br />
emigrantes. Muchos de los que se vinieron llegaron a ocupar un sitial especial; fueron artistas<br />
consagrados, otros aportaron sus conocimientos a las Universidades en áreas disímiles, tal vez<br />
por la herencia vienesa de la creatividad llevada en la sangre.<br />
Te puedo asegurar Juan, casi sin temer equivocarme, que a ningún austríaco aquí, ni allá le gusta<br />
ser mediocre en los desempeños que ejecute, ya en un empleo, sea el que fuere, ya en las<br />
investigaciones, en las artes, en las letras. Somos creativos cien por cien, y también muy<br />
responsables en lo que nos propongamos crear, lo llevamos en las venas y eso es insustituible<br />
Juan, como regla general, en lo que nos planteamos hacer, anticipadamente ser “el mejor”.<br />
Jamás llegar atrasado, los horarios son estrictos, nadie debe esperar a otra persona, somos<br />
planificados y respetuosos. Movilizarse no era inconveniente, puesto que los tranvías tenían un<br />
informe en la parada, y no se demoraban ni un minuto más del horario, respetando mucho al<br />
peatón. Eso no creo que haya cambiado. Claro que como en todo lugar hay excepciones, no<br />
quiero ser tan nacionalista que te parezca que estoy ciego. Es como en todas partes. Tal vez.<br />
Se ve en usted, patrón. Determinó pausado Juan Sánchez.<br />
¿Soy una excepción?<br />
Sí. Pero de las mejores don Hans. ¡Créame!<br />
Lo miró don Hans con un palpable acopio de amistad fluida, de personas honestas que logran<br />
encontrarse sin importar mucho de dónde fuere proveniente cada cual. Sonriendo con simpatía<br />
se paró tambaleante y rezongó contra su columna dolorida. Luego continuó: no sólo yo pues<br />
hombre, tengo el caso cercano de mis hermanos, cada uno ha batallado por conseguir un espacio<br />
en esta sociedad, y eso se logra con esfuerzo, trabajo, coraje, compenetrado de valor y<br />
constancia. Amén de privaciones. A pesar de las circunstancias adversas, que muchas veces<br />
hacen decaer las ilusiones. En cada caída intentar levantarse. Pero, te digo nuestra mezcla de<br />
sangre es invencible, imagínate con algo de mapuche por mi madre, eso creo. Ha sido la luz<br />
potente confabulada a nuestro cielo actual, ahí está el gran secreto: en el amor, la intrepidez,<br />
fuerza y mucho valor. Podríamos haber sido unos flojos rematados, o vagos que explicáramos<br />
como circunstancia, haber quedado sin madre y sin padre; o si no, podríamos haber sido unos<br />
conformistas cómodos. Sin embargo, detrás estuvo por un lado la fe en Dios, que nunca nos<br />
abandonó totalmente, sólo nos hizo fuertes. Y, por otro lado el espíritu de nuestra madre, que no<br />
ha dejado de acompañarnos en el duro sendero, siempre. ¡Eso lo doy por seguro! Sí, siempre.<br />
Siempre.<br />
25
Paseándose lento de un extremo a otro por el living, don Hans trataba de que Juan comprendiera<br />
la dimensión de los profundos relatos tan suyos, tan reales y que no había compartido nunca con<br />
nadie, menos si estaba a su servicio, porque luego no habría podido mantener la relación quizá<br />
igual, a pesar de gustarle conversar con su gente. Pero, la bonhomía mansa del chófer, le<br />
acercaba a tal grado, que hasta sentía que se aliviaba su alma del enorme peso de lo vivido, al<br />
platicar y ser escuchado con tal respeto, amén de tanta simpleza. Y hasta cariño, diría. No<br />
obstante ahora le hacía falta sueño, y partió lento a su habitación, dando las buenas noches a<br />
Juan.<br />
Así como relatando una ficción separada de él, don Hans iba desmadejando en hilitos sus<br />
vivencias de transplantado, de pronto subiendo a flor de piel los ríos turbulentos de su<br />
impotencia, ya lejana.<br />
A la mañana siguiente, luego de desayunar sus tres huevos a la copa y su taza de té aromático,<br />
caminó al sembradío de maizales, en vías de ser arrancados para enterrarlos en un hoyo, donde<br />
su descomposición llevara a abonar la tierra, para las siembras venideras. Le gustaba tanto oler el<br />
campo que se animaba al contacto de cada planta, era la magia de la vida, simpleza en su<br />
misterio de nacer, crecer, dar fruto y morir. Don Hans lo disfrutaba como había sido su regla<br />
general: antes, imaginando el proceso al poner la semilla; durante, mirando cada día su<br />
desarrollo. Y después, regalando a cualquier persona los agradables frutos conseguidos. Era la<br />
misión cumplida de probarse capaz. Le duraba poco, muy pronto se pondría otras nuevas metas,<br />
casi midiéndose en su capacidad creadora. Con sabiduría miraba aparecer los nuevos brotes<br />
fortalecidos luego de una buena poda en los árboles, indispensable se hacía el abono, el riego,<br />
pensaba... y con todos los pequeños grandes detalles, completaba las horas de su día.<br />
Recopilaba historial de su origen y los por qué, que en el fondo de su alma latían como una<br />
necesidad analítica de respuestas a preguntas calladas.<br />
Al divisarlo Juan se acercó a saludarlo con un ¡buenos tenga usté patrón! ¿Cómo va la vida? Está<br />
fresco hoy, parece que se acerca el otoño a grandes trancos, ¿no?<br />
Buenos días Juan, tienes razón el tiempo está cambiando y se nota, amanece mucho más helado,<br />
se siente el típico vientecito que arrastra las hojas sin piedad, casi como el calendario cuando<br />
pasa uno cierto número de años. ¡Y no gusta acordarse de la fecha en que se nació! Ni menos<br />
celebrarse, hombre. En esa forma se aparenta que los años no han pasado. Ni que uno ha pasado<br />
por ellos. ¡Es como hacerse tonto a sí mismo! No por intentar la ilusión, ésta se va a realizar, no.<br />
Sólo es eso “ilusión”; el tiempo sigue su curso sin pedir autorización. ¿Te das cuenta?<br />
Me la doy señor, y le cuento que tampoco me gusta mirar el carné, porque soy desmemoriado, y<br />
si no lo miro... ni me acuerdo cuándo nací. Ja, ja, ja.<br />
Tú y tus ideas geniales, dijo don Hans con beneplácito. Luego, más ceremonioso ordenó: Juan<br />
prepárate para que a las nueve, estemos saliendo camino a la ciudad. Antes quiero pasar a una<br />
florería. ¡Hoy es un día especial! Muy especial.<br />
26
Como diga patrón, voy a frotar al “niño” para que luzca impecable, porque hoy es un día especial<br />
(el niño era el auto). Con su permiso, me retiro a hacerlo ahora mismo.<br />
Antes que las campanas del viejo cucú de madera bien labrada y antigua sonaran en la sala,<br />
dando las nueve campanadas, en la verja Juan estaba poniéndole llave al portón de alerce, y<br />
recomendándole a Sam que cuidara bien la parcela y a la añosa y gorda cocinera, Anunciación. O<br />
viceversa. Sentado al volante giró su cabeza hacia atrás, al interior del auto y preguntó ¿dónde<br />
siempre patrón?<br />
Por supuesto hombre, y no te olvides de la florería, por favor.<br />
No don Hans, hoy es un día especial. No se me olvida. Pero, aprovechó el corto diálogo para<br />
tener conversación todo el camino. ¿Y cómo continuaba la historia de su país? Preguntó de<br />
buenas a primeras.<br />
Sonriente y sin mayor duda le contestó: parece que te gustó y estás realmente interesado en<br />
conocer un poco de <strong>Austria</strong>. Si es así te seguiré contando por el camino, algo que estoy seguro te<br />
va a sorprender muchísimo.<br />
27
Capítulo 3<br />
Rasgos históricos<br />
¿Cuántos millones de habitantes tiene <strong>Chile</strong> ahora?<br />
Seremos unos quince millones más o menos. ¡Imagínate que allá en lo que fue el Imperio, eran<br />
más de tres veces esta población. Claro que te diré el por qué.<br />
La doble monarquía de mi país era la unión de <strong>Austria</strong> y Hungría, que en territorio llegó a una<br />
superficie de 676 mil kilómetros cuadrados, tenía sobre cincuenta millones de habitantes.<br />
Cincuenta y un millones, para ser exacto. Y ocupaba el segundo lugar por su superficie entre los<br />
Estados de Europa. Después de Rusia.<br />
Vivían doce naciones ¿me alcanzas a entender? La población se componía de alemanes, checos o<br />
bohemios, eslovacos, rutenos, polacos, rumanos, servios, croatas, eslovenos, italianos y magiares<br />
o húngaros. También había gente de origen teutón, eslavo, latino y oriental, se hablaban no<br />
menos de once idiomas. Doce naciones que luego de la Reforma de 1918, que fue catastrófica, la<br />
cruz impuesta a mi país, cuyos designios aprovecharon los extremos y su dominación de ideas,<br />
fueron llevando a <strong>Austria</strong> al borde de un abismo, con toda suerte de sufrimiento y privaciones<br />
para su pueblo. Y más aún, con la muerte de Francisco José, en 1916, desapareció toda<br />
esperanza de mantener unido el Imperio. Su sucesor Carlos I, gobernó hasta 1918, año en que<br />
capitularon las potencias centrales –Alemania, <strong>Austria</strong> - Hungría, Turquía y Bulgaria – ante los<br />
aliados.-<br />
Bohemia, Moravia, Silesia, Eslovaquia y Rutenia, se separaron de la monarquía para formar la<br />
nueva República de Checoslovaquia. Los polacos de Galitzia se unieron a la restablecida nación<br />
de Polonia. Transilvania, la mayor parte de Bucovina y una parte del Banato de Temesvar –que<br />
pertenecía a Hungría al empezar la guerra - fueron añadidas a Rumanía. El Tirol del Sur, Trento,<br />
Istria y Trieste pasaron a Italia. Croacia - Eslavonia, Bosnia, Herzegovina, una parte del Banato de<br />
Temesvar y la costa dalmática se unieron en un reino que se llamaría Yugoslavia. Las provincias<br />
germanas restantes, antiguas e históricas se convirtieron en la República de <strong>Austria</strong>.<br />
¡Huy! Juan, toda la historia de <strong>Austria</strong>, nada más que en este siglo es como un difícil<br />
rompecabezas que quisiera poder rearmar.<br />
Hay bastantes episodios que sí recuerdo porque los he leído muchas veces; otros que<br />
prácticamente se han esfumado de mi mente. Imagínate que ya en 1866, <strong>Austria</strong> debió ofrendar<br />
Venecia a Italia, que fue anexada en parte al reino citado. Eso al perder la batalla de Königgrätz.<br />
¡Si bien es cierto que se la habíamos conquistado! En los tiempos de una próspera iniciativa<br />
expansionista. Esos años de abundancia en todos los ámbitos: en lo cultural, en lo empresarial,<br />
educacional era idílico. -Así nos contaba la Tante Gill.- Era un enorme y plácido territorio que<br />
acogía benéfico a quienes se acercaban, en busca de un mejor edén, con progreso equilibrio y<br />
28
agrado.<br />
En las Artes como en la Arquitectura por ejemplo, han quedado las más bellas herencias<br />
arquitectónicas. En la Música, los mejores compositores de Ópera, fantásticas orquestas y en el<br />
Bell Canto: hasta el Coro de los Niños Cantores de Viena... que aún existen y se mantienen en un<br />
tope de edades y luego se renuevan, y están vigentes en actuaciones por el mundo. Poetas,<br />
Dramaturgos, Pintores, Escultores, Filósofos, Científicos. ¡Bueno hombre! Como puedes notar me<br />
apasiono, en todos o en casi todos, los lugares del mundo existen personajes especiales que<br />
hacen notoriedad histórica para sus países. Pero, todo esto que te cuento, fue antes de la guerra<br />
del ’14. Todos ellos cimentaron lo que luego solía llamarse “la Cuna de la Cultura de Europa<br />
Central”.<br />
Parecía que el amoroso austríaco - chileno, aún tenía algo de tristeza por lo acaecido tantos años<br />
atrás en toda la trayectoria histórica de su bellísimo país, al que nunca había regresado.<br />
Juan Sánchez al notar ese estado de pena en el rostro de su patrón, para cambiar un tanto el<br />
tema, sagaz le preguntó: ¿Y todos nacieron allá, don Hans?<br />
¡No hombre! Mi padre había peleado en la Primera Guerra Mundial. Eso es otro tema aparte, él<br />
se escapó de <strong>Austria</strong> al perder la del ’14 ¿tú sabes algo de historia? Juan.<br />
Agachó un tanto la cabeza al responder con vergüenza: menos que más, como dirían en mi tierra,<br />
señor. No tuve la oportunidá de aprender mucho - acortó sencillo - porque empecé a trabajar a<br />
los once años en el campo para ayudar a mi madre viuda, y con ocho hijos pequeños, imagínese<br />
que yo fui el mayor. Y la tierra es buena en producir sólo cuando se la mima de sol a sol. ¡Es<br />
mujer patrón, no se olvide!<br />
Sonriente con la frase última, don Hans le respondió: entonces es mejor empezar por lo que<br />
podríamos llamar el principio, lo que ocasionó ésa, y lo que vino luego. ¿Te parece? Una<br />
pincelada de historia.<br />
A mí me parece lo que ya le dije antes: usté sabe tanto y lo habla tan re bien que me da gusto<br />
oírlo patrón. Soy toito oído pa’ escucharlo; aunque sea duro de mate y no aprenda.<br />
¡Vamos a ver al duro de mate! Si logra aceptar la historia.<br />
Ya se comunicaban en el mismo idioma nuevamente. Las flores - para Marymar - quedaron en<br />
segundo plano, y pasaron a un local del camino a beber el agradable jugo de naranjas recién<br />
exprimidas, debilidad de don Hans. Un bizcochuelo tamizado de frambuesas frescas,<br />
complementaba el segundo desayuno. Y, para compartir el tiempo ya eran especialistas. Al<br />
mirarlos parecían más amigos, de lo que en verdad eran.<br />
Más la conversación de la historia de su país, aunque fuese en pinceladas, ameritaba pedir para<br />
beber algo como napoleónico: un buen coñac. Don Hans llamó al mozo y pidió el provechoso<br />
29
licor que haría fluir las anécdotas, algunas vividas y otras leídas. Al llegar el envejecido a la mesa,<br />
con la copa entre las manos calentándola, se acomodó en la silla y medio riéndose dijo: los<br />
austríacos no saben aún lo que se perdieron al dejarme partir. Empiezo a contarte mi versión. Lo<br />
que sé, es por las tertulias que se originaban en mi casa en los encuentros invernales, en realidad<br />
lo poco que alcancé. Luego las materias pasadas en el colegio, correspondientes a la época. Y<br />
después salté yo mismo el umbral de lo ignoto buscando meterme a fondo, porque necesitaba<br />
saber. Te digo que existen relatos diferentes, hechos por los historiadores de cada país, de la<br />
época anterior a la primera guerra, y de la siguiente. Claro pues hombre, que según las<br />
conveniencias de cada cual. En eso te diré que de pronto es tremendamente difícil abstraerse del<br />
patriotismo, creo yo. Y según sea la nacionalidad y la visión del escritor, será el relato que leas, te<br />
logras encontrar con que un mismo hecho, tiene distintos enfoques. ¡He leído tanto!<br />
Tal vez lo he realizado - eso de leer - tratando de encontrar luz, a los misteriosos enigmas que<br />
me penan, dijo a modo de explicación.<br />
…<strong>Desde</strong> 1878, la cuestión de Oriente fue algo caótico para Europa o sea, causa permanente de<br />
disturbios. Las variadas riquezas del bello Imperio Turco sobreexcitaban la codicia de las grandes<br />
potencias, deseosas de abrir a su comercio y a su industria, nuevos mercados. Y al lado de<br />
<strong>Austria</strong>, de Rusia, de Inglaterra y de Francia, dos nuevas potencias europeas: Italia y Alemania,<br />
tardaron poco en intervenir en Oriente. Italia que aspiraba a la dominación del Adriático y del<br />
Mar Jónico, aumentó su clientela con Montenegro y pudo rivalizar en influencia con <strong>Austria</strong>, en<br />
Albania. Las imposiciones de Rusia con el Tratado de San Stefano, no fueron aceptadas sobre<br />
todo por Inglaterra y <strong>Austria</strong>. Bismarck, árbitro de la situación, forzó a Rusia a someter sus<br />
cláusulas a la ratificación de un Congreso Europeo en Berlín, bajo su presidencia. El tercer punto<br />
en cuestión, definía que Rusia recibía Besarabia y algunos territorios del Asia. ¡El príncipe<br />
Bismarck y sus demostraciones de poder!<br />
<strong>Austria</strong> obtenía el derecho a ocupar a Bosnia-Herzegovina y administrarla. Mira hombre, dijo don<br />
Hans – con ese tono de voz con el que se desenvuelve el pudiente - “se vio que el Tratado de<br />
Berlín vició de flagrante manera el derecho de los pueblos: a disponer ellos mismos de sus<br />
destinos”. Inspirado en el deseo de omnipotencia, en lugar de ser una obra de paz, perpetuó las<br />
dificultades que existían y creó además otras nuevas.<br />
Las ambiciones de Alemania poco aparentes, eran harto mayores. Aspiraba a la tutela nada<br />
menos que del Imperio Turco y al acaparamiento del hermoso dominio de Turquía, en Asia. Tal<br />
fue desde 1890, el “Gran Designio” del Emperador Guillermo II, que logró influencia<br />
preponderante en Constantinopla, para mayor provecho de los industriales, negociantes y<br />
financieros germánicos. Este Billy, siempre enviaba emisarios diplomáticos, a sus colegas<br />
Emperadores de <strong>Austria</strong>: Francisco José I, de Rusia: Nicolás II, advirtiéndoles que habían ocurrido<br />
invasiones en sus fronteras... que nunca ocurrieron.<br />
A veces culpaba a Inglaterra, por su política anti - alemana, e intentó organizar por 1904, una liga<br />
contra ella, sobre la base intangible del Tratado de Francfort, liga que sería compuesta por<br />
Alemania, Rusia y Francia.<br />
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Otra fue Rusia denunciada como culpable, por el Emperador de Alemania, que se esforzaba en<br />
demostrar que la paz se habría salvado – confusamente - si ésta no hubiese movilizado sus<br />
tropas al mismo tiempo que <strong>Austria</strong>.<br />
Luego hablaría de una Francia irreconciliable, en que el rencor contra Alemania, prevalecía. Se<br />
refería a lo ocurrido con Alsacia y Lorena, las dos provincias francesas invadidas brutalmente, y<br />
que habían separado infelizmente de la madre patria, desbastadas en medio de los ejércitos<br />
alemanes por la guerra franco-alemana en 1870, lógico los directos afectados no podían olvidar<br />
el atropello, llevado a cabo contra la libertad de esos hijos de Francia, sin tener ellos ni siquiera<br />
espíritu belicoso. Prendía chispitas y no apagaba el incendio. A los Emperadores amigos suyos<br />
vale decir Nicolás de Rusia y Francisco José de <strong>Austria</strong>, los visitaba de tanto en tanto en<br />
encuentros provocados, tratando de que le creyeran sus cuentos, y advirtiéndoles de las<br />
invasiones guerreras en sus territorios, que no ocurrían en verdad.<br />
Después de la segunda guerra balcánica, que terminó con la victoria de los servios y griegos, a los<br />
cuales se unieron los rumanos, el Tratado de Bucarest, agrandó a Servia y fortificó su prestigio,<br />
parecía indicar la bancarrota de la política austriaca. Agitábanse los servios de Bosnia, ya<br />
sabedores de la audacia del pequeño reino de Servia, de no aceptar la anexión de Bosnia y de<br />
Herzegovina.<br />
Además pagar una indemnización de dos millones y medio de libras turcas, a cambio del<br />
reconocimiento de la anexión. Igual el territorio había sido tomado contra la voluntad de sus<br />
habitantes y Francisco José había roto un Tratado, violando las reglas del derecho de las gentes,<br />
irritando el patriotismo de los servios que consideraban hermanos de raza, a sus vecinos de<br />
Bosnia y Herzegovina.<br />
Lo que no supuso Francisco José al expresar su profundo reconocimiento a Guillermo II, por la<br />
amistad demostrada en el apoyo brindado, (ya pasada la crisis de 1908) que éste reduciría más y<br />
más a la Casa de Habsburgo, adquiriendo la categoría de brillante satélite o instrumento de<br />
Alemania. Y nada se veía resuelto, por el contrario en 1914 estalla la Gran Guerra Europea, a las<br />
cinco semanas del asesinato de Sarajevo –pretexto para aflorar otras causas bullentes del<br />
surgimiento de la guerra- donde murió el heredero al trono Austro - Húngaro, el Archiduque<br />
Francisco Fernando, a manos de dos estudiantes que le dispararon a quemarropa cuando iba en<br />
su auto en una calle principal.<br />
A consecuencia de las ambiciones y de las intrigas de los Balcanes, estalla con la declaración de<br />
guerra de <strong>Austria</strong> a Servia, el 28 de Julio de 1914, (que estaba protegida por Rusia). El 1º de<br />
Agosto a las cinco de la tarde Alemania declaraba la guerra a Rusia. El Káiser solicitó a los belgas<br />
permiso para cruzar por su tierra para invadir a Francia. Bélgica estaba bajo la augusta<br />
presidencia del rey Alberto I, personificación de coraje y de lealtad, ya que bajo su noble<br />
inspiración, un pequeño pueblo dio al mundo una lección trascendente de grandeza moral. Con<br />
valentía le recordó los Tratados a Alemania, de no agresión, a pesar de ser un pequeño país, y<br />
mantuvo con energía su compromiso, sin temerle.<br />
31
Aún así, el soberano ordenó el avance y sus soldados cruzaron la frontera por sobre Bélgica,<br />
entrando por Gemmerich, acción que movilizó a Inglaterra que tenía el compromiso de defender<br />
al pequeño y bello país. Fue un 4 de Agosto de 1914. Bastaron unos cuantos días y, siete<br />
naciones luchaban contra <strong>Austria</strong> y Alemania. Así los Imperios Centrales abrían las puertas del<br />
templo de Jano, ante la Europa horrorizada. La monarquía Austro - Húngara según la Ley<br />
Fundamental del 21 de diciembre de 1867, llamada “el compromiso” (Ausgleich) se componía del<br />
Imperio de <strong>Austria</strong> y del Reino de Hungría. Inseparables, cuyo común soberano de este período<br />
era Francisco José I (el Emperador gobernó 68 años). ¡Eso sí es gobernar! ¿No es cierto? Pero<br />
apoyado en su joven, inteligente y bella esposa “Sisí” como se conocía popularmente a Isabel de<br />
Baviera, quienes modernizan y embellecen, dando a la ciudad una fisonomía auténticamente<br />
imperial que constituyó una última edad de oro para Viena. Tenía el respeto y cariño de su<br />
pueblo y además, de sus vecinos. De moros y cristianos en un lapso trascendente, de toda una<br />
vida. Pero quien realizó antes la mayor expansión de próspero afianzamiento en el campo de la<br />
cultura, las artes la política y la economía fue la ilustrada presencia de María Teresa, a quien<br />
llaman “die Kaiserin”, la emperatriz, a pesar de que este título no le correspondía, ella era<br />
archiduquesa de <strong>Austria</strong> y reina de Hungría y de Bohemia, esposa de Francisco de Lorena, elegido<br />
emperador, pero príncipe consorte por lo hábil que ella era.<br />
Te diré Juan, que según historiadores que vivieron en aquel período dramático, la causa que<br />
originó la gran guerra debió ser la misma que engendró las pasadas conflagraciones y, que dará<br />
pábulo a las del porvenir: la imperfección humana, que por su naturaleza se deja arrastrar por<br />
las pasiones, la lucha por la existencia y el impulso incontrolable de los hombres por defender a<br />
mano armada, los intereses que consideran vitales. El mismo leit motiv de secretas pasiones<br />
insanas de poder.<br />
¡No creo en la fuerza, más admiro la razón!... sonrió don Hans. El sabio Ramón y Cajal sostenía<br />
que el hombre sigue siendo ¡el último animal de presa aparecido! Y agregaba - no es ser<br />
pesimista suponer que lo que viene sucediendo hace cien mil años, seguirá ocurriendo<br />
indefinidamente; es triste ley de la vida, que por ahora ni la ciencia ni el buen natural del<br />
hombre, pueden dar fin al aflorante instinto cavernario.- ¡Un gran filósofo! No se equivocó en<br />
absoluto. El hombre no aprende nunca a valorar lo que sí tiene. Valora lo que no es suyo, o lo<br />
que perdió irremediablemente, por zonzo. No es mi finalidad sentenciar a la especie humana<br />
con una intención moralista. Sólo que el hombre es hombre, con virtudes y defectos. ¡Somos<br />
así!<br />
Así la sociedad Servia secreta, conocida como la mano negra, conspiraba en Belgrado, Yugoslavia,<br />
por socavar la autoridad de los Habsburgos. Fueron al parecer estos terroristas los que<br />
planearon el asesinato del Archiduque. Sabes, las últimas palabras del moribundo fueron: ¡No es<br />
nada! No es nada. Pero qué equivocado que estaba. Fue su muerte la chispa que encendió el<br />
inmenso polvorín donde morirían más de diez millones de personas, según historiadores que<br />
vivieron aquellos horribles días.<br />
Estas luchas se libraron por aire, tierra y mar.<br />
32
En ese año de la conflagración del ´14, Alemania contaba ya con más de 65.000.000 de<br />
habitantes. ¡No eran pocos! Claro que muchos dispersos por el mundo en busca de mejores<br />
posibilidades de trabajo.<br />
Los ases de aviación se transformaron en casi héroes legendarios, los más brillantes fueron el<br />
alemán Von Richthofen, conocido como el barón rojo, el francés Guynemer y los ingleses Bishop<br />
y Ball. Sus hazañas eran seguidas por los admiradores de todo el mundo, por su caballerosidad.<br />
Fueron llamados: ¡Los Ases! Título que costaba a cada piloto alemán diez aviones derribados:<br />
cinco a los franceses, mientras que a los ingleses no les agradaba tales medidas, por considerar<br />
que ningún combatiente era menos heroico.<br />
Tal vez fue ese liderazgo lo que movió las mentes de los que eran jóvenes, en esos tiempos y<br />
trataron de imitar las hazañas de los ases, como mi padre, que comenzó a los doce años, o<br />
catorce, limpiando piezas de aviones en los hangares, y terminó siendo piloto ¿Qué te parece?<br />
¡Increíble patrón! Casi como empecé yo en el trabajo de la tierra. A los once años, se lo conté<br />
¿No es cierto?<br />
Si Juan, me lo dijiste antes. Bueno sigo...<br />
En tierra las armas y las estrategias clásicas o convencionales fueron absolutamente desplazadas<br />
por el armamento y el modo de pelear que imperó, no sólo la artillería las ametralladoras y los<br />
fusiles causaban estragos, también la acción de las mortíferas minas terrestres y los letales gases<br />
venenosos, que comenzaron a ser usados por los alemanes en la Batalla de Yprès.<br />
Juan, con los ojos achicados por el impacto de lo relatado, miraba a su ejemplar jefe, admirado.<br />
A sus años y la memoria que se gastaba, era realmente increíble pensaba. Casi no respiraba para<br />
no interrumpirlo, por ningún motivo. Bebió un pequeño sorbo de coñac, y esperó a que don<br />
Hans hiciera lo mismo. ¡Continúe patrón por favor! Le pidió.<br />
Don Hans estaba adentro de la historia que contaba; apasionado sentía y relataba la historia que<br />
no estuvo en sus zapatos, pero que sin embargo le apasionaba. “Mientras los ejércitos luchaban<br />
desesperadamente a lo largo del frente occidental, las escuadras alemana y británica se<br />
enfrentaban en el Mar del Norte, a la altura de la costa de Jutlandia, en Dinamarca. Ninguna de<br />
las grandes potencias había querido arriesgar sus poderosas naves de combate en especial<br />
Alemania, que contaba con menor cantidad de barcos que los británicos, a consecuencia de la<br />
Batalla de las Malvinas, en Argentina y Coronel, en <strong>Chile</strong>, en 1914, donde sufrieron grandes bajas.<br />
Cien mil tripulantes y 252 naves contendieron en la más violenta batalla de la 1era Guerra, la de<br />
Jutlandia, llamada también Batalla de Skager-Rak. Con resultados inciertos, ya que las pérdidas<br />
fueron considerables y elevadísimas por ambos bandos, un hecho vino a aclararlo: a partir de<br />
este momento que se puede considerar el fin de la batalla, 31 de Mayo de 1916, la flota alemana<br />
se refugió en sus bases y se limitó a la guerra submarina, el Káiser usó este tipo de arma, durante<br />
casi todo el conflicto en esta primera etapa de la Gran Guerra del siglo XX, fue novedosamente<br />
sentado un precedente en la historia humana, fue una guerra de masas, la primera general entre<br />
33
los estados nacionales altamente organizados, capaces de aprovechar todas las energías de<br />
todos los ciudadanos, de movilizar la capacidad productiva de las industrias pesadas, utilizando<br />
todos los recursos y la tecnología moderna, en buscar nuevos medios de destrucción, dislocando<br />
la economía mundial. Duró 52 meses, entraron treinta países, fue la guerra de la infantería, de<br />
las ametralladoras, de las alambradas de púas, de los gases venenosos, de los tiburones grises<br />
(los submarinos) y de las trincheras, de feroz intensidad, de hambre y epidemias, - la peor la<br />
influenza - al final de la guerra, donde los soldados desgastados ya, fueron los más afectados y<br />
muertos por esa causa. Por estar muy débiles. No los civiles”.<br />
Los últimos en ingresar a la gran guerra fue los Estados Unidos de Norteamérica, bajo la<br />
presidencia del pacifista Thomas Woodrow Wilson. Fue la única excepción, en el momento del<br />
armisticio tenía cuatro millones de hombres armados. Había entrado a tiempo de ser decisivo<br />
apoyando a los aliados, y sin embargo lo suficientemente tarde para sólo tener 115 mil muertos.<br />
En Europa significó la desaparición de más de diez millones de hombres y principalmente los que<br />
no habían cumplido los cuarenta años, ¿te das cuenta? ¡Quedaron sólo los ancianos y los niños!<br />
Muchas mujeres nunca se casarían, puesto que el exterminio de los hombres fue considerable.<br />
También se luchó en los campos de Polonia, entre los picachos de los Alpes nevados, en las<br />
calurosas y temibles selvas del Africa. Como la única excepción se recuerda en esos pasajes a<br />
Lawrence, el legendario, con sus episodios de inglés a la cabeza de un ejército árabe, vistiendo<br />
las ropas de seda blanca: kaique y turbante, correspondiente a un jeke árabe y en su cintura una<br />
gran gumía.<br />
Por eso es que Winston Churchill, denominó a este tipo de acciones bélicas en conjunto, como la<br />
“guerra desconocida”. Se vieron envueltos sudafricanos, australianos, canadienses, gurkhas,<br />
neozelandeses, japoneses, tártaros, marroquíes, turcos, bantúes, y tribus árabes. Todo el mundo<br />
colonial de las potencias europeas, era el escenario donde se extendía hacia los cuatro puntos<br />
cardinales, Rusia, Japón, la Gran Bretaña y Francia chocaban en China. Y, por otra parte Rusia,<br />
Italia, Gran Bretaña, Francia y los Estados Balcánicos chocaban en el Imperio Otomano.<br />
Así un 1º de Octubre de 1918, en las calles de Damasco a la cabeza de un ejército árabe,<br />
Lawrence entra a la ciudad Siria. Durante casi dos años había luchado al frente de guerreros<br />
árabes, voló trenes, mató en forma temeraria y sufrió atrozmente. Algo en él parecía morir en el<br />
momento de cada victoria. Su nombre se convirtió en leyenda que, duró toda su vida y que él<br />
nunca dejó de odiar.<br />
Tú debes haber visto alguna de sus películas. ¿O no? En los cines rotativos de barrio es común<br />
que las vuelvan a repetir. ¡Son históricas pues hombre! Se filmaron muchas de sus andanzas.<br />
Nació el 15 de Agosto de 1888, en Tremadòc, y lo bautizaron Thomas Edward Lawrence, bien<br />
inglés y ¿sabes cómo murió?<br />
No, patrón no he tenido la oportunidad de ver esas películas que usté dice, no sé nadita de él,<br />
agregó el confundido Juan. Pero cuénteme de ese Lawrence de Arabia, que no me suena pa´ná.<br />
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Murió a los 47 años, en la forma más inesperada. ¡Conduciendo su motocicleta a lo largo de la<br />
carretera de Dorset! Cuando trató de esquivar a dos muchachos que pedaleaban una bicicleta.<br />
Apretó los frenos y con la máquina fuera de control salió despedido hacia adelante, cayendo a<br />
unos treinta metros de distancia. En aquel corto salto quizá tuvo tiempo de pensar Lawrence<br />
que en su corta vida había entregado tronos a reyes y había sido el jefe de una rebelión que llegó<br />
a barrer toda Arabia, ¡ese fue Lawrence de Arabia!<br />
Creo que no se me va a olvidar patroncito. Es tan interesante su manera de contar, que estoy<br />
casi seguro que no lo olvidaré.<br />
Tanto don Hans como Juan no se habían percatado que el reloj corría, y ni siquiera habían<br />
almorzado. Sólo notaron que el garzón parado al lado de su mesa les miraba con curiosidad, y<br />
no se sabía si era por escuchar lo entretenido de la conversación o, por ofrecerles los platos<br />
tradicionales del local para almorzar. Al levantar los ojos por sobre los lentes don Hans le ordenó:<br />
la cuenta por favor.<br />
El mozo saliendo de su posición de descanso, dijo inmediatamente señor. Acto seguido caminó a<br />
la caja cogiendo el vale, lo llevó de vuelta a la mesa que ocupaban ambos. Canceló don Hans y se<br />
levantaron para dirigirse a la puerta de salida. Ya en el automóvil, acotó - ojalá se te quede algo<br />
en la memoria- yo escuché desde pequeño las anécdotas, a veces. Y, de grande he sido un buen<br />
lector, el conocimiento está en los libros, en los buenos libros. Te lo digo en serio Juan: El<br />
conocimiento está en los libros. Ahora, ¡a casa hombre! La hora se nos esfumó sin darnos<br />
cuenta, dejaremos la florería para mañana, y mi paseo también. La Anunciación algo nos dará de<br />
comer, puede que nos tenga un caldito de ave, o un charquicán contundente de los que ella sabe<br />
hacer.<br />
Sí señor. Es tan interesante lo que usté sabe, que me gustaría aprender cada día más. Yo no tuve<br />
mucha ocasión de joven -¡Eramos tantos! - Dijo como mirando hacia atrás, si ahora pudiera de<br />
verdad... aprendería, agregó con simpleza.<br />
Acomodado en su asiento prosiguió con ganas, al notar el interés de Juan. “Tampoco fui a la<br />
universidad, pero he sido metódico para adquirir conocimiento”. He comprado libros viejos y<br />
baratos, que realmente no sé por qué, los han desaprovechado sus dueños anteriores, son<br />
buenísimos en sus contenidos. Pero, por otra parte si no lo hubiesen hecho... yo no los habría<br />
conseguido. Quedamos en Lawrence. Bueno, para Alemania era fatal la lucha en dos frentes, y<br />
el tiempo se encargó de demostrarlo. La absorción de innumerables ejércitos alemanes en el<br />
frente oriental, fue sin dudas enorme ventaja para los aliados occidentales. Rusia a pesar de<br />
haber perdido sólo en 1915, dos millones de hombres y, en 1916 un millón más, se negaba a<br />
negociar un armisticio.<br />
También el propósito de los aliados era que no se retirara y le ofrecieron ayuda financiera para<br />
su acción bélica (que era todo un esfuerzo) además de ganancia a costa de Turquía, al terminar la<br />
guerra. Con esta política, los aliados obtuvieron un éxito considerable.<br />
35
En 1917, en Marzo estalló la Revolución de Petrogrado. Cuando el Zar abdicó y se formó un<br />
gobierno provisional, éste prosiguió la guerra. Un 7 de Noviembre del mismo año (antiguo 25 de<br />
octubre, de ahí el nombre de Revolución de Octubre) Lenin, el exiliado; y Trotsky, que también<br />
estuvo en la misma; se apoderaron del poder. Una de las primeras medidas de los<br />
revolucionarios bolcheviques fue pedir un armisticio, y en marzo de 1918, se firmó el Tratado de<br />
Brest-Litovsk, le tomaba a Rusia inmensos territorios, todos los Estados Bálticos, la Polonia Rusa,<br />
Finlandia y Ucrania, a pesar de que el Parlamento antes había votado en su mayoría, por una paz<br />
sin anexiones. Esta paz del frente oriental se produjo demasiado tarde como para cambiar el<br />
curso de la gran guerra y un enemigo más poderoso reemplazaría a Rusia, esa Rusia de<br />
campesinos atrasados, bárbaros, despiadados cosacos del Zar, en contra de la Alemania: los<br />
Estados Unidos de Norteamérica.<br />
Desesperados los alemanes recurrieron a los letales gases venenosos, y lo peor a los tiburones<br />
grises, los temibles submarinos, para atacar al enemigo. Desconocidos hasta entonces. Con ellos<br />
causaron estragos en los barcos de los aliados. El hundimiento del transatlántico Lusitania en el<br />
que murieron alrededor de 1200 personas, incluyendo a más de cien norteamericanos, y luego el<br />
barco “Sussex” en 1916, que también costó la vida a varios ciudadanos de los Estados Unidos de<br />
Norteamérica, el presidente Wilson protestó al gobierno alemán.<br />
Y en el comienzo de 1917, Alemania anunció una guerra submarina sin restricciones. Y varios<br />
barcos norteamericanos fueron destruidos. Eso arrastró a Norteamérica a la guerra, fue un 6 de<br />
Abril de 1917, un Viernes Santo.<br />
Después de casi tres años y medio, los contendores de ambos bandos se hallaban agotados. La<br />
duración tan larga y las terribles contiendas los tenían desgastados en todos sentidos. Para los<br />
aliados la consigna era mantenerse, mientras llegaban los refuerzos de los norteamericanos. En<br />
cambio para los alemanes urgía romper el frente anglo-francés, antes de que intervinieran las<br />
tropas norteamericanas. En la madrugada del 21 de marzo, los alemanes arremetieron: al ataque<br />
del Somme, luego se lanzaron sobre Yprès. Persistieron tres semanas, tal vez donde se dio los<br />
combates más encarnizados. Cuando concluyó, los ingleses mantenían las ruinas de Yprès.<br />
Lo que hizo decisivo las operaciones aliadas, fue el extraordinario sistema de abastecimiento,<br />
comunicaciones y hospitales ambulantes, que llevaban como aporte material los<br />
norteamericanos, y que era desconocido en Europa. Seiscientos tanques irrumpieron<br />
sorpresivamente en Amiens, el frente aliado aplastó al alemán. La línea “Hindenburg” fue<br />
castigada de tal modo. Que la guerra ya estaba irremisiblemente perdida para Alemania. Y<br />
Ludendorff hizo saber al Káiser que pidiera paz.<br />
Uno a uno los aliados de Alemania fueron cayendo: en septiembre de 1918 se rindieron los<br />
búlgaros, en octubre los turcos, el 3 de noviembre los austríacos. Y así el 11 de noviembre de<br />
1918 en un coche salón ferroviario, en Compiègne situado a unos 80 kilómetros de París, a las<br />
cinco de la madrugada los alemanes firmaron sin protestar.<br />
Wilson, el pacifista Presidente de los Estados Unidos de Norte América, quería estructurar un<br />
36
mundo ideal, basado en sus famosos catorce puntos, que expuso en enero de 1918, y cuya<br />
culminación sería la Sociedad de Naciones, Tribunal Supremo para administrar justicia y dirimir<br />
las diferencias entre países, cuyo objetivo principal sería eliminar la guerra como arma<br />
internacional. -¿Sabes Juan? Como burla el Congreso de su país se opuso al ingreso de los<br />
Estados Unidos de Norte América, al organismo mundial. ¡Increíble!<br />
Muchos cansados alemanes, italianos, austríacos y en general europeos, se decidieron a<br />
abandonar sus desbastadas patrias y encaminaron sus pasos hacia la América morena... como el<br />
que fue mi padre.<br />
Terminó su emocionante relato histórico, con tono agotado y triste.<br />
Juan abismado detuvo el motor del auto, bajó sin prisa a abrir los portones del alerce maravilloso<br />
y regresó a sentarse accionando el dispositivo del contacto, arrancó en lenta marcha en dirección<br />
al estacionamiento. Abrió la puerta a don Hans, lo vio descender y alejarse por la galería colonial<br />
con sus misteriosos pasos, inciertos en su avance. ¡Será posible! Se dijo en silencio, tanta<br />
acumulación de aconteceres relatados así en forma casi de novela, o como un cuento. “Tenía<br />
mucha razón al decirme esta mañana que hoy era un día especial, demasiado especial.” No<br />
recordó la florería, ni la dirección de siempre. Fue una tremenda clase de historia mundial, esa<br />
que me conversó, tendré para hablar una semana o más con mi gente allá en el campo, cuando<br />
vaya en las vacaciones. Tal vez ni me creerán, se dijo mientras caminaba a cerrar de nuevo los<br />
portones. “Mi patrón es un señor con muchísimos conocimientos pero con la sencillez que habla,<br />
me hace entenderlo todito, es realmente el mejor de los patrones a los que les hei trabaja’o, en<br />
estos cuarenta y tantos años, que cargo sobre mis hombros, pensó”. Cerró bien el auto. También<br />
se dirigió al lavado de manos, sintiendo una satisfacción íntima de encontrarse a las órdenes de<br />
tan especial personaje.<br />
El anterior patrón con que había trabajado, lo recordaba por lo que era: un tipo que no se sabía<br />
cómo había hecho fortuna tan rápido, de la noche a la mañana. Ceñudo, hermético y abúlico, sin<br />
ningún tema para compartir, lo situaba a Juan casi como a su esclavo. Así lo gritaba con<br />
garabatos de grueso calibre, era increíble de mezquino, con una avaricia enfermiza de quien<br />
nunca tuvo nada, y se asusta al tener. Ni siquiera le concedía alimentos. Del salario escuálido<br />
Juan tenía que salir a comprar lo suyo, aún estando puertas adentro. Le cupo muy bien el título<br />
de nuevo - rico que Juan impotente le había moteado. También había pensado en piojo<br />
resucitado, bien miserable... por eso se había retirado.<br />
Mi patroncito es ¡tan distinto! Todo lo comparte como si fuera lo menos importante: sólo cosas,<br />
habló a media voz consigo mismo. Ve su posición como la más normal, regalando a todos, y ni<br />
busca llamar la atención en nada. ¡Es un caballero de buena clase! Concluyó convencido.<br />
Cuando llegó a su mesa, don Hans ya sentado untaba pan con el tenedor, en el jugo de los<br />
tomates. Almorzaron silenciosos por lo tarde y porque se lo habían hablado todo. Pero, tema<br />
quedaba para más adelante. Al finalizar los postres, don Hans con la mirada fija en el horizonte,<br />
como si estuviese conectado con alguien invisible, fue y se acomodó en su espacio familiar,<br />
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traspasando las fronteras del entorno, cuya única interrupción era la brisa autumnal que movía<br />
suave sus cabellos lisos y algo cenicientos.<br />
Juan lento se levantó y sin ruido se fue caminando hacia la arboleda, observando de lejos el<br />
dormitar de don Hans en el sillón de mimbre bajo el toldo, puesto al alero de la higuera negra.<br />
Era su ordenada costumbre de ausentarse del adosado que le rodeaba, y bambolear hacia sus<br />
recuerdos amarillentos, que a veces teñían su rostro de tristeza. Otras le cambiaban la mirada,<br />
quizá por las experiencias graciosas que le habían ocurrido. Así se alternaban la felicidad y la<br />
tortura, en ocasiones, cual torbellinos de rayos de luz y sombra en el misterio de la incógnita de<br />
su mente.<br />
Lo despertaré antes de que se ponga fresco, para que no se enferme, pensó Juan. Y así, casi<br />
como pastor cuidando a la ovejita de su rebaño, quedó a la espera del aparente reposo de este<br />
personaje simpático, ameno y con esa memoria preferencial, en que no cupo el olvido. Había<br />
escuchado decir, ni se acordaba dónde, que el mejor nacido es aquel que no se aparta del<br />
pedazo de suelo que lo vio nacer; aunque sea con la pura reminiscencia. Y don Hans era así.<br />
No existía ya incertidumbre entre patrón y chófer, talvez para éste último una mezcla de<br />
regocijo, de estupefacción, de respetuoso alivio por la confianza nacida entre ambos, y cariño. En<br />
los años que lo atendía que no eran tantos, lo había aprendido a querer, con eso de exteriorizar<br />
sus valores sin proponérselo, sólo observándolo atentamente. Por ello lo estaba descubriendo, y<br />
le llevaría a descubrir los consistentes por qué de don Hans: era como era: austero, simpático, a<br />
veces tan triste, otras alegre como él solamente sabía ser, en otras fascinante y conversador, que<br />
lo dejaba siempre contento de estar a su servicio. Hasta con torta le había celebrado el<br />
cumpleaños. ¡Increíble!<br />
Pero la sobriedad actual y su auto dominio, eran virtudes logradas a través de una<br />
transformación lenta y fundamental, el tamiz de seleccionar los matices con paciencia y<br />
decantaciones. Don Hans lo sabía. Su vida consistía en una creciente llama imprevisible y<br />
compleja, con temporales violentos que le sacudían casi primitivamente, en rigor. Su fortaleza<br />
actual consistía en la magia espiritualizada del amor, la esencia femenina le regaló la cábala<br />
ideal: la columna del alcázar, superando las decepciones, las tragedias y los dolores. ¡Que ya<br />
habían pasado! Permitiéndole sentir que vadeando la vida, con altibajos y serios conflictos<br />
interiores, había hecho ganar la batalla a una paciencia tendiente a poner los puentes entre la<br />
razón y el corazón. Eso fue fundamental, con ello había encontrado para sí; la camisa del hombre<br />
feliz. Amar mucho y ser muy amado, el primer paso importante del hombre, tal vez no en la<br />
forma de una consabida respuesta biológica, o un mero atractivo hacia el otro sexo, instintivo y<br />
pasajero. No. Ni siquiera para continuar la especie.<br />
Era, y lo sabía, un privilegiado tardío. Cuanto le pudo faltar en caricias de niño, las había recibido<br />
abundantemente en la edad floreciente, y ya maduro. Él había sido amado por dos mujeres<br />
excepcionales, maravillosas. Nunca intentó rebajarlas a una comparación, no. Ni concebir<br />
mentalmente paralelos. Conociéndolas a fondo, valorando y aceptando sus circunstancias, esas<br />
producidas en el largo y complejo proceso del tratar de vivir, ése en que nadie asegura cómo se<br />
38
darán los resultados: él se consideraba un triunfador. Ambas damas lo habían amado<br />
profundamente, y a su manera las valoró, amó y respetó. Una había sido su esposa, que<br />
descansaba ya en paz. La otra era Marymar Llanera Cox. Con su esposa había tenido una relación<br />
amistosa, casi juguetona en calidez y cariño, ella era el equilibrio tan necesitado en un hogar<br />
acogedor y pacífico, sin discusiones, sin palabras hirientes, sin encontrones que alteraran la paz<br />
solicitada. Era regaloneado, atendido, apoyado y mimado; pero todo ello no lo hacía sentirse<br />
feliz. Buscaba ser amado ni sabía descifrar en cómo ni cuánto. Nadie le había definido sus<br />
angustias de separación materna, seguramente un psicoanalista experto le habría detectado el<br />
trauma: uno de los más dolorosos de la vida de un ser humano.<br />
El fuego carnal se producía en su cuerpo sin proponérselo, con la mujer que había encontrado<br />
quizá tarde, como para ofrecerle otro tipo de relación: Mar. Ella era el gran río que lo llevaba a<br />
navegar por las más insospechadas aguas, de todas las ilusiones, era el calce perfecto a su<br />
medida en todo. Lo amaba con locura, tanto como él a ella. Ellos se habían cruzado a tiempo de<br />
lograr el amor trascendental, un designio misterioso cual mandato o sortilegio, en el enigma de<br />
la vida y sus significativas circunstancias.<br />
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Capítulo 4.<br />
Mi origen materno.<br />
Para Matilde la vida continuaba apacible. Siempre transcurría sin grandes penas, ni mayores<br />
alteraciones. Con infinita dulzura en sus ojos negros y brillantes, era capaz de alcanzar el amor<br />
del mundo. Su oscuro y grueso cabello al viento en abundancia de ondas, la hacía parecer un<br />
cuadro nítido de paisaje araucano campesino, hecho realidad.<br />
Corría el año 1926 en sus meses últimos, y el sol radiante iluminaba hasta los más recónditos y<br />
escondidos rinconcillos del campo, pleno de huertas generosas. Los tomatales rallaban en su<br />
tono bermellón purpúreo, aromatizados con las albahacas, en las amelgas húmedas del riego<br />
canalizado por las manos de los peones, en la blanda tierra. Los ajíes en tonos verde limón y<br />
algunos ya rojos maduros, se erguían serenos sin grandes pretensiones de llamar la atención. Las<br />
acelgas, los pepinos de ensalada, las habas y las arvejas, movían apenas las hojitas y sus vainas al<br />
paso del viento suave. Las amarillas flores del zapallo de guarda, futuro ingrediente de primera<br />
necesidad en la cocina de invierno, tanto para los porotos con rienda y cuero de chancho, o con<br />
mote de trigo, como para los picarones y las sopaipillas hechas con manteca de cerdo,<br />
comenzaban a abrirse con su intenso tono, alterando el verde casi total del paisaje. Con ellas, las<br />
matas arrastradas cargadas de melones calameños, aparecían casi mimetizadas en su arrumaco a<br />
la tierra.<br />
Los maizales en su capacidad eréctil, pronosticaban con su carga de grandiosos choclos en sus<br />
mazorcas por madurar, las mejores humitas para la temporada. Al recalentarlas en el brasero<br />
para la hora del mate, más ricas aún se encontraban. Y obvio, que habría con aquellos benditos<br />
choclos, varias veces ¡un excelente pastel de choclo también!<br />
Era la mayor de las hijas de los inquilinos Santelices, que trabajaban en el formidable fundo. Su<br />
casa de adobes era tan fresquita en esta temporada estival, que al retornar del pleno sol de la<br />
jornada de vigilar la huerta, desde donde había escogido las hortalizas necesarias para el guiso de<br />
la hora del almuerzo, por encargo de su progenitora, - con deleite, seleccionándolos a su amaño -<br />
sentía al volver que su cuerpo se renovaba, dejando atrás el calor seco que le hería la piel.<br />
Tomaba en el jarro de greda una mezcolanza de harina de trigo tostado, con agua fresca de la<br />
noria. Hulpo le llamaban, era lo máximo para atenuar su cansancio piconero, y la sed.<br />
Cuando se presentó aquel medio día, Roland el extranjero, no extendió su mano de pura<br />
vergüenza. Pero nació un saludo más especial con una sonrisa tímida que le brotó cuando bajó su<br />
cabeza, lo encontró entretenido en su aventurero castellano, que era nada. No le entendió lo<br />
que supuestamente él quiso decirle. Era alto y apuesto, tenía la piel tostada, se le notaba en las<br />
rallitas de sus prematuras arrugas, en los extremos de sus orientales y claros ojos. Un extraño<br />
venido quizá de dónde, y sin proponérselo ni en sueños, se acercaba a cambiar su vida. Algo<br />
mayor, se notaba. Ella sintió que la prolongada mirada la hacía enrojecer, como granada madura.<br />
40
Al día siguiente muy de mañanita, ensilló su alazán y partió al tranco, al inicio, para no hacerse<br />
notar por los suyos. Le podían llegar a preguntar ¿dónde vas? Y se le habría notado mucho a<br />
dónde iba. Luego pasó a espolearlo y trotar, trotar y soltarlo al galope tendido. Sintiéndose<br />
inquieta, cabalgaba hacia la casona patronal, tratando de saber cómo sería la gringa señora que<br />
habría traído desde su país Roland, para hacerle compañía. No lo consiguió; realmente era un<br />
solitario administrador de la hacienda. Al verle tan solo, pensó en la familia ¿tendría?<br />
<strong>Desde</strong> ese momento en la conversación familiar en casa de los Santelices, sólo se hablaba del<br />
recién llegado: - que si tendría suficiente experiencia en las tierras - decía su padre. Que si se<br />
aburriría, decía la madre, por último hasta de lo que estaría habituado a comer, etc. etc. ... Para<br />
prepararle e invitarlo.<br />
Como escuchó decir a su padre, en la mesa, que desde donde él venía se habían muerto casi<br />
todos, tal vez ya no le quedaban familiares, para venir a este rinconcito largo tan especial,<br />
llamado <strong>Chile</strong>. Se enteró de que asumía como el nuevo administrador del fundo - que era como<br />
hacienda - sería en adelante y desde ahora, quien controlaría la producción. Se regocijó al<br />
pensar que lo vería ininterrumpidamente, total habitaban en el mismo territorio de distancias ni<br />
tan inmensas como para no acercarlas al galope, montada en su noble alazán. Se lo había<br />
regalado su padre al parir la yegua negra, el año anterior. Y se lo regaló precisamente por lo<br />
extraño que le resultó ver a ese animal rojizo, salido de la madre bien oscura. ¡Quédate con este<br />
raro anaranjado, p’a mí que hay algo del coludo en él! Fue la frase última.<br />
Para Matilde no tenía ningún sentido pensar en que tan bello ejemplar podía estar unido al<br />
coludo diablo. Feliz lo aceptó.<br />
Tan apegada al grupo familiar, le daba vueltas en la cabeza eso de que Roland viniese de tan<br />
lejos, separándose de los que lo amaban y a los que seguramente él amaba. ¿Qué podría haberle<br />
ocurrido? Para partir a trotar mundos tan lejanos. Se dijo a sí misma que a ella, no le gustaría<br />
pasar una situación así: dejar a sus seres queridos y a su tierra, para establecerse en otro país.<br />
Fuera el que fuese. Amaba a su familia y a todas sus pequeñas cosas, sus flores variadas y<br />
cuidadas con tal dedicación y cariño, que le florecían más que lo normal de los otros jardines de<br />
sus vecinas. Y eran su regocijo, mirar la floración de las azucenas, las clavelinas olorosas tanto<br />
como las fresias, los rosales de todos los colores, y en invierno ver aparecer tímidos los juncos al<br />
lado de las violáceas violetas aromáticas y humildes. Su lindo perro Tony, cuyo nombre le había<br />
moteado por sus payasadas, y que siempre se acurrucaba regalón al calorcito del fogón de la<br />
enorme cocina a leña, disfrutando en comer tortillas de rescoldo en trocitos, que de alguna<br />
mano amiga le hacían caer al suelo. Y sopaipillas calientitas, y de las pasadas con chancaca y<br />
cascarita de naranja. ¡Esa vieja cocina! Con murallones de adobes de barro, tan agradablemente<br />
acogedora, donde se aprovechaba el tiempo de desocupación, en el inclemente invierno de<br />
interminables lluvias cuando no se salía de la casa, sino para dar de comer a las bestias y a las<br />
aves, leyendo libros clásicos o escuchando las entretenidas historias y leyendas, de labios de la<br />
encantadora abuela, que poseía el gran efecto mágico de mantenerlos transportados a los más<br />
fascinantes escenarios del mundo.<br />
41
Los amaneceres de la primavera con tal multitud de trinos diferentes, en que perfectamente se<br />
podía soñar con la música de un preludio, o los Nocturnos de Chopin, porque las avecillas no<br />
escatimaban en entregar lo mejor de sus gargantas, como agradecimiento a su libertad de poder<br />
vivir en tan paradisíaco lugar. Los olores de la tierra renovada pasado el crudo invierno. Ajena a<br />
las amarguras de la guerra, a sus vivencias y secuelas tan tristes, en ese ámbito de hogareña paz,<br />
Matilde había crecido con las simplezas benefactoras de lo dulce sin lo agrio, que le brindaba su<br />
hogar, en que sus padres trabajaban de peones de hacienda. Dignos, simples y muy<br />
responsables. ¡Ella era feliz!<br />
Y a los catorce años, bajita y bien formada no pensaba que a lo mejor desde muy lejos, le vendría<br />
a golpear a su puerta el amor, ese que rompe con toda regla preestablecida, arrasa y conduce<br />
por el camino mejor para el hombre: de a dos. Al comienzo.<br />
No le pasó desapercibido el extranjero. No en absoluto, al verlo con ese porte de artista con su<br />
cabello claro sostenido por sobre su frente amplia con las gafas anchas - típicas de los pilotos<br />
aéreos - que salían en las revistas femeninas como “Rosita”, a veces. De nariz perfilada y larga,<br />
ojos color del cielo y ese rictus irónico formado por sus labios finos. En realidad al mirarlo se dejó<br />
impresionar por el cascarón que envuelve a lo que vendrá luego; el conocer es otra cosa. Era tan<br />
apuesto, genial, y al sonreír con su sonrisa abierta y perfecta terminaba por seducir a cualquier<br />
hembra, y ella que era pura y casta, sintió una comezón extraña en el bajo vientre. Deseos,<br />
apetitos, en una alucinante solicitud corpórea, sin saber siquiera que se llamaba así.<br />
Al no dominar el idioma castellano se producía entre ellos una mezcla de interrogantes, que<br />
ponía un clima especial a la naciente relación.<br />
Luego pensó las necesidades normales. ¿Alguien lavaría su ropa? ¿Quién limpiaría su casa, casa<br />
del mayorazgo? En el privilegio de estar cerca, ella misma se ofreció, cualquier pequeñez les era<br />
muy útil para mirarse a los ojos; conversación hilada no existía... aún.<br />
Roland se las ingenió para hacerse entender, le gustó la jovencita exótica, de largo cabello negro<br />
y pómulos altos. Le gustó tanto que en cada viaje a Santiago, la ciudad capital para adquirir<br />
semillas y abonos para la siembra, o pasar al banco y la acostumbrada vuelta al correo, por<br />
chequear su correspondencia, se dio el trabajo de entrar a cualquier librería que se cruzaba en su<br />
paso, para adquirir formas rápidas de aprendizaje del idioma. Su corta permanencia en Brasil le<br />
había otorgado otra lengua, algo parecida al castellano. En esa forma se acercaría a la joven<br />
campesina con mejores armas lingüísticas. Para tener una conversación más íntima.<br />
A pesar de que las tradiciones en los pueblos, desde la época de la Colonia, se respetaban aún<br />
más que en las ciudades mismas. Se estilaba que el posible pretendiente conversara con los<br />
mayores, no así con la jovencita en edad oficiosa, como ella. Seguro que por eso el dicho “pueblo<br />
chico, infierno grande”.<br />
¡Pero el amor tiene un solo lenguaje universal! Es mirarse a los ojos, y sentirse la piel. Es el<br />
lenguaje perfecto para dialogar, más que las palabras que muchas veces: son sólo engaño. Y se<br />
42
las lleva el viento.<br />
Se vigilaba todo lo concerniente a encontrar lo mejor para futuro esposo de las casamenteras, en<br />
un matrimonio más o menos cercano. Y se las cuidaba que cumplieran la norma vital de llegar<br />
“virgen” al enlace. Al hombre no, daba lo mismo si habían tenido experiencias anteriores... más<br />
hombre se le creía.<br />
Pero... eso era lo que el joven solitario deseaba: una esposa para compartir mesa y lecho, en<br />
estos parajes de ensueño de los que ya se sentía parte integral. Era tan agradable poder<br />
contemplar la naturaleza casi virgen de los montes donde se perdía la mirada al toparse con el<br />
horizonte del cielo diáfano y celeste. Y, esas cordilleras nevadas. Lo único faltante era la amiga y<br />
compañera, para soñar estar en el paraíso.<br />
Por su parte Matilde estaba encantada de conocerlo, en su casa los carraspeos de garganta<br />
producidos como idioma tácito entre sus padres, denotaban que se habían percatado de la<br />
atracción ejercida por el afuerino en su primogénita. Las miradas hablaban. Todo comenzó con<br />
esa insospechada admiración, que luego terminaría en amor irrefrenable. Y loco.<br />
Cuando ellos, Matilde y Roland, contaron la idea de unirse, la familia reaccionó y se opuso. ¡Era<br />
tan sólo una niña! Dijeron. Pero con la oposición y todo lo demás, el triunfo de lo irresistible se<br />
hizo presente: logró el consentimiento anhelado, pudo decir sí ante el altar, y se comprometió<br />
consigo misma a hacerle olvidar los penosos recuerdos que tenía a la espalda su futuro esposo, y<br />
comenzar una nueva vida. A pesar de su corta edad, si Roland venía escapando de una perdida<br />
guerra tal vez estúpida, pensó que ella sería capaz de darle toda su paz. Y amor, comprensión y<br />
tierno cariño. Sanarle todas las lastimaduras del alma. ¡Ser ella una heroína! Eso se ilusionó en<br />
llegar a ser.<br />
Al poco tiempo, coronando este encuentro de almas y cuerpos, comenzaron a originar en su<br />
aparición, ¡las criaturas más lindas del mundo! Según Matilde, pues eran las suyas. Años felices.<br />
Trabajaban, se amaban y de a poco prosperaban formando el nido. Los trinos se cambiaron por<br />
dulzones cantos de cuna. Su juventud no era impedimento para salir adelante con su hogar. Se<br />
multiplicaba en todos los quehaceres de su casa, a los que estaba algo acostumbrada en la<br />
hacienda ayudando a su madre. Las niñitas eran su máxima preocupación y las disfrutaba casi<br />
como jugando a las muñecas con ellas, vinieron cada dos años (eran dos), y habiéndoles dado su<br />
alimento, cantaba para que se durmieran. Esperaba a su esposo amado, con una rica cena<br />
compartiendo momentos bellos de intimidad soñados. Estaba profundamente enamorada de<br />
Roland, ansiaba poder brindarle todo aquello que las condiciones de vida anterior, le habían<br />
negado. Sus historias contadas con pasividad en las noches de tertulia, seguro que eran más<br />
reales que las leyendas de la abuela Nicasia, en aquella cocina inolvidable.<br />
Del provenir ni se preocupaba, el hoy contaba en forma maravillosa, las pequeñas cosas que<br />
ambos gustaban de compartir en la simpleza de la naturaleza, quien cual madre afectuosa<br />
rodeábales con amoroso beneficio. Mirando crecer a sus hijitas como bellas semillitas<br />
germinadas de un amor total.<br />
43
Pero, un día en que viajaron juntos con su esposo a la capital, Santiago, en pleno centro les<br />
detuvo una mujer que tendió a abalanzarse sobre ellos con ira y dolor; gritando a Roland su poca<br />
hombría de haberla abandonado después de hacerla en su país, Checoslovaquia... su esposa. Él<br />
miró extrañado y se hizo el que no le entendía.<br />
¿Sería verdad? ¿Se habría casado antes que pujara por tener a la joven Matilde de madre de sus<br />
hijitas? ¿Existirían otras Renner antes de que llegaran las suyas? Matilde intentó olvidar el<br />
amenazador momento y dejarlo como un incidente casual y de la calle, en donde muchas veces<br />
andan sueltos, los que no deben. Nada dijo al regresar al campo, aquella noche. Se quedó con la<br />
duda, era preferible antes que perderlo, por discutir aquel incidente poco claro.<br />
Sin embargo al tiempo se mudaron a otro campo, cercano a la cordillera de bellísimos paisajes,<br />
mejor en vivienda que la ocupada en la estancia, en casa del mayorazgo. Se estaban alejando de<br />
su familia - que amaba tanto - y fue demasiado rápido su esposo al decidir el cambio, que realizó<br />
sin darle explicaciones.<br />
Mientras en Europa, la vida no llevaba ese ritmo de inquietudes. Nada había quedado resuelto<br />
totalmente en la primera guerra, a pesar de tantas muertes y daños. En vano se había detenido<br />
la historia de la humanidad completa. El desarrollo industrial y cultural logrado a esa fecha,<br />
marcaba cualquier conflicto privado de países, a su fin, desde ese momento un pequeño<br />
enfrentamiento fraccionario, habría de significar la separación internacional en bandos que<br />
rápidamente se unían, dispuestos a defender principios ideológicos cada vez más complejos, o<br />
formas de desarrollo económico intransable, por los estados interesados, lo que conllevaba al<br />
riesgo de la guerra permanente.<br />
Esta idea que ponía en peligro a la comunidad internacional, haría planificar a mitad de siglo la<br />
creación de las Naciones Unidas. Pero, antes debió ser comprobada en toda su magnitud con un<br />
saldo de sobre los 30 millones de muertos: la Segunda Guerra Mundial.<br />
El quiebre, de los modelos ya ineficaces al paso del tiempo, llevaron a que Italia desembocara en<br />
el fascismo, y Alemania, en el nazismo. También en Rusia el caldo de cultivo de la guerra hizo que<br />
la efervescencia social determinara el éxito de la Revolución Bolchevique, con el derrumbe del<br />
Zarismo y el surgimiento de una nueva ideología social: el marxismo - leninismo.<br />
44
Algunos por qué de la 2ª Guerra Mundial.<br />
Capítulo 5<br />
De vuelta a <strong>Austria</strong><br />
Alemania muy pronto se dio cuenta que no podría pagar la deuda por las reparaciones<br />
económicas, exigidas por los Aliados al finalizar la 1ª guerra. En 1923, solicitó un nuevo plazo.<br />
Francia, Italia y Bélgica respondieron enviando tropas a la zona del Rin. Aún así el político<br />
norteamericano Charles Gates Dawes, creó un plan, el Plan Dawes de empréstitos americanos<br />
para la recuperación de Alemania, en 1924. Alemania pagó de reparaciones a los antiguos<br />
aliados: 8 billones oro, en el primer año. Y recibió, sin embargo 25 billones oro como préstamos<br />
extranjeros. Fueron los grandes industriales los que se beneficiaron con la inflación: ellos<br />
negociaban en marcos oro, y a los obreros les cancelaban en marcos desvalorizados. El<br />
significado de la tremenda inflación a que estaba sometida la clase trabajadora, pagado su<br />
salario en monedas que sólo eran papeles sin valor.<br />
Por otra parte, con el fin de atenuar la caótica situación económica de miseria y descontento, el<br />
gobierno alemán bien inspirado, inició una serie de obras públicas y planes destinados al<br />
desarrollo a corto plazo, los cuales fueron financiados con emisión inorgánica de dinero, lo que a<br />
la postre desencadenó una desorbitada inflación también.<br />
La harina, base fundamental del pan de cada día, y de la dignidad del hombre... estaba en manos<br />
de monopolios judíos, que la cobraban a un muy excesivo precio. La leche y el azúcar se podía<br />
conseguir en el mercado negro, pero había que ser rico, puesto que los precios eran muy altos,<br />
además de considerarse antipatriota al que a espaldas de las autoridades, los obtenían. Sin<br />
embargo todo lo que el pueblo no lograba divisar de comidas, lo tenían los oficiales. Dejando con<br />
hambre a la gran mayoría, que no la podían adquirir.<br />
La terrible destrucción provocada por la guerra, la acentuada desigualdad social, la brusca caída<br />
del antiguo régimen y el advenimiento no menos brusco de la República, así como la pobreza de<br />
la gente, la insuficiencia del comercio, falta de alimentos básicos para todos, y el temor a Rusia<br />
comunista, contribuían a impedir el real afianzamiento de la democracia. Eso contribuyó al éxito<br />
del nazismo.<br />
Ya un 8 de noviembre de 1923, desde la cervecería de Munich, Hitler proclamó un nuevo<br />
gobierno instalado en esa ciudad. <strong>Desde</strong> ahí partirían sobre Berlín (imitando al Duce de Italia; el<br />
caudillo) quien hasta 1922 era socialista, y había dado un golpe con sus camisas negras<br />
diseminadas por todo el país, organizados militarmente pertenecientes a todas las clases<br />
sociales. Y todo con la autorización del rey Víctor Manuel III.<br />
Sólo que a Hitler no le resultó: fue encarcelado con un hombro dislocado, y condenado a purgar<br />
cinco años de prisión. Salió absuelto antes del año. En la prisión de Landsberg escribió “Mein<br />
45
Kampf”- mi lucha - la biblia del nazismo.<br />
Hitler raro espécimen humano: proclamaba altanero y exaltado que: ... estaba limpiando al<br />
mundo de microbios, y esto se leía en los muros de un modo especioso, aparente y engañoso.<br />
Talvez apoyado en el conocido lema “mentir, mentir que algo queda”, en una propaganda<br />
realizada por entes diabólicos, especialistas en su acción muy particular de dividir al núcleo de<br />
habitantes de Alemania, dejando una dolorosa separación entre los espectros horrorizados en<br />
que se habían convertido los alemanes y judíos; sin esperanza. Y la utópica idea nueva de<br />
espejear un imperio con una raza superdotada, en la ilusión engañosa de un Imperio del Mundo,<br />
sin azul. ¡Tristemente sin azul!<br />
El nacionalsocialismo encontró sus fuentes de inspiración en el filósofo alemán Federico<br />
Nietzsche, cortante y agresivo sostenía el vivir por encima del dolor, en su “Así hablaba<br />
Zaratustra”... desprecio por los débiles, exaltación de la guerra como estimulante de energía,<br />
para crear un superhombre, funda su doctrina en el vitalismo metafísico y voluntad de poderío,<br />
esa visión brillante, fantástica “que florece como una orquídea exuberante, pero parásita de un<br />
tronco, carcomido por la degradación servil”. También escribió: los alemanes son un pueblo<br />
peligroso, saben embriagarse. Increíblemente él fue llamado “el más peligroso de los filósofos,<br />
tal vez por su reconocimiento de dos morales distintas: una para los amos, y otra para los<br />
esclavos”. Esa dualidad fue aceptada por unos cuantos fieles, acomodándose a cualquier<br />
situación. Ni su amistad con Richard Wagner cambió su pensar, sino al revés. Su idea se deformó<br />
aún más en la práctica del nacionalismo simbolizando otros seres: dictadores duros y crueles;<br />
ambiciosos que no tienen ninguna de las virtudes que él exigía al superhombre.<br />
También se fundamentó en panegiristas de la patria alemana como Stefan George, poeta de<br />
inspiración simbolista, y Arturo Möller. Heinrich Von Treitschke, historiador alemán cuya obra<br />
notable fue Historia de Alemania, en el siglo XIX. Y exaltadores de la fuerza como el conde<br />
Revenlow, geopolíticos como Haushofer, Lamprecht, el historiador que admiró tanto al Káiser...<br />
porque decía del pueblo alemán: “la sal de la tierra” y él mismo creyó siempre en la sublime<br />
pureza de la raza alemana, investida de una misión especial y divina que le correspondía en ese<br />
Imperio Universal, del que hablaba el Emperador; encargado de la felicidad del mundo. Y por<br />
último, teóricos como Rosenberg, que influyó notablemente en las ideas racistas y antijudías de<br />
Hitler.<br />
La parte externa, como el fascismo, se cubría con multitud de actitudes llamativas: banderas,<br />
luciendo la svástica o cruz gamada tomada de la mitología, camisas pardas, saludo con el brazo<br />
en alto, férrea disciplina etc. El programa ideológico se fundaba en que de “entre todas las razas<br />
del mundo, la aria, la germánica y la nórdica debían ser y concentrarse alrededor del núcleo<br />
alemán, y ejercer toda la autoridad que Dios les ha concedido”.<br />
Hitler partió de la idea de que la raza aria formada por germanos y nórdicos, dotada de talentos<br />
especiales: tenía que gobernar el mundo. Los alemanes son un pueblo de señores, en tanto los<br />
judíos y los esclavos son infra hombres, por tanto los judíos son arrojados del suelo alemán y los<br />
esclavos sometidos a la esclavitud.<br />
46
A medida que crecía el desorden, la cesantía y la miseria en toda Alemania, aumentaba el<br />
minúsculo grupo nazi. Hacia el comienzo del año ’30, ya tenían en el Reichstag o Parlamento, a<br />
una docena de representantes. Valiéndose de la más astuta demagogia, y atizando el odio contra<br />
los comunistas y judíos, consiguió apoyo de todas las clases sociales: hasta de los obreros<br />
cesantes. Así en 1933, es nombrado Canciller por el anciano mariscal von Hindenburg. Con<br />
presiones y artimañas se resguarda para pedir facultades extraordinarias, y así suprimir las<br />
libertades constitucionales. Con la ayuda de la “Gestapo” o policía secreta política, inicia un<br />
reinado de terror, que habría de durar varios años.<br />
Comenzando por detener en masa a los afiliados de los partidos de la oposición, llevándolos a los<br />
campos de concentración; la tortura y la flagelación imperaban, y en Alemania era sabido que el<br />
movimiento nacionalsocialista estaba tomando terrible venganza, sobre aquellos que tenían la<br />
temeridad de oponérsele.<br />
Angustiados y temerosos, sentían vergüenza de ser alemanes. Ellos eran los alemanes criteriosos,<br />
y respetuosos de la esencia de la vida, que consiste en el respeto a las libertades individuales, no<br />
aceptaban eso brutal de que “el fin justifica los medios”. En este período de brutalidad de los<br />
nazi, no se perdonó a los extranjeros; Hitler al ser criticado por Inglaterra, indignado y colérico<br />
dijo: “que no era él quién había inventado los campos de concentración; si no un inglés”.<br />
Falleció Hindenburg el ‘34, y Hitler asume la totalidad del poder. Su disposición era vengar la<br />
afrenta de Versalles, y el Tratado - del que dijo “era sólo un papel”- e inicia una política<br />
expansionista a toda costa, ya un 14 de octubre de 1933, se retira de la Conferencia de Desarme<br />
de Ginebra y de la Sociedad de Naciones. El 26 de enero del ’34 firmó un pacto de no agresión a<br />
Polonia, embaucando que aceptaba las fronteras orientales, engañando a los aliados. Seis meses<br />
después cuando le fracasó la violencia y la intimidación de unir a <strong>Austria</strong> con Alemania,<br />
(Anschluss) ensayó un nuevo camino. <strong>Austria</strong> era fascista, sin embargo no aceptaba la<br />
dominación alemana.<br />
Así, la tarde del 25 de julio de 1934, los habitantes vieron cómo nazi austríacos teledirigidos<br />
desde Berlín, se tomaron la Cancillería de Viena, y la emisora de radio. Mientras un grupo<br />
asesinaba al Canciller Dollfuss, otro difundía por radio la noticia de que los nazi se habían tomado<br />
el poder. Mussolini envió rápidamente divisiones italianas a la frontera austríaca, y anunció<br />
públicamente que defendía la independencia de <strong>Austria</strong>. Ésta por el momento estaba a salvo.<br />
Pero, en elecciones libres celebradas el 13 de enero de 1935, los habitantes del Sarre votaron en<br />
un 90 % a favor del retorno, a Alemania. Este plebiscito aumentó el prestigio de Hitler, y desde<br />
luego impresionó a los pacifistas extranjeros.<br />
En este sistema decretó que los padres debían entregar a los hijos de diez años, al control de las<br />
escuelas especiales para formar parte de la juventud hitleriana; también las niñas a la Liga de<br />
Muchachas alemanas, y más tarde al Servicio del Trabajo. Los excepcionalmente dotados debían<br />
asistir a las escuelas Adolfo Hitler, para pasar a una educación política, preparándolos para la<br />
futura dirección del Estado. En dichas escuelas se les ofrecían a los jóvenes muchas cosas<br />
47
excelentes, tal vez, pero les marcaba una hostil influencia hacia el cristianismo amenazando a los<br />
pastores, y llevándolos a juicios inexplicables.<br />
Un viernes 7 de octubre de 1938, el Cardenal Arzobispo Innitzer predicó en la Catedral de San<br />
Esteban, en Viena. Era la primera vez después del Anschluss, que tenía lugar una manifestación<br />
católica. Luego del sermón un numeroso grupo de jóvenes, se reunió frente al Palacio del<br />
Cardenal gritando “Viva Cristo, viva Innitzer”, el Cardenal salió al balcón y recibió los saludos. Sin<br />
embargo, rápidamente se organizó una contra manifestación, y el día 8 por la tarde grupos de<br />
jóvenes pertenecientes a las formaciones de asalto y juventudes hitlerianas vestidos de paisanos,<br />
empezaron a llegar en grupos de cinco, a la plaza de San Esteban, armados con escaleras y<br />
garrotes. Las primeras fueron adosadas a la pared de la fachada del palacio, y los muchachos<br />
entraron al primer piso, después de destrozar las ventanas. Destruyeron todos los cuadros<br />
religiosos que encontraron, sin tocar otros. Destrozaron los bustos de los Papas, robaron tres<br />
anillos episcopales y valiosos cálices. Recogieron ropas incluso del Cardenal arrojándolas al patio<br />
con muebles valiosos, y les prendieron fuego. Protegido por sus criados el Cardenal huyó al<br />
desván.<br />
El Nuncio de Su Santidad llegó a Viena procedente de Berlín, para averiguar lo ocurrido. Pero no<br />
se le permitió hablar ni ver al Cardenal. Se convocó una reunión de todos los párrocos de Viena<br />
para leer una carta protesta en todas las parroquias, el domingo próximo. Nunca llegó a ser leída.<br />
Tres meses después, el 16 de marzo, Hitler abolía todas las restricciones del Tratado de Versalles<br />
sobre el rearme alemán. Pidió reclutamiento militar general, anunció el renacimiento de una<br />
fuerza aérea alemana en tiempo de paz, con 550 mil hombres. Y, cuando se suponía era<br />
indispensable una paz para hacer surgir a los pueblos en todos los ámbitos: económico, en la<br />
unión tecnológica y cultural, en avance en la industria, en las siembras, y sobre todo paz en los<br />
corazones de los hombres con tantas heridas sin cerrar; comienzan nuevamente las agresiones...<br />
por las ambiciones desmedidas.<br />
Mientras en <strong>Chile</strong>, emotivamente Roland tenía reminiscencias de su patria y de su familia, cartas<br />
iban y cartas venían a su casilla, en correspondencia mantenida con sus hermanas. Su alto poder<br />
de convencimiento - que sí lo tenía - llevó a Gill, ahorrativa y trabajadora, a cancelarle los<br />
pasajes de regreso a <strong>Austria</strong>, para poder abrazar al hermano tan querido, encantador y simpático<br />
al que hacía tantos años no veía, desaparecido en su emigración a la América, en que primero<br />
trabajó como instructor aéreo en Brasil, y luego de administrador de hacienda, en <strong>Chile</strong>. Cuando<br />
se escapó del caos en aquella ocasión, tan desalentado; en que ni siquiera conseguía un trabajo y<br />
le tocó escuchar a algunos soldados alicaídos, su conversación de la posibilidad de embarcarse<br />
hacia la América. Muchos lo hicieron en la necesidad de olvidar lo anterior, e intentar el inicio de<br />
un renacer en ese éxodo. Él siguió el mismísimo camino, y en la minusvalía de otros<br />
conocimientos comenzó en Brasil su primer trabajo como instructor aéreo, que era lo que sabía<br />
hacer. Y con su lenguaje, precario y torpe para cualquier ilustrado, se ganó la simpatía entre los<br />
jefes poco doctos del país cuyo predominio en su población era la raza oscura. Pero,<br />
manteniendo presentes los recuerdos nostálgicos que fueran sentimentalmente avasallantes - y<br />
casi lo dejan tieso - al borde de años anteriores.<br />
48
Roland en la 1ª guerra, había sido hecho prisionero en Rusia, y en esa oportunidad al fugarse<br />
herido hacia la frontera de su país, fue recogido por una familia sencilla de Checoslovaquia de<br />
campesinos sin linaje, muy simple pero humanitaria, que curó sus heridas y lo alimentó. En aquel<br />
entrañable hogar también se le proporcionó otra curación, que tal vez fue la decisiva: Amor.<br />
Agradeciendo el gesto de volverlo a la vida; se casó con la hija adolescente, enamorada de él<br />
cada día más, en la larga convalecencia. Fue la que le sanó las heridas corporales... y un poco las<br />
del alma.<br />
La falta de trabajo remunerado en esos momentos, para suplir las necesidades básicas de la<br />
naciente familia, le impulsó a decir a su joven cónyuge que él iría a Viena, en busca de algo<br />
mejor. Y que regresaría a buscarla, en cuanto lo consiguiese. Dejó Checoslovaquia solo, siguiendo<br />
su rumbo definitivo o lejano. Pero no le gustaba el compromiso. Era muy joven y demasiado<br />
inmaduro, sentía que no podría asumir las responsabilidades naturales de su enlace; y partió a<br />
Brasil. Sin dar explicaciones a la que era su esposa, siguiendo el impulso de algunos camaradas, y<br />
en esa forma se alejó cortando lazos afectivos; él creía que definitivamente.<br />
Pero, para su mujer checa había significado todo: fue su marido, su primer hombre y lo amaba.<br />
Consiguió un trabajo de enfermera, juntó dinero y con mucha cortesía pidió a los familiares de su<br />
esposo, la dirección en que se encontraba; aduciendo la falta enorme que le hacía su compañía.<br />
Respondieron que solamente su comunicación era a la casilla donde le enviaban sus cartas, y<br />
quedaba en <strong>Chile</strong>, en América del Sur.<br />
Con sutilidad angustiada, comenzó la búsqueda increíble, durante una eternidad; en país<br />
singular, con idioma difícil y poco dinero, venida en un carguero como enfermera del barco, y<br />
aventada por los recuerdos, del corto amor de su vida. Al encontrarlo por fin en la capital del<br />
extraño y largo territorio, llevando del brazo a otra mujer o esposa, sintió deseos criminales en su<br />
contra. ¿Cómo era posible? ¡Todos los sacrificios realizados por ella! Hasta se arriesgó a venir por<br />
estas perdidas latitudes, que poco sabían de ellas en Europa, y tratar de hablar algo de<br />
castellano, deletreando como en el silabario. Realizó en aquella oportunidad, su confrontación<br />
primera en alemán... fue lo que más rápido salió de su boca. Después silabeó es-po-sa para que<br />
la otra dama supiera que había sido casado antes; ¡con ella!. Soy tu es-po-sa. Pero Roland ni la<br />
escuchó. La mujer checa sintió que allí se moría su amor por él; y era definitivo, para siempre.<br />
Estaba enamorado de su Matilde, el pasado era para él - sólo eso.- ¡Pasado! Y nada más. Así fue<br />
que ideó rápidamente cambios de domicilio, y por supuesto de trabajo. Sin dar explicaciones<br />
llevó a las niñitas y a Matilde a la hacienda más cercana a la cordillera; evitó por un tiempo los<br />
viajes a la capital, donde pudiese volver a encontrarla. Él no la quería.<br />
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Capítulo 6<br />
Rasgos históricos (2ª parte).<br />
Cuando le llegaron los pasajes a Roland, comprados por su hermana Gill, dijo a su esposa que<br />
arreglase las mínimas ropas de las niñas, pues marcharían a embarcarse al puerto de Valparaíso,<br />
y allá en su patria, comprarían lo que les hiciese falta.<br />
Con muchas ilusiones de lo que sería ese encuentro o, reencuentro; luego de tanto alejamiento,<br />
partieron a Europa. Sin suponer los avatares increíbles que les asignaría a cada quién, el destino<br />
burlón e impredecible.<br />
Matilde equipó las valijas para las niñitas y una bebé, sintiendo la necesidad de llevarse algunas<br />
fotos para mostrar a su nueva familia, de los seres queridos que quedaban en <strong>Chile</strong>. También<br />
agregó precavida, lanas y palillos para aprovechar el tiempo tejiéndoles algunas prendas,<br />
pensando en el frío intenso de esos lugares. ¡Más que en <strong>Chile</strong>! Le había advertido Roland, y acá<br />
en su casa cercana a la cordillera el frío seco no era poco.<br />
Al día siguiente habiéndose despedido en tierra, de su madre con un apretado abrazo, de su<br />
papá con muchos besos en las mejillas, de sus hermanos y de la abuelita Nicasia, con bastantes<br />
lágrimas en sus ojos negros; partía con su pequeña familia embarcada en la aventura de seguir a<br />
su amado esposo.<br />
Miró el entorno del puerto de Valparaíso casi con las ganas de llevárselo a cuestas. Sería la última<br />
visión que tendría del principal puerto de su querido <strong>Chile</strong>. En el cielo de todos los cerros brillaría<br />
en el futuro: una estrella extra. Para resaltar la hermosura en especial, a los ojos de quién recién<br />
arribara a sus muelles.<br />
¡Sería a corto futuro, ella misma!<br />
Sólo conoció el lugar para abandonarlo; lo fijó en sus pupilas y en su interior para llevárselo<br />
prendido, a esa tierra lejana. Con toda su familia alrededor, tal vez humilde y sencilla; pero que la<br />
amaban y extrañarían siempre.<br />
Era la oportunidad de presentar su lindo grupo familiar chileno a su familia en <strong>Austria</strong>, pensaba<br />
orgulloso Roland. Se había venido solo, ahora estaba regresando con cuatro integrantes más.<br />
Además esta invitación costeada por su hermana - y forzada por él - era una forma económica<br />
de volver a sus raíces, lo había deseado tanto. Quería aprovecharla. Total era tiempo de paz. Y si<br />
todo andaba bien, a lo mejor hasta podría conseguir un nuevo trabajo que les diese la<br />
oportunidad de quedarse en <strong>Austria</strong>, pensó. Pero esa idea se la guardó. No podía prever los<br />
enormes cambios que se comenzaron a detectar a pocos meses de llegar. ¡Ya no era su misma<br />
patria!<br />
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Para Matilde fue tremendo lograr asimilar la idea, esa que en un tiempo atrás, no lejano, le<br />
pareciera tan terrible: dejar la familia, la patria, las costumbres. ¡Sus pequeñas grandes cosas! No<br />
encontraría un hulpo para refrescarse, ni la jofaina con agua de la noria: fresca y dulce. No<br />
tendría un alazán a quién montar y recorrer las tierras plantando, desmalezando vigilando el<br />
crecer de cada siembra; buscando las primeras frutas maduras de la arboleda benefactora. Debía<br />
y quería seguir al esposo a donde él fuese, y si volvía a su país de origen, allí estaría con su gran<br />
amor, a costa de un máximo sacrificio de llevar hasta una bebé de pecho; en un viaje que en<br />
otras condiciones podría haber sido idílico. Era más fuerte el amor.<br />
Una vez en <strong>Austria</strong> al avanzar hacia el norte, a la capital situada sobre la margen derecha del río<br />
Danubio, que recorre no menos de siete países en sus 2.778 kilómetros y que sólo cuando llega a<br />
Viena... se amansa - quizá ante tal hermosura - admiró el ancho río casi gris, eslabón que<br />
mantuvo unido el Imperio hasta 1918, y que luego el Tratado de Paz internacionalizó. ¿Cuántos<br />
poetas y artistas rimarían versos y trovas en su danza interminable? El Danubio Azul, en<br />
compases de vals, lo habían danzado en su matrimonio.<br />
Mientras avanzaban en el Opel que los acercaba a su destino final, en silencio y circunspecta ante<br />
todo lo nuevo, la romántica Matilde, admiraba los edificios bajos y adornados en su arquitectura,<br />
con tan magnífico esplendor. Todo era desconocido para ella, miraba con encandilamiento el<br />
entorno que se le presentaba ante sus ojos, ella jamás había caminado por semejantes ciudades,<br />
su hábitat siempre fue el campo y lugares rurales, y tanta belleza realizada por la mano del<br />
hombre la dejaba impactada: esas increíbles construcciones como Werkbundsiedlung construido<br />
por uno de los más importantes arquitectos austríacos de los años veinte: Josef Frank. Otras<br />
construcciones antiguas como la joya gótica más preciada de la ciudad por ser casi, la más bella:<br />
Catedral de San Esteban, con sus 137 metros de altura y tan estilizada en un gótico austríaco. La<br />
Votivkirche a imitación de las catedrales góticas francesas del siglo XIII, erigida por Maximiliano,<br />
hermano de Francisco José, que nace por voto de gratitud al salvarse el Emperador del atentado<br />
contra él, en 1853. Su intrépida estructura neogótica se debe al arquitecto Heinrich von Ferstel,<br />
que con sólo 27 años ya era autor de la Universidad: las dos torres de 99 metros de altura,<br />
culminando en sendas agujas que enmarcan la fachada sobre la que se abre un espléndido<br />
rosetón. Karlskirche era en otro estilo pero igualmente impresionante con pronaos en el cuerpo<br />
central, y alta cúpula ovalada y los dos torreones a los lados. Palacios bellísimos como el Rathaus<br />
vienés, siguiendo el modelo del ayuntamiento de Bruselas, que se edificó entre los años 1872 y<br />
1883, con el proyecto del arquitecto venido de Colonia: Friedrich von Schmidt (arquitecto<br />
además, de la Catedral de San Esteban). El edificio neogótico se mostraba como una de las más<br />
monumentales construcciones que surgían en el Ring. Sus balcones, estatuas, miradores, reloj,<br />
con su torreón central, con aguja, de una altura de unos cien metros, estaba coronado por el<br />
Eiserne Rathausmann, o sea, el “hombre de hierro del Ayuntamiento” edificado en un lugar de<br />
extenso campo, destinado antes a desfiles y ejercicios militares, en la zona del Ring, la famosa<br />
arteria que encerró anularmente la ciudad, sustituyendo las viejas murallas.<br />
La Albertina con la colección de arte gráfico, realmente única en el mundo, desde el Medioevo,<br />
con acuarelas, grabados y dibujos: la célebre “Graphische Sammlung” con los dibujos y colección<br />
casi completa de Durero. El Volkstheater que dejaba pegada – prácticamente - la vista en él, y el<br />
51
Burgtheater como mejor exponente, de los muchos teatros que denotaban el interesante<br />
panorama de vida artística, histórica y cultural del antiguo Imperio, ahora fenecido. ¡Maravillosas<br />
reliquias! Y seguirían conociendo ... el Palacio de Liechtenstein, el extenso Castillo del<br />
Schönbrunn con su glorieta en alto abarcando la visión de toda Viena, sus parques y su “schönen<br />
Brunnen” – hermoso manantial. – Y el Belvedere, morada principesca de verano del príncipe<br />
Eugenio de Saboya, que él mandó construir. Y Möedling en que se encuentra la tradicional<br />
Columna de la Trinidad o de la Peste, que fue vencida. Mayerling, con su tragedia que lloran a<br />
María Vetzera y a su amante Rodolfo, hijo del emperador y único heredero al trono.<br />
Roland muy orgulloso de su país, quería que su Matilde viera todo lo más significativo, y así<br />
recorrieron lento en un tour propio, sentados en el cómodo Opel.<br />
La puerta del antiguo Palacio Imperial de San Miguel, le dejó una visión de la Ringstrafe, hermosa<br />
avenida bordeada de árboles y magníficos edificios armónicos, construida sobre los vetustos<br />
cimientos de las murallas que encerraron unos seiscientos años a Viena. Ahí se encontraba la sala<br />
de Ópera del Estado, los Museos de Arte, de Armas y de Historia Natural, la Universidad y la bella<br />
Catedral de San Esteban, cuya torre erguida y majestuosa, les acompañó a la distancia por donde<br />
andaban, en su desplazamiento, para que ella conociera. Al centro de la vieja ciudad estaban las<br />
más elegantes tiendas, y las mansiones palaciegas de la antigua nobleza. Viena y su tradición<br />
musical, con los no tan módicos precios a los conciertos celestiales, y a las óperas, permitiendo<br />
un acceso selectivo, a quién quisiera estar cómodamente sentado en el espectáculo. Otra, era<br />
permanecer de pie en ellos y admirar todo lo mejor de las artes y la cultura en esa posición, por<br />
un menor precio.<br />
Matilde contempló al paso los anuncios de un precioso teatro. Su panorámica la hechizó, y volvió<br />
la cabeza para seguir mirándolo. Roland se lo tradujo, se anunciaba en cartelera: “El Buque<br />
Fantasma”, de Wagner. ¡Ella se sintió como una fantasma! Un espectro arrancado a sus raíces<br />
chilenas; era una visión efectiva sólo para los que la miraban, más su alma había quedado en<br />
<strong>Chile</strong>, aferrada a esa tierra que la vio nacer y crecer, haciéndose mujer. Y que no la recibiría en el<br />
paso definitivo hacia la incógnita misteriosa, del Más Allá.<br />
Lo más triste que quedó grabado en sus retinas, fue el rostro de su madre en aquella despedida<br />
dolorosa; parecía que como un sortilegio o una premonición negativa, su progenitora tenía la<br />
certeza, de que no la volvería a ver nunca más. Como le había comentado que tampoco podría<br />
perdonar al extranjero que se la había arrebatado del dogal de sus brazos, sin haber cumplido los<br />
veinte años siquiera, dejándola sin la mirada dulce, de su alegre flor primera. Su amada hijita.<br />
Suspiró Matilde, levantando su mano y pasándosela por la frente, como para olvidar la pena, la<br />
inmensa pena que vio en aquellos ojos fraternos. ¡Es la vida!<br />
Continuando la trayectoria el vehículo les fue acercando hacia los famosos cafés, surgidos en el<br />
siglo XVII, ahí divisó “Aída” con sus melanges y pastelillos. Éstos se han enseñoreado hasta el XX,<br />
donde los vieneses reunidos por tres o más horas bebían café, hacían tertulia, comían los típicos<br />
pasteles y escuchaban las noticias en las radioemisoras, leían los diarios. ¡Esas noticias<br />
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esperadas, comentadas y evaluadas!... Que se tornarían cada vez más desalentadoras.<br />
Un país de costumbres especiales, tan especiales y multifacéticas. País, tal vez pionero en<br />
diferentes creaciones en leyes sociales de prestaciones de servicio a la comunidad; en cajas de<br />
seguro de enfermedad conducentes a todos los ámbitos del quehacer nacional, vale decir minas,<br />
fábricas, talleres metalúrgicos, centrales eléctricas, trabajadores de empresas comerciales e<br />
industriales, rurales; tanto en lo privado, como en lo del Estado. Que ya había contratado, a<br />
principio de siglo, a la primera funcionaria pública en la Inspección del Trabajo en Viena, y de<br />
igual forma se había preocupado de las pensiones del sector privado. Creado el Ministerio de<br />
Salud Pública, el de Bienestar Social, como también la Ley de Desempleo, de Vejez y de Invalidez.<br />
De Seguro contra accidentes del trabajo de los campesinos y de los trabajadores de ciudad, y que<br />
también ya tenía estipulado el tiempo en las jornadas laborales de ocho horas, así como<br />
descanso dominical y días feriados, en empresas industriales. Igualmente beneficiando a la<br />
madre que pare un hijo, dejándola permanecer dos años y medio junto a él, para su mejor<br />
crianza y contacto maternal directo, que deja una grata huella, esa que dura para toda la vida en<br />
el pequeño ser. Y pagándole su salario a la mujer igual que si estuviera trabajando, además de<br />
una ayuda estatal equivalente al gasto que pueda ocasionar la nueva vida, llegada.<br />
Tanto para revisar y aprender.<br />
<strong>Austria</strong>, significó para Matilde todo un aprendizaje global desde el comienzo. Las antiguas y<br />
bellas construcciones consiguieron en ella, lo que en todo ser que las ve por primera vez:<br />
embelesarla con toda su armonía y belleza. Las comidas al comienzo no le agradaron nada,<br />
pero... se acostumbraría. La escasez de carne llevaba a preparar platos con muchas verduras,<br />
sobre todo judías, (porotitos verdes). Le encantó los postres y masitas rellenas con ciruelas y<br />
pasas de uva; también las empanaditas de peras. Si se miraba al espejo, encontraba que su<br />
vestimenta nada tenía de austríaca. Sólo era una valiosa chilena, aunque no lo supiese, que<br />
tendría que cambiar sus ropas, ¡no su interior! Eso nunca. Por las influencias típicas, allí vestían<br />
coloridos y alegres trajes tradicionales del Tirol, también se veían damas muy clásicas de traje<br />
sastre y sombrero.<br />
Excepcionalmente en sus comidas había mezcla de salado y dulce: que hacían la función de plato<br />
principal; luego venían sus postres tan exquisitos y sus golosinas de gran calidad, en una<br />
costumbre en que predominaban los alimentos autóctonos de todas las tradiciones que legaron<br />
los países que constituyeron antes un solo territorio; la cerveza producida en Salzburgo, para<br />
guisar. Y beberla también. Semillas de amapola o adormidera, bien molidas aderezando los<br />
guisos; frutas y cremas rellenando diferentes pastelillos. Y las sopas ácidas o Stosuppe,<br />
fermentada con leche ácida, con lo que tomaban desayuno, todos los días. Ya tarta Sacher, con<br />
nata batida por el desayuno del día domingo, o rosquillas, bizcochos o buñuelos. De almuerzo se<br />
podía comer las judías, carpas, albóndigas condimentadas con hierbas como albahaca, melisa,<br />
salvia, estragón.<br />
Y para qué especificar sus otras raíces culturales, con tal amplitud en todos los ámbitos del<br />
conocimiento, por algo el camino escogido para su perfección personal de tantos creadores<br />
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determinando: poetas, filósofos, músicos, arquitectos, escritores que sin duda se inspiraban en el<br />
maravilloso paisaje de la diversidad de regiones, montes, valles y lagunas donde aún no<br />
ingresaba el cemento y el hormigón. La extensión de verde, en que se podía perder la mirada<br />
entre sus considerables y bellos bosques; los bosques de Viena con sus pueblos antiguos como<br />
Sulz con sus tradiciones y el doblar armónico de tantas campanas, a setenta kilómetros de la<br />
capital, y Mödling, en WienerWald.<br />
En 1913, era considerado como el más grande Imperio de Europa, después de Rusia. Y, que a<br />
pesar de haberse desintegrado a la caída del Imperio en 1918, y de haber quedado sin sus<br />
principales zonas productoras de alimentos, se vio obligado a desarrollar los recursos agrícolas,<br />
en los pedazos de tierra que le quedó. En ese tiempo ya producía el sustento para las tres cuartas<br />
partes de su población; hasta podía exportar derivados de la leche, y maderas de sus bosques.<br />
Poseía el país tantas riquezas naturales, pero estaba detrás el valioso espíritu de sus hombres<br />
responsables y metódicos, radical brote mágico, árduos trabajadores que con tenacidad se<br />
reponían a cada embate del destino. ¡Y de sus gobernantes!<br />
Corrían los primeros años de la década del treinta, y un doce de febrero del ’34, se produce una<br />
guerra civil entre los Social Demócratas agrupados en la “Liga de Defensa Republicana”, que se<br />
enfrentan a las fuerzas Social Cristianas: Milicias Burguesas que en su parcialidad eran de<br />
extrema derecha. El partido Social Demócrata es prohibido, con el surgimiento de un Estado<br />
autoritario. Con ello surge con más fuerza - y el apoyo alemán - los nacional socialistas.<br />
Cuando Roland piensa al llegar a su país, encontrarse tal vez con una taza de miel y leche, se<br />
halla inmerso en todo lo que implican los cambios, en esos instantes casi de lo dulce y agraz;<br />
quedaba sólo lo último. Era la época en que comenzaba definitivamente a funcionar el nacional<br />
socialismo en Alemania, que tristemente estaba dividida en muchos que apoyaban al Reich<br />
alemán; y grupos que formaban la heroica resistencia austríaca. Implicando el funcionamiento<br />
mismo del sistema, toda la aberrante consecuencia del decomiso y los ghetos.<br />
Sin embargo, ni se hablaba del inicio de la Segunda Guerra Mundial.<br />
Igual fue advertido Roland, que como ex combatiente debía presentar sus papeles a la autoridad<br />
respectiva. Así quedó inserto en la Luftwaffe. ¿Fue engañado por el ideal de volar, sólo volar? O<br />
la madre tierra jala a sus hijos con tanta fuerza, que no se miden las consecuencias.<br />
Poco duró esa apacible recibida. Sólo el tiempo que demoró el adiestramiento a las nuevas<br />
tropas, Hitler estaba seguro que el imperio nazi debía avanzar rápidamente. El plan había sido<br />
concienzudamente trazado y apuntaba sólo a la política expansionista, como prioridad. La<br />
inflación, desquiciada, acentuó el panorama de preparación psicológica en las mentes populares,<br />
para aceptar el fascismo. Fue fácil engañar al pueblo diciéndoles “los extranjeros se aprovechan<br />
de nuestra miseria”. O, “los judíos poseen los monopolios”.<br />
Roland, un día cualquiera fue llamado como ex combatiente y especialista en vuelos, su hoja de<br />
servicios presentaba hasta condecoraciones; también valía haber sido prisionero de los rusos, y<br />
54
haber escapado herido, lo que le hacía privilegiado y merecedor a un ascenso considerable en la<br />
oficialidad - como en cuatro grados - de lo que anteriormente él era. Y, a una buena casa amplia<br />
decomisada a un judío acomodado, con tienda de géneros, ropas, zapatos y otras mercaderías,<br />
que lo transformaban en corto inicio, en un próspero comerciante. Luego debió viajar a Alemania<br />
como instructor de vuelo, con los pilotos nuevos; para reforzarlos, y ampliar la Luftwaffe.<br />
Su esposa Matilde supo lo que era quedarse sola en un país extraño, con el idioma en contra,<br />
aprendiéndolo en la necesidad de comunicarse. Y con sus niñitas pequeñas, que debían hablarlo<br />
en el Kinder y colegio. La Tante Gill adiestrándola en todo con paciencia y afecto; en el lenguaje,<br />
la cocina típica, desde el desayuno con la sopa ácida, que costaba tanto que las niñas se la<br />
tomaran, por no tener esa costumbre. Ya la tienda con las ventas escuálidas, ya las ropas de las<br />
criaturas y su escuela, le hizo algo más dulce las inaguantables y amargas esperas. Pero, al volver<br />
su esposo a casa, lo notaba alterado y diferente; cada vez que retornaba de sus vuelos de<br />
instrucción... ni le escuchaba la voz. Silencioso y taciturno. Reservado y huraño; parecía otro. La<br />
simpatía innata, su carácter alegre; habían desaparecido en él.<br />
Hasta cuando estaban en el lecho, ya no era el mismo hombre: el extranjero, que la había<br />
seducido tanto. No es que dejara de lado el sexo, no. Por el contrario, lo practicaba como si fuera<br />
la última vez que lo podría sentir. Entre sus brazos fuertes y viriles, ella se abandonaba como<br />
hembra amante y necesitada de su otra mitad. En la hacienda, cuando vivían en <strong>Chile</strong>, todo era<br />
diferente, con más placidez eran dadas las caricias. Con más tiempo truequeaban su amor.<br />
Nostálgica lo recordaba tan cálido, dulce y amoroso, anhelando un cercano pasado. Tal vez si<br />
regresaran a <strong>Chile</strong>, volvería a vivir esas maravillosas experiencias maritales, como las primeras de<br />
mesa y lecho.<br />
Las tres niñitas y sus entretenciones infantiles, además de la escuela cercana a la que asistían las<br />
mayores, era otro pequeño motivo para llenar horas vacías. ¡Sin Roland!<br />
Gilly inquieta y juguetona fue la primera en trabar amistad; pronto se rodeó de amigos casi de su<br />
misma edad, era movediza e investigadora. Metiendo su nariz logró la mejor aceptación entre el<br />
grupo de vecinos, con quienes jugaba hasta a las bolitas, carreras y deportes. Pero, cualquier día<br />
comenzó a notar que sus compañeros de juegos no llegaban a la cita del entretenimiento; los<br />
salió a buscar más allá de los lugares donde siempre se encontraban. ¡Y no estaban! Decidida<br />
salió a pesquisar, varias manzanas había corrido cuando se encontró con una malla que los<br />
enrejaba, ¡a sus queridos amigos; separándolos de ella!. Quiso tomar sus manos, y lloró de<br />
impotencia al no conseguirlo. Notó que sus compañeros en sus ropas llevaban un círculo amarillo<br />
a la derecha, con una J negra en el medio. ¡Judíos!<br />
Ellos le advirtieron con mucho temor que no podía permanecer allí, ese espacio era sólo para<br />
judíos y le llamaban Ghetto. Horrorizada comenzó a sentir que algo no andaba bien, sino muy<br />
mal. ¿Cómo preguntar qué está pasando? ¿A quién?<br />
Ella amaba a su padre, Roland. Lo admiraba: alto, bello, erguido con el uniforme azuloso cargado<br />
de medallas doradas en el costado del pecho, todas condecoraciones por méritos. Lo esperaba a<br />
55
su regreso y corría y corría con sus piernas cortas, a abrazarlo. Pero, en lugar de tomarla en sus<br />
brazos como muestra de un amor recíproco, la mandaba durísimo a lavarse las manos sucias con<br />
tinta. Ella bajaba la cabeza y obedecía con una inmensa pena por el rechazo; pero no sentía<br />
rencor, en lo absoluto. Lo miraba casi como a un semi dios, y en su inocencia sentía que aún así;<br />
lo seguía amando.<br />
Al poco tiempo notó que en los envoltorios de los salames que traían a casa; algo había - él los<br />
abría cuidadosamente - venían unos papeles enrollados, los leía y luego avivaba el fuego con<br />
ellos, arrojándolos hechos un apretado bultito, casi con rabia. Ella no podía dejarse ver, así se<br />
escondía tras el armario de la cocina, para mirarlo qué hacía. Era muy niña, pero muy<br />
impaciente, y su mayor inquietud la constituía su progenitor.<br />
Con el apuro de hacer lo que debía, Roland no se percataba de que era observado por su genial<br />
hija. Leía el mensaje del día secretosamente, para estar informado y decidir. Luego<br />
obligadamente tenía que hacerlo desaparecer, porque constituía en sí, machismo más que una<br />
bomba de tiempo: el equivalente a sus vidas y a las de cientos de camaradas; agrupados en la<br />
resistencia austríaca. Las locuras estaban del otro lado y debía cuidarse. ¡Él era un oficial!<br />
Las visitas de Roland de dos días a casa, se interrumpieron. Matilde no sabía los por qué.<br />
Era 1º de septiembre de 1939.<br />
<strong>Desde</strong> el alba bombardearon sin misericordia las grandes ciudades polacas - en picada o stukas<br />
funkers - aniquilando comunicación y resistencia. Avanzaron todas las fuerzas blindadas<br />
alemanas hacia Lodz. En horas Polonia, el pequeño – gran país, bello, con sus gentes de esfuerzo<br />
y trabajo; ya había recibido el golpe mortal. La Luftwaffe se había encargado de lanzar sobre ella<br />
un diluvio de fuego, plomo y destrucción.<br />
El 28 de septiembre, Varsovia se rinde. Sólo quedaban ruinas y el inmenso valor de sus<br />
defensores.<br />
Las escuelas y universidades cerrarían sus puertas. El comercio también. Y comenzarían las<br />
tarjetas de racionamiento, los trabajos forzados y humillantes que la Gestapo se encargaría de<br />
controlar; derrotando además la característica más notable de los judíos polacos, sobre todo en<br />
los aristócratas, como era esa persuasiva actitud de seguridad. Nadie podía sentirse seguro, y lo<br />
sabían. La traición anidaba en cualquier sonrisa falsa, en cualquier documento “oficial”. En todas<br />
las ciudades, sin importar ya nada. Las negras botas al sonar, en sus pisadas llevaban destrucción<br />
y muerte.<br />
Los policías políticos alemanes de la Gestapo, en sus allanamientos se adueñaban de lo mejor<br />
que encontraban en sus “requisiciones”. Las confiscaciones empezarían en las casas de los más<br />
adinerados: joyas, cuadros, pieles, slotys. Con un nombre acorde: Fideicomiso.<br />
No respetarían ni Jerusalén, con lo que propagó Jesús, el Cristo: “Amaos los unos a los otros,<br />
56
como yo os he amado”.<br />
Así copularían en Cracovia, golpearían y dispararían a su antojo en toda Polonia, cayendo en la<br />
brutal ofensa de los barracones de Auschwitz.<br />
Sin embargo, a los sobrevivientes combatientes polacos, el comandante alemán les otorgaría<br />
Honores de Guerra, ya que habían defendido a su nación en la forma más increíble: a pié o a<br />
caballo contra los blindados y modernos carros alemanes.<br />
¡Ni fuerza aérea tenían para detenerlos!<br />
Precisamente Polonia. Con la que Hitler había firmado un pacto de No Invasión. Ese que había<br />
rubricado tan sólo en enero del ’34.<br />
Para celebrar, y como premio a lo fácil del aniquilamiento, les fue otorgado - a los que<br />
participaron en la misión - cuatro días libres, concedidos para retornar a sus casas. Roland volvió<br />
a visitar a los suyos. Con un lapidario silencio sobre lo ocurrido.<br />
Matilde con todas sus ansias de mujer joven, lo recibió en sus brazos y en su lecho. Los trabajos<br />
de su esposo eran todo un misterio. Sin preguntar, dócil como una amante, envolviéndose sus<br />
cuerpos como hiedra fértil en el lecho, hasta poco antes que él llegara, frío y solitario.<br />
Nueve meses después hizo su aparición a la vida, el primer hijo varón del enlace. Al poco tiempo<br />
lo fueron a inscribir al Consulado <strong>Chile</strong>no, y llevó el nombre de su padre: Roland Renner<br />
Santelices.<br />
Las cosas se tornaban cada día menos fáciles. La escasez de alimentos y la inseguridad del<br />
mañana, latía en los corazones de las madres, así se aprovechaban hasta los pastos que crecían<br />
en forma de maleza, como las ortigas, a pesar de lo difícil para recogerlas porque pinchan; pero<br />
que una vez hervidas aparentan ser espinacas. Y nabos y setas, para coccionar en guisos. Pero,<br />
las pasiones, el ansia de poder, las mezquinas ambiciones no tomaban para nada en cuenta eso<br />
que era significativo. Las raciones comenzaron a ser disminuidas y en ellas, se encontraban sólo<br />
nabos muchas veces. Se avanzaba hacia la locura del Imperio, a cualquier precio.<br />
En 1942 en plena guerra, y en lo que se hubiese podido llamar precioso verano en <strong>Austria</strong>, hizo<br />
su aparición a este planeta herido, el señor Hans Renner Santelices. El quinto hijo, el meñique<br />
fruto de ese inmenso amor, que condujo a Matilde a cruzar los mares y dejar lo que constituía su<br />
todo anterior. ¡Con qué ternura lo recibió en sus brazos!<br />
Mientras crecía la familia, la inquieta Gilly no cesaba en sus intentos de encontrar respuestas a<br />
sus interrogantes. Entre jugar y estudiar, sentía cada vez más cercano un peligro sin nombre, sin<br />
cara, ni justificación. Era ése que de noche, la hacía darse vueltas y más vueltas en su cama;<br />
escuchando cualquier ruido que la alertase, de lo desconocido.<br />
57
En la calzada del frente de su hogar, un día vio llegar a unos soldados diferentes: vestían otros<br />
uniformes, y cargaban palas para sacar la nieve y arreglar la calle. Al mirarlos detenidamente por<br />
detrás de los visillos de la ventana de su casa, advirtió que además llevaban engrillados sus pies.<br />
Le dolió el alma y rascó furiosamente su cabeza, con impotencia. Era su reacción nerviosa.<br />
La tenían advertida, su madre Matilde y su Tante Gill, que no debía entablar conversaciones con<br />
ellos, puesto que podría ser arrestada por la policía secreta: aunque fuese una niña. Eran<br />
prisioneros de guerra franceses y polacos, que efectuaban trabajos pesados. Al mirarlos una vez<br />
más, sintió tanta pena que por sus ojos comenzaron a bajar silenciosas lágrimas. ¡Y ella nunca<br />
lloraba! A pesar de las advertencias, se guardaba trocitos de pan en sus bolsillos y salía a<br />
escondidas a la calle a entregárselos; con una tímida sonrisa. Nunca olvidó la mirada que le<br />
devolvieran: era de gratitud, por el poco de pan. O verían reflejada en ella alguna hijita ausente,<br />
tal vez. O la tácita solidaridad los conmovería. Gilly sabía que algo andaba muy mal, pero temía a<br />
su padre. No podía preguntarle. Miraba esos rostros cansinos y llenos de oculto dolor, su<br />
sensibilidad la llevaba a quererles; no podían ser culpables. Sus ojos al mirarla se lo<br />
comunicaban, sin hablar.<br />
Esa misma casa que ellos habitaban con sus padres, hermanos, la Tante Gill, no era herencia de<br />
algún pariente bonachón. No. ¡Decomiso! ¿Qué significaría?<br />
Matilde, la madre, agotada de tanto trabajo, sentía una inconcebible pesadez en sus ojos, se<br />
cerraban sin que pudiera dominarlos. Las fuerzas la estaban abandonando, y esa tos que la<br />
ahogaba en las mañanas y al atardecer, la decaían aún más. Cuando esgarró con sangre, la Tante<br />
la aisló en una habitación al fondo de la casona, separándole los cubiertos para sus cenas, los<br />
tazones de la sopa y desayuno; y las ropas de cama. ¡Era la tuberculosis!<br />
Su amor de madre lo había consagrado todo, íntegro al cuidado de sus hijos. Se esforzaba en<br />
darles lo mejor de sí misma, les arropaba con ternura infinita contándoles cuentos chilenos, en<br />
su media lengua del “Öesterraigtër, el Gobierno del Oriente, conseguido con esfuerzo en su<br />
aprendizaje forzoso del idioma imperante. Los besaba con ansias, les tejía para la estación fría<br />
guantecitos para cubrir sus manos en el crudo invierno chalecos y gorros pasamontañas para sus<br />
cabecitas amadas. Trabajó tanto, privándose de sus raciones diarias para darlas a sus hijos, que<br />
así la debilidad en un día cualquiera la derrumbó; para no levantarse jamás. Sus pulmones<br />
estaban contagiados por el Bacilo de Koch, imposible conseguir los antibióticos necesarios para<br />
su tratamiento y su alma muy sola, no quiso seguir la contienda de las interminables esperas. Su<br />
pena la había disimulado callada: añoraba regresar, pero la declarada e infame guerra hacía su<br />
sueño imposible.<br />
El cargo que ocupaba Roland, era cada vez de mayor importancia: cruzaba el Mediterráneo como<br />
correo de Rommel. Pilotando se olvidaba de lo que había jurado ante el altar. Proteger a su<br />
esposa, amarla y cuidarla, compartir la vida en las buenas y en las malas. O al revés. La<br />
condujeron en romería otros rostros que no eran los de su familia chilena; a su última morada. La<br />
postrer reunión con sus hijos fue la ceremonia efectuada en la Catedral de San Esteban. Su<br />
cuerpo enfermo descansó bajo la blanda tierra cubierta de flores, como le gustó en vida. Más, su<br />
58
espíritu simplemente indómito, vagaría acompañando a sus hijos a dónde quiera que ellos<br />
fuesen.<br />
Con toda su importancia de gran oficial cargado de medallas, Roland incrédulo no pudo cumplirle<br />
su último deseo: “comer un durazno chileno”. ¿Sentiría la impotencia de no poder dárselo?<br />
Lo que Roland no sabía era que el sistema nazi le había robado la esencia de sentir. La capacidad<br />
más íntima de todo hombre; le hizo olvidar lo que antes había sido la base del vivir: su Matilde,<br />
su familia.<br />
Así los pequeños y las niñas aprenderían a caminar la vida sin su amada madre, que tanto amor<br />
les dio. Teniendo las primeras lecciones muy duras de ambientarse sin ella. Pasaron a integrar el<br />
número de hijos de oficiales; internos en Viena. Luego en El Tirol, según las circunstancias de<br />
seguridad. Saldrían a veces los domingos recogidos por su padre, a visitar el departamento de<br />
esa amiga de juventud que había re- encontrado, después de largos años en que ambos<br />
realizando sus vidas, se habían unido en respectivos matrimonios. A ella le quedó el título y<br />
dinero de condesa, por el fallecido esposo. También el don de autoritaria, con el que reduciría<br />
poco a poco, la voluntad de Roland. Al principio al verlo con tantos niños, se asustó. Luego<br />
acompañó a las niñitas a cortarse el pelo, con su peluquera; salió con ellos de compras de<br />
vestimentas nuevas de abrigo y cosacos para sus rubias y morenas cabecitas. Y también pensó en<br />
una rápida solución: amaba a Roland desde que eran jóvenes, y la situación estaba demasiado<br />
crítica para permanecer en <strong>Austria</strong>. Por sus amistades sabía que tenían la guerra<br />
irremediablemente perdida, entonces convenció a Roland que rentara un avión chico para salir y<br />
cruzar la frontera, escapando a tiempo de lo que sería un infierno de país. Le puso de condición<br />
llevar sólo a la mayor de sus hijas en el corto vuelo, donde enseguida se embarcarían en un<br />
carguero hacia la América del Sur. -¡Así lo hizo desertor!- Ella tenía dinero suficiente para que les<br />
dejaran a los otros hijos en los internados en que permanecían: ¡ellos estarían bien!<br />
Para Roland fue una cómoda solución, comenzaría una nueva vida: aceptó. Volvería al país de<br />
Matilde, ese bello país que lo encandiló desde el comienzo, cuando se le apareció en medio del<br />
Océano Pacífico al sur; muy al sur del mundo: <strong>Chile</strong>, que lo acogió en esa primera venida con<br />
calidez fraterna, sin importar religión o pensamientos filosóficos, sólo humanamente, con<br />
dignidad de persona libre. <strong>Chile</strong>, donde había sido un hombre feliz.<br />
Lo incierto quedaría atrás. Esos treinta países que combatían, sin entenderse.<br />
Se preparó en forma relámpago el día “D”. El desembarque en Normandía, crucial para engañar y<br />
poder detener al Führer. Fue un 6 de junio de 1944. El mismo mes desembarca en las playas del<br />
lugar el general Charles de Gaulle, de la resistencia gala, quien en la ciudad de Bayeaux,<br />
pronuncia su discurso histórico.<br />
1945 corría, un 22 de marzo los aliados cruzan el Rin, se unen a los soviéticos en el Elba, un 26 de<br />
abril. A los dos días Mussolini es ejecutado por la resistencia italiana.<br />
59
Abril 29 y 30: Hitler y Göbbels se suicidan. Luego un 7 de mayo Alemania se rinde. La victoria<br />
norteamericana, (febrero – marzo – abril) en Manila, Iwo Jima y Okinawa. Bombardeo atómico<br />
sobre Hiroshima, (6 de agosto) luego ataque atómico sobre Nagasaki, (9 de agosto). Ésto como<br />
respuesta del presidente Roosevelt al Eje, apoyado por el Congreso Norteamericano y los<br />
aliados; por el bombardeo japonés de que había sido víctima Pearl Harbor, puerto de las Islas de<br />
Hawai, el 7 de diciembre de 1941, estando en conferencia pacífica, en Washington, los delegados<br />
japoneses para discutir diferencias en sus relaciones comerciales.<br />
Murieron allí en tres días: sesenta mil japoneses, y quedaron heridos más de cien mil. En<br />
consecuencia de tal debilitamiento, por último un 2 de septiembre: la rendición de Japón.<br />
La guerra había terminado.<br />
Alemania había sido vencida.<br />
<strong>Austria</strong>, ocupada por las cuatro potencias que habían ganado la guerra: Francia, Inglaterra,<br />
Estados Unidos de Norte América y la Unión Soviética.<br />
60
Capítulo 7<br />
Inserto en <strong>Chile</strong>. Mi soledad.<br />
El gringuito Hans estuvo un largo tiempo sin hablar. Nadie le entendía su idioma, para remate, se<br />
reían de él los niños de la escuela a la que comenzó a asistir, cruzando la calle desde su nueva<br />
casa en <strong>Chile</strong>. Aún así sentía la necesidad como niño inteligente, de comunicarse y de jugar. Con<br />
las canicas aprendió a contar en castellano; intentaba - sin saberlo - superar el shock del<br />
cambio. Se insertaba a este sistema de distinta cultura y costumbres, en todo. Lo mejor era el<br />
calor humano brindado por la solitaria maestra, que muy afectiva lo acogió con cariño. Un gran<br />
cariño, y mayor fue su ternura al saber que no tenía madre. Al padre huidizo no lograba hacerlo<br />
cambiar. Otros familiares cercanos eran sus hermanos adolescentes y niños igual que él; todos<br />
tratando de levantarse por sí solos en la vida.<br />
Un día la profesora le preguntó a Gilly si no tenían otros parientes de su madre acá, y que<br />
podrían visitarlos. Ella respondió que no sabía bien, y pensó en llevar a Hans a visitar a su abuela<br />
materna - si aún vivía - al pueblo donde suponía quedarían parientes. De ser así, podría<br />
producirse un cambio positivo para todos, conseguiría trabajar tranquila sabiendo protegido al<br />
menor de sus hermanos.<br />
Intentando ese acercamiento, partieron los dos un sábado en la mañana, en un tren hacia las<br />
afueras de la ciudad, al lugar donde tiempo atrás se habían conocido sus padres, en ese campo<br />
hermoso con montañas limpias, arboleadas en su extensión a la vista del que llegaba, con cielo<br />
azul, con esteros y ríos. Preguntando y preguntando Gilly dio con la casa que supuestamente<br />
pertenecía a sus abuelos. Era pobre, modesta en su construcción de adobes de barro y paja, aún<br />
así se podría imaginar que allí no faltaría el pan y la leche para Hans.<br />
Los recibió la amorosa tía Adelina, hermana menor de Matilde, emocionada al verlos los llevó<br />
hasta donde se encontraba la abuela tejiendo a naveta, bajo el fresco parrón. Al escuchar<br />
quienes eran los visitantes la abuelita Ercilia levantó los ojos del tejido, y quedó petrificada, de lo<br />
que vio. Fue sólo mirar a Hans y reprocharle: “eres el retrato de tu padre” y con una dureza<br />
inusual en ella terminó: y no te quiero ver nunca más. Luego siguió con su tejido como si nadie la<br />
hubiese interrumpido; sin alargar ni un dedo para acariciarlo. Era tanto lo que había sufrido<br />
cuando su hija mayor partió con su esposo a Europa, llevándose a sus primeras nietecitas y a sus<br />
entrañas con ellas, que no podía olvidar ni menos perdonar a ese desgraciado extranjero, que le<br />
achicó el corazón de pena. Sus ojos se habían secado de tanto llorar, años y años. Tampoco<br />
olvidaría la muerte acaecida en tierra extraña, de su amada hija, sin haber tenido la oportunidad<br />
de volver a acariciarla, poder cuidar a su Matilde de esa maligna enfermedad, la tuberculosis.<br />
Aún creía que la podría haber recuperado de su mal. La habría alimentado con almendras dulces,<br />
aceitunas negras, caracoles del huerto y quesillo fresco, de leche de vaca. Pollos tiernos hechos<br />
cazuelita, chuchoca de maíz con crema de leche. Sabía de la bondad de todos los alimentos que<br />
la podrían haber sanado, fortaleciéndola. Además del aire puro del campo, que le hubiese<br />
llenado los pulmones. Se la habría arrebatado a la infame parca, a tirones. Pero, no tuvo ni<br />
61
siquiera la oportunidad. Sus manos ya no se movían para acariciar a ningún otro ser. ¡Ya no! La<br />
inmensa pena la llevó a odiar al país que tuvo los últimos exhalos de vida de su pequeña, a<br />
Roland y a sus descendientes.<br />
Así se sepultó el parentesco, los lazos de familia que pudieron haber llenado ese amargo vacío de<br />
soledad de sus nietos. Y tal vez de ella misma, en re - alimentación de cariño. Pero no pudo darse<br />
cuenta, en su poca educación, interpretó las eventuales condiciones de la vida; a su instinto<br />
solamente. La añoranza de la sonrisa fraterna quedó disuelta como pompa de jabón, sin<br />
solidaridad; por la carencia del perdón. Un perdón que no le correspondía pedir a un inocente<br />
niño.<br />
Gilly y Hans se retiraron del lugar, siendo despedidos por la triste sonrisa, lastimeramente triste,<br />
de la tía Adelina, sin mediar ya ningún sentimiento, sólo el de rechazo.<br />
En la sala de clase, con el silabario en la mano la docente rural, les repetía a sus alumnos una y<br />
otra vez la lección. Hans puso oído y se la aprendió de memoria, levantando su dedo la dijo de<br />
una sola vez con su acento gringo, sorprendiendo a todos: “la gallina francolina puso un huevo<br />
en la cocina”. Al tratar de seguir la conversación en castellano, un poco más, se dio cuenta la<br />
maestra de la circunstancia del principiante. De todas formas lo felicitó.<br />
Cuando hablaba un poco más el idioma costumbrista del país, comenzó la preparación para<br />
hacer la primera comunión, junto a sus compañeros de clase, en la Iglesia que estaba en la<br />
esquina de la plaza, casi frente a la escuelita. La maestra les enseñaba los rezos. Llegó así el día<br />
esperado: 8 de diciembre, en que amaneció un precioso sol esplendoroso, y brillaban las luces y<br />
las alegres flores que adornaban el altar, aromática con sus jarrones llenos de clavelinas, de<br />
nardos y azucenas. Impresionado Hans miraba todo. Pero, sentía las costras tirantes en su<br />
pierna, que a hurtadillas intentó retirar, eran producto de su última caída. Notaba que se veían<br />
feas en el término de su pantalón: blanco y corto. Sus tobillos eran débiles, y de sólo correr un<br />
poco ya se caía y lastimaba. Tenía huellas de caídas anteriores, feas cicatrices.<br />
Así y todo la ceremonia fue bella, le acompañaron sus hermanos, recibió por primera vez el<br />
cuerpo de Cristo, desde entonces su amigo inseparable. Luego pasaron al salón parroquial, en<br />
que les tenían dispuesto un desayuno especial con escogidas golosinas y küchen de distintas<br />
variedades. Y chocolate caliente y Bilz. Sintió una alegría distinta y compartió con todos la<br />
inocente transformación de su ingreso al mundo cristiano.<br />
Recordó en forma borrosa y lejana, como asistían a misa los días domingos allá en su pueblo,<br />
cuando se celebraba la ceremonia. Luego sería en las Catedrales de Viena bellísimas, solemnes y<br />
con sus estilos góticos maravillosos. En su casa, las tías eran de costumbres católicas. Y en<br />
general la población austríaca, en un alto número: sobre el noventa por ciento.<br />
¡Tuvo una grata sorpresa! Regalos. Gilly había conseguido para él... un regalo. Lo conocía muy<br />
bien, por eso ella sabía que no le gustaba andar con los pantalones parchados. Lo alteraba hasta<br />
el llanto.<br />
62
Al abrir el paquete encontró unos pantalones café oscuro, como de terciopelo, y una camisa de<br />
un tono casi igual a la mantequilla. Sonrió agradecido, le gustó aquellos regalitos y partió a<br />
cambiarse el terno blanco que su maestra le había comprado, por la ocasión especial. Al regresar<br />
al grupo vestido con ello, Gilly alegre y sonriendo le aseguró - pareces un principito vienés. - Fue<br />
un gran día en tantos detalles importantes, como lo era reunirse en familia.<br />
La avidez de captar rápido, con inteligencia y más que nada la necesidad de insertarse al nuevo<br />
entorno, le favoreció en los estudios; con tenacidad repetía lo escuchado en clase y en esa forma<br />
logró ser el primero en notas, y congratulado. Nada de satisfecho se sintió el padre, creyó que<br />
era un regalo de la amorosa profesora. Sin mediar explicación lo retiró de la noche a la mañana,<br />
sin importarle el sufrimiento de su hijo ni, el de la maestra, que se había encariñado tanto con el<br />
buen niño. ¡Para eso sí era el padre, con suma autoridad!<br />
Sin avisar a sus hermanas, lo llevó lejos a otro hogar de un matrimonio de profesores. Allí<br />
comenzó Hans su largo período de pésimas experiencias: escuchaba al marido discutir una y otra<br />
vez, persistentemente con su señora. Encerrado en su habitación que le asignaron, al fondo de la<br />
casa y cerca del gallinero, acurrucado en su cama esperando despierto que pasara el temporal de<br />
gruesas palabrotas, de las que ya tenía conocimiento.<br />
¿Por qué será que más rápidamente se aprenderán los garabatos?<br />
En esa tremenda soledad, con angustia e interrogantes sin respuestas, se fue haciendo grande.<br />
Sentía que no pertenecía a ese lugar, al que lo trajeron sin preguntar siquiera si quería ir. Por<br />
nada debía dar explicaciones, sin que nunca nadie se las diese a él. Al cabo de un año y algo,<br />
falleció el profesor; la dueña de casa ya no disimulaba su adhesión al alcohol. Y como una forma<br />
de cuidar el dinero que recibía por tener a Hans, que le servía para mantener su vicio, lo<br />
encerraba con llave al volver de la escuela y, sólo le abría para asistir a clases, cruzando la calle.<br />
Es más, se olvidaba en sus borracheras hasta de darle de comer. Hans sentía que su estómago le<br />
pedía desesperadamente alimentos. La necesidad agiliza la inteligencia. Sin pensarlo dos veces,<br />
un día de esos saltó por la ventana chica de su habitación, y entró al gallinero. Tomó dos huevos<br />
y haciéndoles un hoyito en la cáscara los chupó con ansias, a la ostra (sin limón) o como fuese los<br />
ingirió, notando alivio en su vientre. Las cáscaras las guardó cuidadosamente para arrojarlas al<br />
basurero de la calle, y no ser sorprendido en la substracción. Después de la primera vez, sabía<br />
dónde encontrar solución a la imperiosa necesidad de la subsistencia. Las gallinas lograron ser<br />
sus amigas; ni cacareaban a su ingreso a los ponederos.<br />
De su padre sabía cada tres meses o más, en que se acercaba a dejar un dinero a la señora<br />
alcohólica, y tan deprisa hacía su entrada como su vuelta que, ni se percataba de nada. Nunca le<br />
preguntaba siquiera si comía: bien o regular. Sólo le exigía rendimiento en notas. Y la orden que<br />
dejaba era que no se le permitiese salir a jugar con otros niños, tenía que estudiar y nada más,<br />
no evadirse. Para eso él pagaba y tenía que abandonar pronto el colegio para ponerse a trabajar.<br />
En lo que fuese y entre más pronto... mejor.<br />
63
Porque Roland ya se había casado de nuevo y tenía una mano de nuevos hijos por los que velar.<br />
Y, su nueva y flamante esposa, harto menor que él, a la que le parecía un exceso que continuara<br />
dándole a este niñito, llegado de lejos sí, pero sin haberla consultado a ella antes. ¡Egoísta!<br />
Pasaron tres largos años en ese calvario, sin saber de ninguno de sus hermanos. Era como si se<br />
los hubiese tragado la tierra a todos. Por fin un buen día tuvo la grata sorpresa de la visita de<br />
ellos, les había significado un gran esfuerzo conseguir la dirección de dónde estaba viviendo. El<br />
padre, les había ocultado su paradero en forma obsesiva y malintencionada.<br />
Con determinación entre las mayores decidieron sacarlo de allí, inmediatamente. Estaba en los<br />
huesos y se le notaba tan triste; que las impactó. Al enterarse algo del sufrimiento que llevaba,<br />
se consternaron. La mejor solución era llevarlo a un internado de curas en la zona céntrica. Así lo<br />
hicieron, y en ese colegio sintió desde el comienzo, que se integraba benéficamente a un mejor<br />
nivel, en un ambiente de paz, estudio y amistad; junto a sus compañeros de clases. Había<br />
muchos que venían de provincias, hijos de dueños de fundo. Compartían una mesa limpia y<br />
agradable, completa con postre y leche. Podían escuchar música clásica, hacer deportes, tenían<br />
salones de lectura. Por fin una época feliz, bastante aceptable en categoría más humana y digna.<br />
El único hecho desagradable consistía en las fechas de feriados. De los trescientos alumnos que<br />
había en los patios esperando ser recogidos por sus padres, para pasar juntos los días libres,<br />
notaba Hans que se iba quedando solo. Y cuando el inspector se acercaba a preguntarle: ¿a qué<br />
hora lo pasan a buscar? Sentía que de a poco se iba poniendo roja su cara de vergüenza, al tener<br />
que responder lo mismo siempre: - no señor, yo me voy solo.- Se escabullía con rapidez, y subía<br />
a buscar sus cosas.<br />
En muchas ocasiones ocurrió que se olvidaban de las fechas de sus salidas; era también el hecho<br />
que ya asumían otro sistema de vida, con amistades y compromisos sociales, buen pasar, y todo<br />
lo que eso implica. Diferente.<br />
Ashley que había sido la primera en contraer matrimonio con un alemán judío, vivía cerca del<br />
mar. A veces a Hans le bajaban todas las ganas de verla y estar con su hermana mayor, contarle<br />
sus cosas, las buenas nuevas o las anécdotas en el internado, entonces tomaba el tren<br />
económico que subía por el sendero abierto de bajas montañas, buscando el término del camino<br />
que significaba la estación del puerto, ahí tomaba una góndola en dirección a su departamento<br />
para tratar de sentir el placentero calor de familia, con sus sobrinitos. A poco de arribar se<br />
percataba de las dificultades que producía su llegada. Lo recibía con cariño y sonrisas, se notaba<br />
que también para ella significaba un grato momento el unirse en el encuentro, para nutrirse de<br />
lo que quedaba del núcleo familiar en ese dulce compartir con su hermanito. Más en la hora de<br />
descanso, Hans escuchaba como el esposo le decía en tono alto, como para ser escuchado<br />
dentro y fuera de la habitación: “tiene que trabajar”, ya está en edad de hacerlo y ganar su<br />
sustento. Frío y sin criterio.<br />
Al rato, Ashley salía de su aposento con cara de “aquí no ha pasado nada”. Hans la miraba y<br />
sentía una profunda pena por ella, lo que tendría que pasar también con semejante señor a su<br />
64
lado. No aguantaba mucho esa situación, por sus venas corría apresurada la sangre, y ante la<br />
impotencia de agravar el tenor al decir lo que había escuchado, diplomáticamente se despedía<br />
con alguna anécdota simpática, como poniendo solución al tema. Con dominio de sus ocultas<br />
emociones, encerradas en lo más hondo de sus entrañas. Tomaba el tren de vuelta a Santiago, al<br />
internado; su visita de media tarde o menos, y una noche; se daba por terminada. Sin<br />
comentario. ¡Era mejor!<br />
Con esas experiencias aprendió que tendría que abrirse camino en la vida. Estudiaba con<br />
desesperación para obtener los primeros lugares. Y con ello una media beca. Descubrió una<br />
fórmula mágica de poder ganar unos dinerillos. A varios compañeros les sobraba lo que a él le<br />
hacía falta: recursos económicos. ¡Total eran hijitos de papá! Y les faltaba lo que a él lo hacía<br />
diferente: interés en cultivarse para lograr trabajar en un corto futuro y conseguir una<br />
estabilidad. Intercambiando posesiones Hans hacía los trabajos de los porros flojos, y por<br />
supuesto ellos cancelaban su valor. En resumen, todos conformes.<br />
Era necesario hacerlo. Por no pedir a sus hermanas nada más que lo que debían cancelar por mes<br />
al colegio. Se fue metiendo en un remolino de hacer trabajos y obligaciones ajenas, hasta altas<br />
horas de la madrugada; sin descanso. Un día se enfermó con alta temperatura. El diagnóstico del<br />
médico fue determinante. Era el pulmón, pleuresía. Parecido al mal que se llevó a su madre, en<br />
aquella oportunidad. Gilly estaba casada viviendo en las afueras de la ciudad, su casa era<br />
enorme. La casa patronal del fundo que había heredado su marido. Nada mejor para la<br />
recuperación de la infección de Hans, que el aire puro y la buena alimentación. Leche al pie de la<br />
vaca, quesos, carnes frutas en abundancia. Descanso y la dosificación de remedios acorde,<br />
controlados por el facultativo. Y lo más importante, el cariño de ella.<br />
Sobrevivió a la enfermedad. Con porfía se dijo: “yo no voy a morir. Voy a sanar” y esa fuerza<br />
interior se transformó en su mejor aliada. Cuando comenzó a levantarse ya sin fiebre, asistió a las<br />
tertulias en los salones del fundo. Allí se reunía lo más granado a tomar el aperitivo, mientras se<br />
tocaba al piano piezas clásicas, en un ambiente de alta alcurnia. Gente snob y conspicua, esa era<br />
la moda entre los invitados que asistían. Parecía que al hablar tenían una papa caliente en la<br />
boca, que no les dejaba modular.<br />
Pero, a él le encantaba escuchar tocar el piano, y trataba de no involucrarse con los invitados en<br />
muy largas conversaciones. Entraba y salía, sin tomarles en cuenta, con el propósito de pasar<br />
desapercibido. No por eso iba a perderse el placer de oír la bella música. La pieza, que sin ser<br />
clásica, encontraba que lo transportaba a un lugar superior era Lisboa Antigua.<br />
Así lento pasó el período más duro y crítico de la enfermedad. Cuando el médico lo dio de alta,<br />
sintió algo de tristeza al tener que renunciar al campo, era tanto lo que lo disfrutaba andando a<br />
caballo por los cerros - cuando ya se pudo levantar - sintiendo la cercanía total de la naturaleza,<br />
mirando el vuelo tranquilo de los pájaros, oyendo el agua cantarina bajando sin límite, a<br />
perderse entre las piedras, rodando, cantando sus musicales letanías. Una y otra vez sin prisa, se<br />
detenía a contemplar como bajaba el agua del riachuelo. Escuchando la plenitud del silencio en<br />
noches estrelladas y serenas, en otoñal período, rodeado del cercano parloteo monótono, agudo<br />
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y sonoro de los grillos, acompañado del ritmo de los rechonchos y verrugosos sapos, con su croar<br />
de rosario en versos propios; los sapos y ranas del estero. Pero, la vida estaba condicionada de<br />
esa manera. ¡Había que ingresar nuevamente a lo cotidiano! Era la exigencia de la sociedad en<br />
que se encontraba... vivo. Volvería a estudiar al internado.<br />
Entre los invitados de su cuñado estaba un importante juez, era uno de los más asiduos a las<br />
tertulias, y supuesto amigo de la casa. En la cena se enteró del reintegro de Hans a los estudios.<br />
Con aires de buen señor alabó la recuperación total del jovencito. Agregó que sería para su<br />
persona un grato placer que al regresar a la ciudad, tomase en cuenta su ofrecimiento. Podría<br />
perfectamente vivir en su casa, agregó alargando su corto cuello de almeja - estarás mejor que<br />
en el internado, te aseguro.- Poseo una enorme casa en un barrio exclusivo y residencial, dijo<br />
con la papa caliente en la boca, modulando amanerado el lenguaje, acorde supuesto a su alto<br />
nivel.<br />
Eso era una buena oferta, pensó Hans. Tal vez podría crecer en conocimientos al dialogar a<br />
diario, con una persona instruida como suponía era el juez. Eso por una parte. También podría<br />
compartir con los dos hijos del mencionado - a los que Hans no conocía.- Pero de los que el<br />
magistrado algo conversaba. Siempre en la ilusión de arribar a un hogar cálido y acogedor, por<br />
otra parte. Anotó la dirección y teléfono que le dictaba, agradeciendo su ofrecimiento. Al cabo<br />
de unos días hizo sus maletas para volver. Se dirigió al destino señalado.<br />
En realidad lo sorprendió la fortaleza que correspondía al número, que algo incrédulo verificó.<br />
¡No estaba errado! Era una mansión con parques de jardín y estatuas de adorno en él; era con<br />
doble entrada de autos cuyos cierres lo constituían altas y trabajadas rejas de fierro forjado,<br />
estaba sobre la arbolada e impresionante avenida. Tocó a la puerta y le abrió un mozo de<br />
uniforme color guinda y guantes blancos. Al decirle quién era, asintió con una apequenada<br />
ceremoniosa y afirmativa, y sin emoción en su rostro de máscara, dijo escueto: lo espera el señor<br />
juez. Le hizo pasar, tomó con su enguantada mano la maleta que portaba Hans, e ingresaron a la<br />
casona luego de cruzar el parque. Lo acogió el calor expandido de una marmórea chimenea<br />
blanca y negra, cual tablero de ajedrez, en la que los ojos resplandecientes bailaban a los sones<br />
de las llamas entre anaranjadas, del fuego recién avivado. En el recibidor se hallaba un arrimo<br />
antiguo de jacarandá, que amparaba a un bellísimo jarrón de porcelana, en un color casi crema, y<br />
con geishas vestidas a la usanza japonesa en tonos bermellón, con las manos un poco alzadas;<br />
danzando.<br />
Luego al pasar a un salón en desnivel con parqué precioso y artístico, encontró arrellanado<br />
cómodo en su butaca, que realmente lo esperaba su anfitrión. Se saludaron cortésmente,<br />
conversaron y le invitó a acomodarse con un aperitivo sofisticado, que Hans apenas probó. Con<br />
la venia del dueño de casa, subió a efectuar el lavado de manos para pasar a cenar. Su equipaje<br />
ya estaba en la habitación espaciosa que le asignaron, con muebles de estilo Luis XVI, y<br />
sobresaliente cubrecama de raso en tono turquesa, muy repujado y barroco, que hacía juego con<br />
las cortinas gruesas del ventanal... El tul de las delgadas, dejaba entrar claridad natural al<br />
ambiente. Regresó a los pocos minutos, viendo de pié al juez dispuesto a pasar al comedor. No le<br />
preguntó por sus hijos considerando que podría suponerlo entrometido.<br />
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Muy amable le invitó a acceder batiendo con un ademán su mano derecha: por favor Hans<br />
adelante, dijo con cierta seguridad que dona don dinero.<br />
La cena estuvo muy buena, los vinos eran de los mejores y añosos; bajativos le ofreció como seis<br />
diferentes, los que Hans rechazó pensando en las clases del día siguiente. Miró de reojo el reloj.<br />
Era tarde y a los bostezos disimulados se levantaron para subir a dormir. Hans sonriendo dio las<br />
gracias y las buenas noches, deseándole un reparador descanso.<br />
Como a las cuatro de la madrugada un ruido despertó a Hans, sobresaltándolo. Tenía el sueño<br />
liviano y sintió que alguien estaba entrando a su habitación, caminaba en dirección a su lecho.<br />
Esperó con el corazón latiendo aprisa. Cuando la sombra cruzó por la luz del amplio ventanal, vio<br />
que se trataba de su prominente “bienhechor”. Percatarse cómo se deslizaba en su cama, lento;<br />
fue una tortura. De un salto corrió al baño y echó llave por dentro. Esperó a que amaneciera,<br />
sentía que el frío le calaba los huesos, por la ventana abierta; pero no se atrevía a moverse. Al<br />
otro lado de la puerta medio en susurro el maldito viejo gay, decía - estás perdido porque nadie<br />
te creerá, no hagas las cosas más difíciles amor, es mejor que me abras y lo conversamos, no<br />
seas tonto, tú pierdes.- Totalmente inescrupuloso y ruin.<br />
Hans nada respondió al supuesto mecenas, sentía ganas de vomitar. Le habría gritado ¡inmundo<br />
se equivoca, yo no soy de esos! Probo como él era, parecía una desgraciada pesadilla. Se dijo que<br />
si gritaba ¡Incendio! Saldrían todos de sus camas y lo ayudarían. Pero, pensó que nada<br />
conseguiría sino despertar a la servidumbre. Esa fue la noche más larga de toda su vida. Con<br />
apenas dieciséis años.<br />
Cuando amaneció y escuchó ruidos por la casa, recién se enderezó de la incómoda posición en<br />
que había permanecido varias horas. Después de otro largo rato escuchó el motor del automóvil,<br />
que el chófer se encargaba de guiar, para el condenado señor favorecedor. Abrió lentamente la<br />
puerta del baño, sus ojos turquesa estaban enrojecidos por la impresión y la falta de sueño. Tal<br />
vez, las contenidas ganas de llorar.<br />
Rápido arregló sus cosas en la maleta, y salió de la mansión de bajeza. Sin poder decir nada, ni<br />
una sola palabra a nadie de su familia, del padecimiento tenido en la noche anterior, quizá la más<br />
catastrófica y lenta de su vida. Con alivio ingresó de nuevo a la seguridad del colegio.<br />
Fue en esa noche que se dio cuenta de lo solo que se encontraba, porque si contaba a sus<br />
hermanas lo vivido, lo considerarían un loco o un mentiroso, puesto que el señor juez era de más<br />
credibilidad para ellas, que su propio hermano.<br />
Se hizo una promesa a sí mismo: con su trabajo y esfuerzo, él viviría bien en un futuro cercano.<br />
La seguridad debía proporcionársela solo, el camino por imposición sería definitivo y en ascenso,<br />
no se permitiría tropezar nuevamente con este tipo de personajes públicos rimbombantes, que<br />
creían tener al mundo a sus pies por poseer un título – que en el caso del viudo señor juez, era<br />
una vergüenza atroz para la ley burlada. Aparentaba ser un gran señor y sólo era un ínfimo gay,<br />
67
aprovechador de los jóvenes sin experiencia como él, era un cobarde hasta lo mayestático. Pero,<br />
Hans sabía que alguien desde el infinito lo cuidaba con amor ¿Matilde, su madre? ¡Era! Si no<br />
¿quién otra?<br />
Dio gracias a Dios de concederle la oportunidad de escapar a tiempo de aquel vil personaje.<br />
Cuando iba de regreso al internado sentía náuseas de repulsión al recordar la voz aterciopelada<br />
que ponía al incitarlo a ceder a sus bajos instintos. Quizá ese fue el motivo de que la esposa<br />
hubiese muerto tan joven, de pura pena al comprobar lo que tenía por esposo.<br />
Recordó las brutalidades lamidas que le comunicaba: “me esforcé en vestir regiamente, la que<br />
sería nuestra habitación” ¿por qué eres así?<br />
Pero, ¿qué se habría imaginado? El muy... & #<br />
Al fundo volvió después de un largo tiempo, en las vacaciones de verano, invitado por su cuñado<br />
y por su hermana Gilly, que deseaban tenerlo por un par de meses para que aprovechara de<br />
recuperarse en el apogeo de las frutas maduras al sol, andar a caballo, bañarse en el estero,<br />
caminar bajo los centenarios castaños y palmeras, escuchar de nuevo no sólo el canto de los más<br />
variados pájaros, si no al alba los mugidos de las vacas en ordeñamiento, y bajara a beber la<br />
leche de apoyo con un poquito de coñac, de la licorera del matrimonio. En el fondo era girar el<br />
estilo de vida, vida de estudiante - limitada - se relajara del estudio exhaustivo y se vigorizara<br />
con el latir de la buena tierra, para así comenzar el año renovado. Tal vez trabara alguna amistad<br />
nueva. Si esa amistad nueva con faldas la encontraba adecuada, a su gusto, estaría en<br />
condiciones de cambiar su pubertad; le ayudaría a hacerse hombre. Tenía la certeza que Pedro,<br />
el esposo de Gilly, lo había preparado todo. Era un hombre de bien, que le daba demostraciones<br />
de real aprecio. Y así fue que, una campesina dulce le despertó en el sexo, sin grandes<br />
recriminaciones. Hans tenía sueños eróticos en el internado y se despertaba empapado en el<br />
esfuerzo de la nada. Con su pijama gelatinoso en la parte púdica, y un hedor fuerte a sexo<br />
reprimido. Lo había conversado con su cuñado de hombre a hombre, porque para él era una<br />
preocupación, ya que no estaba seguro de que a todos les ocurriera aquello. Y no podía<br />
preguntar a sus compañeros, por temor a sus burlas; ni menos a los curas.<br />
Le agradó la realidad, olía hasta mejor que la anterior pestilencia solitaria. Hasta el olor le resultó<br />
muchísimo más grato, que todo lo olido en ese aspecto.<br />
La joven tenía su cierta experiencia y le enseñó espontáneas artes que no se había imaginado<br />
antes; en su sencillez le comunicó primitivamente cómo alivianar tensiones y relajarse. El paisaje<br />
del agua corriendo río abajo, el entorno solitario de belleza natural y amparadora, le apoyó<br />
secretamente a conseguir un buen aprendizaje.<br />
Con el personaje del juez no volvió a toparse. Quizá con cinismo lo habría saludado con la papa<br />
caliente en la boca: ¿cómo está hombre? Aparentando no recordar lo que le hizo.<br />
Ese año terminó el colegio. Su intuición lo guió a buscar empleo, empezaban a quedar atrás las<br />
68
humillaciones de los llamados a la dirección por los atrasos en el pago de las mensualidades, que<br />
a veces sus hermanas olvidaban. Mejor que ningún otro chiquillo conocía la estrechez<br />
económica, y no aceptaba volver a vivirlas en el futuro. Sin embargo con humildad pedía ayuda a<br />
Dios, para que lo amparase en los designios venideros, en Él se apoyaba, sabía que solo no tenía<br />
ninguna posibilidad. Se lo adelantaba su discernimiento.<br />
Encontró trabajo en una empresa grande cuyo gerente general era un anciano alemán, tal vez vio<br />
en Hans el hijo que nunca tuvo, y le tomó afecto en forma rápida. O en realidad, él se lo ganó con<br />
su correcto comportamiento. Comenzó limpiando los baños, total era una forma de ganarse el<br />
vivir en principio. Tenía experiencia en ello ya que lo realizaba en casa de Bea, su hermana, por<br />
tener un espacio para dormir en la casa algo lujosa que poseía. A ella no le importaba humillarlo<br />
y lo mandaba a limpiar, lo que otros ensuciaban.<br />
Lo había hecho muchas veces. Cuando en otra oportunidad le ofreció hacer una reunión por su<br />
cumpleaños, lo hizo invitar a sus compañeros del colegio, entusiasmándolo con la fiesta que<br />
podría dar en su casa; justo el día antes le dijo que no se lo celebraría, pues tenía otro<br />
compromiso importante. Y tuvo que avisar a todos los convidados, muerto de vergüenza que no<br />
tendría ágape, escuchando las risitas estúpidas de los invitados rechazados. ¿Por qué lo haría? Se<br />
quedaba siempre pensándolo: ¿por qué? Tal vez lo culpaba del fallecimiento de su madre, pero<br />
él no pidió venir al mundo, lo trajeron. Además lo de su madre fue el pulmón, no el parto de su<br />
nacimiento.<br />
¡Ah la vida y sus incógnitas! Vivirla, ya es una magia.<br />
Con lo vivido estaba convertido en el ser más austero, ordenado en los gastos para lograr en<br />
principio arrendar su espacio vital: una pieza. Era el más joven de la empresa, contaba con<br />
diecisiete años y tres meses.<br />
Para financiarse mejor con su aún reducido ingreso, intentó en la práctica las más variadas<br />
fórmulas: caminaba hasta el mercado municipal y compraba sus abastos a bajo costo, en la tarde.<br />
Hora en que se iban retirando los vendedores y bajaban sus precios, para no tener que<br />
devolverse con sus mercaderías, en los carretones arrastrados muchas veces por sus manos. Al<br />
observarlos cómo era su sistema, Hans volvía con alimentos variados y frescos para la semana,<br />
por poco dinero.<br />
Del internado conservó la mejor costumbre: escuchaba música clásica. Al llegar del trabajo se<br />
sentaba a cenar su frugal comida consistente en frutas, leche y un emparedado, ponía en el<br />
pequeño aparato de radio la emisora universitaria, donde conseguía oír los más selectos<br />
conciertos. Al pasar un poco de tiempo lo cambió por un pick-up, y de a uno compró los Long<br />
Play a su entero gusto.<br />
Después de otro remezón dado por Bea para el año nuevo, se decidió a ahorrar para adquirir un<br />
auto. El elegido fue uno que apareció a la venta un fin de semana en el diario, por una cantidad<br />
que se acomodaba a su bolsillo: un viejo “Ford A”. En esa ocasión estaba de acuerdo con una<br />
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niña, para ir a bailar y celebrar la llegada del nuevo año como jóvenes en alegre forma. Su<br />
hermana le ofreció que usara su auto pues saldrían en el de su esposo. Pero, llegado el precioso<br />
instante de tomar el vehículo para ir a buscar a su acompañante le dijo: que mejor lo dejara<br />
donde estaba, porque se había arrepentido. Con ello Hans se dijo - será la única vez que me<br />
suceda - no más. Y se acostó.<br />
Con el mejor sistema de ahorrar, juntó y juntó un poco de dinero, luego ubicó en el diario - el<br />
que compraba temprano - lo que ofrecían: auto antiguo a la venta por trescientos pesos. Algo<br />
destartalado pero barato, y con su increíble estilo perfeccionista lo hizo lucir como nuevo. Igual<br />
con esmero arregló todo lo que consideró no estaba en forma, metódico iba disfrutando al poner<br />
la nueva bisagra en la puerta, el tapiz de los asientos, la plumilla del limpia parabrisas, en fin, sus<br />
adquisiciones de a una. Llevaba el sello europeo tallado en su espíritu y predominaba en él, el<br />
exquisito gusto por lo antiguo en especial.<br />
Vibraba al contemplar las obras de arte, se conmovía al asistir a los remates; también al visitar a<br />
los jerarcas de ellos: los anticuarios. De ellos, al observarles mucho, le nació la idea de poner su<br />
propio negocio, en cuanto se diera la oportunidad de hacerlo, pues se había dado el tiempo en<br />
los fines de semana en que no iba a la oficina, de examinar lo que se adjudicaban, y a qué precio.<br />
Luego en los días de trabajo pasaba a sus negocios, y conocía las diferencias entre lo que<br />
remataban y luego las sumas en que vendían; ganaban sí y ¡bastante!<br />
Tan especial como siempre, un día fabricó ordenadamente su lista de gastos personales<br />
mensuales, en ella estaba incluida hasta las tapillas de sus zapatos, su pasta dental, detergente<br />
para lavar su ropa, su alimentación etc. Con respeto se la presentó a su jefe, el gerente alemán;<br />
le expuso que su sueldo era poco, y quería saber cuán posible era aumentarlo.<br />
El germano lo miró y con sabiduría, escuchó. Cuando Hans terminó, mirándole a los ojos admitió<br />
que le decía una verdad, con máxima seriedad le respondió que no se preocupara, le encontraba<br />
razón, pero como gerente general y accionista de la empresa, le daba la buena noticia que a<br />
pesar de su juventud, ocuparía el cargo de nuevo jefe de sección con un aumento de sueldo, por<br />
su responsabilidad y empeño.<br />
Se entendían, era muy bueno para ambos. Hans satisfacía plenamente las expectativas del<br />
anciano, que lo miraba con afecto familiar. Por supuesto que siendo el más joven en dicho cargo,<br />
consiguió también las envidias, caricias negativas supeditadas de algunos colegas, más antiguos<br />
sí. Con más años sí, pero también flojos y quejumbrosos, por nada y por todo. Ningún día faltó a<br />
la oficina, como tampoco llegó después de la hora, sino diez minutos antes.<br />
Su eterna angustia existente por sobrevivir, lo impermeabilizaban actualmente del común de<br />
otros seres. La única herencia valiosa que había recibido era su sangre: esa mezcla de sangre<br />
austríaca y chilena- india, ella le confería una energía invisible; ese era el gran tesoro oculto que<br />
cargaba en su cuerpo de débil apariencia.<br />
Tenía proyectos. Forjaría su destino en forma audaz: sería un independiente máximo a los treinta<br />
70
años - esa era su meta - en algún tipo de negocio que él dirigiera, donde diera las órdenes y se<br />
rigieran con sus ideas. Podría crear a lo mejor un servicio para la comunicación entre los<br />
hombres: tan incomunicados... a veces.<br />
Con su desmirriada figura de joven anciano era la aparición misma de un Don Quijote, sin Sancho<br />
(por suerte) en pleno siglo XX. Sus modales cortesanos le conferían un aire de distinción y<br />
talento, tal vez un poco salido de leyenda, pero real. Obsesivo casi en lo que se proponía; aunque<br />
le costara mucho, lo lograba con su método de la constancia y trabajo. Pero, lo disfrutaba de tres<br />
formas: antes durante y después, de conseguido.<br />
Recordó aquella oportunidad en que sintió la necesidad imperiosa de adquirir un reloj antiguo,<br />
quería hipnotizarse con el movimiento del péndulo: ver pasar las horas sentado, relajado en su<br />
sillón único, que lo acompañaba en su departamento de soltero. ¡Era un gusto, un tanto caro! Le<br />
habían dateado que por Plaza Brasil, podría encontrar en las tiendas medio perdidas de<br />
anticuarios; lo que buscaba.<br />
Allá se dirigió. Cuando ingresó al negocio se encontró con dos viejos mal vestidos que<br />
conversaban. Ante su presencia detuvieron el diálogo, y por arriba de sus anteojos le miraron<br />
extrañados arriscando la nariz, ante su petición: “un reloj cucú antiguo”.<br />
El judío más alto, como de un metro setenta de estatura, con algunos cabellos apretados en<br />
cenicientos crespos en su cabeza, le dijo: tiene suerte joven, acá le presento al único poseedor de<br />
los mejores del mercado, porque tiene la mayor variedad que usted ni se sueña, disponibles en<br />
estos momentos, terminó simpático presentándole a su acompañante.<br />
Obvio, que entre ellos se ayudan, pensó Hans.<br />
Se saludaron con una venia, y el bajo le conminó a seguirlo por la misma calle que llegó Hans, de<br />
regreso al centro de Santiago. Y comenzaron a caminar; de pronto se detuvo su acompañante en<br />
un pequeño almacén de barrio, donde el judío entró a comprar dos marraquetas y dos huevos -<br />
para comer en la casa - dijo a modo de explicación o acercamiento. Cruzaron la concurrida calle<br />
Compañía, y cuatro cuadras antes de la Plaza de Armas, ya habían llegado. Cuando el dueño<br />
abrió la puerta de calle les recibió al pie de la escalera añosa, desvencijada y sucia, la friolera de<br />
una decena de gatos maullando su saludo y su hambre; otros bajando desde la buhardilla muy<br />
pronto se restregaban en los pantalones del casero, repitiendo su lastimero ¡miaauuu!<br />
Hans iba a retroceder. Les tenía pánico a los gatos, le causaban angustia. Justo dieron las<br />
diecinueve horas... Y todos los cucús del anciano, comenzaron a lanzar al aire sus maravillosas<br />
sinfonías. Receptivo como era, ni dudó en avanzar a conocer esas muestras admirables y únicas<br />
de la antigüedad. Como embrujado subió las crujientes escaleras. No se arrepintió. El sabio viejo<br />
dejó a Hans solo contemplando en medio del desorden y polvo, los relojes más hermosos que<br />
hubiese imaginado: los había tirados en el suelo, apoyados en la muralla, tendidos sobre lo que<br />
antaño fue un sofá. En toda la habitación como en un sueño, parecían danzar ante sus ojos. Hans<br />
permaneció embobado, paseó su vista de uno a otro, hasta que se detuvo en ¡ése!<br />
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El más refinado. Hacía oír la bellísima melodía de “Nabuco”. El único especialmente armónico<br />
para su gusto. Había otros muy lindos... pero ése era especial.<br />
Era una dama desnuda que miraba calma una fuente de agua. Erguida y bellísima con un alto<br />
cuello de cisne, ceremoniosamente ausente, le pareció que fijaba en él sus ojos de ópalo,<br />
ejerciendo un magnetismo nefasto. <strong>Desde</strong> las cuatro columnas del entorno salían destellantes<br />
luces con reflejos como de oro y bronce, y conducían hacia una gruta que era el toque final de las<br />
columnas. Tenía finos espacios de oro opaco, para acentuar el brillo de los efectos del agua<br />
danzante de la gruta, con los tornasolados de las concheperlas. La gentil dama tomaba y no<br />
tomaba el agua de la gruta con sus manos extendidas, dejando placentera contemplar su<br />
esbeltez y desnudez: perfectas.<br />
No supo el tiempo que transcurrió, pero sí captó en su sangre alborotada en un ritmo acelerado<br />
del corazón, era: que no podía dejarla allí. Ella merecía algo mucho mejor - quizá un lindo trono -<br />
por lo pronto él le ofrecería el pequeño ambiente, de su departamento de soltero solitario.<br />
Cuando el bajo dueño, de tanta maravilla, dio las migas de sus marraquetas a los bulímios gatos,<br />
después de engullir sus dos huevos, se acercó al “salón de ventas”, y le preguntó cuál era su<br />
elección. Hans dijo lo que había escogido. El judío no podía creerlo ¡era el más caro! De los<br />
cuarenta cucú que poseía. Podría empezar por uno más barato, recomendó como consejo.<br />
No conocía lo pertinaz que era Hans.<br />
Un año entero estuvo cancelando sus cuotas, sin retirar a la gentil dama; pagando puntualmente<br />
al amable proveedor. Y comiendo puntualmente casi... la nada. Imaginándola adornando su lugar<br />
de reposo, con una silueta colosal y una luminosidad deslumbradora.<br />
Terminó de pagar al llegar extra los dinerillos recibidos, por vacaciones no tomadas, y por fin<br />
pudo respirar: dio al anticuario el saldo y la llevó a su casa. Cumplió lo pactado entre los tres; él<br />
mismo, la dama y el vendedor.<br />
Sonriente le había recibido el dinero y hasta le acompañó abajo a conseguir un taxi, que le<br />
acercara a su departamento con la bella. Aprovechó el vendedor entre la conversación corta que<br />
mantuvieron bajando las escaleras, de recordarle que si algo le ocurría al cucú, no sería su<br />
responsabilidad... ahora. Él se lo entregaba funcionando. Y punto.<br />
Hans por cortesía lo escuchó, pero sabía de ante mano cuál sería su deber para con su dama<br />
desde ahora: la cuidaría y sólo eso haría: cuidarla. Por fin la tenía para contemplarla ¡era<br />
bellísima! Cualquier esfuerzo realizado para tenerla, merecía la pena. La música al anunciar los<br />
cuartos de hora, eran acordes celestiales. Más aún las media y las horas enteras, en que los<br />
compases se alargaban. Estaba feliz con su adquisición.<br />
¡Merece estar aquí! Se dijo. Y yo merezco tenerla. ¡Qué importaban ya las privaciones anteriores!<br />
72
Capítulo 8<br />
Conozco a Marymar.<br />
Cuando Warde detuvo el largo y viejo auto rojo burdeo sobre la calzada, bajó su corpulenta<br />
figura del mismo, comenzando a acercarse al oloroso jardín que le daba la bienvenida, en la casa<br />
de su amiga de la niñez Marymar Llanera.<br />
¡Hoolaaa! Fue su saludo a toda voz para llamar la atención de las criaturitas que jugaban en la<br />
terraza con sus muñecas y sillitas, haciendo las parodias de guaguas y mamás mandando, y<br />
haciendo comidas de mentiras con cáscaras de zanahorias, de papas y de zapallo, en sus escenas<br />
de gran teatro. Otros, chuteando una pelota en el jardín alteraban el orden. Allí se unía el<br />
vecindario de enanos sin problema.<br />
¡Hola querida amiga! Fue la acogida cordial de Mar. ¡Qué gusto me das! Abrazándola con<br />
efusión; pasa, pasa a tomar un cafecito de los que a ti te gustan, así conversaremos un poco.<br />
Ven, invitó avanzando hacia la bendita cocina.<br />
No Mar, lo del cafecito lo dejaremos para otro día; déjame decirte cortito a qué he venido,<br />
agregó poniéndose seria. Mientras avanzaba siguiendo a su colega de añares, desde la niñez<br />
lejana en las correrías hacia los “Entretenimientos Diana”, en la Alameda de las Delicias. Ahí<br />
asistían los domingos después de almorzar, con muchas provisiones de pastelitos con pasas y<br />
manjar blanco, y sentadas en los asientos de la cuncuna que daba y daba vueltas, subiendo y<br />
bajando como un trencito, que de pronto subía una carpa cual caparazón del bichito, que<br />
accionaban desde un control. Era cuando ellas aprovechaban de comer abundantes bizcochuelos<br />
que ponía en sus carteras la madre de Warde: doña Amalia, que con cariño y preocupación<br />
quería engordar a Mar, con sus meriendas excesivas de fin de semana; aunque fuera un poquito.<br />
Paradas frente al lavaplatos, prosiguió. ¡Oye tengo que advertirte, no pienses que yo soy una<br />
entrometida! Al meditar en una solución para tu problema de falta de trabajo. Aunque yo sea<br />
momia, me doy cuenta que lo que tú realizas tiene un gran valor; pero, como están las cosas hoy<br />
por hoy, por muy valiosa que seas como concertista, no existe quién te pague bien, lo que ello<br />
vale. Las clases que das a tus alumnos, sinceramente pienso que te debe servir para muy poco. Y<br />
díme si no es cierto lo que te digo.<br />
Warde, gordita querida, quiero que me aclares a qué te refieres, rapidito y sin rodeos amiga; a<br />
qué apunta tu farfullar en llave de sol ¿ah?<br />
Sé que no tienes un ingreso estable flaquita, que necesitas tenerlo por cualquier cosa personal...<br />
que quieras adquirir; porque de seguro el generoso de tu maridito no accede a darte dinero.<br />
Bueno, iba manejando y escuché en la radio un programa, que me pareció confiable, y pasé a<br />
anotar tu nombre y datos personales para que te den la oportunidad de una entrevista. Mi apuro<br />
es que será hoy a las doce, en radio Minería, en Providencia en esta dirección, señaló mostrando<br />
73
una hoja escrita. Y haciendo el gesto de retirarse, terminó: después me llamas amiga.<br />
Te agradezco tu gesto camarada aunque seas momiecita, ja, ja, ja. Se burló Marymar. Acepto el<br />
desafío e iré, tienes razón en casi todo: no hay oportunidad de hacer lo que debería, y esto<br />
ocurre siempre para las Artes sea cual sea, no hay nunca dinero para financiarlas, es la hermana<br />
pobre o peor aún: ignorada, de los gobiernos prósperos y de los otros. Recuerda el dicho –“que<br />
sabe el burro de pastelero, si nunca ha sido confitero”. Todos los conciertos proyectados... no<br />
tienen patrocinador. Hay una tremenda insensibilidad para todo lo que despida olor a Cultura,<br />
que es realmente preocupante; definitivamente nos hemos ido apropiando de lo afuerino, que<br />
importarlo les sale a precio de huevo. No te puedo decir “nata” como en el colegio ¿recuerdas?<br />
Que la considerábamos lo último porque a nadie le gustaba, ahora ya ni se sabe de ella, a ningún<br />
precio. Pero, la orden dada al hombre en el Génesis es cultivar su edén, no arrear con lo de otros<br />
pueblos, estamos perdiendo tradiciones que acompañaron a nuestro país desde hace siglos. ¡Y<br />
nada podemos hacer! No tenemos el poder de los gobernantes, para cambiar la onda.<br />
Warde le sonrió, con total aceptación a lo expresado por su amiga. Y partió como llegó.<br />
Torbellino, rápida cual huracán.<br />
En cuanto quedó sola Mar se calzó unos zapatos de tacón acordonados de tono marrón, con la<br />
falda beige y su suéter color mantequilla, todo adquirido para ocasión especial con los dineros<br />
ganados con sus horas de clase impartidas a sus alumnos, aprendices de música. Se veía<br />
distinguida. Tomó su chaqueta y cartera de igual tono que el calzado, echó sus documentos al<br />
bolso y salió en dirección a abrir los portones para sacar el vehículo. Iba pensando en el giro que<br />
tomaba su vida. ¡Ofrecer su tiempo a!...<br />
Era un siete de julio.<br />
Cuando llegó a la dirección estacionó y luego de cerrar con el pestillo de seguro la puerta, guardó<br />
las llaves en su bolso. A paso decidido avanzó, al ingresar vio a muchas personas en rededor de<br />
una mesa, donde anotaban algo. Se acercó y le pidieron sus datos. Al rato la hicieron pasar a una<br />
pequeña oficina para los trámites burgueses, con una funcionaria, que aparentemente no quería<br />
ser intrusa, pero que medía hasta la estatura de la posible seleccionada, por aumentar lo más<br />
simple, o dar mayor importancia al empleo en sí. Daban casi las dos de la tarde cuando dieron el<br />
resultado final de la selección. De todas las personas que allí estaban, dejaron a Mar<br />
seleccionada. No era un gran trabajo, lo mejor que podía tener era que lo cumpliría sin horario,<br />
la elegida podía organizar su tiempo... en la entrega de paquetes a domicilio. ¡El giro que<br />
tomaban sus manos: sería chófer de paquetes!<br />
Tomó su documentación y se dirigió a la puerta de salida, pensando en la burla del destino;<br />
cargaría paquetes de otras personas, compradoras de lo que portaban. Obvio que las<br />
destinatarias tenían poder adquisitivo. Así está el mundo, se dijo enojada ¡consumista y<br />
desubicado! Punto. Iba saliendo cuando... un hombre joven, delgado y buen mozo se cruzó<br />
prácticamente en su camino, le preguntó si podría explicarle por favor, en qué consistía lo que<br />
estaban ofreciendo. Venía llegando y no había pasado a la entrevista.<br />
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No. Dijo Marymar, ya terminó todo. Mirándolo a los ojos, extrañamente le asignó como un halo<br />
especial que inventó su sensibilidad. Era como que penetrara otro mundo, a su mundo; esa<br />
vibración externa y distinta que con apresuramiento la llevó a sentirse inquieta. Rebullendo, Mar<br />
le explicó de lo que se había tratado y conversaron animadamente, mientras se acercaban a sus<br />
autos. Rieron mucho cuando él le dijo que no confiaba en los árabes; porque sabía que siempre<br />
algo escondían bajo la manga, cualquier pillería. No. No no, él no les creía desgraciadamente.<br />
No. No, no y no; ella nunca hablaba con desconocidos. Pero... intercambiaron teléfonos.<br />
Con una sonrisa franca, cual si se hubiesen conocido toda la vida, esa sonrisa llana de gente<br />
joven, urdida con los hilos luminosos y delicados de la urdimbre misteriosa de la vida, por breves<br />
segundos, sintieron ambos indistintamente el calor reconfortante de una posible nueva amistad.<br />
Sin embargo, en ese instante se dijeron adiós.<br />
Luego de almorzar Mar llamó a su amiga. “Te contaré que me fue bien” comenzó, me<br />
seleccionaron y consiste en llevar paquetes a domicilio, son supuestamente livianos pero<br />
voluminosos. Plumones, colchas o almohadones. Lo bueno es que no piden horario especial, y<br />
me pagarán por bulto entregado. Algo prosaico, tal vez no aburrido. Te doy gracias por<br />
preocuparte, amiga.<br />
Al otro lado del hilo telefónico, la voz de Warde respondió: no me des tantas gracias, oye no<br />
dijeron que fuera para eso, lo siento mucho. Si te incomoda; no lo tomes. Y cuéntame si hubo<br />
algo mejor por el camino, dijo picaresca.<br />
Ah, sabes que cuando venía saliendo, iba entrando un señor nada de mal parecido y me habló,<br />
preguntándome de qué se trataba todo aquello. Conversamos animadamente de la oferta, pero<br />
no te puedo decir lo que expresó de los árabes, tal vez te ofenderías... y ¡hasta nos dimos los<br />
teléfonos!<br />
¡Mira lo que son las cosas! Acotó riendo Warde. La gorda era buena para tomar a la broma a su<br />
amiga compungida. Así continuó... y te debe haber dicho que somos lo peor, que no pagamos los<br />
impuestos en su totalidad, que adulteramos el IVA, y esas pequeñeces consabidas. Oye, el señor<br />
tendría como setenta años ¿no? Y ¿de qué color tenía los ojos?<br />
Ambas tenían las viejas y sabidas trancas de la educación patriarcal sobre sus hombros, arraigada<br />
a sus casas y en su colegio de monjas, donde habían sido compañeras. Sabían que lo de casarse<br />
era para toda la vida, contentas o desgraciadas, y ¡punto!<br />
No te enfades, ¿bueno? Rogó.<br />
No sé Warde, lo voy a pensar, oye comienzo este lunes y tengo ilusión. ¡Gracias otra vez!<br />
Espera, si camina el asuntito ¿ya? Tú sabes que los paisanos no pagan mucho, (ese era el nombre<br />
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que le daban a los árabes). Díme te anunciaron ¿cuánto ganarás? Es importante para ver a dónde<br />
me invitarás a celebrar ja, ja, ja. Es otra broma, estoy siempre contigo, tú sabes y si resulta, me<br />
alegro. Me alegro mucho por ti.<br />
Sí Warde te creo, y lo peor de todo es que confío en ti. Paisana. Ja, ja, ja.<br />
Bajando la voz, - en secreto Mar<br />
díme ¿cómo es él? ... porque lo miraste o ¿no? –<br />
Sí. Sí lo miré. Es alto, delgado y sus ojos no son ni verdes ni azules, son diría yo... turquesa,<br />
agregó dubitativa. ¡Ah! te cuento... no le vi argolla, parece que no es casado.<br />
¡No me digas! O sea que lo viste de pasadita no más, ja, ja, ja. Mar eso es fantástico, porque hay<br />
tantos frescolines que se declaran solteros y son prehistóricamente ¡cazados!<br />
No pienso contarte nada más, de lo contrario me va a salir una fortuna en teléfono. Nos vemos,<br />
chao.<br />
Así eran las dos. Casi mejor que hermanas a las que no se les elige, son parte de las<br />
circunstancias de la vida. Mar sabía la historia de Warde años ha... Y viceversa.<br />
En la impotencia de ver un matrimonio arreglado por conveniencia para su amiga, había agredido<br />
verbalmente al padre que lo ordenaba. Era con un árabe igual que la joven, sólo que había vivido<br />
ya veinte años, cuando ella apenas nacía. Indignada y fuera de sí, Mar le dijo: ¡usted vende a su<br />
hija! me duele porque es mi amiga y no será feliz, y usted tendrá la culpa.<br />
Sin embargo a los tres años Mar hizo casi lo mismo, porque no medió ni siquiera lo económico<br />
para su casamiento; sólo cumplir ese rito estúpido de la sociedad de casarse antes que la miraran<br />
extrañamente.<br />
En aquella ocasión el viejo imperturbable le respondió: “con dinero todo el mundo es feliz”.<br />
Craso error.<br />
Marymar con los ojos llenos de lágrimas, lo dejó hablando solo y se fue. Pasó no mucho tiempo<br />
en que la vida le demostrara al padre lo equivocado que estuvo, sin embargo ya era tarde.<br />
De esa unión nacieron tres criaturitas como compensación, por la falta de amor que tuvo Warde.<br />
Les disfrutó mientras eran pequeños, haciéndose gran amiga de sus hijos. El amor de pareja no<br />
logró tenerlo con su esposo jamás, esa unión había sido pactada por intereses ajenos a su<br />
corazón. Él era amigo de sus amigos y alcohólico.<br />
El tiempo...<br />
El tiempo que dicen que todo lo cura ¿la compensaría alguna vez?<br />
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Sí. Pero tendrían que transcurrir años, muchos años para ello. Se encargaría –el tiempo -de dar a<br />
cada quién su merecido; a él una embolia cerebral que se lo llevó en horas al mausoleo, dejando<br />
a su esposa - sin querer - convertida en heredera de algo así como seiscientos millones de<br />
pesos invertidos en propiedades, fábrica y automóviles.<br />
Warde, luego de unos diez largos años de soledad total, tendría una nueva oportunidad para<br />
encontrar un amor definitivo, que terminaría en feliz matrimonio.<br />
...Aló buenos días, es el 3773857? Al escuchar el afirmativo del otro lado del hilo, prosiguió: por<br />
favor el señor Hans Renner. ¿Con él? ¿Cómo está usted? Soy la persona con la que estuvo... en la<br />
oficina de empleos, ¿recuerda?<br />
Sí. Por supuesto que sí. Recuerdo Marymar ese momento... no podía decirle cuánto, ni lo que<br />
había sentido al verla ese día. Por eso trató de cruzarse con ella y poder hablarle. Ni le interesaba<br />
tanto la entrevista ya. En cambio la siguió sin que ella lo notara. (Era para él y su almohada).<br />
¡Perdón, la interrumpí!<br />
No. No se preocupe, está bien. Sólo quería contarle que usted tenía razón al desconfiar del<br />
empleador. Sin orgullo dijo: ¡me despidieron! Hice dos entregas muy bien, nada más que dos,<br />
repitió. El árabe dijo que no le convenía, al parecer estaba atascado por unos pocos pedidos y<br />
estoy como el día anterior de conocernos: cesante otra vez ¿qué le parece?<br />
¿Me permite pedirle un favor Marymar? Sepa que la vida continúa. Intercaló el joven intentando<br />
hacerla partícipe de sus buenas vibraciones generosas, sin silenciar su carácter soñador y<br />
apasionado. Cortando las amarras del aguijón del vivir, los muros que se levantan alienando y<br />
destruyendo el título de “libre”, al hombre que nació libre y no es de nadie. Encantado con la<br />
llamada quiso perder toda cordura, y siguió. ¿Me permite el favor?<br />
Puede usted hablar Hans - entregada ya Mar - afrontando la deliciosa realidad. ¡Estaban<br />
hablando!<br />
¿Usted se acercaría a mi oficina? Podremos conversar un poco más. ¡Diga sí! Acotó dulce al<br />
viento, y esperó.<br />
Sintió al otro lado del teléfono una respiración desacompasada, como si faltara el aire. ¿O eran<br />
sus ilusiones?<br />
Podría ser al medio día, señor. ¿Mañana?<br />
No me digas ¡señor! Por favor, somos dos jóvenes y me quieres hacer sentir como un viejo de<br />
mierda. ¡Disculpa! Me parece perfecto al medio día, te espero sin nada de protocolo, gracias.<br />
Dijo simpático y exento de ser ceremonioso, sin dejar escapar la emoción que sentía.<br />
Cuando Mar colgó no lo podía creer. Llamó a su amiga, estaba tan alterada y no sabía si era por<br />
77
perder el famoso trabajo... ¡qué imbecilidad sentirse atrapada! O por la cita.<br />
Warde tampoco le entendió mucho, pero sí le advirtió: calma amiga vaya despacito, no quiero<br />
que con tanta emoción turquesa le dé un patatús.<br />
Óyeme Warde, no te hagas ningún panorama tan especial. Sólo me ha dicho que me espera para<br />
conversar de trabajo conmigo... supongo, dijo bajito.<br />
Eres la misma infantil del colegio, de lo que me alegro en parte. Por otro lado del asuntito me<br />
gustaría que maduraras un poco, no quiero que te hagan daño, ni verte sufrir; en todo caso te<br />
deseo suerte y déjame advertirte que no te perdono si pasa el día... y no me lo cuentas todo,<br />
arrastró la voz ronquita. Avísame si necesitas de mí, chao.<br />
Lo haré, chao amiga. Colgó.<br />
Sentía que algo le caminaba por dentro del cuerpo muy chispeante y burlonamente. Pero, el<br />
arrepentimiento no llegaba a su pensamiento. Ese lastre opresor yacía como un valor<br />
desconocido. Jamás se habría imaginado poseer semejantes afanes. La plana vida llevada en<br />
cuanto a su relación de pareja, recién estaba siendo cuestionada, justamente sólo al conversar<br />
tan poco con el agradable y jovial Hans, le estaba revolucionando su paso calmado, su cuerpo y<br />
su mente. Tendría que averiguar los por qué, se dijo.<br />
Casi al caer la tarde, sentada frente a las partituras, en lugar de estudiar no hacía sino pensar<br />
memorizando las pocas frases dichas por él, y miraba lo dulce de su mirada ausente, sintiendo<br />
palpitar su sangre acelerada. Por último se decidió a tratar de dormir, y se fue a la cama. No lo<br />
consiguió. Al clarear el alba aún estaba con los ojos abiertos, ni siquiera sentía sueño: estaba<br />
soñando despierta. Y lo peor, o lo mejor era: que sentía un tremendo placer.<br />
Algo significativo estaba por pasar. Lo presentía. Se arregló mejor que cuando fue a la radio,<br />
obvio. Sin darse cuenta estaba coqueteando ante el espejo, al pintarse un poco los labios. Tomó<br />
su bolso por último, y partió.<br />
Ubicó con calma obligada, la oficina. El número en la puerta fue el aviso, había llegado; tocó el<br />
timbre un tanto nerviosa. Corto y preciso. Casi como si hubiese sentido la corriente eléctrica en<br />
su dedo.<br />
La recibió Hans sonriente, extendiéndole su mano acogedora de bienvenida. El sol entraba a<br />
raudales por los vidrios sin cortinas, que daban a un patio interior, la sorprendió lo iluminada y<br />
cálida que aparecía la pequeña oficina. ¡<strong>Desde</strong> el primer momento se sintió bien a gusto! Era<br />
muy bueno haber asistido. Igual sentía miedo.<br />
Él le ofreció una silla de madera pintada de azul, le explicó que éste era su comienzo como<br />
independiente, recién estaba en vías de conseguir clientes, para su incipiente negocio. Más<br />
adelante le pondría otra silla de mayor calidad o estilo. Éstas, al igual que todos los demás<br />
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muebles que habían, - que no eran muchos - los había hecho con sus manos.<br />
Mar paseó su mirada por un mesón tipo escritorio, un sostenedor como el de los arquitectos<br />
(que usan para proyectar) y, tres sillas azules. Más el teléfono. Casi sin darse cuenta sus ojos<br />
quedaron fijos en esas manos. Eran finas con dedos largos como los de la mayoría de los artistas.<br />
¡Seguramente alcanzaban para más de una décima en el teclado del piano! Y, con sus vellos<br />
tupidos en cada falange. Le encantaron. Algo le decía entusiasmado, ella se turbó al darse cuenta<br />
que estaba absorta en otra cosa: sus manos. Movía unos papeles y le hablaba de su trabajo.<br />
Hans sí lo notó perfectamente. Se detuvo en el hablar y se acercó lento. Mar sintió con qué<br />
dulzura infinita la tomó en sus brazos y mirándola a los ojos, embrujándola, besaba con ternura<br />
sus labios. No supo qué hacer, si abrir o cerrar los ojos, se estremeció íntegra. La invadió otra<br />
sensación desconocida, una solapada pero concreta angustia existencial de soledad y vacío;<br />
pasada. Mezclada con el miedo a involucrarse, conllevándola a introducirse sin reticencias, en la<br />
danza vertiginosa del deseo fugaz y compartido: lo notaba, lo sentía, era la piel y el aire, esto era<br />
la vida que pasaba en forma paralela insospechada por ella, al lado opuesto de su vivir cotidiano,<br />
tan diferente. No quería desprenderse de esos brazos que la acogían, se sentía tan bien. Nadie<br />
nunca la había besado así. Sintió abrirse el capullo de su alma. Se entregó totalmente a recibir<br />
esa dulzura indescriptible, de los labios carnosos que recorrían los suyos buceando sus secretos.<br />
Todos los compartió y devolvió con impaciencia esa búsqueda que era como la magia del saberse<br />
uno. Entre las dos bocas no existió secreto, sólo entrega. Le gustó. ¡Cuánto le gustó!<br />
En esos segundos minutos o qué; lograba el nacer, en un impulso de la sangre acelerada que<br />
recorría aprisa sus venas, sus órganos. Como el neonato al que le cortan el cordón umbilical y se<br />
despierta en un mundo, aún ignorado. Luego que arrecia el temporal, la tempestad... viene la<br />
calma. Y en esa calma, el volver a la realidad, que atemoriza.<br />
Por ese miedo insobornable, la hizo que lo rechazara un poco, después de devolver con pasión<br />
ese memorable primer beso, que jamás olvidaría. No podría. Pero estaba fortalecida con ese<br />
despertar maravilloso recién descubierto. Sentía caracolas sublimadas que le cantaban melodías<br />
infinitas.<br />
Hans nada dijo sólo la contemplaba con esos ojos rasgados tan extraños, rodeados de tupidas y<br />
lisas pestañas oscuras, que le daban un aire especial a su mirada de niño perdido. Tuvo una gran<br />
emoción al sentir el fino cuerpo de Mar entre sus brazos, estremecida. Pensó que era la primera<br />
vez que sentía algo así. Y él era un hombre, tenía sus experiencias que sin buscarlas; se<br />
adquirieron. Por llenar los vacíos de soledad y angustia, esa angustia de horas y días y noches, sin<br />
lograr calzarse en un molde en lo que anhelaba.<br />
A veces creía que una familia sería su sanación. Luego descartaba la idea por considerarla<br />
egoísta. También pensaba en pasar muy rápido hacia un fin, en la certeza que un tránsito veloz<br />
en esta vida, ¡su vida! ... era su norte.<br />
Fue desde ese primer momento en que la vio. Ese despertar no sólo de la carne y el deseo, era<br />
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algo mucho más intrincado, difícil de describir, como si la hubiese conocido de muy antes, pero<br />
¿dónde? Era la primera vez que se veían así tan de cerca, esa atracción por su todo: el caminar, el<br />
sonreír, diría que con un algo de tristeza en sus ojos de miel, su cuerpo esbelto y bien<br />
contoneado: fino y atractivo, su boca que tentaba cual madura frambuesa, sus piernas largas y<br />
bellas, sus manos de delgados dedos artísticos y expresivos. ¿Cómo acariciarían? Notó que<br />
llevaba una gruesa argolla de casada y sin querer imaginó ser él su amado esposo, que se placía<br />
en yacer en sus albos senos firmes, en la madrugada. O en muchas madrugadas. Ella parecía una<br />
colegiala tímida y vergonzosa, pero... también sintió la exquisita entrega que le dio de mujer, con<br />
ansias de amar y ser amada, se notaba. Hans contempló sus ojos de miel suplicantes.<br />
¿Qué era lo que pedían? Un beso más tal vez, o un ¡aléjate! ¿Cómo un hombre cabal no era<br />
capaz de atesorar con arrumacos y flores a esta dama? ¿En qué estaba que no lograba hacerla<br />
feliz? La mente de Hans trabajaba a cientos de kilómetros por segundo, sin comprender ni<br />
descubrir las repuestas.<br />
Mar estaba de pie tambaleante y rojas sus mejillas, como un maduro tomate. Entrecortada le<br />
dijo: no debemos...<br />
Hans la interrumpió ¿por qué?<br />
Ella exhaló: soy casada, tengo hijos... se cobijó en su hombro con todo un encontrón de<br />
sentimientos: nacer o crimen. Pecado o santidad, feliz o desgraciada. Hans acarició su cabello<br />
largo, dorado y sedoso, bello como las espigas maduras del trigo, en época de cosecha. Ella<br />
levantó su rostro y susurró... no volveremos a hacerlo.<br />
¿Qué? Dijo Hans incrédulo.<br />
Esto de besarnos. Ahora debo marcharme.<br />
¿Por qué tan pronto? Se quejó mimoso.<br />
Porque nos conocemos hace cinco días y mira ¡a lo que hemos llegado! ¿Te parece poco?<br />
Lo ves como un pecado Marymar, y para mí es lo más maravilloso que me ha ocurrido en mi vida.<br />
Doy gracias a Dios por haberte encontrado. Te he buscado por años en mis ilusiones. Y no digas<br />
que estoy loco, pero te conozco desde siempre, sabía que tú existías, y no lograba buscarte en el<br />
lugar preciso. Nada es casualidad, nada. Debería haber trinado más fuerte desde mi árbol<br />
solitario, para que antes hubieras descubierto mi rama, mi parva y mis espigas, haciendo realidad<br />
mis nostalgias.<br />
Mar tímida, no se atrevió a declararle sus tremendas emociones desesperadas; decirle que su<br />
encuentro para ella también significaba vivir, con un agua clara nutritiva y benefactora. Cogió su<br />
bolso de cuero de la silla en que reposaba desde que había llegado, se lo colgó en su hombro<br />
izquierdo y se encaminó lento, a la puerta de salida. Le dolía tener que dejarlo, se encontraba tan<br />
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a gusto con él. Le daba la sensación que se conocían de toda la vida. ¿O en otra?<br />
Hans tomó sus manos y apenas le rozó su mejilla con sus labios. Nos llamamos Mar, dijo con<br />
resolución ¡La había encontrado y no la dejaría ir!<br />
Nos vemos, fue la corta despedida de ella.<br />
Cuando vio a Warde, ésta la acogió con un - te ves distinta querida amiga, me das la impresión<br />
de haber rejuvenecido diez años por lo menos- agregó, con certeza. Ahora quiero café, y saberlo<br />
todo.<br />
Rieron las dos amigas de buenas ganas, y tomando cafecito turco, se pusieron a conversar la cita<br />
de trabajo. Al irse Warde le acotó: me alegro tanto que por lo menos tú alcances un poco de<br />
dicha. No lo dejes ir. Te hace muy bien, se te nota y hazme caso: vive hoy, que has nacido.<br />
No sé Warde estoy buscando escapes a mi realidad, amiga querida, yo estoy tan confundida, tú<br />
me conoces bien. Eres la única que realmente sabe cómo “sobrevivo”, ese hombre y su dureza<br />
demoníaca, tengo miedo. Si intento separarme es capaz de cualquier cosa. No he sido, ni soy<br />
feliz... Pero ¿qué será de mis hijos? Me ha dicho fríamente - si te veo con otro, lo mato y te<br />
mato.- Saca el revólver del cinto a menudo, y lo hace para demostrar que posee la fuerza, la<br />
fuerza del uniforme. Yo tiemblo por lo que pueda ocurrir. No sé a quién decirlo, no puedo llegar a<br />
la oficina policial diciendo mis intimidades, ¡me muero de vergüenza, no me atrevo! Tal vez ni me<br />
crean, no tengo pruebas consistentes; es una agresión psicológica diaria, que me anula en la<br />
impotencia de poder actuar, y decidir mi futuro lejos de su opresión. Y se produce esto tan<br />
maravilloso, que bien sabes ¡ni siquiera busqué! Ni pedí. ¿Qué puedo hacer? Ahora que lo<br />
conozco no logro apartarlo de mis sentidos. Es increíble pero si cierro los ojos... veo ¡sus ojos! Al<br />
tratar de estudiar se desdibuja su rostro en las partituras, en mi almohada escucho su voz; no<br />
creerás que me estoy volviendo loca. Y realmente pienso que con el silencio logro mucho, esa es<br />
mi salvación. Supieras cómo es de dulce y tierno, no habla de nadie como familia, creo que es<br />
solo.<br />
Ah, dijo la paisana, me parece lo máximo. Porque no vas a salir de las llamas para caer en las<br />
brasas. No me parece justo. Tienes que ser valiente y luchar por lo que quieres, ese es mi<br />
consejo. Claro que te entiendo, ya sé que no es fácil romper con lo establecido. Es la Ley de los<br />
hombres hecha por y para ellos, querida. Lo sé perfectamente, Salomón es otro que tal; es el<br />
amigo de sus amigos. A mí me ha prohibido entrar a la fábrica, porque dice que le robo las<br />
mercaderías. Pero la realidad es muy otra, tiene de amante a una de las obreras, y me han<br />
contado que la sienta en su falda delante de los clientes de años, sin ninguna vergüenza, ha<br />
perdido toda dignidad, agregó triste. Y lógico que la mujer no está a su lado por bonito, al<br />
atardecer ya lo tiene con más de una botella de whisky en el cuerpo. Y comilonas muy regadas<br />
con alcohol, que preparan para el que llega y se dice “amigo”. Antes de irse a la cama, seguro le<br />
vacía los bolsillos de las ventas del día; figúrate que ella tiene llave hasta de la caja fuerte, que es<br />
la seguridad no sólo del negocio, sino de los niños. Debe haber obtenido excelentes resultados,<br />
porque supe que le compró un departamento en Pedro de Valdivia. ¡Imagínate! Y a los niños no<br />
les quiere enviar más dinero que diez mil escudos por semana para todo: colegio, libros, comida,<br />
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transporte, ropa; hasta pagar al profesor de piano, don Germán. Es el señor que tú misma me<br />
recomendaste, ¿recuerdas? Porque me dijiste que era más conveniente una persona que los<br />
niños no conocieran, para que les pudiera exigir rendimiento. Y en realidad ha dado resultado, es<br />
excelente. Luego continuó filosofando. Como ves Mar, no nos ha tocado un sendero fácil, a<br />
ninguna de las dos.<br />
Más son las espinas, que las rosas; Warde querida.<br />
Ni me lo digas, yo sé lo que debes sentir, agregó con tristeza.<br />
Para Hans, la vida había cambiado. No era de los seres que exteriorizan con facilidad sus<br />
sentimientos. No. Al contrario entre más hermético, más fuerte se sentía. Nada había sido<br />
simple, en la soledad de su crecer tenía aislados recuerdos de gente buena que se cruzó en su<br />
andar: casi siempre personas mayores, como la dama del barco que lo trajo a <strong>Chile</strong>. Era alemana,<br />
nacida en la Sajonia próspera que por sus incomparables bellezas arquitectónicas, su ciudad era<br />
nombrada como “la Florencia alemana de los bordes del Elba”, ahí había desarrollado su crecer<br />
entre las más bellas Artes, integrando con su voz el célebre coro “Kreuzchor”, en la iglesia de la<br />
Cruz. El encanto con que se había beneficiado Dresde a través de siglos, no solamente con las<br />
arquitecturas, esculturas y pinturas, sino además con la música relevante de Wagner, Strauss o<br />
de von Weber, símbolos del país, y cercanos a la ciudad que de alguna forma habían mencionado<br />
condujeron a una mayoría de sus habitantes a vincularse con esta herencia: la buena música,<br />
enriqueciendo la Orquesta Nacional y la Filarmónica de Dresde. Así la Fraulein Schäfer había<br />
integrado dicha orquesta, tocando su violín. Luego se casó con el apuesto Günther. Poco le duró<br />
el estado, quedó viuda del combatiente hecho prisionero en Rusia, él murió congelado con los -<br />
52º de temperatura existente allí.<br />
Al conversar con ella, Hans sentía un agrado por la suavidad con que le hablaba, y le cantaba<br />
dulces cantos tradicionales despacito a su oído, sentándolo a su lado. ¡Hasta le tocó su violín!<br />
Que guardaba como una joya secreta en su habitación, en el barco. Se enteró de dónde venía y a<br />
dónde iba, en sus correteos por cubierta, espaciadamente con los brazos abiertos lo detenía:<br />
“bitte. Guten Tag Herr Deutscher”, y él la interrumpía: “Nein, nein. Bitte. Ich bin Österreichër”.<br />
¡Bitte!<br />
La señora alemana sonreía y lo acariciaba en su oscuro cabello; hasta se había interesado en<br />
hablar con su padre, para adoptarlo como hijo, al saber que no tenía madre. Lo mimó y<br />
regaloneó mientras tuvo la oportunidad durante la travesía. Su orgulloso padre jamás habría<br />
aceptado aquello, pero, si lo hubiese hecho: ¿cuánto le habría cambiado la vida? Ella era una<br />
persona con tanto amor para regalar, un alto nivel económico, y tan sola. Ni supo su dirección,<br />
¡era un niño! Tal vez la hubiese visitado en alguna ocasión. Sólo que no fue así.<br />
Otra de las personas buenas: la inolvidable maestra de la escuela, como la Nobel de dulce y<br />
amorosa; aunque sin llamarse Gabriela. Tal vez le bastó dar su amor a niños ajenos, igual que la<br />
Mistral. Y su ayudanta más joven, que le inculcaba todos los días por las tardes el castellano, para<br />
avanzarlo en el idioma. Nimbado de afecto por ambas, ese cariño que tanto bien le hacía.<br />
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El anciano gerente alemán: Theodoro Schmidt, que lo recibió como a un hijo, y que con sabiduría<br />
y un cierto mecenazgo, lo hizo comenzar desde abajo; para que pudiera apreciar la escala infinita<br />
de los valores de los hombres en el trabajo, en carne propia. Le agradecía haber tenido la<br />
vivencia, de percatarse de la importancia de cada hombre en una empresa: desde el aseador<br />
hasta el director general. Pasó por todos los peldaños en pocos años y llegó a lo máximo,<br />
después de él. Y que en esas condiciones le ofreció la oportunidad de aprender tanto, don<br />
Theodoro sabedor incuestionable en el aprendizaje necesario que tuvo que realizar, de emigrado<br />
de pos guerra.<br />
Hans continuó con el sistema que acarreaba del colegio: invertir con visión de futuro.<br />
Desconfiado por tantas inseguridades, y pocas veces cauteloso, en cambio muy arriesgado,<br />
conseguía lo que se proponía, nunca fácil. Revolucionario en la mejor acepción, ya que<br />
privándose de muchas cosas normales y comunes a su edad, iba escalando la utópica nunca vista,<br />
pero sí sentida: infinita escala social, anclando las pellejerías en un baúl recóndito de su memoria<br />
emotiva. Había aprendido que lo que más trascendencia pudiese tener en su totalidad, merecía<br />
ser tomado en cuenta; y a las superficialidades no les daba mayor importancia. Sabía ser<br />
prioritario. Había aprendido.<br />
Rentó por aquel tiempo cerca de la cordillera, una parcela chica en la que lograse un lugarcillo<br />
para su alma, en ella existía la añoranza de ese pueblo lindo, donde había nacido en <strong>Austria</strong>, muy<br />
oculto entre sus emociones aparecía el verde de preciosos árboles, esos que se mantenían en su<br />
memoria. Cuando en otoño al volver del colegio con sus compañeros de clase, vestidos con<br />
pantalones azules hasta la rodilla, camisas azules, calcetines azules, mochila al hombro. Primero<br />
contemplaban la maravillosa caída de las hojas tornadas casi rojizas y miel, hasta que tocaban el<br />
suelo para quedar inertes, en su última danza y pasando a ser hojas muertas. En sus infantiles<br />
juegos se daban vueltas y vueltas de carnero arriba de ellas haciéndolas crujir, saludándolas con<br />
ensoñación y plasticidad en el vibrante momento, partícipes de sus payasadas. Sin pensar que<br />
ellas morían dignamente. ¡Ese tiempo magnético, de tanto azul!<br />
En el fundo de su cuñado Pedro, hacía años había aprendido a montar a caballo y le gustaba<br />
mucho. Así con ese campo en que sentía estallar de gozo su corazón, con las cercanías de esas<br />
montañas eternas y mágicas de <strong>Chile</strong>, se compró un caballo alazán y compañero. Al volver de la<br />
ciudad, con placer lo montaba, era la oportunidad de hacer un lindo paseo con él, y en él.<br />
A la espera de su retorno, el inteligente animal lo acogía con un relincho de saludo, y mientras<br />
Hans se mudaba de ropas en su habitación, lo escuchaba unas cuantas veces... relinchar o<br />
“llamarlo”, invitándolo a dar una vuelta, y así el aire puro aromatizado con el perfume de los<br />
espinos, algarrobos peumos y canelos, le iba cambiando el cansancio del día de árduo trabajo,<br />
por la paz del sendero, además de los aromas nutrientes de los eucaliptos y pinos, que<br />
adornaban el escarpado camino. Sin casi darse cuenta, iba al reencuentro de su yo mismo, en la<br />
riqueza de su inquieto espíritu, de soñador y romántico. Era esa forma inexplicable sin saber qué<br />
es lo realmente buscado. Buscaba la tristeza, en ella pensaba, notaba las diferencias, se hacía<br />
grande, vencía su timidez. Dialogaba con sus sueños y esperanzas, sin tener testigos.<br />
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Un día en uno de esos paseos, divisó a una jovencita parada al lado de un vehículo, que llamó su<br />
atención por estar con la increíble “Citröen”, detenida en una vuelta del camino con muy poca<br />
visión. ¡Peligroso! Pensó. Al mirarla lo diminuta y buena moza que era, Hans se acercó a ofrecerle<br />
ayuda, y comenzaron un agradable compartir, primero la conversación que a la semana<br />
continuaría. Para luego, en unos cuantos encuentros siguientes los conduciría al inicio del amor,<br />
a la tomada de las manos con el corazón latiendo aprisa, al primer beso, al pololeo; en un corto<br />
tiempo. Ella con simpatía lo invitó a su casa, al té de las cinco de la tarde del domingo venidero.<br />
Alegre quedó con la invitación, pensando que era muy bueno encontrar una personita con quien<br />
intercambiar conversaciones, de acuerdo a sus inquietudes de jóvenes saludables.<br />
Al ingresar al living, aquel día, le presentó a su familia. Y, comenzó para Hans todo un<br />
interrogatorio hasta de la abuela de la niña; quien también preguntó: ¿quiénes son sus padres?<br />
¿De dónde ha emigrado? ¿Dónde vive? ¿Solo?... ¿Por qué?<br />
Al responder con honestidad, notoriamente se dio cuenta que algunas de sus respuestas, no<br />
gustaban. No fue aceptado. Lo encontraron poco apto para la hija mayor, criada y educada con<br />
ideas de que alcanzara a futuro un mejor estatus social, con miras a hacer una subida de la<br />
familia. ¡No, descender con un emigrado! Alegaron ignorar quienes eran los parientes del joven,<br />
o de qué familia venía. De a poco notó Hans, que lo desnudaron a preguntas que ya no tenían<br />
sentido. Como sortilegio lo habían rechazado, con ello prohibieron los agradables encuentros con<br />
su hija.<br />
Con obstinación, ella se las ingeniaba para encontrarse con él a escondidas, imaginando con<br />
fantasía, danzar en los mejores salones de un palacio iluminado para ellos, en las orillas de la<br />
Cordillera de Los Andes. Cuando se enteraron los progenitores, pensaron la egoísta solución:<br />
entre más lejos, mejor. Y lo mejor era fuera del país. Era necesario terminar con esta relación tan<br />
poco conveniente para la familia. Y, aprovechando un negocio por realizar, el padre se la llevó a<br />
Venezuela.<br />
Por una “nana” romántica y sentimental, que iba a hacer el lavado y planchado dos veces a la<br />
semana en esa casa, Hans supo la dirección, al tiempo. Le escribió y al no recibir respuesta, a una<br />
y a otra carta, notó que le interceptaban la correspondencia, seguro por orden del papá.<br />
Si ellos valoraban la seguridad para su hija en dinero, él era capaz de ganar mucho dinero. <strong>Desde</strong><br />
ese momento, tal vez por rebeldía ante el rechazo, y con una tremenda impotencia, de sentir<br />
que a nadie podía volver su mirada esperando benevolencia, y quizá, menos aún; un consejo<br />
sabio. Así dedicó su observación a todos los posibles negocios, selecionando los que vislumbró<br />
con agilidad mental; como mejores. Con ello, no se le facilitaron todos los ingredientes para su<br />
buscada solvencia, pero lo lograría en el transcurso de un tiempo. Se resistía a iniciar otra<br />
relación, donde llegado un momento fuese nuevamente cuestionado por ser un hombre<br />
emigrado, que no tenía a sus padres en presencia, y debiendo dar explicaciones por eso, o<br />
haciendo reverencias. No llegaba a sentirse culpable de no poseer ese tradicional grupo de gente<br />
a su alrededor. Que para algunos, parecía ser tan importante.<br />
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Continuó con su sistema. Ése que le había rendido frutos, su austeridad reflejaba el espíritu de<br />
un hombre sabio, no necesitaba demostrar nada, a nadie. Sencillo y sensitivo conservaba su<br />
tradición, con elementos que no le envanecieran. Dejó la parcela para evitar dos cosas: gastos<br />
abultados que eran inútiles ahora, y recordarla. Se cambió a un sector hermoso en la<br />
precordillera de la capital, en una casita de madera monona, hasta con chimenea, cuyo arriendo<br />
equivalía a la sexta parte de la suma que él pagaba de arriendo por la anterior. Quizá lo que le<br />
dolió más fue vender su caballo compañero. Pasó un año. Y dos. Hans ya se había levantado de<br />
sus últimas caídas, con mucho esfuerzo estaba logrando aquello que se había prometido a sí<br />
mismo: vivir en digna forma con su trabajo.<br />
En medio del cotidiano ir y venir, un día supo que ella estaba de vuelta en <strong>Chile</strong>; más no la buscó.<br />
Sus cicatrices tal vez no estaban desprendidas de su piel. Esperó pacientemente.<br />
Fue ella la que al regresar lo buscó, a la salida de su oficina. Le contó las realidades de su vivir,<br />
como una plumita al viento, estudiando en un país extraño, y lejos de quien amaba tanto.<br />
Hans tenía muchos cambios realizados en su vida, pero, no se los dijo. Guardó secretamente el<br />
ascenso progresista efectuado. Así le dio su nueva dirección como al paso, y su número<br />
telefónico. Él sabía que nada podría ser igual.<br />
¿Quién será el encargado de dar un coscacho al que se lo merece? Dios, el destino o el ping -<br />
pong de la vida?<br />
Recordaba su primer romance con una niña de un colegio cercano adonde él estuvo interno, en<br />
la total inocencia en que una miradita bastaba para sentirse profundamente enamorado. Fue en<br />
esa época de la timidez total; cuando ni siquiera se atrevía a tomarle ni la punta de los dedos a su<br />
amada, una linda quinceañera. Prevalecía la indecisión de un primer beso. Aunque se languidecía<br />
por darlo. No escatimaba minuto por intentar verla aunque de pasada; y la encontraba tan<br />
bonita.<br />
Y, aquello había durado también hasta enterarse los padres. En esa ocasión, tuvo que aceptar<br />
sentarse en el living de la casa donde ella vivía... y escuchar a la madre, el bien preparado<br />
discursillo sobre el porvenir de su hijita. Siendo muy cuidadosa en su lenguaje como para no<br />
herirlo, igual le dejó en claro que no era aceptado como futuro yerno. Se retiró de aquella,<br />
sintiendo una impotencia mayúscula: ¡eran tan jóvenes! Como para ni siquiera pensar en<br />
casarse. Tendría cercanos los deiciséis años; nada más. ¡Y ya se habían anticipado!<br />
En aquella oportunidad se había sentido lastimado. Profundamente lastimado en su interior,<br />
analizando la hipocresía de las personas grandes... y la honestidad de los menores. Sin pasar<br />
tanto tiempo, nuevamente querían hacerle lo mismo. De hecho se lo hicieron. Pero, para no<br />
sufrir, él ya estaba con algo de precaución en su mente, y tal vez en su alma.<br />
Al rodar la vida trae muchas sorpresas. Cuando menos se piensa alguien desde el infinito mueve<br />
los hilos, caprichosamente para dar una demostración que las situaciones pueden cambiar, con<br />
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sorpresas legítimas para quien ha dispuesto implacables penas, a quienes no se las merecían. El<br />
retorno del natre amargo a sus bocas puede causarles sorpresas.<br />
Al tiempo de aquella pésima experiencia, un día estando en condiciones muy diferentes, viviendo<br />
en forma más encumbrada que cuando sólo era un jovencito que despegaba en su vuelo;<br />
iniciándose, amaneció muy enfermo con fiebre, el médico le ordenó guardar cama. Nunca se<br />
enfermaba, pero la fiebre y el malestar general lo obligaron a permanecer allí, a pesar de su<br />
rechazo a tales medidas tuvo que admitir lo necesario, casi sin saber del mundo. Tomando<br />
variados medicamentos, obedeciendo al facultativo.<br />
Estando en esas condiciones de precaria salud, escuchó voces lejanas que llegaban hasta su<br />
habitación, desde la planta baja de su casa. Su mayordomo alzando la voz explicaba: el señor no<br />
podía ser molestado. ¿A quién?<br />
El murmullo de una señora admitía que venían a adquirir algunas antigüedades legítimas, porque<br />
su hijita se casaba y quería regalarle lo mejor. – Eso, no era una creíble verdad.- Los novios<br />
reciben regalos, pero no precisamente de sus padres. La aconsejaron acercarse a este lugar,<br />
reconocido por los expertos como uno de los mejores del ramo. Tal vez ni soñó encontrar lo que<br />
halló. Habían pasado solamente ocho años.<br />
No era bueno, no. Si no, ¡excelente! Y el coscacho recibido al notar el ambiente, arreglado con<br />
buen gusto y decorado con muebles finísimos de estilo, debe haberle recordado su torpe<br />
conversación con el mismo Hans, - ahora dueño.- Esa conversación que sentado en su living tuvo<br />
que escuchar el joven, sólo unos pocos años atrás. - “No es adecuado para mi hijita”, casi<br />
dejándole en claro que no tenía dónde caerse muerto. Dios, o la vida en sus volteretas más<br />
increíbles, devuelve a cada quién, su merecido. Y, de seguro la pobre mujer de apellido<br />
rimbombante y cero cerebro, se percató de lo que dejó pasar para su hija: un hombre trabajador<br />
y futurista. En solamente ocho años, había logrado llegar a este sitio, constituyendo un logro<br />
considerable.<br />
El mayordomo atónito ante semejante absurdo de exigencia de la dama, repuso: que trabajaba<br />
para don Hans que era el dueño de casa, y por ningún motivo interrumpiría su recuperación. Si<br />
quería la señora podría volver cuando el señor Renner estuviese en pie, para atenderlas.<br />
La joven, pálida de vergüenza ante la actitud soberbia, de su madre, intensamente turbada con<br />
los recuerdos de aquellos quince años de ella y de él; cuando casi pololearon, le pidió que se<br />
fueran.<br />
La señora algo entendió con la explicación del empleado de Hans, y oteando por última vez el<br />
buen gusto con que estaba adornado el ambiente, decidió emprender la retirada. Había pensado<br />
que Hans arrendaba una pieza del lugar, nunca se imaginó que fuese el dueño de tal casa. ¡Y con<br />
servidumbre!<br />
Esta escena, le significó a Hans recordar. Analizar cómo la historia, ahora, se repetía. ¿Qué<br />
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coscacho le daría la vida a estos otros papás recelosos? Porque la vida nunca deja de girar. Eso es<br />
invariable.<br />
Hans, mantuvo su camino. Sin ofrecer ni esperar nada. Sin embargo, seguían viéndose,<br />
encontrándose ya a la hora del almuerzo, ya a la hora de cenar, al cine o a bailar. Ella, más<br />
enamorada que nunca, no aceptó los responsos paternos y para nada las reglas de la sociedad:<br />
se unieron. Vivir juntos era el castigo a los transgresores adultos, que habían decidido por ellos;<br />
era la mutación a todas las antiguas prohibiciones. Para Hans fue como recuperar su posición de<br />
hombre libre, libre de escoger cuál camino... andar. Ella se le unió con todas las ansias de poseer<br />
lo conseguido.<br />
Uno, dos o cuatro años daba igual, se entretenían como chiquillos, hasta jugando a las carreras<br />
por los pasillos de la casa. Varias veces creyeron ver la posibilidad de ser padres, pero recién<br />
después de cinco años de esperas inútiles, se afirmó en el vientre joven un bebé, y por orden<br />
médica debía permanecer todos los meses del embarazo en cama, para que así llegara - cercano<br />
a la primavera - el hijo de Hans. Nervioso y preocupado el futuro padre, seguía intentando el<br />
escalar un peldaño en la tremenda escalera de vivir, para que no le faltara nada en su hogar.<br />
Al notar el avance del crecido vientre en su pareja ni lo dudó. Al pie del lecho, con los padres de<br />
la novia, sus hermanos y los testigos; el civil los unió ante la ley como marido y mujer. Apenas de<br />
ocho meses ingresaría con sus primeros berrinches Petit Hans, a este mundo; la debilidad de su<br />
madre no le permitió tener hermanos, su padre hubiese deseado cinco al igual que ellos, habían<br />
sido. “Especiales son las mesas con muchos hijos, decía Hans”. ¡Especiales y cálidas!<br />
Y, en ese largo training de espera y compromiso con problemas de ajuste a este nuevo sistema<br />
de vida, como pequeño empresario de un negocio chico de servicios, pero independiente; se<br />
había acercado Hans a la radio, por realizar otro tipo de actividad que le diese ingreso extra. Sólo<br />
un par de meses antes que llegara su hijo.<br />
Conoció a Marymar Llanera y algo traspasó sus límites. ¿Casualidades? No. Podría no haber<br />
concurrido a la radio, eso en primer lugar. En segundo lugar: él se había desviado del camino<br />
inicial que llevaba al salir de su casa - por pedir cotización en la clínica.- Y era notorio que habría<br />
estado en la radio a destiempo que Mar. Igual podría haber ocurrido que Marymar ni siquiera le<br />
hubiese contestado su pregunta, por considerarlo un fresco. En fin si seguía cuestionándose,<br />
podrían surgir muchas desparramadas respuestas creadas.<br />
Fue un temporal, sin que soplara el viento. Pero, nada es casual, sensata y visceralmente quería<br />
amainar la tempestad. No casual, porque nada es casual decía con voz callada su instinto. ¡Pero,<br />
muy agradable! ¿Sería el azar? Esa magia misteriosa del destino quien la puso ahí, en su camino.<br />
No buscó encontrarla, pero ahí estaba. Fue piel y premonición, él era un romántico y oculto<br />
soñador. Le gustaba descubrir los por qué de sus sueños, esos increíbles sueños que en más de<br />
una ocasión lo intranquilizaron.<br />
Deseaba una incógnita. En el fondo era como ansiar ser amado de muchas formas, e infinitas<br />
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maneras, por una mujer que fuese amiga, confidente, muy mujer y quizá un tanto madre con sus<br />
mimos; un emergente amor sin acres averías de deterioro, que causaran nubes en su interior.<br />
Sentado en la incómoda silla azul, se vio cómo estaba sólo un año atrás... él había endilgado otro<br />
rumbo, ¡no más! Se había dicho, y eso hacía: trataba de cumplir con su legítima promesa.<br />
En la oficina de la empresa era muy bien considerado, porque demostró sus capacidades. Otro<br />
escalón ya no podía subir. Ése estaba ocupado por el anciano alemán.<br />
En el país se había desatado una ola de desajustes con el nuevo gobernante, que poco quedaba<br />
con orden y respeto. El Presidente de la República mandaba una cosa, y sus ministros hacían<br />
otra. Los trabajadores estaban confundidos con agitadores políticos extraños y anárquicos. Se<br />
tomaban los lugares de trabajo poniendo una bandera patria, y al que responsablemente quería<br />
cumplir, se lo trataba de cualquier cosa, sin poder hacer en paz sus obligaciones, haciendo trizas<br />
las normas que en principio les dirigían para ordenamiento laboral y productivo: paralizando la<br />
nación, en gran medida. Era la dictadura del proletariado. La rebelión de unos cuantos afuerinos<br />
flojos que llegaron a combatir al país con ideas raras, y conllevó a una cultura de incivilizados,<br />
cuyos impulsos destructivos condujeron a una delicada situación de desabastecimiento y<br />
desorden, que acarrearon momentos difíciles. El Presidente elegido tenía ideas socialistas, él<br />
quería hacer cambios considerables con relación a los más desposeídos. Confiscando la<br />
propiedad privada, realizar cambios económicos que favorecieran a las personas más pobres;<br />
pero atribuyéndole a la gestión empresarial, con una demagogia increíble todos los males de un<br />
imperialismo de clases. La economía la centraliza al Estado. Algo nunca logrado, puesto que no se<br />
estaba realmente preparado para cambiar la historia, la ayuda tendió, casi siempre a desviarse<br />
de camino. Consiguió sí con su proyecto que las máquinas productivas caminaran<br />
aceptablemente en el primer año de su gobierno, a todo vapor. Aunque ya en el segundo<br />
parecían desgastadas y consumidas. Pero también se aprovechaban de su triunfo, otros sectores<br />
que se decían comunistas defensores del pueblo; y llegaban más amigos suyos desde el exterior,<br />
que ponían banderas en tomas de terrenos, lugares de trabajo o casas recién terminadas y, hasta<br />
las sin terminar; ensuciando el emblema y violentando a la gente con promesas incumplibles que<br />
alteraban paz y progreso. Con pésima lección de una mejor vida, y equivocados planes confusos.<br />
Con pretensión alocada suponían que lo “tomado” debía pasar a manos del pueblo, para su<br />
repartijo. Era una corrupción esa idea de traspaso de propiedad, sin ninguna indemnización<br />
económica a sus anteriores dueños. En el fondo se traducía en un “decomiso” que carecía de<br />
justicia social. Despojo que aceleró las ventas de industrias, casas, fundos etc., en bajas sumas de<br />
dinero. Fueron sembrando pánico entre las personas poseedoras de esos bienes, que demoraron<br />
años en llegar a poseer lo que tenían; en muchos casos. Atemorizados ante la idea de la<br />
usurpación, vendieron a bajos precios y se fueron del país, emigrando en la búsqueda del<br />
equilibrio, a países limítrofes u otros, llevándose su capital.<br />
Así, adquirió Hans con una buena oferta en efectivo, su pequeño predio. Él no temía a las<br />
incógnitas del nuevo régimen gubernamental, ya había pasado hasta por una guerra mundial, y la<br />
sobrevivió. Y lo que en un comienzo era rentado, pasó a ser su parcela. El banco había sido su<br />
respaldo con el préstamo que le otorgó, él siempre cumplía en forma responsable,<br />
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metódicamente responsable.<br />
También en la oficina de Hans imperaba la anarquía, faltaba stock de variados productos y los<br />
trabajadores alzados con las ideas comunitarias, no respetaban ya jerarquía ni acudían a los<br />
horarios de trabajo, y por Ley de la República además se les debía cancelar todo el salario, y<br />
regalías obtenidas por los sindicatos; casi como un premio por no asistir a producir. Eso los<br />
fortalecía y suponían que éste sí que era un Presidente para ellos: el pueblo. Pero, no lo<br />
apoyaban con ese comportamiento. No se percataban que: de donde se saca y no se echa... se<br />
termina la cosecha.<br />
Por el otro extremo de los ciudadanos, la gente capitalista tampoco estaba contenta con los<br />
pasos que daba la autoridad gubernamental, y donde podían obstaculizaban cualquier área de la<br />
economía, convertidos en terribles enemigos de clase. Era un ping-pong de acusaciones, huelgas<br />
de camioneros, de la gente de la salud, del comercio, oficinistas, profesorado y un sin fin de<br />
despilfarro conducente al quiebre institucional.<br />
Hans era un hombre apolítico. Tranquilo. Y, ese tipo de expectativa semejante no le agradaba.<br />
Era correcto y analizando todos los caminos que podía entrar a tomar se decidió por el que<br />
consideró más aceptable: renunció a su empleo. No podía respirar el mismo aire de los<br />
agitadores; se sofocaba. Ni tener que dar la consabida respuesta a antiguos clientes: ¡no hay en<br />
existencia!<br />
Con el monto de su retiro más sus ahorros, comenzaría en algo independiente, donde fuera el<br />
creador y diera a futuro las órdenes, en algún oficio necesario para la comunidad, con<br />
perseverancia e inteligencia, sabía lo lograría. ¡Era un riesgo que quería realizar!<br />
Y había emprendido a pulso la aventura de sus ideas, para comprobar en terreno mismo si<br />
realmente eran buenas, o no. Vestido como quería en tenida sport, de jeans y polera, muchísimo<br />
más cómodo, inauguraría su magnificat a pulso casi como siempre lo realizó. La cantidad de<br />
ternos de gerente de empresa ajena, los había hecho salir de su closet al igual que las camisas de<br />
cuello duro, y las corbatas de bien vestir. Alivio sintió cuando no los vio colgando avasallantes,<br />
intentando dirigir su vida. ¡Eso quedaba atrás! Con todas sus tiranías y quizá, con algunas<br />
regalías. ¡Las amistades! Comenzaría la aventura de prestador de servicios.<br />
Para lograr esta independencia sin embargo, se tuvo que deshacer de cosas materiales<br />
acumuladas para ese fin: la parcela con su caballo, la yegua de pareja y todo. Además de lo que<br />
para él significaba un apreciado tesoro: sus antigüedades. Las había adquirido con visionaria<br />
perspectiva, escogidas con muy buen gusto eran piezas bellas y únicas, exquisitas; como la dama<br />
del reloj. Se compraría la música del ciclo del “Anillo de los Nibelungos” o la bella melodía de<br />
Nabuco. Solo, guardó en su interior celosamente el impacto de no verlas, era con lo que se<br />
relajaba en el deleite de contemplarlas. Su espíritu se colmaba ante la perfección de cada<br />
ejemplar adquirido en momentos especiales, y sin darse casi cuenta sonreía transportado a ese<br />
estado superior de la invasión del arte en el alma; en que prima lo intangible con una fuerza<br />
enorme. Apacible, se levantaba de su poltrona a las horas, renovado y feliz. Por ello no visitó en<br />
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añares ni un remate ni a un anticuario, hasta que se aminorara la pena de no ver a esos valores<br />
de la antigüedad; pero, así era la condición tácitamente aceptada para avanzar en lo que se había<br />
propuesto años atrás.<br />
Suponía con certeza, que el trabajo era la primera prioridad para lograr un futuro mejor. Las<br />
humillaciones pasadas intentaría quedaran olvidadas en un viejo baúl de recuerdos que... no se<br />
abriría jamás. Su cabeza debía estar muy fría y funcionar en las mejores creaciones, por otra<br />
parte su enorme fe en Dios, le apoyaría. Notaba que siempre salía en su auxilio una fuerza oculta<br />
que lo amparaba ¿sería Matilde?<br />
Aló, buenos días, la señora Marymar por favor. ¿No está?<br />
No señor. La mamá no puede venir al teléfono, está haciendo clases. ¿Algún recado? Dijo la voz<br />
infantil con tono amable.<br />
Sí. Por favor dígale que llamó Hans, gracias. Cortó y quedó pensativo. ¿Por qué la había llamado?<br />
¿Qué le habría dicho? ¡Que la extraño! No. No debo llamar; ni debo extrañarla.<br />
Tomó asiento frente a su máquina de escribir y comenzó a traspasar presupuestos, que tenía<br />
calculados en un borrador. De pronto el teléfono lo sobresaltó, escuchando lo que le estaban<br />
confirmando, aceptaban una cotización anterior en una empresa grande, que lo llenó de alivio.<br />
Cuando cortó sonrió enigmático y se preguntó ¿me habrá traído ella la buena suerte? Eso ni en<br />
idioma húngaro o uraloaltaico resultaría justo. ¡Era su trabajo, y nada más! Este proyecto<br />
redituaría, sacándole de sus momentáneas ascuas. Hizo un rápido punteo de los costos de los<br />
materiales y pensó que si lo efectuaba con sólo un trabajador, ahorraría pagar un salario, más las<br />
imposiciones. Con el entrecejo fruncido sumaba los impuestos y de pronto pensó en la clínica. Al<br />
pensar en ese cuerpito, el rostro se le transfiguró en ilusionada sonrisa.<br />
Nuevamente lo interrumpió el teléfono.<br />
Aló, ¿sí?<br />
Buenas tardes, el señor Renner por favor.<br />
Yo soy.<br />
Habla Marymar.<br />
Ya sé, ¿cómo estás?<br />
Bien Hans, gracias, y tú ¿cómo estás? Preguntó con lenta voz. Disculpa mi tono pero, estoy algo<br />
cansada, debo preparar la materia sencilla y adecuada para enseñar a mis alumnos, tú no sabes<br />
cómo es esto. Pareciera que es muy fácil, pero no es así, porque a veces se me van las manos y<br />
comienzo a tocar trinos y cosas que a ellos les resulta difíciles. Debo aterrizar nuevamente en las<br />
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corcheas, fusas y semifusas pero, para mí es muy bueno tenerlos, es... te diría una retro<br />
alimentación, ellos me aportan con su inocencia y yo, bueno, yo les enseño las teorías para que<br />
las practiquen.<br />
Amorosa, no ha recibido mi mensaje aún, lo dijo silencioso. Y de pronto más sonoro: ¡tú no<br />
recibiste mi llamado! Y aún así me llamaste y quisiste saber de mi sumisa persona ¿no es cierto?<br />
Eres realmente amorosa.<br />
Ah ¿llamó? No lo sabía, estaba haciendo clases, pero díme ¿cómo estás? Inquirió.<br />
Contento. Me acaban de confirmar el ¡vamos! De uno de mis presupuestos dejado hace como<br />
dos semanas atrás, en una importante empresa. Haré un estudio y enviaré a confeccionar las<br />
plantillas, ¿sabes que lo daba casi por perdido? Y gracias por llamar, yo estoy feliz de hablar<br />
contigo, compartirte esta buena nueva. Dime ¿cuándo nos veremos? Agregó muy serio.<br />
Al otro lado se escuchó un suspiro chico.<br />
No sé Hans, si tú estás tan ocupado no creo conveniente interrumpir tu trabajo quitándote<br />
tiempo.<br />
Marymar si tú me acompañas me rendirá el doble; necesito verte, susurró.<br />
Algo en su voz la embrujaba y la hacía estremecer. Era viril aunque dulce y pastosa, ella se sentía<br />
achicada como una gatita melosa. Tomó aire y dijo con emergente entrega: yo también.<br />
¿A qué hora puedes?<br />
Después de llevar unas carpetas al colegio, debo entregarlas pues son apuradas, luego me<br />
arrancaría a tu oficina ¿te parece?<br />
Por supuesto, oye Mar ¡tenemos tanto de qué conversar! Fue la excusa no pensada, sino salida<br />
del alma de Hans.<br />
Así... entre trabajo y conversar se fue dando algo lindo sin nombre. No le pusieron ninguno; lo<br />
tomaron nada más como un tranquilo despertar de la vida. Todos los seres humanos nacen libres<br />
para elegir con quién hablar, caminar, compartir, llenar de risas espontáneas y sinceras; las<br />
tristezas y soledades.<br />
Hans quiso continuar. Era tesonero, no se conformaba, él ponía a prueba su resistencia, siempre<br />
experimentando y pulsando las necesidades de la cotidiana subsistencia, tratando de escalar o<br />
mantener el peldaño de la infinita escala social, donde los hombres son aceptados por lo que<br />
tienen; no por lo que son y valen como personas. Lo tenía claro.<br />
Con ese ritmo acelerado intentaba aminorar en parte esa inquietud, esa añoranza de encontrar<br />
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algo especial no sabía con certeza qué. Alguna vez en la noche soñó y al día siguiente no sabía<br />
con seguridad si era pesadilla o realidad. “Manejaba en un camino de curvas y más curvas, todas<br />
peligrosas... y sin poder detener el auto salía de la pista con el corazón a punto de escapársele<br />
del pecho, con un tremendo miedo y una inseguridad espantosa era el laberinto inexplicable de<br />
su yo interior, en su subconsciente”.<br />
Despertaba totalmente agotado, con angustia. Otras veces soñaba con la hermana que menos<br />
cariño le había brindado: Beatriz, la veía complaciente y burlona. Se despercudía de sus<br />
pesadillas diciéndose: tengo mucho trabajo. No intentó dirigirse a un psicoanalista, ¡jamás!<br />
En lo más profundo de su ser añoraba un amor tan grande que debería estremecerlo, sentirse<br />
protegido, abandonarse a unos pechos tiernos que dieran al hombre mieles - ya que al niño no<br />
pudo ser - disfrutaba del acto sexual como cualquier ser normal, pero no introducía en ello las<br />
mamas de una mujer. Quizá lo marcó la carencia de ser amamantado de bebé, por la<br />
enfermedad de su madre. Soñaba con enamorarse profundamente; llegó a pensar que el amor<br />
tremendo que hace locuras y rompe con todas las reglas establecidas por la sociedad, roba<br />
esquemas clásicos y se burla de todo aquello, encendiendo su propio candelero de multicolores<br />
chispas; pero permanece... ese amor no existía. Igual lo añoraba.<br />
En su casa se sabía querido, pero eso no le era suficiente, él tenía años luz de falta de amor.<br />
Además llevaba la huella del rechazo de esas personas, del que fue víctima, en aquel hogar al<br />
que se había acercado con ilusiones y buenas intenciones: ¡lo habían decepcionado! Por su<br />
condición de emigrante. Fueron inclementes y no lograba olvidar. Ahora lo aceptaban por<br />
distintas razones, pero no podía ser lo mismo. Incluso la abuela al pasearla en su buen auto<br />
echada atrás, muy cómoda, lo encontraba simpático y hasta encantador. Tal vez recién lo estaba<br />
conociendo y valorando como persona honesta y responsable; más él no había cambiado,<br />
siempre había sido igual.<br />
Hans no fue a la clínica, no lo podía resistir. En tantas ocasiones anteriores se tuvo que resignar a<br />
salir sin un hijo. Era muy importante, pero para ello no reunía fuerzas suficientes, lo había<br />
esperado mucho. Prefirió trabajar duramente y aguardar su llegada a casa.<br />
Airoso hizo su primera entrega grande a la empresa solicitante. Estuvo tan extremadamente<br />
perfecto en todo, que le doblaron el pedido, feliz con el resultado obtenido se dispuso a cumplir<br />
ordenadamente lo que le reportaría un mejor ingreso.<br />
Con sabiduría echó a funcionar el motor de despegue de este pequeño avión: su negocio. En ello<br />
quería ser el mejor.<br />
Al pasar un corto tiempo se le dio la oportunidad de adquirir una propiedad barata que podría<br />
utilizar como oficina, para no cancelar arriendo, como lo estaba haciendo con el local que poseía<br />
en la actualidad. Cuando entró a conocer lo que vendían encontró muy razonable el bajo precio:<br />
estaba a la miseria, aunque la ubicación era bastante buena, muy central. ¡La compró!<br />
Comenzando a limpiar y reparar todo, luego le dio la manito de pintura, acondicionando baño y<br />
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cocina. La habitación principal la alfombró de azul con las paredes blancas, lucía bien. Como<br />
toque final mandó confeccionar cortinas blancas de grueso tul con infinitos pliegues. A poco se<br />
tornó en una agradable y digna morada. Llevó un escritorio, una silla de cuero más cómoda, el<br />
teléfono, una grabadora vieja y contempló desde todos los ángulos, para ver cómo se veía.<br />
Quedó satisfecho, era otra cosa.<br />
Sin pensarlo siquiera marcó el número que aprendió de memoria, al momento. Se quedó a la<br />
espera que respondiera.<br />
Aló Mar, habla Hans. ¿Cómo estás?<br />
¡Hans! Bien gracias ¿y tú?.Dijo con notoria alegría.<br />
Bien. ¿Podrías acercarte ahora a mi oficina? Tengo un interesante milagro que me gustaría<br />
mostrarte, no tomará mucho tiempo, agregó.<br />
Claro, voy enseguida, estoy como en treinta minutos por allá, ¿bueno?<br />
Colgaron. Mar voló a apagar el gas en que cocinaba el almuerzo, puso media vuelta a la llave del<br />
piano, retirándola. Dio su pasadita por el espejo, se pintó los labios y partió. Demoró casi exacto<br />
los treinta minutos que advirtió. Jadeante tocó el timbre del 421, como antes en la primera vez.<br />
Nadie abrió la puerta.<br />
Se dio media vuelta para devolverse, pensando que había sido una broma de mal gusto, cuando<br />
vio llegar trotando escaleras arriba a Hans, y saludarla con un: disculpa Mar te demoraste dos<br />
minutos menos según mi reloj.<br />
Hola Hans! ¿Cómo estás? Dijo extendiendo su mano, que él tomó con suavidad.<br />
Marymar quiero mostrarte algo aquí, cruzando la calle, ¿vamos? No soltaba su mano y ella sentía<br />
placer que se la llevara así firme y viril, tierno. Le daban ganas de desafiar al mundo entero con<br />
sólo sentir el roce de esos dedos, su mirada franca y su voz.<br />
Cuando cruzaban la calle plagada de autos y buses de la locomoción colectiva, la tomó por los<br />
hombros en gesto de protección: ella se estremeció. Alcanzaron la otra vereda y la guió diciendo:<br />
es por acá en este edificio. Ingresaron e invitó –ven, pasa.- Acto seguido introdujo la llave en la<br />
cerradura, le dio una vuelta abriendo el departamento. La miraba insistente para no perder sus<br />
reacciones.<br />
Ella caminó decidida por el primer ambiente, miró a su alrededor. Sus ojos se quedaron quietos<br />
en una puerta cerrada, señalándosela preguntó: ahí ¿qué hay?<br />
¡Esa es la prohibida! Dijo Hans riendo. Es la mía, un poco privada, pero pasa. ¡Te presento<br />
nuestra oficina! Terminó con cordialidad. Tú sabes que se debe dar importancia a lo que quieren<br />
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ecibir los clientes que van a venir, esa gente supone que debe encontrar esto por lo menos, o<br />
mucho más. Y, no toman en cuenta que lo que realmente vale es los trabajos bien efectuados,<br />
eso sí que tiene importancia, además de las tres “B”: bueno, bonito y barato. Entonces... yo les<br />
tengo ahora lo que ellos quieren, estoy vendiendo imagen o marketing, o como lo quieran<br />
llamar.<br />
¡Eres increíble! Te felicito Hans. Eso me gusta en ti: la agilidad para anticiparte a los hechos. Te<br />
admiro. Siguió avanzando y al abrir la puerta se encontró con un lindo lugar alfombrado en azul,<br />
con cortinas de tul blancas, muy tupidas que dejaban poca visual a la calle, un escritorio y encima<br />
de él un teléfono, además de una grabadora. Una mullida silla en cuero negro, daba un toque de<br />
peso al ambiente. Se volvió y contenta dijo: ¡en serio te felicito! Está muy bonito, me gusta.<br />
Sabes que siento que aquí se respira como una paz. Sí, afirmó; acá hay paz.<br />
¡Qué bueno que te guste Mar! Le respondió acercándose, la tomó por los hombros y la atrajo<br />
hacia él. Con ternura al principio y unos locos deseos de hombre luego, al sentir su aroma, su<br />
cuerpo, su mirada rayana en la inocencia de una violeta. Le pareció de otro siglo. Entrecerró los<br />
ojos y la imaginó vestida de princesa austríaca, con esos ropajes de terciopelo en colores<br />
diáfanos, y sus adornos personales, eran los de valor intangible. Más allá de las perlas o<br />
diademas de diamantes, brillantes o zafiros engarzados en platino y oro. Su sencillez, la<br />
profundidad en sus creencias, sus valores espirituales no fingidos, su aceptación a la cruz<br />
impuesta por la vida, sobre sus débiles hombros. No era difícil sentir su absoluta soledad. Su gran<br />
corona ceñida en la frente coronada de miel y trigo maduro.<br />
La besó con ansias, con alma, con placer.<br />
Mar se cobijó en su pecho relajada, éste era el hombre que la hacía perder el pudor de su no ser.<br />
Sintió la calidez de sus besos que le recorrían cuello, oídos, labios, nariz ojos. Con qué pasión la<br />
envolvía. Todo su cuerpo se alteró ante la lucha contra el miedo. Miedo a involucrarse en la<br />
danza existencial del deseo, reñido con los hachazos monjiles de la crianza arcaica.<br />
Sin mediar palabra se encontraron recibidos por la tranquilizante alfombra azul. La polera salió<br />
de su cuerpo y blanda cayó hacia un lado, como sus jeans. Descalza ya, y en sólo sostén no tenía<br />
vergüenza de continuar dando y recibiendo caricias soñadas, pero nunca sentidas. No así. Sintió<br />
el calor agradable del sexo y del deseo.<br />
Ignota quedó la escrutadora condena de consensos ajenos, sólo tenía cabida la sincera<br />
simplicidad divina de entrega impensada; sí. Nacida original y sensible, espontáneamente. Cual<br />
explosión no condicionada sino indómita, fue abriendo sus piernas acomodándose a la posesión<br />
que Hans realizaba, dejando que la penetrara con suaves movimientos envolventes. Un poco de<br />
dolor la hizo quejarse despacio; él la besó con más ternura, transportado en el éxtasis total de<br />
hacerla su mujer. La entrega mutua en aras de un anhelo flotante de felicidad y posesión. Influjo<br />
de sutilezas casi imperceptibles motivando un concreto placer. Recibió sus pechos firmes, en que<br />
redondos lucían pezones rosados y duros, hambrientos de recibir caricias dulces. Se los besó y sin<br />
notarlo comenzó a chupar succionando como un bebé, hasta lo sublime. Entre los susurros de<br />
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Marymar.<br />
En el nirvana Hans habló entrecortado: ¡mi mujer! Tú eres mi mujer, ay mujer mía cómo te amo.<br />
Descansando abrazados tomó sus manos. Se detuvo en el anular tropezando con la argolla del<br />
dedo, con desesperación ofreció: sáquesela, yo le compraré una más gruesa y ancha si usted<br />
quiere, pero no quiero que esa me recuerde ahora ni nunca, que perteneces a otro en<br />
compromiso.<br />
Con un total anonadamiento del benéfico banquete pantagruélico, tomó la cinta de oro macizo y<br />
retirándola de su dedo la dejó caer hacia su ropa, que esparcida por el suelo la miraba como<br />
silenciosa cómplice. Nada dijo pero, sus ojos miraban con el brillo del ser que es completamente<br />
feliz, en ese espacio de tiempo. Lo acarició lento y al coger una de sus manos, le fue besando<br />
yema por yema los dedos, y estiraba sus vellitos con delicadeza.<br />
De pronto le confió: esto es maravilloso, y nada en la vida puede ser mejor, yo sé que es una<br />
locura, pero desde el momento en que me dirigiste la palabra; te tuve en mi mente. Por eso te<br />
llamé, nunca soñé que me atrevería a hacerlo: te amo Hans.<br />
Se acurrucó en sus brazos y volvieron a tomar el más completo alimento del vivir; con deleite,<br />
disfrutando cada segundo, acariciándose íntegros. Los dedos de los pies de Hans subían las<br />
torneadas piernas de Mar y volvían a bajar, mientras sus manos no dejaban de explorar la tibia<br />
carne joven.<br />
No hubo promesas.<br />
Cuando se apartaron para entrar en la ducha, él se introdujo con Marymar y jabonó su espalda,<br />
su cuerpo. Al roce de sus manos la sintió estremecida una vez más; una vez más lo ansiaba.<br />
Estaban igualmente exacerbados por el descubrimiento de la intimidad, tan maravillosa. Y<br />
mientras la ducha caía, se amaron bajo el agua... nada les importaba en ese instante, pues la<br />
nada era todo.<br />
Con la larga cabellera empapada y una sonrisa infantil, medio seca y más mojada en punta de<br />
pies intentó secar la espalda de él, con el toallón. Cuando se volvió le dio un beso en cada<br />
párpado, otro en la nariz. Hans se dejó acariciar y besar, sentía una placidez total que lo hacía<br />
flotar.<br />
Se vistieron con harto desgano. Reaccionar era tener que asumir la vigencia de realidades, que<br />
los revertía al complejo mundo cotidiano. Estaban insertos en él, y no podían sustraerse así como<br />
así.<br />
Volver a la realidad, cada uno ya en la calle tomó su auto despidiéndose con la mano en alto y<br />
una enigmática sonrisa, en los ojos el brillo; aquel dulce brillo que sólo sabe reconocer el que<br />
pasó por ello: amar sin medida, sólo amar. Quizá en el silencio, como escribió Shakespeare en<br />
“Mucho ruido y pocas nueces”. El silencio es el perfecto heraldo de la alegría.<br />
95
Capítulo 9<br />
Me enamoro de Mar.<br />
Hans caminaba al viento y a la lluvia, aún con las imágenes dibujadas mágicamente en su<br />
recuerdo, de aquellos instantes. Cavilaba con un montón de sentimientos encontrados. ¿Por qué<br />
ahora, y por qué así? ¡Tan de repente! Sentía una inquietud fluida por los sucesos. Mar era<br />
bondadosa y bella. No era digno mantenerla con esa imagen de hombre sin compromiso. Más<br />
surgía la inseguridad de perderla, al romper su silencio. No quería hacer sonar la campana, que<br />
tal vez lo llevaría a su duelo. Duelo de no verla y no tenerla una y otra vez estremecida entre sus<br />
brazos.<br />
¿Cómo lograr la ecuación perfecta? Su sensibilidad lo volvía desapacible, por los valores con que<br />
regía su existir; lealtad hacia los tres, o cuatro ya. Primero consigo mismo, su esposa, hijo y<br />
Marymar.<br />
Era imprescindible contar a Mar que él era padre, tenía un hijo. Ella era tan honesta, además<br />
nunca le había preguntado nada, tal vez no lo encontró necesario, pero... ¿cambiarían los<br />
momentos entre ellos? Esos momentos valorados, esperados, acariciados y anhelados. La había<br />
encontrado y no quería perderla. Le daba vueltas y vueltas al asunto, y no encontraba respuesta<br />
apropiada. Se nublaba cada vez más y más, no se consideraba un cínico. Pero sin proponérselo lo<br />
estaba siendo, fingiendo situaciones nunca previstas, ni aspiradas. ¡Qué difícil se había trocado<br />
su vida!<br />
De algo sí estaba completamente seguro y feliz, era de la valiosa llegada de Petit Hans a casa,<br />
¡cuánto lo esperó! Lo que significaba: era su continuidad en la vida, era la herencia de la carne,<br />
en la perspectiva necesaria para lograr un hogar pleno, en que reinara la risa de un niño. Sintió<br />
que no podía quitarle a ese niño su sonrisa.<br />
Por la burla del destino que disparó su dardo: de hallar en estos precisos momentos a la mujer<br />
que con sólo mirarla, la percibió como trascendente para sí, latió blanco un rayito inventado que<br />
transfiguró su alma y su cuerpo; en el estremecimiento de algo eléctrico, aquel día. Caprichoso<br />
cual sortilegio, y vital en femineidad; el dardo había llegado suave, dulce y armonioso, con los<br />
ropajes de Mar, que cual flor tardía transformó su existencia aceptada, pero no vivida. Valía la<br />
pena, ameritaba continuar con el silencio de su dramática comedia.<br />
No. Él no había mentido, sólo callado.<br />
Intentó hacer trabajos y más trabajos. Su nerviosismo interno lo descargaba de esa forma, la<br />
fórmula que le había dado buenos resultados antes. Lo difícil era llegar a casa sintiendo su culpa,<br />
siendo atendido con amor por su esposa. Sentía que la hipocresía era detectada por ella. ¿Qué<br />
podía hacer? Al corazón no se le manda, pensaba. Mientras los días pasaban.<br />
El tiempo no era un amigo; hacía restañar todas sus antiguas heridas. Pero, ahora las sonrisas<br />
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maravillosas - las de Mar - lo tornaban juvenil y con ansias de hacer locuras, mil locuras con ella.<br />
Era la oportunidad que la vida le brindaba de saciar sus perpetuas ansias, y botar todos los<br />
obstáculos, saltar por sobre ellos. Y, por esa gente que le negó promesas ilusionadas... cosas que<br />
nunca se cumplieron. No como las soñó en su momento. Temía a la huella del tiempo en que a<br />
cada año que pasa va huellando una pátina dura, semejante a los anillos de un tronco, que<br />
indican la edad del árbol. Monótono, interminable y constante; sin cambio.<br />
Había en Mar trocitos de agradable frescura apacible, que lo excitaban. Sensacional como pareja.<br />
A veces casi infantil, recordó cariñosamente. ¡Era maravillosa! Elegantemente femenina aunque<br />
vistiese de jeans y polera. ¡Exclusiva!<br />
Por aquellos días se le presentó una oportunidad de realizar otro proyecto y esta vez más o<br />
menos considerable. Para ello necesitaría ayuda de una persona con vehículo para la<br />
distribución, pensó en Mar. A pesar de que lo rehuía, seguro que asustada por el vuelco que<br />
había tomado su compañía. Ambos se necesitaban, pero los compromisos de cada uno, sus<br />
circunstancias del vivir les hacía escapar de su amor tan prohibido.<br />
La llamó. ¿Cómo estás? Antes de recibir respuesta dijo apurado: por favor, no me digas que no.<br />
¿Puedes venir a conversar algo bien importante? Se me ha ocurrido recién y por eso te llamo.<br />
Hans, ¡qué alegría escucharte! Sí. Voy pero tú sabes lo que demoro en llegar. ¿Me esperas?<br />
Sí. No tardes, adiós. Colgó y nuevamente lo inquietó una duda: ¿le diré? Y ¿si la hiero? No soy<br />
capaz, no podría. No le diré nada, pensó.<br />
Cuando llegó Mar le explicó lo del tránsito, que no le permitió llegar antes, con sus ojos de miel<br />
suplicantes lo miraba. Hans con tono de niño afligido, la empezó a remedar cerrando los labios<br />
de ella con los suyos. Luego serio dijo: cada minuto que te espero es para mí, un mes. No<br />
podemos perder el tiempo, todo el que podamos debemos aprovecharlo para estar juntos,<br />
compartir. ¡Te he extrañado tanto! Añadió.<br />
Tú significas mucho para mí, tanto como no imaginas, suspiró Mar sobre su boca.<br />
¡Qué bueno guagua mía! La abrazó y sus bocas se silenciaron, acalladas por el néctar, largo rato.<br />
Pasemos a lo laboral, señaló después del ensueño. Dio los detalles de cómo se realizaba el<br />
reparto, los lugares a los que debía asistir Mar, y por último la remuneración que percibiría.<br />
Mar aceptó. Era maravilloso verse todos los días. Así comenzó un precioso período de cercanía.<br />
Temprano se saludaban en las mañanas, discretamente ante los trabajadores. Más en la ocasión<br />
precisa que no les vieran, unían sus labios en besos que les embriagaban tanto como el vino. Un<br />
día de esos Hans la guió al armario azul; discreto guardaba otro tipo de información. Fue ahí<br />
donde se informaron por primera vez cómo se hacía el amor dentro de él. Seguro que el armario<br />
no les olvidó nunca, ellos tampoco. Funcionaba todo a la perfección: con amor todo funciona.<br />
97
Se acercaba finales de año.<br />
Hans le pidió apoyo a Mar para solucionar una bajada de materiales desde su casa hasta el<br />
negocio. ¡Haremos un solo viaje! Y solucionado. ¿Te parece? Dijo sorpresivamente.<br />
Claro que te acompaño. Aceptó Mar.<br />
Cada cual en su auto partieron rumbo a la cordillera. Lejos estaba la casa de Hans, pensaba Mar<br />
mientras escuchaba la radio distraídamente. Lo seguía de cerca, porque no tenía idea en dónde<br />
vivía. Al disminuir la velocidad supuso estaban llegando, estacionaron para cumplir con lo<br />
acometido. La hizo pasar con un ¡sígueme! Traspasaron la reja, ingresando a un pequeño jardín<br />
en que les cortó el paso el porche, ingresando al living.<br />
Un ventanal medio con vidrios angostos y persianas de madera pintada blanca, daba luminosidad<br />
al ambiente. Y acogía una chimenea con plantas en su interior como forma de adorno, no era tan<br />
elegante pero con mezcla de lo antiguo y lo moderno, se tornaba agradable. Siguió paseando su<br />
vista en forma rápida y sintió un remezón en su interior. Inocente a lo que en ella despertaba,<br />
totalmente ajeno, desde su coche cuna comenzó a reclamar con su llanto un pequeño delgado y<br />
tan parecido, a Hans. Le pareció que algo se le partía en mil pedazos provocándole un gran dolor.<br />
Nada preguntó, era demasiado obvio. Resistió con hidalga entereza el que además le fuera<br />
presentada la señora de Hans. Intuitivamente le miró las manos; no lucía argolla de compromiso.<br />
Por eso él no la usaba, tal vez.<br />
Compartió los minutos - esos que le parecieron horas - lo mejor que pudo, pero ningún<br />
sentimiento afloró desde su interior. Es más, vio como indefensa a la señora de Hans. Se despidió<br />
casi con alivio, y condujo sintiendo humedad en sus ojos. Calientes lágrimas bajaban libres por<br />
sus mejillas, eran de pena por lo burlada que se sentía, permitiendo conocer su templo a quién...<br />
no lo merecía. Había tenido tiempo de contarle su realidad y, no lo hizo. No entendía el por qué.<br />
Todo era tan distinto a lo que había soñado. Era tremendo pensar y no quería hacerlo.<br />
Al llegar a la oficina estacionó con lentitud, y bajó como tomando fuerzas para asumir - en la<br />
irritación misma - la situación del encuentro final. Hans sentado la esperaba, la estaba<br />
aguardando mientras le descargaban el vehículo. Nunca se sentaba, pero ahí estaba. La miró con<br />
sus ojos turquesa tan tristes, que Mar se contuvo para no correr a llenarlo de besos. Apenas le<br />
salió un: ¿cómo estás? Bajito. Le respondió con lo mismo y luego le pidió: por favor siéntate,<br />
tenemos que conversar.<br />
¿De qué Hans? Ya está todo dicho. Y se descargó de la pena que la ahogaba. – “No sabía que eras<br />
casado, no soy una persona cruel que cimiente mi felicidad en la desgracia ajena, nunca te lo<br />
pregunté porque no te vi argolla, y pensé que eras solo”.-<br />
¿Acaso tú eres sola? Mar dime eres ¿feliz? ¡De qué sirve una argolla o una libreta, si no eres feliz!<br />
Lanzó la frase subiendo el tono casi con desesperación. No he sido feliz y es más creo que no me<br />
había enamorado nunca antes. Créeme no he querido engañarte, estuve pensando muchas veces<br />
qué sería mejor si contarte o callar; tenerte o perderte, ¡ésa ha sido mi gran lucha! Lo más<br />
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importante es habernos encontrado. ¿Cuántos pasan por la vida sin hallar a la persona que<br />
realmente les deje la plenitud del amor? Nada es casual en la vida. Creo que es algo superior a<br />
nosotros no debemos luchar contra ello, es realmente lindo, no sé cómo explicarte.<br />
Terminé con el trabajo Hans. Si no me necesitas me voy, dijo lo más fría que pudo, a pesar del<br />
sentimiento que la envolvía como sombra huracanada en su interior. Estaba diciendo adiós a los<br />
mejores cinco minutos tenidos en ese amor que creyó pacífico, cual oasis encerrado por los<br />
brazos del amante joven, conocido. ¿O desconocido?<br />
Está bien, si quieres me acompañas al banco, tú sabes lo difícil que es estacionar, así me doy una<br />
vuelta mientras tú ¿me depositarías?<br />
Al ir en un solo vehículo era una forma diplomática de hacerla regresar para que tomara el suyo,<br />
tendría la ocasión de pedirle que almorzaran juntos. Tenía que hacer las ventiscas de un meduso,<br />
pero perderla... ¡jamás!<br />
Cuando Mar salió del banco con el depósito en orden, encontró a Hans esperándola con una<br />
sonrisa infantil de complicidad.<br />
Atento, apoyándose en el volante se inclinó en el asiento y le abrió la puerta, le señaló un<br />
cuadradito de papel escrito para que ella lo tomara. Era como un boleto de ómnibus, Mar lo<br />
cogió y vio que decía “Soy de Usted”. Nada dijo. Lo conocía dulce y tierno, sonrió y lo guardó en<br />
su bolso, como el primer tesoro de la batalla. Una batalla que librarían juntos, por muchos años.<br />
¿Podría almorzar conmigo bella dama? Dijo rompiendo sus cavilaciones. Conozco un lugar no<br />
elegante, pero donde te aseguro comeremos los mejores mariscos de todo <strong>Chile</strong>, comenzando<br />
por unos maravillosos y frescos erizos... que nos dejarán estupendo el estómago y el ánimo.<br />
¿Vamos?<br />
No Hans. No corresponde que yo te acompañe a ningún lugar, te lo pido por favor.<br />
¿No te tientan los mejores erizos del mundo? A mí me encantan y si voy solo, me sentiré<br />
pecador. Oye, ¿por qué no puedes acompañarme? Iremos en plan de trabajo, no de ninguna<br />
diversión, ¿te parece?<br />
Siempre igual de tierno, era casi imposible decirle que no.<br />
Realmente no era un lugar chic, más bien pintoresco y la comida sólo de mariscos y pescados;<br />
exquisita.<br />
Hablaron de todo un poco.<br />
Era esa la fórmula de referirse a lo acaecido. Le fue confiando Mar cómo se había desarrollado<br />
gran parte de su vida, para que tratara de entenderla. “Mi educación me ha marcado desde<br />
99
siempre, ha sido puritanista y religiosa. Ni sé cómo te lograste introducir en mi vida. Se me<br />
inculcó el deber por encima de todo. Siento una atroz vergüenza de lo que hemos hecho”. Tal vez<br />
la horrible soledad en la que me ha mantenido mi esposo, aminora un tanto mi culpabilidad. No<br />
soporto la mentira, me desespera. - Quizá porque mi vida ha sido una mentira.- Debo continuar<br />
con la farsa de un matrimonio, que es nada. De noche pido fortaleza a Dios, en el que creo. Y ahí<br />
te cruzas ante mis ojos, y me imposibilitas, me anulas. ¡Oh Hans! Dime ¿por qué te conocí?<br />
Sólo... porque Dios lo quiso. Para mí la afectividad ha sido muy malamente conocida. Eso me<br />
llevó a callar muchas veces de manera intuitiva, mis sentimientos y mis afectos. Como hombre,<br />
no dejar traslucir nada en demostraciones, ni en lenguaje o en la expresión misma. Consideré ése<br />
el cauce más adecuado, para intentar mantener una armonía en mi interior. Pero mi vida, muy<br />
positiva en algunos aspectos, se había tornado gris, plana y aburrida. Sin emociones, sin ninguna<br />
fórmula mágica que la cambiara; dándole color y pasión. Aunque fuese ajena al modo austero de<br />
ética y moral, con que - aunque tú no lo creas - me he regido. Me sentía débil, con un gran vacío<br />
como encrucijada, necesitaba una nueva luz, un refuerzo, un tónico espiritual que llenara ese<br />
gran vacío de mi vida. Sentía una desesperanza y una infelicidad que me llevaban al desánimo.<br />
¡Era injusto! Ya que aparentemente lo tenía todo. No soy un cínico, pero me parecían tan inútiles<br />
e innecesarias las angustias del proceso existencial... tan parejo e hipócrita; conmigo incluido,<br />
dando una imagen amable y sonriente. En ti lo he encontrado. No figurabas en mis libros, sonrió<br />
tranquilamente. Te pido que no me abandones, somos tan felices compartiendo juntos los<br />
instantes que podemos, somos el uno para el otro, créeme.<br />
Silenciosa Marymar Llanera Cox lo escuchaba. Transcurrida la sobremesa, ambos comprendieron<br />
que separarse era una palabra que nunca sería dicha entre ellos. El postre de papayas al jugo, el<br />
café y el descanso de la conversación entregando sus vicisitudes, les había alejado del reloj, el<br />
tirano que medía el tiempo con sus manecillas flojas. Se levantaron para retirarse del local,<br />
donde en la puerta en artística reverencia, les dio la despedida con una apequenada un garzón.<br />
De tradicional corbata humita negra, camisa casi blanca y la tremenda barriga fiestera, con las<br />
indisimuladas manchas de aceite en el negro pantalón.<br />
Se miraron y le sonrieron con simpatía.<br />
No te puedo pedir una respuesta inmediata – comenzó a decir Hans- pero, por favor piénsalo.<br />
Eres un precioso bálsamo para mi corazón desequilibrado, y si el azar existe, desde que te conocí<br />
lo he de considerar mi amigo. Tú calmas mi sangre enardecida como un sándalo que solaza mi<br />
soledad, agregó con calidez.<br />
Marymar lo amaba, lo había encontrado, luego conocido; ahora lo necesitaba. Era demasiada la<br />
carga en sus débiles hombros. Su deber lo cumplía trabajando como hormiga para sus hijos que<br />
tanto amaba. Multiplicándose en mil distintas formas entre colegios, ollas, compras, carreras-<br />
estudios de piano y melancolía. Pero, al enterarse que existía un hombre como Hans, analizó que<br />
no podía todo lo anterior, darle sentido a su vida, ni ser la justificación de ella. Una cosa era el<br />
deber, pero... ¿qué debo hacer por mí misma? Se dijo. Recordó lo que decía San Agustín: “Ama y<br />
has lo que quieras”. El amor todo lo que toca lo hace bueno, y desde el primer encuentro con<br />
100
Hans sintió un increíble renacer en su interior, era su agua fresca para continuar viviendo, la hizo<br />
tener alegría y saber que ella era joven, y lo más importante: ¡mujer!<br />
En esa Navidad por primera vez, Hans buscó los gladiolos más bellos para enviárselos. Con<br />
delicadeza escogió los de suave color rosado, pensando cómo ella los pondría en un jarrón, y los<br />
contemplaría con la mirada de la Gioconda y sus secretos, en esta dura danza de la vida con<br />
tantas máscaras puestas o sobrepuestas. Cada día al cambiar el agua de las flores, pensaría en él,<br />
se ilusionó.<br />
Pasada la Navidad, fiesta que enmarca a una familia: la de Belén, casi como debieran ser todas,<br />
se re encontraron. Hans recibió como regalo un pequeño bulldog en porcelana de color café y<br />
blanco, muy fino. “Para que adornes tu escritorio... y te cuide” dijo riendo Mar: ¡este no ladra!<br />
101
Capítulo 10<br />
Comienzo del golpe militar.<br />
Con el cambio enredado de gobierno, sin que terminara el anterior gobernante, su período de<br />
seis años, se produjo también la nueva temporada de éxitos y diversiones de otra clase social. Y<br />
mientras unos salían en forma desesperada y con lo puesto al exilio, amedrentados por los<br />
aconteceres extremadamente duros, indefensos de contar con ayuda legal de los tribunales de<br />
justicia para su protección, otros adquirían fama y fortuna rápidamente, supuestamente ellos<br />
serían los nuevos médicos, que sanarían las enfermedades del país caótico.<br />
Los remedios administrados no eran de los acostumbrados a ser recetados - como para<br />
adquirirlos en farmacias.- Distaban mucho de eso. Pronto, como una callampa - esponja nacería<br />
el antivirus, para esta sociedad supuestamente muy grave. Legendariamente tenían sabor a<br />
esclavitud, y gustos intrínsecamente ligados casi a Reinos Utópicos. Algunos Médicos recibidos –<br />
luego de siete años de estudios en la Universidad- (sin contar la especialidad) en el país pasaron<br />
a ser vendedores de pescados, en el Mercado Municipal. Y otros que nada sabían de Universidad<br />
dirigieron “ejecutivamente” el ascensor de la economía. Y análogamente lapidaron cualquier<br />
miradita a la Democracia de opinar.<br />
Estando de esta manera las cosas, Hans para lograr nuevos contratos descubrió una fórmula<br />
infalible, casi mágica; que requería un cierto grado de acomodo muy inteligente. Así en una<br />
importante distribuidora se hizo del contacto de nada menos y nada más, que del gerente de<br />
adquisiciones. Él, lo advertía secretamente cuál era el presupuesto ingresado por el monto más<br />
bajo, a sus manos. En base, a la información Hans preparaba urgente uno que obviamente era<br />
algo más bajo en cada unidad. Con ello lograba ser elegido por el directorio; como el más<br />
conveniente.<br />
Pero, como nada es gratis en la vida, al retirar el vamos con el cheque de anticipo para efectuar<br />
el trabajo... no debía olvidar llevar su cheque personal a nombre del distinguido jefe de<br />
adquisiciones. Su comisión en el intercambio comercial, por su preferente atención al incipiente<br />
negocio de Hans. Todos contentos funcionaban, la maquinaria mundana se había puesto en esa<br />
dirección de marcha, y no se podía lograr purificarla. Lo más sabio era tratar de no<br />
contaminarse... pero tener trabajo.<br />
Al paso del tiempo, se le presentó la oportunidad de adquirir un sitio en la costa, donde luego<br />
instalaría una casa cómoda aunque prefabricada, para llegar a descansar en cualquier momento.<br />
Siempre metódico, fue acomodando el lugar veraniego con su buen gusto, aprovechando los<br />
espacios y dejando la posibilidad a futuro, de hacer nuevas cosas. Tal vez sería un<br />
estacionamiento para su auto, quizá una piscina. No soportaba a las personas en masa a su<br />
alrededor, como sucede en las playas; en esa forma estaría con quienes él quisiera estar, además<br />
del buen aire marino.<br />
102
Sin embargo, las suyas eran metas conseguidas sólo para ocupar el tiempo. Ese tiempo que<br />
quería compartir con Mar, y por las duras circunstancias de los compromisos: no podía. En las<br />
limitaciones se ponía a trabajar, era con lo que llenaba los espacios vacíos de los callejones sin<br />
salida en que se metía, su diario pasar. Esa fachada de pamplinas era el chantaje de tener una<br />
familia muy equilibrada, persuasivamente magnífica... y que en ocasiones miraba lejana, como<br />
sintiendo que nada le significaba. Pero la sociedad tenía sus reglas, y si para sentirse pleno y feliz<br />
debía saltar sobre tantas fachadas de cemento y rocas, además haciendo daño a personas que<br />
nunca se lo hicieron, sentía que no podía. ¡No podía!<br />
Mientras Hans meditaba su entorno, en no apacible pensar, muy cerca suyo se sucedían meses<br />
terribles para Marymar Llanera Cox. Amenazas, presiones psicológicas y agresiones. Parecía que<br />
conociendo muy bien el pensamiento de ella: totalmente democrático, el uniformado se gozaba<br />
en contarle con lujo de detalles las aberrantes torturas que mandaba que realizaran, como<br />
autoridad gubernamental... uniformada y con poder. Aprovechando la grandiosa oportunidad de<br />
recalcarle que en cuanto a lo personal: - siempre se ideaba algo como más sofisticado, para<br />
dañar a la que intentara hacer un motín a bordo de su hogar.- Ninguna salida fuera de la ciudad a<br />
realizar “conciertitos” sería aceptada por él. No tendría escapatoria, no. Y si tenía algún trabajo<br />
para hacer, debería ejecutarlo donde sus ojos la pudieran vigilar.<br />
Cuando Mar se lo contó, resuelto y con hombría Hans le pidió: déjelo guagua, por favor no siga<br />
en esas condiciones ¡te está destruyendo, y no lo resisto! Yo te ayudo a criar a tus hijos y te<br />
vienes al departamento de la oficina, no es grande pero, por lo menos tendrás tranquilidad. Si<br />
trabajamos más duro los dos nos alcanzará para asumir los gastos. Arrendaré otro local para<br />
oficina. ¡No puedo verte así!<br />
Lo miró con inmensa gratitud a tanta preocupación y sobre todo; a tanto amor. ¡No, vida! Te<br />
agradezco en el alma, pero no eres tú quién debe pagar deudas ajenas: no lo considero justo.<br />
Tienes tu hijo, y yo no sería capaz de perjudicarlo nunca.<br />
Hans la interrumpió: la solución está en que me aceptes, saldremos adelante.<br />
¡Mi niño bonito! Eres tan especial.–Pero, no aceptó.- En corto tiempo Hans comenzó a notar el<br />
deterioro del trabajo efectuado por ella. Su entereza fue decayendo. Corría de un lugar a otro<br />
como perdida en la batalla de intentar cumplir. No lo logró. Hubo reclamos de importantes<br />
clientes. Con ello dependía el prestigio de la naciente empresa de Hans. Y en un momento en<br />
que no pudo evitarlo, con dolor, tuvo que decir: Mar no puedo seguir trabajando contigo, esto<br />
que tú ves es el esfuerzo de muchos años de mi vida, no puedo arriesgar de lo que vivo, lo siento<br />
mucho, créeme es muy penoso para mí.<br />
Mar nada dijo. Él tenía razón. Había tenido dos oportunidades y las dejó pasar, por miedos. Lo<br />
que calló su boca era la amenaza de muerte constante, que no la dejaba vivir. Repetida en forma<br />
incansable por el demente padre de sus hijos. A ella nadie la protegía, ni menos le creerían si lo<br />
denunciaba. La dictadura siempre tenía el éxito en todo. ¡No vestía uniforme! Su ropa era<br />
sencilla sólo de civil y de mujer. A paso lento se dirigió a tomar su auto. ¿A dónde dirigir sus<br />
103
pasos? Y solazarse de esta indescriptible congoja.<br />
Ese lunes comenzó diferente.<br />
Las ausencias de Mar habían hecho de Hans un persistente combatiente esforzado, solamente en<br />
trabajar durísimo. Sentía que ella le había fallado, dejándolo solo. En sus ideas efervescentes<br />
simultáneamente pasaba de culparla, no creyendo todo lo que habían conversado al paso, con<br />
respecto a sus realidades. ¡No podía ser verdad! Simulaba esas situaciones por protegerse tal<br />
vez, de este rayo caído de amor impuro. Eran subterfugios para disminuir los sentimientos<br />
demostrados en aquellos maravillosos momentos de intimidad vividos, cual página en blanco<br />
llenada sólo por ellos dos.<br />
Despojando el brillo natural que envuelve en sí al amor. ¡Que sí es puro, en su recinto de entrega<br />
desinteresada! En la fermentación loca y dramática, pero tan necesaria en la masa que llamamos<br />
vida. –Mar estaba equivocada- ¿cómo convencerla de algo supremo, tan supremo como la<br />
belleza de amar?<br />
De pronto el sonido del teléfono lo sacó de sus cavilaciones. Era la voz de ella algo enronquecida<br />
y ligera, para informarle lo acaecido...<br />
¿Escuchaste la noticia de la explosión? Dijo. El uniformado esposo había tratado de “desactivar”<br />
una bomba que supuestamente... se había informado existía en un lugar preciso, a su oficina de<br />
rango. No dejando el placer a sus subalternos, se dijo que se dio a sacar cables y antes que<br />
pudieran evitarlo, voló en mil pedazos, arrastrando a dos uniformados con menor grado, pero<br />
con mejor suerte: quedaron vivos aunque con el cuerpo cercenado. Fueron trasladados al<br />
hospital de la institución, con diagnóstico reservado. Era una torre de alta tensión en las afueras<br />
de la ciudad.<br />
Todo parecía nombrarlo héroe, sin embargo conociéndolo en su intimidad: enfermo de agresivo,<br />
no le cupo ninguna duda a Mar que eso era un ardid inventado por sus superiores con astucia.<br />
No podían admitir a lo que se estaban dedicando algunos de sus uniformados. ¿Qué diría la<br />
opinión pública mundial? Era mejor aparecer dando soluciones, contra los extremistas que<br />
ideaban estas fechorías. ¡Justificando lo ocurrido!<br />
Marymar angustiada dejó de asistir a la oficina de Hans. La situación era extremadamente<br />
peligrosa, sentía millones de ojos anónimos vigilándola, y hasta su teléfono estaba con un eco<br />
adquirido, antes desconocido, que le dejaba intranquila pensando que estaba intervenido. Para<br />
llamar iba a la casa de una vecina y con vergüenza pedía por favor, la dejaran comunicarse.<br />
Notaba sin embargo que algún miembro de la casa se quedaba de pie frente a ella, escuchando<br />
lo que hablaba. Sentía la humillación de la espera, y sin ninguna oportunidad de decir a Hans<br />
cuánto lo amaba, la falta que le hacía su palabra y su compañía, su mirada tierna y su calor.<br />
Como una solución de remediar las soledades, se introdujo más y más en la música. Era una<br />
terapia que alivianaba la angustia del vivir sin él, aunque fuesen cinco minutos para mirarlo y<br />
104
saber que era de carne y no sólo de sombra; esa sombra de recuerdos que la comenzaron a<br />
acompañar desde la primera vez que se vieron.<br />
Era demasiado el tiempo sin verse.<br />
La extrañaba. Se extrañaban. La incógnita de no saber nada de ella se le hacía un tormento lento.<br />
Quería sacar de su boca ese sabor a cenizas que se hacía insostenible ya, todo era nada, que<br />
pasaba por su lado lastimeramente. La solución era la llamada. Había dudado mucho pero, era<br />
más fuerte que su compromiso. La melancolía y la nostalgia se estaban convirtiendo en su<br />
consuetudinaria compañía. Hans analizando su relación humana, pensaba que aún en lo<br />
relativamente corta; había sido tan pletórica. En lo global disminuía en su totalidad lo negativo,<br />
de los otros recuerdos tan bellos y completos.<br />
Al escuchar su voz, salió del alma la corta frase: ¡te paso a buscar!<br />
No. No por favor, yo me acerco, respondió Mar rápidamente.<br />
Sigues igual. Veo que no has podido cambiar ese miedo que llevas pegado a ti; bueno te espero<br />
sin falta, ¡cuídate mucho!<br />
Al pie del cerro San Cristóbal, se vieron.<br />
Se abrazaron con desesperación, y se besaron como dos colegiales, tomados de la cintura y de la<br />
mano, bajo el tibio sol. No llamaron la atención, había muchos parecidos a ellos, sólo parecidos<br />
que hacían lo mismo. Era tal la necesidad de mirarse que lo hacían sin palabras. Dejando de<br />
escuchar sus silencios, Mar le dio un regalo que le tenía hecho un tiempo atrás. Era una hoja<br />
escrita, doblada en cuatro.<br />
¿En serio es para mí?<br />
Sí. La extendió para que él la leyera.<br />
Lo hizo en silencio, y notorio fue el cambio en su mirada, la dobló y alojó en el bolsillo de su<br />
camisa. A la interrogante mirada de Mar sonrió apenas y le comentó: es muy lindo. Nunca había<br />
recibido un poema hecho para mí. Sólo que me duele el título, es pensar en forma muy negativa<br />
y pesimista. Ya te alejaste tantas veces de mí. ¡Tú no sabes lo que yo sentí al no tenerte! Al no<br />
oírte, al no verte. Tus miedos Mar no te permiten ver mi realidad. Bueno disculpa, creo que para<br />
ti no debe ser nada fácil, tampoco. Sacando la hoja escrita comenzó a leerla en voz audible.<br />
Soneto del Fin<br />
Inmensa pena es la que hay dentro de mí;<br />
lejos no es fácil. Vivo pensando en ti.<br />
105
Palabras, labios que mieles me dieron.<br />
Ternura, abrazo. Ojos que no mintieron.<br />
¡Ay! Cómo venzo las ganas de correr,<br />
llamar... contarte que miro creyendo ver<br />
tus tiernos ojos claros, cuando decías ¡Mujer!<br />
Mía, ¡te amo! O escribías “soy de usted”.<br />
Minutos, horas; no importa.<br />
Lo que quiero es revivir<br />
Aquel pasado cercano<br />
Cuando creí mi deber<br />
Alejarme de tu vida<br />
Porque era injusto querer.<br />
P.D. ¡Qué cruel fui conmigo misma, porque me hice morir!<br />
Te lo escribí escuchando el Concierto Nº 1 para piano de Beethoven, específicamente la Sonata<br />
del Adiós, la interpretaba al piano Rudolf Serkin, con la Orquesta de Filadelfia. Me puse tan<br />
increíblemente melancólica que volqué mis emociones en un papel, y resultó esa escritura. ¡Te<br />
echaba tanto de menos!<br />
Mi Marymar, dijo abrazándola fuerte. También yo te he extrañado mucho, y en la impotencia de<br />
no saber qué hacer, llamarte o definitivamente callar, como un cobarde. ¡No ha sido fácil! Te<br />
necesito tanto, para no sentirme como un náufrago a la deriva.<br />
Caminaron asidos como otras parejas felices, y al ver un buquecito heladero Hans la invitó.<br />
¿Tomemos un helado? Con el calor nos va a venir de maravilla.<br />
Al despedirse estaban alegres con el encuentro juvenil. La vio alejarse por el sendero del cerro,<br />
entrecerró los ojos e imaginó el puente aquel, donde de niño jugaba; era ése que quedaba cerca<br />
de su casa y donde se producía el paso del Danubio en forma más angosta, casi como un canal,<br />
en la fronteriza zona hacia Budapest. Ya ni recordaba los nombres pero, sí la belleza del lugar. La<br />
vio flotante entre nubes de ropajes de aquella época, sintió que ambos volaban en el coche<br />
ligero de dos plazas, el tílburi. ¿La conoció allí? ¿En qué siglo?<br />
Existían esos dos puentes, que hasta el año veinte conservaron el nombre aquel que les puso<br />
Francisco José, el Emperador de <strong>Austria</strong>, que murió en 1916. Él vivió ya en el pasado siglo, las<br />
sublevaciones de Italia y Hungría (1849), al año de ser nombrado Emperador. <strong>Desde</strong> esa fecha<br />
histórica, hasta la 1ª Guerra Mundial, tuvo por resultado el desmembramiento del Imperio<br />
Austro-Húngaro. Su sucesor Carlos I, se vio en la obligación de abdicar, por las presiones.<br />
Como niños en aquellas circunstancias cruzaban la frontera en inocente jornada de diversión, y<br />
retornaban a Köszeg tranquilamente, contentos de sus payasadas. ¿Tanto ha cambiado el<br />
hombre? No era deprimirse... recordar. ¿Cuántos eran los nobles que se habían quedado sin<br />
trono? Y a lo mejor, tampoco lo habían pasado muy bien, en esa transición hacia la nada. Hans<br />
106
había adoptado sabiamente su método para protegerse de las circunstancias, muchas veces<br />
adversas.<br />
Intentaba crear sus murallas mentales que lo protegían de las embestidas de las fieras agresivas,<br />
que circundan los espacios del universo.<br />
Si bien algo sabía del sistema de opresión que marcaba el andar de muchos ciudadanos que<br />
vivían en este país, <strong>Chile</strong>, no concebía el gran pánico – que no era difícil de adivinar- en los ojos<br />
de Mar, y en sus actitudes. De pronto se esfumaba, era como si la tierra se la hubiera tragado, sin<br />
dejar rastros. Pero al re encontrarse notaba que nada había cambiado entre ellos. Permanecían<br />
ella en él y él en ella.<br />
No dejaba de llamar su atención los detalles, Mar era ex esposa de uniformado. Sobrina de un<br />
alto mandamás, también uniformado, entonces ¿por qué sus miedos? Tal vez por lo mismo: ella<br />
sabía lo que hacían.<br />
Notaba que cuando hablaban muy pocas veces el tema, ella se mostraba totalmente anárquica,<br />
desobediente a la dirección que reinaba en el Estado de <strong>Chile</strong>. Apasionada le confesaba que<br />
cuando volviera la Democracia, se percataría de lo invulnerable que era el sistema. “Magancear<br />
es el lema ahora, y lo peor es que es de muchos” magancear... repetía. Haraganes que succionan<br />
como pirañas hasta la última gota de sangre y sudor, de la gente de trabajo. Mis ancestros fueron<br />
valiosas personas emigradas como tú, tal vez en otras condiciones, pero tan perseverantes,<br />
emprendedoras y tesoneras. No vinieron a saquear este país, si no a construir, a aportar sus<br />
conocimientos, a dar trabajo, a levantar benignas redes de intercambio. Entregaban con presteza<br />
su conato a cambio de recibir la paz. Esa que se les había volatilizado como sortilegio, desde su<br />
país y también en su continente herido, por el suplicio de las guerras. De esa herencia vino mi tío,<br />
y te digo más, el vehículo en que siempre se trasladaba ni siquiera era propio, pertenecía al<br />
Estado. El que lo conducía era chofer, secretario, y creo que hasta peluquero. No como ahora, en<br />
que tú puedes ver de tres a cinco autos en las veredas de las casas de los mandamases, decía con<br />
furia. Y también con orgullo por lo de su pariente jubilado: tan austero y decente.<br />
Hubo otra y otra cita a escondidas. Era imposible evitarlo, con saber el uno del otro, era casi<br />
estar vivos. Se necesitaban hasta para mirarse a los ojos y sentir los mensajes sinceros, de sus<br />
miradas claras.<br />
Se habían hecho uno, no podían olvidarse. Era superior a todo lo demás. A veces, lloviendo a<br />
cántaros la esperaba. La esperaba bajo el paraguas anegado... Y no llegaba. Partía rápido a su<br />
oficina expectante de su llamada, que no se producía. Hans sentía que todo a su alrededor se<br />
oscurecía, se sumía en la angustia de la desesperación ante la impotencia de hacer un cambio.<br />
Pero ¿cómo?<br />
Para tranquilizar sus nervios rotos caminaba hacia los caracoles de galerías céntricas y adquiría<br />
ropa, que luego advertía ni siquiera necesitaba. Más con eso, intentaba superar algo la depresión<br />
107
que lo embargaba.<br />
Encuentros.<br />
Ese en especial, fue sublime.<br />
108
Capítulo 11<br />
Nace Pablo<br />
Muy temprano Marymar llamó a su amiga Warde y le anunció serena: gordita mi bebé está por<br />
nacer, te necesito pedir le avises a Hans, por favor.<br />
¡Qué linda maravilla! Lo haré, encantada lo haré. Todo saldrá bien Mar querida, por favor<br />
tranquilízate. Tienes gente que te ama y te necesita. El de arriba y yo te queremos mucho. No te<br />
preocupes de nada, el tiempo es exacto y perfectamente pueden pensar que es... bueno<br />
dejemos todo así, ahora tengo a Amalita con fiebre, estoy esperando al doctor. Esta tarde te<br />
visitaré en la clínica, chao amiga.<br />
Cuando el regordete varón lanzó su grito a la vida, el doctor ceremonioso anunció “es un<br />
hombre”.<br />
Olvidándose del dolor del parto y de su carne desgarrada, Marymar intentó enderezarse para<br />
contemplarle. Lo vio y de su pecho salió un ronco gemido de gratitud: ¡gracias Dios por ésta<br />
pequeña vida! Y, en el momento sublime indescriptible en palabras, saltaron lágrimas de gozo;<br />
una alegría inmensa de mirar el fruto bendito de su amor prohibido.<br />
La masita roja y blanca, ajena a todo lo que despertaba, se retorcía entre las profesionales<br />
manos, llorando y berreando hasta ser depositado sobre el alto vientre de su madre, para<br />
proceder a cortar el cordón umbilical. Lo acarició suave y se lo aferró al pecho, con protección<br />
increíble, era para ambos una sensación exquisita - unidos - y logró calmarles. Mar le hizo su<br />
promesa silenciosa: tú serás un niño feliz hijo mío, te prometo por mi sangre.<br />
No la entendió.<br />
Luego lo llevaron a la sala-cuna.<br />
Mar fajada a su habitación, a esperar...<br />
Semidormida anestesiada, y con el agotamiento propio del trabajo de parto, se negaba a cerrar<br />
los ojos. ¡Esperándolo!<br />
Nada ocurrió. Nadie llegó.<br />
Al ser dada de alta a los tres días, se fue a su casa. No quería preguntar. Si explicación había, para<br />
ella no existía ninguna; no quería escucharla. Warde no apareció, ni llamó, era tan difícil y<br />
extraño.<br />
109
Había soñado con alegría compartida, veía llegar a su enamorado con un ramo de gladiolos rojos<br />
en la mano; y sonrisa de plenitud en los labios. ¡Pero todo fue sólo un sueño! Y, ésta era su<br />
realidad: soledad total.<br />
Con coraje obvió los detalles. ¿Acaso la vida no está rescaldada en detalles? Se reanimó<br />
pensando que era generosa y bella al hacerle este regalo maravilloso. ¡Valía la pena! Ella tenía lo<br />
mejor, lo que no llegó... debía olvidarlo. Y sin comentario.<br />
En el quinto piso de la misma clínica, un equipo médico especializado luchó horas en forma<br />
desesperada para salvar la vida de la hija mayor de Warde, a la que se le declaró una peritonitis<br />
aguda. La niña vivió afortunadamente.<br />
Todo quedó en silencio.<br />
Ese silencio que dice tanto, para los que aprenden a escucharlo en sus mensajes profundos.<br />
Sentimentalmente Hans notaba un gran vacío sin Marymar. La extrañaba y sentía el gran peso<br />
del transcurso de tantos meses sin verla, pero no quería exponerla. A estas alturas del tiempo<br />
transcurrido luego del golpe militar, algo se comenzaba a escuchar de lo que tantas veces ella le<br />
había comentado, las pugnas por el poder inescrupuloso se estaba notando en las declaraciones<br />
generalicias, los políticos tradicionales casi no existían ya en la realidad nacional, muchos salidos<br />
al exilio, otros estaban ultra desacreditados por el extremo reinante.<br />
Zancadillas, vendetas - soplonajes humillantes, encierros peligrosos concebidos por la fuerza.<br />
Otras explosiones de torres de alta tensión se sucedían, en que se descubrían irreconocibles<br />
cuerpos mutilados, o tan cercenados que se tornaban en tristes trozos de carnes negras y<br />
sanguinolentas quemadas, esparramadas. Por otro lado aplausos y letanías del sector imperante<br />
en el gobierno, que se volvían preocupantes.<br />
Pensaba que lo mejor en las circunstancias actuales era dejar las cosas como se estaban<br />
presentando. No podía exponer a Mar. Aparentaba vivir contento, más sencillamente no era<br />
feliz. No podía. Extrañaba esas chispas de dulce vida que le regalaba Mar, que prendían en su<br />
corazón, ésas que lograban hacerle la cotidiana existencia más armónica. Él no necesitaba<br />
explicaciones pedestres, ¡no! Para no llamar excesivamente la atención tanto en su casa, como<br />
en el barrio residencial donde vivía Mar, se compró una moto, total la necesidad agiliza la<br />
inteligencia. Echó al vuelo “es muy cómoda para estacionar y ocupa menos combustible”. En<br />
realidad cualquier cosa, total se dijo: puedo pasar diez veces o más por el mismo lugar, y una<br />
moto se nota menos que un auto. Se acercó en su insuperable moto al sector en que podría<br />
encontrarla, una y otra vuelta, y nada. No podía llamarla, porque al tener problemas se los<br />
agrandaría con la llamada. No quería causarle ningún daño, la amaba. Y día tras día sin llamar la<br />
atención, daba vueltas y vueltas en su compañera que lo escuchaba preguntar ¿qué habrá sido<br />
de ella?. Y nada.<br />
110
Desesperanzado al no hallarla, triste vagó días, semanas, meses y un par de años, en la famosa<br />
moto por todo el sector. ¡Era tan extraño! Los altos murallones verdes de la casa de ella, se<br />
volvían siniestros, envolviendo en su interior un misterio difícil de desentrañar. A pesar de querer<br />
llamar a la puerta; algo no sabía qué, lo detenía. Sin embargo se atrevió... tocó el timbre, y<br />
preguntó por ella a un hombre que se acercó a la reja. Al escucharle su pregunta “deseo hablar<br />
con la señora que hace clases de piano, por favor”. El tipo le respondió seco: la señora ya no está<br />
dando clases, y no recibe a nadie. Y lo miró largo e inquisidor, hasta que lo vio subirse a la moto y<br />
partir. ¡Ah la vida! Lo estaba embrollando en forma peligrosa. Por lo que pudo ver, al parecer a<br />
Marymar le habían asignado un guardia de seguridad personal, con un tipo de cara agria y<br />
modales amenazantes. Muy extraño encontró el asuntito.<br />
¡Tengo que olvidarla! Pensó. Buscó mil fórmulas dentro de su cerebro en efervescencia. Más<br />
trabajo, un viaje y otro al lugar donde la conoció. Y esa loca búsqueda por cada lugar que<br />
caminaron juntos. Nada. Nada encontraba que le ayudara a sentirse mejor. Enfiló el vehículo<br />
hacia las afueras de la ciudad, necesitaba el verde para calmar sus nervios y relajarse.<br />
Siempre que estaba bajoneado, y se sentía en el concho de la ola, una vuelta al lugar de sus<br />
inicios en <strong>Chile</strong>, le aportaban nuevos bríos y energía, era como una forma de consuelo o terapia.<br />
Se medía cómo llegó, y lo que había logrado avanzar... solo. El hombre vive para recordar, allí<br />
encontraba los atajos que hacía en sus correrías desde la escuela hasta las casas señoriales de<br />
típico estilo alemán, las arboledas que eran las mismas, el canto de los pájaros, el olor a ese<br />
campo que añoraba. Él era un futurista y pensaba que en algún momento de su vida tendría la<br />
oportunidad, que Dios le regalaría, de adquirir un terreno en aquel maravilloso lugar. Era común<br />
encontrar al lado de una mansión, una modesta casita de gente pobre, pero digna, hermoseada<br />
con flores y plantas. Ya a una anciana pedaleando en una bicicleta o, a un ricachón conduciendo<br />
un Meche. Era como la vida misma, con de todo pero no sectorizado “sólo para...”. Recordó otro<br />
barrio cuando se había acercado gentilmente a saludar a su hermana, estacionó y bajó. Ella le<br />
hizo sacar urgente su viejo vehículo del frontis de su casa, ¿qué dirían los vecinos? Del especial<br />
barrio de snobs enfermos de la facha, que llegaran a visitarla en semejante cosa. ¡Qué<br />
vergüenza! No era la primera vez, que lo corría pero, por la añoranza de unir a la familia, Hans<br />
perdonaba.<br />
Pensó sin rabia que en alguna oportunidad cuando tuviese un Meche, la invitaría a dar un paseo,<br />
para enseñarla. Tal vez no valía la pena, Bea más que sus otras hermanas, olvidó muy pronto lo<br />
que fue su llegada a <strong>Chile</strong>; él no. Ahora un séquito de sirvientes le hacía brillar su mansión. La<br />
vida como las olas... sube, baja, tormenta y calma; y así se entretejen los designios.<br />
De reflexionar filosóficamente bajo el marco de la admirable arboleda, repuesto con el aire puro,<br />
y más ánimo, regresó a la ciudad dejando atrás Peñaflor y sus anteriores vivencias, en que al<br />
reconsiderarlas llegaba a pensar como Mar que le decía en muchas oportunidades: “nada es<br />
casualidad en la vida” alguien desde el infinito mueve los hilos de la perfección, para este<br />
mundo, claro que a algunos se les cambió el hilo por sable, acotaba riendo.<br />
111
Algunos de sus amigos le notaron la tristeza. Le dieron varios remedios infalibles, para penas del<br />
corazón entre éstos estaba lógicamente: una nueva ilusión saca a empujones a un viejo amor.<br />
Con los consejos, forzadamente intentó reemplazarla.<br />
En un distribuidor donde normalmente adquiría productos para su negocio, había una simpática<br />
vendedora. La señorita cada vez que lo atendía se moría en sonrisas, y lo regalaba con especial<br />
deferencia. Un día la invitó a cenar. Otra vez a algo más. Mantuvo una relación agradable con<br />
ella.<br />
Esperó que Hans se separaría de su esposa, para casarse con ella. El error estuvo en que él nunca<br />
lo pensó, ni propuso. Al darse cuenta cuál era su rol, las cosas se enfriaron entre ellos, se<br />
despidieron para cada quién seguir su camino. Sin mayores dramas, se alejaron pensando que no<br />
había resultado, nada más.<br />
Nuevamente pensó en la supuesta mejor terapia: trabajar muy duro para no pensar, a pesar de<br />
que no constituía en sí lo más atrayente, él trabajaba por necesidad, además pensaba que si<br />
alguna vez fuese un hombre rico; se convertiría en el más haragán de todos los haraganes del<br />
mundo. Tal vez sí, o quizá no. La oportunidad de comprobarlo aún no se realizaba. La<br />
confrontación actual era la normal del ping – pong de cualquier vida. ¡Luchar por vivir!<br />
Y en medio de esa mazamorra de pensamientos, casi para mofarse la ilusión azul le llegaba una<br />
vez más desde el recuerdo, esa golondrina que no se extinguía, muy por el contrario, lo<br />
emborrachaba benignamente desde el balcón suspendida, que a veces sentía lo impertérrito de<br />
su día sin lágrimas. Solamente de búsqueda de las respuestas anheladas. ¡Tanto tiempo y no era<br />
posible que llegara el olvido! En un minuto como un estallido... todo estaba nuevamente<br />
presente: Marymar besándolo con sus labios de miel, sus ojos de paz, su ternura infinita;<br />
acariciándolo con tanto amor. ¿Qué será de ella? Emergió del pasado su última cita, su cabello en<br />
desorden descansando en el piso de la alfombra azul. ¡Cuántos insomnios mágicos! Veraniegos o<br />
autumnales, se sucedieron como relámpagos, trotando cual viejos vientos descargando ¡el<br />
lamento de no verla más!<br />
En un irrefrenable impulso tomó el teléfono, ella era sin compromiso; y al guardián lo mandaría a<br />
... O mejor aún sentía ganas de orinarlo.<br />
-Te llamo con pánico de causarte problemas, pero siempre quiero saber ¿cómo estás?<br />
Bien, Hans. Estoy bien.<br />
- Te he extrañado mucho, y si puedes me gustaría conversar contigo lo antes posible, dijo<br />
resueltamente.-<br />
Igual. Para ellos todo continuaba igual, sin rencores; sólo con ese largo silencio, en que no<br />
supieron lo ocurrido en la vida del otro.<br />
112
-¡Qué te parece que vayamos a cumplir diez años de conocernos! Mar tenemos que celebrarlo<br />
de alguna manera. ¿Te gustaría ir a la casa de la playa? Me encantaría que digas que sí. Debemos<br />
sacudir el polvo y encontrarnos Mar, lo nuestro es imborrable y maravilloso aunque pase el<br />
tiempo.<br />
Marymar muy silenciosa lo escuchaba. Oír su voz era, lo que en tantas noches... esperó. Sólo oír<br />
su voz nombrándola, con ese tono dulzón que la hacía revivir.<br />
-Si es que puedes, aclaró suave.- Dejándole la libertad de escoger.<br />
-Me las ingeniaré de algún modo, quiero ir.-<br />
Era un sí.<br />
El día acordado se encontraron, temblando como una hoja subió al vehículo que la aguardaba.<br />
Era un 7 de julio, y hacía frío. El cielo ventilaba nubarrones grises y lilas, con olor a temporal. Eran<br />
las cinco de la tarde, Hans quería llegar temprano para alcanzar a ver el arrebol juntos por<br />
primera vez, ese bellísimo rojo de las nubes heridas por los rayos mortecinos del sol huidizo ya. A<br />
medida que avanzaban, rosados y solferinos corderitos se aunaban en el horizonte, en un<br />
maravilloso paisaje de la hora de la Oración.<br />
¿Tienes frío guagua? ¡Estás muy linda, y tan silenciosa!<br />
Lo miró y dijo: un poco, pero pasará.<br />
En casa supongo que tenemos de todo, pero igual compraremos un champagne para brindar por<br />
nuestro aniversario. Al final de este camino hay un negocio abierto todo el año, y el dueño es<br />
habilidoso porque lo tiene de lo más surtido, ¡mira ése es! Se bajó, compró y regresó con cara de<br />
niño contento.<br />
En la doblada a la izquierda Hans rogó: agáchese mi amor en la barrera, para que el guardia del<br />
condominio no la vea. Podemos tener problemas, me conocen. Debemos tener especial cuidado<br />
a las habladurías, no quiero que nadie nunca te señale con el dedo.<br />
Mar se escurrió a los pies y escuchó al portero saludarlo con un: muy buenas don Hans. Al entrar<br />
definitivamente en su propiedad cerró los portones, y volvió a ayudar a descender a Marymar. El<br />
tacón de la bota azul tocó la arena, la tomó de la cintura deslizándola blandamente hacia sus<br />
brazos, subieron los escalones del porche donde él introdujo la llave con alguna dificultad, y por<br />
fin la crujiente puerta de bisagras algo enmohecidas por el aire salino, cedió y dejó la entrada al<br />
living comedor que les acogió con rectangular simpleza; algunos adornos de caza y unos<br />
cuadritos que con las flores secas de siempre vivas, hacían un entorno agradable. La hizo pasar<br />
enseñándole los ambientes, en el principal encendió una estufa eléctrica, acarreó frazadas y la<br />
ayudó a descalzarse las botas. ¡Póngase cómoda mi amor! Está en su casa. Traeré el champagne<br />
dijo sonriente, alejándose a la cocina. Con el tentempié y las copas servidas en una bandeja llegó<br />
a los pocos minutos, encontró a Mar batiendo los pies en la doble cama helada. Brindaron<br />
113
entrando en un agradable calor, puso música suave y se recostó mimoso al lado de esa mujer<br />
que se había tornado en el remanso de sus minutos mejores.<br />
Hablaron de todo surtido, de sus realidades y verdades y lo principal: se amaron con plenitud.<br />
- Enderezándose un poco Hans dijo: Mar yo te propongo que no dejemos de vernos, que<br />
hagamos un pacto de honor y nos veamos aunque sea un día a la semana, puede ser un<br />
miércoles a las once de la mañana, acoto enfático. Pero, aunque pase lo que pase, los dos<br />
sepamos que no importa lo malo o bueno de la semana, los inconvenientes de trabajo o casa;<br />
sólo que en ese día olvidaremos todo, para estar juntos, y nos resarciremos con nuestras caricias<br />
mutuas de los sin sabores. ¡Démonos el tiempo que nos hemos negado! Parece increíble hoy<br />
cumplimos diez años de conocernos y nos hemos podido unir tan pocas veces, con tanto que nos<br />
necesitamos. Tú eres el calce perfecto para mí, eres mi mujer y siento - porque me lo haces<br />
sentir - que soy tu hombre. ¿Por qué prohibirnos? ¿Por qué no puedes cumplir? ¡Cuántas veces<br />
te esperé bajo la lluvia! Y tú sin avisarme que no irías. He sentido esa angustia tantas veces.<br />
Esperar es... como morir un poco, dijo más bajo. ¿Qué me dices? Preguntó ansioso.<br />
Lo que te puedo decir es que mi mundo es tan complicado, las cosas no son nada fáciles, lucho<br />
por mis hijos trabajo por ellos. Ahora me han prohibido las clases de piano por considerar que<br />
son peligrosas, por el hecho que ingrese a mis alumnos a casa. Me hacen llegar un paquete de<br />
mercaderías cada semana en un vehículo de la institución y lo peor es que me siento vigilada en<br />
todo, en mis horarios, en mis actitudes es como una pesadilla que no llega a su fin. Mis espacios<br />
vitales han sido invadidos por mirones o sapos, que merodean por la vereda haciéndose que leen<br />
el diario, detrás de sus lentes verdes y oscuros. Todos de pelo corto, todos iguales. El escapar se<br />
me está volviendo casi una necesidad. Estoy atrapada, debo resistir callada. Tú eres mi fortaleza.<br />
– No sé si fue para mejor o para peor lo ocurrido a mi difunto ex.-<br />
- Dime cómo se te ocurrió tener otro hijo, si todo andaba mal.- Disculpa ¡quién soy yo para<br />
opinar!<br />
- Tú eres una persona muy importante en mi vida.- ¡Tenía que venir! Y es maravilloso que así<br />
halla sido, tal vez tú no me entiendas... ahora, dijo enigmática, más bajo.<br />
Cuando empezaba a amanecer Hans la despertó: ¡Mire mi amor! La movió suave para mostrarle<br />
hacia el costado derecho de la cabecera, corriendo una madera con riel, como una ventana<br />
secreta y angosta, la que dejó al descubierto toda la campiña en la que se apreciaba el paisaje y<br />
unos conejillos alegres saltando a lo lejos. Mucho pasto, flores silvestres y el aroma salobre se<br />
filtraba en cascadas invisibles y puras.<br />
Silbaba en los pinos una paz mansa y verde, del pórtico especial entre el peumo, la araucaria y el<br />
canelo, desde donde un rayito débil parpadeaba. Saltarines pasaron unos conejos blancos. ¡Eran<br />
una belleza! Tal vez la razón principal del por qué compró allí no en otro lugar.<br />
-¡Tú y tus brillantes ideas! ¿Cómo se te ocurrió? Es muy lindo, suspiró sin apartar la vista del<br />
entorno y realmente conmovida, siguiendo la posición de Hans, de guatita en la cama.-<br />
114
- Ahora vamos a cerrar para que los conejos no se pongan celosos al vernos hacer el amor, dijo<br />
sonriente.-<br />
Estaban felices entregándose uno a otro como dos quinceañeros enamorados, reaccionó Hans<br />
preguntando ¿quién pasa primero a la ducha? ¡Primero las damas! Decidió, yo pondré la tetera<br />
para el desayuno.<br />
Nos hemos dado el gusto de celebrar a la orilla del mar, mi gran amigo azul, lo importante de<br />
nuestro décimo aniversario. Aunque sea solamente esta noche y este amanecer Marymar, lo que<br />
te puedo acompañar; te doy las gracias por haber aceptado mi invitación sencilla, pero pensada<br />
con mucho amor.<br />
Partieron dejando todo cerrado. Al llegar a la ciudad más cercana se apartaron: Hans a pagar un<br />
parte al juzgado, se lo habían sacado anteriormente por exceso de velocidad. Por aprovechar el<br />
tiempo siempre corría, y en esa ocasión llevando a un par de obreros a hacer reparaciones a la<br />
casa de la playa, por trasladarse rápido pasó la velocidad permitida... y zas ¡parte!<br />
115
Capítulo 12.<br />
¿Me Conozco?<br />
Como tenía proyectos a futuro, no podía dejar que se cayera lo anteriormente realizado, era una<br />
constante lucha intentar mantenerse; y aún subir. No era muy amante del sol porque lo<br />
quemaba en forma implacable, hasta el aire marino lo hacía sufrir. No era hombre de pelo en<br />
pecho, su raza no lo necesitaba –a lo menos allá en <strong>Austria</strong>.- Por ello había ideado construir a<br />
futuro, una piscina con un mirador y una escala de caracol, algo novedoso y acorde a su gusto<br />
exquisito.<br />
Su escapismo más imperioso era darse a diario a una dura jornada de trabajo, en la que durante<br />
el día casi no comía si no hasta llegar a casa; allí era atendido por su fiel nana, ella sabía que para<br />
su débil estómago no podía cocinar ni con cebolla, ajo, coliflor o repollo. Con alimentos poco<br />
condimentados, comía hasta sentirse satisfecho. Agradecía a Dios lo que le daba, trataba de vivir<br />
con alegría; esas eran las reglas que se había auto impuesto, desde que se dio cuenta que era un<br />
austríaco corchado a pulso en la América del Sur, en este maravilloso país llamado <strong>Chile</strong>, con<br />
todos los chilenos dentro, y con su estilo de vida tan propio; el sureño país del nacimiento de su<br />
madre, con sus magnánimas bellezas naturales, que a su parecer le estaban recompensando por<br />
su ubicación casi desprendiéndose del Cono Sur.<br />
Pero...<br />
El exilio es el mayor destructor de almas.<br />
Junto a su nueva existencia en esos primeros años, tuvo que mutar su fisonomía psíquica,<br />
afincándose en lo que fue necesitando como por ejemplo una estructura férrea de vida, y un<br />
auto dominio estricto tratando de abarcar todo; meramente sucinto a ese supremo leit motiv: la<br />
supervivencia tan indispensable, como necesaria. Acto cotidiano en él, es aprovechar al máximo<br />
el tiempo sintiendo los desafíos, sólo por la ambición legítima de no soltar riendas y caer en la<br />
mediocridad. ¡Eso no! Él vive lleno de prejuicios, siempre defendiéndose, muy desorientado,<br />
pero orgulloso, exigente, sentimental y romántico, a pesar de su racionalismo.<br />
De la vida sabe que es bueno vivirla, fijándose en forjarse una estabilidad para una vejez sin<br />
penurias. Las metas que logra, no tienen importancia. Vuelve a ponerse otras. Ya había conocido<br />
la universalidad de la angustia, la contemplación de la soledad y, pasado el peor período de<br />
asombro por todo. Eso a paso callado, le vuelcan indómito ese azul profundo de su espíritu<br />
joven. Se vuelve audaz con decoro y dignidad, conservando lo que innato lleva en su sangre<br />
chilena/india y europea el deseo de superar aquello que pudiese aparecer como obstáculo en el<br />
andar la vida. No desmaya, todo eso muy al contrario le fortalece, en vez de limitarlo. Y, aprende.<br />
Vaya cómo aprende de rápido.<br />
Otra vez se dio el gusto de ir a dar una vuelta por el lugar aquel. Allí encontró el olor suave de las<br />
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clavelinas, caminó al pasado cercano, le gustaba hacerlo para sólo darse cuenta de lo que había<br />
sido capaz de ir logrando, con la ayuda de Dios. No por nada habían pasado cuarenta años.<br />
Cuarenta años que traían a su memoria tantas vivencias, ya idas.<br />
Entre los álamos añosos respiraba otra visión de otro futurista, el que los plantó. Ahí estaban las<br />
casas aquellas tradicionales alemanas. ¿Cuántos viajeros de aquel tiempo, estarían en igual<br />
condición?<br />
Se fijó en un letrero mal escrito atado a dos palos de la reja de madera de una propiedad, decía:<br />
se vende. Era en una buena ubicación y detuvo el auto, se bajó a indagar de qué se trataba.<br />
Llamó primero con las manos, luego con una piedra golpeando la verja. Como nadie salía llamó a<br />
los gritos... alóooo. ¿Hay alguien por ahí?<br />
Lento como si le sobrase el tiempo, se venía acercando un anciano gordo y bajo, al llegar a la<br />
entrada se detuvo, miró a Hans y le saludó con: - diga no más - entre los espacios de su<br />
dentadura inexistente.<br />
-¡Buenos días! ví el letrero que se vende esta propiedad, dijo sonriendo en forma simpática.-<br />
-Ah, sí. Contestó el hombrecillo. Pero no estamos seguros toavía, acá vivimos toos con los hijos<br />
casaos, y no tienen p’a onde irse.-<br />
-¡Ah! Le salió a Hans contagiado. Usted me dejaría echar una miradita, porque a lo mejor<br />
podemos llegar a un acuerdo, y se la estaría comprando. ¿Es suya? –<br />
-Sí, pero la iñora no quiere que la venda, por los chiquillos, ¿sabe? Yo estoy harto aburrío y me<br />
iría a otra parte p’a vivir solos con la vieja, más tranquilos, dijo con el tono de campesino simple.<br />
Pase on... ¿cómo dijo que se llama?<br />
-Hans, mi nombre es Hans. Gracias.<br />
Pasó y lo que vio casi lo desesperó. Había suciedad por todas partes, realmente era un campo<br />
desperdiciado; los árboles con pestes, la tierra herida sin riego, un hedor como si el pozo séptico<br />
estuviese completo de heces, papeles de diarios ocupados como higiénicos, botados en cualquier<br />
parte. ¡Un desastre!<br />
Trató en su mente de rescatar lo rescatable. La construcción era de dos plantas, el primer piso<br />
con galería colonial que daba claridad a las habitaciones de la parte posterior. La entrada<br />
principal podía recuperarse, no era fea, no. Con pilares coloniales y escalinata de heridas<br />
baldosas antiguas. El piso del hall de entrada era de madera que alguna vez fue tratada con<br />
nobleza.<br />
La escalera hacia el segundo piso también de madera, podría volver a embellecerse. Le daba un<br />
toque muy especial y señorial al ambiente. La sala o living lucía unos penosos vitreux rosa y<br />
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azulino antiguos, que lo embriagaron, ¡con lo que admiraba él ese tipo de bellezas! Pensó en<br />
rescatar en forma urgente todo lo que pudiese de ese lugar.<br />
Ni escuchaba al gordo dueño, lo que le estaba conversando, él ya estaba transformando ese<br />
agreste espacio, que no estaba seguro dónde lo había visto alguna vez en un lugar de total<br />
agrado, con su ágil imaginación y gusto.<br />
Lo último que le escuchó al anciano lo dejó perplejo: vivimos cuatro familias aquí. - Con casi<br />
razón estaba la mugre en el penoso sitio.- ¡No! Se rectificó a sí mismo. Son gente descuidada.<br />
¡Ojalá amigo lleguemos a un acuerdo! Acá le dejo mi tarjeta con mi fono, pero igual yo estoy<br />
pasando siempre por aquí, y lo voy a pasar a saludar; me gusta tanto esta tierra porque aquí<br />
llegué de chico, me atrae volver. Se despidió y partió lento... iba pensando: “si me llega a vender,<br />
cambiaría en unos cuantos meses o tal vez a la vuelta de un par de años, este campo”. Pondría a<br />
limpiar y a pintar... Claro que tendría que pedir un préstamo al banco. Igual sería una gran suerte<br />
llegar a comprar en ese lugar, vale la pena, se conversaba solo.<br />
Pero ¿dónde he visto antes esa casona?... ¡Ah! mis sueños y pesadillas, ahí está. Hace años, que<br />
la he soñado, adquiría un castillo arruinado y viejo, que de a poco lo arreglaba para vivir en él.<br />
Ese sueño en especial me ha perseguido en repetidas ocasiones desde unos diez años, ¡era como<br />
éste que he visto ahora, qué increíble!<br />
Bueno, es una ilusión y Dios ha de querer que me resulte, se lo dejo a Él, caviló.<br />
Regresó contento a la ciudad, no sabía si sería realidad, pero tenía una esperanza y con ella<br />
caminó al volver a su trabajo. Estaba con buena disposición y planificó su tarde rápidamente.<br />
118
Capítulo 13.<br />
Mi gran error.<br />
La llamada, era para Hans como un SOS salido de su tremenda necesidad de ver a Marymar, que<br />
le hablara y lo regaloneara como sólo ella sabía hacerlo. En esta llamada dijo: mandé a la gente a<br />
trabajar fuera y estoy solo. Usted ¿querría venir a acompañarme un rato, mi amor? Yo la paso a<br />
dejar a su casa, o a la esquina, acotó riendo.<br />
Hans, ¡qué lindo! Sí ahora voy. Fue la respuesta inmediata.<br />
Hacía un largo tiempo que no visitaba el sector, la puerta entreabierta le anunció que era<br />
esperada. Entró y como un niño Hans se abrazó a ella, la besó y comenzó a mostrarle todos los<br />
adelantos y progresos. Protecciones contra los merodeadores nocturnos con los consabidos<br />
robos, las muchas exigencias municipales para lograr la ansiada patente, hasta con los recién<br />
terminados baños para sus empleados. Hasta con calefont... a ver si cuidan estos hombres, les<br />
doy la oportunidad de que se bañen después de trabajar; con agua caliente. Pero conociendo la<br />
calidad de vida que acostumbran llevar, es difícil enseñarlos, tienen malos hábitos agregó casi<br />
consolándose.<br />
Te pasa algo vida, te noto muy decaído ¿qué tienes? Preguntó Marymar preocupada.<br />
Tengo un cansancio tan grande que ya no quiero ni levantarme en las mañanas para venir a<br />
trabajar, es un agotamiento nervioso causado por todo esto que tú ves, el incumplimiento de la<br />
gente me asfixia. Por mejor y, para salir más rápido de todo, contraté a una empresa que se<br />
hiciera cargo de efectuar los arreglos; ellos tomaron la obra con una pasividad que exaspera a<br />
cualquiera. Ya no tengo ganas de nada, es una depresión y decaimiento que fui al médico ayer, lo<br />
que nunca hago. Pero, me preocupé porque hasta náuseas he tenido y aversión a comer.<br />
Después de los exámenes supe que tengo una úlcera gástrica, y me acompaña con todo lo que<br />
ello implica. –Bueno pasemos a mi oficina y tratemos un tema más agradable.-<br />
Abrió la puerta y la invitó sonriente. Cerró, la tomó en sus brazos y la acarició con toda su alma.<br />
Después de descansar sus cuerpos con el maná de sus recompensas, le ofreció asiento y agua<br />
mineral, mientras se iba a lavar las manos.<br />
Mar paseó su mirada por el escritorio amplio, donde ordenados estaban papeles en carpeta,<br />
teléfono y el fax, de pronto su mirada se detuvo en un portarretratos donde aparecían dos<br />
fotografías: la más grande era con su señora, ella lo abrazaba feliz, abajo otra: la de una niñita<br />
con chapecitos oscuros, cuyos ojitos parecían con ganas de llorar.<br />
Volvió Hans y continuó contándole. –A todo eso agrégale la envidia de los que ven a tu alrededor<br />
tus avances, tus progresos. ¿Has visto lo increíble del ser humano? Les gusta tener que<br />
compadecer en lugar de admirar lo conseguido por otros y no se dan cuenta, o ni les interesa<br />
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saber, con cuánto esfuerzo, trabajo, privaciones y de más, ha logrado el tipo salir adelante. En<br />
este caso, yo. Hasta esta gente a la que les pago buenos salarios, vacaciones y ayudas extras, te<br />
aseguro – porque es así - que no alcanzo a darles vuelta la espalda, y me clavan un cuchillo de<br />
pelambres mediocres y absurdos. Por eso los envío fuera, para verte.<br />
Sonó el teléfono y Hans se apresuró a responder. Cuando cortó, Mar preguntó ¿quién es la niñita<br />
de la foto?<br />
Es Jennifer, dijo escueto.<br />
-¿Es la que adoptaste?-<br />
¿Cómo que adopté?<br />
Tú me contaste hace ya algunos años, que habías decidido adoptar una criatura para no hacer<br />
de tu hijo un egoísta, por el hecho de ser único; acostumbrarlo a compartir sus cosas, sus juegos,<br />
con una hermana. Y que no se sintiera solo. Me dijiste, lo recuerdo - así tendrá mi casa la visión<br />
de familia tipo.-<br />
Y ¿cuándo crees tu que te mentí entonces, o ahora? Sonrió nervioso.<br />
No sé Hans. Yo no lo sé, repuso ahogada sin poder apartar la mirada del retrato, donde la<br />
pequeña parecía pedirle disculpas. En lo más hondo rogaba sin explicarse por qué, que la hubiese<br />
adoptado. Esperó, se hizo silencio; negro silencio.-<br />
Sonó nuevamente el teléfono. Era su hijo quien le avisaba iría con amigos a casa a ver un<br />
programa especial de verano, y su nana los esperaba con pizza y cerveza. Hans riendo le contestó<br />
con una broma sobre la vidota que llevaba su guagua, y que no se fuera a ahogar en la piscina en<br />
la que disfrutaba, en casa de un compañero. Se notó cuánto lo amaba y eran buenos amigos.<br />
Colgó y contó: aún le falta para dejar el colegio, es de medianas notas pero bastantes amistades,<br />
sabe que tendrá que ingresar a estudiar una carrera en la universidad, sea como sea. Y lo tiene<br />
muy claro que sin un título no es nada, como están las cosas hoy día no puede ser menos que un<br />
profesional. Nunca conseguí que fuera un buen alumno, imagínate entre la nana que lo adora<br />
porque lo vio desde que nació, la mamá y su parentela que lo regalonean, el ogro habría sido yo.<br />
Era el único, así decidí no hacerle desagradable su niñez y adolescencia. Total, me dije, se dará<br />
cuenta y no estuve errado. Sabe perfectamente cuál es el camino aunque no le guste estudiar.<br />
Terminaba de decir... y sonó otra vez el fono: un cliente poco frecuente consultaba precios.<br />
Hubo sorpresa cuando le respondió el costo; era bastante más económico que en otro lugar que<br />
consultó antes, y dudaba si no estaría equivocado. Hans con paciencia y tono ejecutivo le<br />
aseguró que hablaba con el dueño, y el precio era el correcto. Es más, realizo los pedidos de... y<br />
nombró a un conocido empresario, es mi asiduo cliente, concluyó. Y cortó. Se volvió a Mar y<br />
refunfuñó: estos ramones se creen que este negocio es cualquier cosa porque cobro barato, pero<br />
es mi costumbre y sin demora ¿te das cuenta?<br />
120
Claro que me doy, y por eso te admiro. Eres tesonero mi querido obrero, declaró Mar.<br />
Así le hablaba Hans, de una y otra cosa para darse tiempo entre anécdotas y llamadas, para no<br />
tener que llegar a lo puntual, sabía que era la hora de decir la verdad, - ahora sí.- Marymar se lo<br />
merecía aunque le doliera mucho hacerlo. Y, de repente como tomándose todo el aire de la<br />
oficina, comenzó.<br />
Sí, es mi hija. Cuando supe que existía me fui al Registro Civil, la oficial que me atendió dijo que<br />
en su carrera de años, nunca le había tocado algo así: que un padre le solicitara alterar el apellido<br />
repetido de la madre, y se hiciera cargo y responsable ante la ley de la criatura. Pero yo le dije<br />
que estaba seguro que era mi hija, y deseaba darle mi apellido. Sé que ahora es muy chica para<br />
darse cuenta, pero cuando tenga veinte años o se case y sea mujer, apreciará mi gesto. Pensará<br />
en forma muy distinta que ahora mal influenciada por su madre, que le habla tonterías de mí.<br />
Hago que la lleven en locomoción particular al colegio, que es uno bueno, la llevo de vacaciones<br />
a la playa, que sepa que cuenta con un padre. Yo no podía cruzarme de brazos y hacerme el<br />
tonto, si yo critiqué a mi padre de cómo nos abandonó y se dedicó a vivir su vida, casándose con<br />
una mujer hartos años más joven que él, podría haber sido su hija, y tuvo varios hijos.<br />
Sin importarle nada de nosotros, los cinco hijos anteriores. ¿Te das cuenta? Yo no podía hacer<br />
eso y rompí con todo. Recién ahora me están entendiendo en mi casa y aceptan lo que hice han<br />
pasado diez años, mi hija tiene esa edad. A mi hijo le enseño, para que no le ocurra lo mismo<br />
nunca. Ni tenga que pasar una situación semejante; fue muy duro. Yo no tuve a nadie que me<br />
enseñara, yo me hice solo en la vida, fue Dios el único que me ayudó y reconozco eso si no,<br />
pienso no estaría donde estoy. ¡Me habría quedado en cualquier oscuro lugar! Ahora está<br />
pasando el cataclismo que significó entre los míos.<br />
Te cuento que con los hermanos de padre, me encontré en alguna ocasión y hablaban de un<br />
hombre tan diferente al que yo conocí, que no quise que a mi hija le ocurriese lo mismo. Con<br />
ellos parecía que hablásemos de otra persona, ellos sí fueron amados por él, conservaban un<br />
recuerdo de padre amoroso y tierno; lo querían y lo extrañaban (había muerto ya). Sus recuerdos<br />
me dejaban helado porque yo nunca supe de sus cariños, por eso no sentí nada cuando él murió.<br />
Él no fue nada para mí. Nada le debo, me hice solo, aprendí solo, y tengo un tremendo vacío de<br />
recuerdos de niñez. Todos los hombres pueden hablar de su infancia, ya sea buena, regular o<br />
mala... yo no, porque estuve en diferentes hogares golpeado, humillado y maltratado sin poder<br />
compartir mis temores, ni mis miedos; mis triunfos o mis fracasos ¿entiendes?<br />
- Sí Hans, te entiendo.- Claro que entendía ahora más que nunca, mucho más. Era con la fuerza<br />
con que lo decía, lo que la hizo percatarse que estaba realmente convencido que había actuado<br />
bien: como un hombre. Un hombre tan distinto a su padre, que les produjo tan penosos<br />
trastornos, con esa horrible sensación de un abismo imposible de llenar con nada, pues las<br />
lagunas de cariño y protección en la infancia les hizo endurecerse sin quererlo, a sus hermanos y<br />
a él. Les atrajo a los bienes materiales como su seguridad, y rango como para protegerse de la<br />
orfandad; les hizo desconfiados de los otros seres humanos tratando de superar ese pasado; les<br />
hizo necesitar ser amados intensamente como niños que esperan el tiempo y la dedicación de<br />
una madre, pegados a su pecho.<br />
121
Hans era un hombre digno, al reconocer a la criatura se mantenía en ese lugar, quería volver a<br />
mirarse al espejo sin asco cada mañana al afeitarse, se aceptaría y lo aceptarían digno, repitió. Al<br />
ver la tristeza de Mar dijo: “Dios me quiso probar –al poner esta pieza de ajedrez- me desafió ¡a<br />
ver tú cómo la mueves!” Reconozco que mis esquemas tan bien definidos de vida ordenada y<br />
austera, sorpresivamente se encontraron alterados al llegar este pastel, sin pedirlo.-<br />
Dolió a Mar oírle decir esto y dura señaló: ¡no te respetaste!<br />
-¿Por qué dices eso? Si tú no sabes que fue una bonita relación ¿por qué no me habría<br />
respetado? Nadie me obligó a ello, refutó taimado y violento. Además lo único que quería esa<br />
mujer era tener un hijo mío, y ver si yo me separaba de mi esposa para seguirla, no le resultó. Se<br />
olvidó de mí, y cuando nació mi hija ni siquiera me lo dijo, al tiempo me enteré. Con los amigos<br />
que hablé esto, me trataron pésimo. Su frase típica era ¡olvídate huevón, estás loco! En qué lío te<br />
vas a meter. Fue espantoso, era como romper una muralla de concreto armado con la mano, a<br />
puño cerrado... y traspasarla y dar la cara, a la sociedad tan inhumanamente dura y fría que te<br />
juzga. ¡Y yo lo hice! Dijo cansado, casi sin aliento. Mi señora me entendió, mi hijo me entendió, y<br />
gané un espacio para ella en la vida. Que todos sepan que es la hija de Hans Renner y acepten de<br />
una sola vez que me pude equivocar, cometí un error es cierto, pero, no era la niña la que debía<br />
pagarlo, sino yo mismo y a tiempo ¿me entiendes?<br />
Sí te entiendo Hans, repuso agónica. En sus ojos de miel y almendras mezcladas, rallaba la<br />
tristeza en lo infinito, a pesar de no permitir que ni una sola perla imprudente bajara por sus<br />
lagrimales, secos a fuerza de esperas silenciosas.- Veo que tú tienes mucho trabajo aún y me voy,<br />
dijo, sintiendo que sus fuerzas estaban al límite de la escasez. Lento avanzó hacia la salida<br />
atravesando el largo galpón semi techado, iba en silencio y aparentemente el mundo había<br />
dejado de girar, ya nada tenía sentido. Había sido el hombre más respetado por su pareja, había<br />
cuidado su cuerpo para él siempre. Le consagraba sus pensamientos y sentimientos, en tal<br />
medida que si alguien intentó acercarse, lo eliminó con una dura y silenciosa mirada y una voz<br />
muy dentro que repetía “Hans me ama, soy feliz”. No podía entender que él hubiese podido<br />
acariciar con sus manos a otra mujer, darle sus besos sin compromiso, ensuciando todo lo<br />
quimérico de su relación.<br />
Adiós Hans, dijo con voz notablemente cansina.<br />
Respondió azorado: adiós Mar, gracias por venir.<br />
Ella burlona: no, gracias por invitarme.<br />
Caminó tambaleante a esperar el tranvía que le acercaría a casa. Dejó pasar uno y otro, sin<br />
verlos. No sabía qué esperaba, las sienes parecían a punto de estallarle, no conseguía apartar la<br />
carita asustada de la niña, hasta le impresionó sus ojitos que al parecer le pedían disculpas.<br />
Ya sentada en el bus notó humedad en su cara, recordando las últimas frases intercambiadas...<br />
122
¡No te respetaste! –“Por qué dices eso, ¿si tú no sabes que fue una bonita relación?”<br />
¡Ah! Bonita relación, aunque así hubiese sido, nunca debiera habérselo dicho, no le gustó<br />
escuchárselo y por eso herida le dijo: ¿y tu esposa se acostó contigo después de tu engaño? A lo<br />
que Hans alterado respondió: ¿por qué no se lo preguntas?<br />
¡Hum! Terrible situación la del momento.<br />
Habían madurado juntos en el amor ¿por qué? Era una necesidad muy suya encontrar consuelo<br />
en otra mujer, ¿acaso era eso? A pesar de la clandestinidad había existido una profunda<br />
honestidad entre ellos. Al llegar a su casa, Marymar nublada se tiró en el lecho mirando el<br />
techo... y la nada.<br />
Corría ya la quincena de noviembre y el calor seco y fuerte se comenzaba a sentir.<br />
Periódicamente Hans iba a retirar a su hija, y se encontraba cada vez con un pololo diferente de<br />
la madre, en la casa que les tenía para que vivieran ambas.<br />
A pesar del poco tiempo que permanecía, notaba las ironías de parte de ella en la escuálida<br />
conversación; en corto período sintió cuál era la ¡bonita relación! Que él en sus ansias de ser<br />
amado, había supuesto existía. Con todo se mantenía su esperanza de poder compartir<br />
plenamente con su hija, creando un lugar para ella casi idéntico al que le tenía a Petit Hans. Su<br />
dormitorio completo adornado como para una muñeca, cuando visitara la casa de su padre.<br />
Pero la madre revanchista, no encontró nada mejor para herirlo, que colmándole la cabecita de<br />
pésimos supuestos y malos consejos, le enseñó que padre era igual a surtidor de cosas.<br />
No resultó. No podía resultar, los valores estaban cambiados. Cansado y decepcionado Hans se<br />
fue alejando de ambas. No entendía a esa mujer histérica que le hablaba tantas tonterías a su<br />
hija. Y para conformarse se decía a sí mismo “ella me lo agradecerá algún día”.<br />
Ponía en el equipo del auto, de vuelta a casa, ese cassette de Ricardo Wagner, en que la música<br />
con extraordinaria fuerza, en tremenda emoción dramática, lo hacía reflexionar: ¡así es la vida!<br />
123
Capítulo 14.<br />
Compartimos el secreto.<br />
Pensando mucho más en Marymar y en los acontecimientos recientes, Hans recordó su rostro<br />
tan triste y su explicable actitud al saber lo de su hija. La forma como se desarrolló el tema aquel<br />
día le produjo una desazón, y una intranquilidad molesta; era muy perceptivo. Si no se<br />
equivocaba, ocurría algo más allá de todo lo sabido antes. Tal vez muy importante, que no se<br />
habían dicho. La amaba, no quería perderla. Pensó y pensó en ingeniarse una forma especial de<br />
pedirle disculpas por lo pasado. Luego le arremetía la justificación de todo: la soledad en que lo<br />
dejó un tiempo ¡tan largo! sin saber nada de ella. ¡Cómo la había buscado! Muchas veces en<br />
forma desesperada... y era cual si se la hubiese tragado la tierra. Fue así, que intentó<br />
sobreponerse y vivir esa otra relación, que le trajo más penas y desilusiones; que amor. ¿Qué<br />
podía hacer ahora?<br />
Le surgió una idea muy buena, aunque algo alocada: unas vacaciones juntos, pero... ¿cómo?<br />
Su costumbre era disfrutar las cosas antes, durante y después. Imaginó un lugar lindo de<br />
tranquilidad, silencio y naturaleza, compartiendo todo el día y toda la noche con ella;<br />
conversando sin miedo a las indiscreciones de la gente chismosa y conocida, de esa que nunca<br />
falta.<br />
¡Ah será como nuestra luna de miel! Se regocijó. Nuestra luna de miel increíblemente tomada<br />
después de tantos años de conocernos, ¿cuántos eran? No importa cuántos sean, la invitaré a un<br />
paseo especial que por lo menos dure unos cuatro días; es de esperar que pueda y acepte<br />
acompañarme, se dijo meditabundo. La solución como siempre era la llamada.<br />
-¡Aló!-<br />
- Mar, ¿cómo está la mujer más amada del mundo? Comenzó. No me hagas decir cosas que no<br />
debo, siguió. Te llamo porque no soporto este silencio entre nosotros, tú sabes que te quiero<br />
mucho y pienso en ti, y necesito verte. –Ya estaba dicho todo lo que lo ahogaba. Esperó.<br />
¡Hans! Fue la atónita réplica. Un suspiro. Y. Yo... estoy bien, ahora, quedo le salió. ¿Y tú cómo<br />
estás?<br />
Con unas ganas enormes de verte, y en cuanto te mire de frente hacerte una invitación. ¿Qué te<br />
parece? Te voy a anticipar que se trata de algo muy bueno, audaz reconfortante y placentero,<br />
que se me ha ocurrido: ¡unas vacaciones juntos!<br />
¡No podría decirte que no! De ninguna manera. Los niños ya crecieron y hacen su andar en la<br />
vida en forma segura, varios son profesionales ya. No me volveré a negar el ser feliz a tu lado, no<br />
me importa por el espacio de tiempo que sea; yo también te necesito Hans, será maravilloso. Ni<br />
te pregunto al lugar que iremos, si estoy contigo todo va a estar bien. ¡Qué lindo, vida! Gracias<br />
por el regalo que me quieres dar. Las penas pasadas quedarán enterradas, nos renovaremos en<br />
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fuerzas nuevas, compartiendo el tiempo del día y de la noche a pleno, estoy feliz.<br />
Eres la mujer más maravillosa y amorosa que existe en el planeta, Marymar cuídese mucho para<br />
mí, por favor.<br />
Llegó el día de partir.<br />
Muy de mañana la fue a buscar a la esquina de su casa, para dejar atrás la ciudad saturada de<br />
negro smog y vehículos.<br />
El saludo fue: usted mi hijita parece una novia, ¡está muy linda!<br />
Gracias señor novio, remedó la broma.<br />
Todos los veraneantes, desde hacía un par de meses estaban retornados a sus lugares<br />
tradicionales de vivienda y trabajo, tenían la carretera y todo el paisaje para ellos, nada más.<br />
Hans manejaba medianamente moderado el monono auto antiguo, que también alegre llevaba<br />
viento de cola y endilgó hacia el sur, sabiéndose portador de este contenido tan significativo.<br />
Pasadas las tres de la tarde estaban frente al más tradicional restaurante de Pichilemu,<br />
aparcando. Pasaron al interior y escogieron la mejor mesa, con una vista maravillosa al océano.<br />
Comenzaron el aperitivo con sendas vainas, chocando los vasos con un “por nosotros”. Luego<br />
eligieron de las exquisiteces del lugar, las lenguas de machas crudas con el buen vino blanco,<br />
cosechado en la zona. Después vendría la corvina a la plancha, a la mantequilla. Degustando todo<br />
con calma y conversando animosamente.<br />
Se confiaron lo acaecido en su vivir en los últimos tiempos, sus trabajos, sus ilusiones y lo que<br />
entretejía su cotidiano pasar. Hans se detuvo con la copa del bajativo coñac en la mano, y de<br />
pronto dijo revolviendo en el aire el líquido tras el vidrio: hay una cosa importante que quiero<br />
preguntarte desde hace tiempo Mar, pero cada vez algo ha ocurrido y no recibo respuesta;<br />
poniéndose grave prosiguió. Creo que todo ser humano tiene derecho a saber en la vida sus<br />
verdades, por mucho que duelan, como por ejemplo saber quién es su padre o quién es su hijo<br />
realmente te digo esto por lo que me ocurrió ese día en tu casa, cuando conocí a tu hijo, hace<br />
algunos años. Me sentí increíblemente atraído por no sé qué: lo miré y algo me hizo corriente en<br />
el cuerpo. Sé lo embarazoso que es el tema, no creas que estoy borracho, pero no me gustaría<br />
morir sin saber si realmente es nuestro Mar. Por favor, dime la verdad. Si te lastimo te pido<br />
disculpas, o si no quieres conversar de ello respetaré tu silencio; pero estaría muy agradecido de<br />
Dios y de ti, si logro saber, aunque no estoy en condiciones de pedir ni ofrecer nada, soy casado y<br />
eres viuda. No, no es fácil para ninguno de los dos, amándonos como nos amamos, concluyó con<br />
los ojos demasiado brillantes.<br />
Mar con los suyos también iluminados de emoción, con dulzura infinita lo miró intensamente.<br />
Luego de acercar la copa de coñac a sus labios y humedecerlos con el licor, que la quemaba<br />
menos que lo que debía responder... comenzó el relato de aquellos sucesos. “Los años, Hans, a<br />
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veces curan lastimaduras del alma, aunque el mejor remedio para todo es el amor”. Dijo.<br />
... A estas alturas de nuestras vidas hemos conseguido llegar al amor maduro, y no hemos<br />
necesitado precisamente la mentira. Al mirarnos sabemos lo que le pasa al otro, sin tocarnos<br />
entendemos qué hay en el espejo de nuestra mirada y somos felices. A veces las llamadas logran<br />
sacarnos del negro hoyo de las desesperaciones, y sentirnos mucho mejor. Tenemos seguridad el<br />
uno en el otro. Pero, no debemos separar nuestras realidades para entregarnos a un caminar<br />
diferente –como hubiese sido lo común- separarse de los cónyuges respectivos, e iniciar una vida<br />
bajo un mismo techo. De eso se ha visto tanto, rehacer la vida lo llaman, sin tomar en cuenta las<br />
vidas que se destrozan, sobre todo en los niños que en estos casos salen sobrando. ¡Nunca me<br />
casaría contigo, vida!<br />
¿Por qué? Fue la inmediata pregunta de Hans.<br />
Mirándolo a los ojos prosiguió en la forma más inocente y natural, porque con papeles no sería<br />
igual, las firmas de compromisos alterarían esto tan bello que hemos conseguido sin<br />
obligaciones. Lo romperían en pedazos y yo no lo resistiría. Me dan pena las personas que atan<br />
vidas, por una pequeña vida. Nunca te lo dije porque mi tranquilidad era y es; que me ames por<br />
lo que soy para ti, y nada más.<br />
Creo que tienes razón, guagua mía, dijo pensativo. Y aunque yo fuera viudo ¿tampoco te casarías<br />
conmigo? Preguntó incrédulo.<br />
No. Tampoco me casaría contigo porque tendríamos los espíritus fantasmas merodeando<br />
alrededor nuestro, haciendo muy grandes nuestras flaquezas y disminuyendo nuestras virtudes.<br />
Bueno, yo sé que aún con bastón, doblado de viejo turuleco... te iré a visitar, y nos reiremos de<br />
todas nuestras diabluras que hemos hecho juntos, recordaremos tantos momentos<br />
emocionantes que no podremos repetir jamás. Quizá en ese tiempo ya no me harás esas<br />
preguntas por el teléfono que me dejan sin habla, a veces.<br />
¿Cuáles son esas tan fabulosas preguntas? Con un mohín en la boca lo interrogaba.<br />
Cuando me dices: “vida me da permiso para ir a violarlo”. Mi amor si voy a llegar apenas a tu<br />
casa arrastrando los pies, a lo mejor hasta con chófer porque ni voy a poder manejar de viejo. Y<br />
sabes otra cosa que es muy importante... te prohibo que te mueras antes. Yo me tengo que ir<br />
primero.<br />
¿Cómo me puedes prohibir eso? No soy la dueña del tiempo.<br />
El tiempo tiene que respetar lo que pido, pues no sería capaz de mirar un lugar donde estuvieras<br />
prisionera y no poder hablarte, tocarte y contemplar tus ojos, y besar tus labios de miel y sentir<br />
que me amas. No, no podría mi amor; me sentiría huérfano otra vez. Tienes que permitir que yo<br />
parta primero.<br />
126
¡Me podrías llevar una rosa blanca! Al recibírtela seguiríamos conversando en espíritu, vida mía,<br />
igual te besaría con toda mi alma.<br />
¿Y tú crees que yo lo notaría?<br />
Sí, claro que sí; porque nadie te ha besado como yo, y no hay ser con capacidad de amarte más.<br />
Te he demostrado la dimensión. ¡Uno escoge a quién amar, y ama lo que conoce! Te escogí para<br />
amarte, con razón o sin ella. He tenido el tiempo de conocerte, he olvidado lo que no puedo<br />
cambiar, pero a ti no te cambio. Mirando el océano divisó unas gaviotas que revoloteaban en<br />
grupos más chicos que cuando almorzaban, preguntó infantil ¿a qué hora se duermen las<br />
gaviotas, vida?<br />
Sonriente y con importancia, Hans le respondió mirando su reloj: “a las dieciocho cero ocho”.<br />
Siguieron sin prisa, conversando animados. Bebiendo de la copa a pequeños sorbos, el coñac<br />
tibiecito ya, entre sus manos.<br />
Efectivamente a las dieciocho cero ocho no quedaban palmípedas piando, ni buscando su<br />
alimento, en toda la playa.<br />
Hans relajado soltó todo aquello que le preocupaba diciéndole: Mar, a veces nos hemos<br />
arriesgado tanto, y lo único que te quiero pedir es que me ayudes a cuidar lo nuestro, no<br />
podemos salir tomados de la mano por la calle, porque qué tenemos que demostrar a nadie lo<br />
nuestro, si nosotros sabemos lo que sentimos, ¡qué importa que los demás no lo vean! Podemos<br />
caminar juntos hablándonos de lo profundo y bello de nuestro cariño, y la gente sólo nos ve<br />
caminar. Con eso no les damos la oportunidad que nos destruyan, porque nos harían trizas, son<br />
crueles. Usted no debe permitir que nos dañen, la mujer siempre es más inteligente que el<br />
hombre. Yo no quiero que nadie la señale con el dedo por ningún motivo ¿me entiende? Tú eres<br />
una dama y lo seguirás siendo, por siempre.<br />
Te entiendo vida. A veces son debilidades por los minutos tan cortos, que de pronto nos<br />
podemos regalar. Y me gusta sentir tu piel, darte mi calor y energía. Pero, te aseguro que te haré<br />
caso; no más tomadas de la mano fortuitas, ni más besitos en los semáforos en rojo, lo prometo.<br />
No pondré mi cabeza en tu hombro cuando vayas a mi casa, camines bajo los frutales o<br />
contemples mis siembras. Sólo te miraré de lejos y pondré mis manos en la espalda o en mis<br />
bolsillos para que no se arranquen a hacerte cariño. Seré la dama lejana ante los demás, pero tú<br />
seguirás siendo mi lluvia de abril, porque creo que te has dado cuenta que las primeras aguas<br />
que envía el cielo a la tierra reseca, son casi siempre en ese mes y la gratitud de la tierra se<br />
refleja en el aroma que sube. Mi recompensa eres tú, la brillantez de tus ojos cuando hacemos el<br />
amor.<br />
¡Tú eres mi recompensa! Te quiero mucho y te necesito, dijo con voz enronquecida por la<br />
emoción. Me gusta cuando me hablas así, me enardeces guagua. ¿Quiere caminar?<br />
127
Se levantaron y emprendieron la caminata por la orilla del mar, uno al lado del otro, persona<br />
alguna podría percatarse que con el mesurado paso avanzaba el más bello y grande amor oculto.<br />
Con vivirlo, a ellos les bastaba. Renovados en respirar aire puro y haber descargado sus espaldas<br />
de secretos, ahora compartidos, se retiraron a sus aposentos a dormir, a amarse o a lo que fuera.<br />
¡Estaban juntos!.<br />
A la mañana siguiente tomaron el desayuno y salieron a comprar el diario, como acostumbraba<br />
Hans, luego de revisar las noticias y el cuerpo de economía y negocios, la invitó a una caminata<br />
como el día anterior, uno al lado del otro, a la vanguardia por la arena húmeda, que dura y fría<br />
los conminaba a caminar más rápido, para atenuar el frío de la brisa matinal. Una hora y media<br />
bastó para que Hans notara el cambio en sus músculos relajados, y sus pulmones contentos del<br />
aire puro que les llegaba. Vieron el antiguo muelle, otras construcciones a medio andar,<br />
inconclusas. Las casas de veraneo vacías, la nada de gente, las gaviotas y el sordo lenguaje de las<br />
olas, que enigmáticas avanzaban y retrocedían con eléctrico mensaje, de sabor a sal.<br />
Mar, en ¿qué piensas mi amor?<br />
Preguntó sonriendo.<br />
En lo increíble que nos sucede. Increíble, sí; pero maravilloso, acotó. No sé qué pudiste decir en<br />
tu casa y no importa, para estar aquí. Y ni sé qué dije en la mía, pero estoy aquí.<br />
Lo que dije es que necesitaba urgente unas vacaciones, porque con todas las incomodidades que<br />
he tenido en el trabajo, la úlcera me iba a eliminar. No sé si te has dado cuenta lo acelerado que<br />
estoy y no es normal en mí. Estoy tomando calmantes, recetados por mi médico.<br />
Yo te voy a cuidar y vas a llegar como nuevo a tu regreso.<br />
Estás segura, ¿no te aburres conmigo?<br />
¿Qué estás diciendo? Ahora sí creo que estás grave, sonrió. Te daré un remedio que el doctor<br />
olvidó recetarte; te mimaré como a un regalón que eres, te recitaré poemas y si te portas muy<br />
bien a lo mejor te puedo regalar uno precioso que diga lo nuestro ¿qué te parece?<br />
Te digo que eres la mujer más amorosa de toda la tierra. Oye, ¿realmente serías capaz de hacerlo<br />
para mí? Dudó.<br />
No te acuerdas de ése que te regalé hace mucho tiempo, en que sufrí como condenada a tortura<br />
perpetua.<br />
Eso quedó atrás mi hijita, ¡el tiempo volvió para nosotros! Ahora quiero lo ofrecido, pidió<br />
mimoso. Se puso en posición de espera silenciosa, tendido sobre la cama, casi dormitando;<br />
relajado. Mar suave comenzó a declamar el maravilloso “Coronado Sueño” del gran poeta<br />
austríaco Rainer Maria Rilke; con sentimientos nimbados de cierta melancolía.<br />
Coronado Sueño - Traümgekrönt-<br />
Debes con dignidad soportar la vida,<br />
tan sólo lo mezquino la hace pequeña;<br />
los mendigos te podrán llamar hermano,<br />
y tú puedes sin embargo ser un rey.<br />
128
Aunque el divino silencio de tu frente<br />
no lo interrumpa dorada diadema,<br />
los niños se inclinarán en tu presencia<br />
los exaltados te mirarán atónitos.<br />
A ti los días de rutilante sol<br />
te hilarán rica púrpura y blanco armiño.<br />
Y con pesares y dichas en sus manos,<br />
de rodillas ante ti, estarán todas las noches.<br />
Hans expectante, quería escuchar aún más.<br />
Marymar halagada acotó: también nosotros, en <strong>Chile</strong>, hemos tenido desde hace muchos años,<br />
exponentes fabulosos de la poesía, no sólo nuestros dos Nobel. No creo que conozcas a ese gran<br />
poeta chileno que fue don Pedro Sienna, era del siglo pasado, de 1893. Pero, a lo mejor has<br />
escuchado un poema suyo que es bellísimo, de su obra “Muecas en la Sombra” se llama: ¡Esta<br />
vieja herida! Y, dice así.<br />
Esta Vieja Herida.<br />
Esta vieja herida que me duele tanto<br />
me fatiga el alma de un largo ensoñar;<br />
florece en el vicio, solloza en mi canto,<br />
grita en las ciudades, aúlla en el mar.<br />
Siempre va conmigo poniendo un quebranto<br />
de noble desdicha sobre mi vagar.<br />
Cuando más antigua tiene más encanto...<br />
Dios quiera ¡que nunca deje de sangrar!<br />
Y como presiento que puede algún día<br />
secarse esta fuente de melancolía<br />
y que a mi pasado recuerde sin llanto,<br />
por no ser lo mismo que toda la gente,<br />
yo voy defendiendo románticamente,<br />
esta vieja herida... ¡que me duele tanto!<br />
Cuando Hans se enderezó del reposo, lo hizo emocionado, alargando su mano acarició la de ella<br />
en silencio. Se dio media vuelta en el lecho, como para que no se percatara de sus ojos brillantes,<br />
y comenzó a leer el diario.<br />
Mar asió una hoja de papel y pareció dibujar en ella. Pero, estaba dando forma a algo que ni<br />
soñaba sería tan bello, como testimonio a ese gran amor.<br />
129
Al rato, notando su silencio y concentración en lo que hacía, Hans se arrimó a bucear en su obra,<br />
todo chismoso. Quedó impactado y se lo manifestó: ¡es maravilloso! Mar ¿cómo lo lograste?<br />
Eres tú, quien lo ha logrado todo, mi niño bonito. ¿Te gusta el nombre?<br />
Sí. ¡Por supuesto que sí! Respondió Hans.<br />
Entiendes<br />
A pesar de lo blanco que enarbolan<br />
Mis sienes con el tiempo que ya pasa<br />
Te amaré con la fuerza de las olas<br />
Que refrescan esa arena, que abraza.<br />
Te pediré temblando amor, sin miedo<br />
Que tú penetres mi cuerpo mil veces<br />
En los minutos que tenerte puedo<br />
En mi piel. En todo tú permaneces.<br />
Permaneces en mi día y en mi noche,<br />
Cuando riego mis siembras, permaneces<br />
En el árbol con frutos en derroche.<br />
¡Es a mí, a quien más tú perteneces!<br />
Lo noto en tus entregas generosas<br />
Claras y bellas como tus lindos ojos<br />
Quedamos en éxtasis glorioso.<br />
Y sin preguntas, tu mejilla mojo.<br />
Llanto de placer, es divino llanto.<br />
Acunado con tu ternura inmensa.<br />
Pues ella me guía a quererte tanto.<br />
Quizá la razón, del temor que venzo.<br />
El tiempo volvió para nosotros.<br />
Atrás quedó lo negro, lo vacío.<br />
Si somos tanto el uno del otro<br />
¡no pecamos en nuestro desvarío!<br />
Amantes locos. Con respeto amantes<br />
Que al cerrar la puerta somos uno.<br />
Y fuera queda ese mundo ignorante<br />
Del gran poder; de nuestro amor profundo.<br />
...Tres días en que el sol se dejó ver, para alegrar más con su tibieza a los viajeros de incógnito.<br />
Tres días en que no era necesario hacer promesas; entre ellos jamás habían sido necesarias. Era<br />
sólo saber que se necesitaban y hacían lo imposible para estos encuentros; dejando atrás<br />
asuntos importantes y haciendo la cimarra cual colegiales.<br />
Grises nubarrones emergieron, destacándose en el cielo y anunciaron temporal. Muy pronto<br />
comenzaron las gotas cimbreantes a caer, y humedecieron el suelo. El campo dejó escapar el<br />
130
aroma tan fantástico a la tierra mojada. Era la primera lluvia de abril, el paisaje extraordinario<br />
con el tono de las hojas al comienzo del otoño, se mostraba casi irreal. Serpenteando el agreste<br />
camino el automóvil noble y calientito, los llevaba sin un error a la cima de los calicheros cerros,<br />
arañando el camino con garra y decidido.<br />
Al pasar por Cahuil una bandada de colibríes danzaban cerca de un papayo, con tan artísticas<br />
expresiones que no pudieron menos que detenerse a contemplarlos; era una mágica visión. ¡Qué<br />
belleza! Exclamaron casi al unísono. Más allá los anuncios de empanadas de mariscos; también<br />
los detuvo en seco. Las degustaron con vino de la zona, estaban tan ricas que era para comerse<br />
unas cuantas, mirando el mar desde lo alto de la terraza en que se acomodaron. Con el<br />
tentempié sabroso de las lugareñas quisieron proseguir el camino desconocido, que los mantenía<br />
unidos en el avance de descubrir los poco conocidos pueblos costeros; pobres y solitarios.<br />
Al pasar la huella, de un establo salió una bulla inesperada, Hans al mirar se sorprendió con una<br />
bandada de gansos blancos y detuvo el auto, para mirarlos de cerca. ¡Hacía tiempo que no veía<br />
de éstos! Míralos son muy escasos. Los vi hace años en el fundo de mi cuñado, tienen las plumas<br />
crespas en la cola ¿te fijas?<br />
¡Es verdad! Son muy diferentes, pero a mí me dan susto porque pican y persiguen, arguyó Mar<br />
alejándose rápido.<br />
No seas niña chica, cómo te van a picar si estoy a tu lado; no les demuestres miedo. Bueno,<br />
sigamos mejor.<br />
Vino el fin del sendero donde estaba la balsa para cruzar a Las Salinas y Punta de Lobos, en<br />
donde se embarcaron y también al monono compañero de todo el camino. Luego pasar por<br />
Molina, Talca y Curicó, con su antigua plaza señorial toda una reminiscencia del tiempo colonial.<br />
Eso hizo traer a la memoria y a la conversación, a esas damas con abanicos y quitasoles, en que<br />
seguramente paseaban metidas en su corsé, con las barbas metálicas apretándolas y<br />
apretándolas hasta hacerlas aparecer frágiles y armaditas; con todos los volantes de gasas y rosa,<br />
y sueños; en los vestidos imborrables con esas telas maravillosas tan finamente trabajadas,<br />
acentuando la imagen de laxitud de esas damas empolvadas con polvos de arroz. ¡Esos<br />
románticos tiempos pintados de azul, en plenitud!<br />
Ya de regreso, pasar por Chimbarongo y no detenerse a comprar artesanía regional; huele a<br />
pecado.<br />
Hans detuvo el auto y se bajaron a comprar, Mar unas pequeñas paneras muy artísticas. Él, con<br />
una sonrisa le regaló lo que encontró más significativo: una cruz con Cristo, tan bien hecho en<br />
delgadas pajitas, que impresionaron a la regalada. Compré dos iguales, dijo; una para usted y<br />
otra para ponerla cerca de mi cama en mi casa, así cuando las miremos nos conectaremos a<br />
estos momentos tan preciosos que Él, nos ha regalado.<br />
Tienes toda la razón vida. Si no fuera Su voluntad, no habríamos podido estar juntos en estos<br />
131
días maravillosos, hasta con la bromita singular que le hiciste al caballero de la tienda de Curicó.<br />
¿Recuerdas?<br />
¡Ah sí! El muy entrometido dijo que le lleváramos otro regalo a tu papá, en lugar del poncho de<br />
Castilla, ¡qué intruso!<br />
Te pasó por mentir, diciéndole que querías el poncho para regalárselo a mi papá. Pero lo dijo en<br />
forma simpática.<br />
Nada que ver. En vez de la manta, sugería que le regalásemos un nieto ¡vaya regalito! El muy<br />
metiche.<br />
No tenía por qué saber cómo era lo nuestro, nos vio jóvenes aún, y lo más importante; felices.<br />
Por eso se le debe haber ocurrido decirnos su consejo, además la gente de provincia es como...<br />
tan sana en su simpleza; yo no lo tomé a mal, vida.<br />
Está bien, yo tampoco, estaba bromeando no más. Oye Mar, no sé cómo te las ingenias para<br />
encontrar siempre algo bueno en las personas; me gusta mucho en ti.<br />
Subió el tono de la radio del auto al escuchar una canción y señaló: ésta es la canción de la que te<br />
hablé, podría ser la nuestra, escucha. “Lo mejor de tu vida lo he disfrutado yo, la experiencia<br />
primera, el despertar de tu carne; tu inocencia salvaje me la he bebido yo, me la he bebido yo".<br />
En realidad debiera ser nuestra canción, porque es como lo nuestro.<br />
Sí creo que tienes toda la razón, así han sido todas nuestras pequeñas grandes cosas, las hemos<br />
disfrutado juntos y en secreto, sin dañar a nadie, pero valorándolas en su real dimensión porque<br />
hemos sido muy felices. ¡Tienes tanta certeza de mi amor, como yo del tuyo!<br />
Bajaron del auto que noble como el mejor amigo, los había paseado por aquellos caminos<br />
increíbles de ensueño, descubiertos por primera vez a sus ojos, habiendo sido los invitados de<br />
honor palpitantes cabalgando en su lomo de acero, por cerros huelleros, mirando lontananza,<br />
conmovidos con los colores del otoño, el perfil del sol penetrando a la tierra, sin echar a volar las<br />
palabras libres, solamente escuchando los quietos signos inequívocos del amor trascendente,<br />
con el estremecimiento extraordinario sentido en lo profundo del corazón; nada más.<br />
Al estacionar frente al local en el camino que en acogedora y reconfortante forma lucía,<br />
anunciando en un letrero las mejores parrilladas a la argentina. Bajaron con muchas ganas a<br />
reponer energías, el apetito que llevaban era colosal. Pero, también con melancolía... más allá la<br />
ciudad al esperarlos, los acogería con su despedida. Renovados pensando que pasado el invierno,<br />
el rocío y la luz de una nueva primavera, con pájaros camperos y cantores, palpitante les podría<br />
alumbrar otro día iluminado y creativo. Por hoy, las alegrías vividas daban para una meditación<br />
tal vez agradecida. Carpe Diem, “vive hoy... que has nacido”. ¿Para qué preocuparse de las penas<br />
del mañana?<br />
132
Como había ocurrido en otras oportunidades de paseos no tan largos, la dejó en la esquina de su<br />
casa. Ahora notaba que había una gran diferencia: sentía que la amaba con calma, como su<br />
mujer, su amiga, su pareja. No con deseos de magnetismo genital o voluptuosidad, no. Era<br />
definitivamente su amor, en la profundidad misma reconocida desde siempre, desde antes; pero,<br />
¿cuándo antes? Esa era la incógnita de Hans, enanitos rosados se cruzaban en sus pupilas,<br />
dándole la sensación de una evaluación de amor perpetuo, triunfal aún con barreras, sin<br />
arrodillarse ni pedir perdón, sin tartamudeos, sin traumas por excesiva timidez. Todo lo<br />
conversaban: sus fracasos, sus triunfos, sus miedos, pesadillas enormes y profundas, sus anhelos;<br />
en suma tenía la certeza de que era un afortunado, ya no estaba con ese vacío que lo había<br />
aprisionado por tan largo tiempo, se sorprendía gratamente, calladamente, desdibujando una<br />
enigmática sonrisa.<br />
Enfiló hacia su casa con el pensamiento lleno de lo vivido; era esa mezcla rara de sabor dulce<br />
hasta con aquellos poemas maravillosos, dichos en forma tan especial por Mar, que le resultaron<br />
una agradable sorpresa. Sabía que era pianista, pero al parecer todas las artes las conjugaba en<br />
su espíritu sensible. Y la fortaleza de hierro para aclararle que, detrás de su frágil apariencia, su<br />
decisión estaba tomada con determinación y en conciencia; concebida con su propia hipótesis.<br />
“No me casaría contigo Hans” le había dicho solemnemente, haciéndole sentir que algo<br />
poderoso se incrustaba en su pecho, desconcertándolo con su impertérrita frase realmente<br />
inesperada. ¡Ni remotamente!<br />
Marymar estaba volviendo a dar sus clases de piano. Era una necesidad del espíritu mucho<br />
mayor que lo económico. En la entrega a sus alumnos notaba que a su vez, ella recibía casi más,<br />
de lo que les entregaba en sus pautas de estudios. Eran niños de preparatoria con inquietudes<br />
musicales, y amorosamente llegaban a iluminar su salón –ahora casi vacío.- Estaba en un nuevo<br />
proceso de vida, otra etapa en que ya no miraba aterrorizada hacia el ventanal, ése por donde un<br />
corto tiempo atrás veía a unos hombres de lentes oscuros que se paseaban a diario vigilándola;<br />
en una rutina abrumadora en que hasta sus profesionales disciplinas, tuvo que abandonar. Algo<br />
de resultado se operaba ahora con el cambio de gobierno: por lo menos volvía a tener la<br />
posibilidad en su trabajo de dar clases y realizar conciertos. Tenía la privacidad que constituía<br />
una luz tranquilizante, que se supone necesita toda creación artística. Interpretaba con agrado<br />
melodías que tenía casi olvidadas, se sorprendía en “Meditación” de Tai, de Massenett. O alguna<br />
polonesa de Chopin, antes ausente de su interpretación porque si la oían, capaz que la creyeran<br />
comunista... los tontos del sistema gubernamental.<br />
Sonó el teléfono, ése era quien la retornaba al mundo consciente. –Hans con su voz pastosa y<br />
acelerada la invitaba: me gustaría mostrarte algo que vi Mar.- ¡Quiero tu opinión! Aseguró<br />
acompáñame por favor, ahora.<br />
Fueron, era casi lo lógico.<br />
Recorrieron todo un campo, en que la llegada al lugar era maravillosa: una alameda de harto más<br />
de cien años, recibía fresca y mansamente al viajero acalorado. Las ramas se juntaban en el cielo<br />
provocando un bellísimo arco natural, de verde tranquilo rebosante de paz.<br />
133
Mar parecía como una niñita a la que encantaba el verde descanso del campo; amaba la tierra y<br />
todos sus milagros, el canto de los pájaros libres llenos de esperanzas, cálidos y atolondrados<br />
batiendo sus alas al viento. Los olores de la fértil natura con eucaliptos, pinos y flores y ortigas.<br />
Menta, hierba buena, toronjil y naranjos y olivares. ¡Eso era vida! Simplemente vida.<br />
Hans la contempló ceremonioso y de reojo manejando lento, le dijo: quiero que estemos en<br />
estos parajes, quiero recordarte aquí y en todos los lugares y espacios. Aunque no estés,<br />
caminaré contigo, permanecerás como ahora junto a mí... y no me sentiré solo, dijo tomando su<br />
mano en solemne actitud. Mar lo envolvió en una cálida sonrisa callada.<br />
Llegando al lugar específico, Hans detuvo el auto la ayudó a bajar y la invitó a pasar, diciendo:<br />
¡este es el campito que he comprado! Con complacencia y timidez. Te voy a contar lo que sufrí<br />
por esto, y no me lo vas a creer. Un día iba pasando lento en los paseos que de repente hago, me<br />
gusta mucho venir cuando ando decaído, y me siento bajoneado como en el concho de la ola, es<br />
como mi parámetro de darme cuenta de lo que he sido capaz de ir logrando, sólo con la ayuda de<br />
Dios. Las cosas de pronto no salen como uno quisiera y antes de agriarme las corbatitas con<br />
vienesas, arranco a estos lados y cuando vuelvo... yo soy otro, animoso y con energía nueva. Iba<br />
pasando, como te cuento, y veo un letrero colgando, muy mal hecho y todo, pero decía clarito<br />
“Se vende”. Me acerqué y llamé a los gritos hasta que salió un viejecito, era el dueño.<br />
Conversamos me dijo que sí quería vender y que no, porque vivían cuatro familias, sus hijos con<br />
señora y nietos, mil cosas. Te resumo: pasé tantas veces, y el viejo indeciso siempre me alteraba<br />
los nervios, no podía rogarlo o me subiría el precio, obvio, si notaba mucho interés. Me iba sin<br />
demostrarle nada, pero realmente me costaba alejarme sin una respuesta definitiva; empecé a<br />
aconsejarlo diciéndole que ellos eran creciditos y él ya les había cumplido, que no esperara a<br />
tener una penosa ancianidad con su esposa, intranquila con tanta bulla de los nietos. Más los<br />
problemas de cuentas impagas de luz, agua. Vivían como animales, tú supieras la inmundicia que<br />
había con papeles de diario usados como papel higiénico, tirados por cualquier parte. El hedor y<br />
las moscas eran deprimentes.<br />
Un día pasé y me dije - no soy capaz de volver a todo esto - seguí de largo. Pero, parece que el<br />
viejo me estaba esperando, me llamó a los gritos y me hacía señas. Lo hice y aquí estoy, tratando<br />
de comenzar a limpiar y a pintar dejando como a mí me gusta. Poco a poco. ¡Ven! La invitó, y<br />
cortando un botón de rosa color té, se lo obsequió con un –bienvenida.- La besó dulcemente en<br />
los labios y tomando su mano, inició el paso para mostrarle la propiedad hasta el fondo, con sus<br />
frutales añosos, los parrones mal cuidados eran cuna de arañas, que se sabían dueñas absolutas<br />
del ramaje y frutos, donde tejían sus casas sin prisa. El morero era bellísimo, casi selvático; las<br />
matas de juncos brotaban por doquier con su aroma tan especial. Manzanos damascos y nogales<br />
apestados; las higueras blancas y una de ellas negra, enorme y cansina, sin dudas podría tener<br />
ciento cincuenta años o más, de incansable vida.<br />
Al regresar hacia la casa les acogió un rosa y fucsia de las azucenas y amapolas, que sobrevivían<br />
en forma silvestre. Las malezas crecían sin ley. Y el cedrón, que Mar se detuvo a contemplar y a<br />
acariciar sus hojas; le contó. - En mi casa había uno, y al volver del colegio en primavera, lo<br />
regaba con la manguera y me parecía que las hojas se movían agradeciéndome y lanzando un<br />
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exquisito olor, el lugar quedaba impregnado, dijo pensativa. -<br />
Hans cogió su mano, la llevó a sus labios besando sus dedos uno a uno, la invitó a seguir. Nos<br />
queda la casa, dijo, sacándola del trance de los recuerdos. Subieron los tres escalones e<br />
ingresaron por la soleada galería colmada de vidrios pequeños; abajo, construida en madera con<br />
una tremenda falta de pintura.<br />
Él se anticipó a abrir sus puertas y mostrar todo: ésta cercana al hall de ingreso quedaría bien de<br />
living, ¿te parece? Al mirar los ventanales Mar quedó impresionada: los vitreux eran muy bellos y<br />
le dijo ¡es lo mejor de todo! No vayas a tirar abajo esto nunca, te aseguro que ni en los mejores<br />
anticuarios encontrarías algo así, son magníficos. El tono es una maravilla y cuando se limpien<br />
quedarán más bellos aún.<br />
¡Ni me lo digas! Hay mucho por hacer, pero debo irme lento, estoy endeudado con mi enemigo,<br />
el banco, y si no cumplo en los seis meses, como me comprometí, me subirá el interés ¿te das<br />
cuenta?<br />
Claro que me doy cuenta, pero te conozco: eres capaz de salir adelante. Estoy segura.<br />
Subieron al segundo nivel y abrió los postigos de madera, estilo veneciano, que alguna vez<br />
estuvieron pintados de blanco, en una habitación hexagonal, como el torreón de un castillo sin<br />
rey. Maravillada y de inmediato le dijo: ésta podría ser tu habitación para despedir y recibir al sol,<br />
cada día. ¡Estás más cerca de Dios! Del cielo, de los pájaros que habitan las copas de los árboles,<br />
donde tienen sus romances y proliferan su especie. ¡Qué bonito, Hans te felicito!<br />
Yo no viviría acá, es tan malo como está todo que me deprimiría: echaría todo abajo y construiría<br />
una casa moderna, con otra distribución. Para eso me haría asesorar por arquitectos que<br />
conocen su trabajo, pero será más adelante, cuando pague el préstamo y tenga un sobrante de<br />
como cincuenta millones en el banco esperando ser usados, agregó riendo.<br />
Yo sí viviría aquí, le encuentro un encanto misterioso; me lo imagino arreglado con cortinas y<br />
muebles acorde, a gusto para el lugar, no echaría nada abajo, porque moderna no sería lo<br />
mismo. Tiene la enigmática belleza del tiempo en que se construía con más dedicación y amor;<br />
en eso no estamos de acuerdo.<br />
Bajemos, hace demasiado calor aquí, acotó Hans al pié de la escala. El recibidor se iluminaba con<br />
la luz natural que entraba desde las puertas con vidrios desde la mitad hacia arriba, del porche<br />
de entrada, dando una acogida agradable al lugar. A pesar de estar todos sucios, a pesar de ser<br />
vidrios más comunes: altos y angostos, ese hall de distribución daba un toque especial y señorial<br />
a la casa de campo.<br />
Bueno Mar, como se nota que te ha gustado ¡volveremos! Te prometo que ni lo pensé dos veces,<br />
cuando vi la oportunidad ¡zas! Lo compré, como siempre haciendo malabares. Pero, imagínate si<br />
vivo unos años más con la gracia de Dios, jamás lograría tener árboles como esa higuera, que es<br />
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impresionante. Además la buena ubicación... es un todo. Yo me crié en un lugar así allá en<br />
<strong>Austria</strong>, dijo como ensoñado.<br />
Regresaron. Con lenta marcha el vehículo, les costaba separarse, ahí los esperaba al término del<br />
camino las responsabilidades de cada uno; pero, lo más importante era la voluntad de compartir<br />
nacida en la necesidad de verse. Lo entendían así y no se permitían hacer daño con su gran<br />
cariño, ese que les permitía permanecer el uno en el otro, sin firmas de compromiso ante la<br />
sociedad, pensaban que el amor como las lágrimas es necesario compartir entre dos.<br />
¡Volvieron! Sí volvieron con la primera lluvia de abril, en los inviernos, en domingo o martes;<br />
cualquier oportunidad era aprovechada a pleno. También intercambiando un buz, en la cocina o<br />
en el baño, sobre todo eran auténticos. Después vendría la compra de las gallinas, la siembra, el<br />
riego, el comprar alimento para ponedoras, la desinfección, la estufa grande a leña, para que<br />
diera calor en el invierno. Así mientras los maestros se abocaban a abrir el techo para poner el<br />
tiraje, ellos visitaban la higuera milagrosa al fondo del terreno, que mansa los acogía al pié de su<br />
abundante tronco centenario, y guardaba placentera los secretos bellos de ese dulce amor.<br />
Todo lo importante lo quería compartir con ella, aunque fueran detalles para otros. Al conseguir<br />
las fotos de sus padres, pensó sería bueno ponerles en esa casa enmarcados especialmente en<br />
maderas antiguas y de óvalo. En cuanto se los tuvieron listos llamó a Mar: Mi hijita usted ¿me<br />
acompañaría al campo? Si quiere la paso a buscar, mañana sábado antes del medio día.<br />
La respuesta fue afirmativa e inmediata.<br />
En el camino calló la sorpresa que llevaba. Se detuvo en un local enclavado entre los árboles y las<br />
enredaderas de madreselvas, compró unas deliciosas empanadas chilenas y le comentó: hoy<br />
probarás los mostos de mi vendimia. Compré un tonel de madera para envasarlo, ya lo vas a ver.<br />
Al ingresar cerró los portones y dijo a Mar: ayúdame a bajar estos cuadros, por favor. ¡Son mis<br />
padres! Te digo que había pensado poner sólo a mi madre, en un sitial importante; pero sería<br />
como raro no ponerlos a los dos, por los amigos que preguntarán, y yo no soporto dar<br />
explicaciones.<br />
Piensa diferente, vida. Si no hubiese existido un amor tan grande entre ellos dos: tú no estarías.<br />
¿Y qué sería de mí, sin conocerte?<br />
Tienes algo de razón. Ahora vamos a comer esas empanadas deliciosas, antes que se nos enfríen,<br />
ah y lo prometido... a sacar vino del tonel. Abrió la llave y recogió el manjar de las uvas; exquisito<br />
y mareador, lo fue poniendo filosófico. Habló del tiempo.<br />
Doy todo mi tiempo en forma ausente a mi señora, que me quiere mucho; Mar, pero la calidad<br />
del tiempo que estoy contigo es ¡tan diferente! Me doy íntegro, atesoro cada segundo que<br />
pasamos juntos. De repente pienso ¿quién soy yo, Dios mío, para medir o valorar lo que doy? ¡si<br />
sólo Tú eres el dueño de todo! Creo que si ella supiera lo nuestro se dejaría morir de pena. Y me<br />
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conozco: no soy capaz de vivir sin ti, es más creo que lo nuestro es tan grande, que aunque<br />
tengamos años y años, te iré a visitar para mirarte, conversar, saber cómo estás y rejuvenecer<br />
con los recuerdos de todo lo que hemos vivido juntos, porque sí tenemos locuras y hazañas ¿no?<br />
Sí por supuesto que las tenemos, no ha sido rutinario nuestro romance eterno.<br />
¿Te acuerdas cuando fuimos a lo que ahora es el San Carlos de Apoquindo?<br />
¡Ah sí que lo recuerdo! Estacionaste y creyeron que eras dueño de los caballos, y nos hicieron<br />
pasar con alfombra roja y reverencias. Caminamos en esa mañana húmeda por las laderas de<br />
esos cerros, y pasamos por el pasto con rocío aún, seguimos hasta el árbol aquel que nos cobijó,<br />
hicimos el amor y hasta los caballos nos miraron de reojo a lo lejos, y al parecer nos dieron su<br />
venia; como el azul del precioso cielo, que nos amparó de las malas lenguas. Y nos fuimos tan<br />
tranquilos cuando el guardia abrió el portón, seguro que habíamos visitado los caballos, ja, ja, ja.<br />
Hans rió también de buenas ganas: una vez más burlamos las reglas establecidas.<br />
Y ¿te acuerdas esa de Los Dominicos? Casi frente a la comisaría ¡qué increíble! No sé mi hijita<br />
pero... a mí me parece que nadie ha hecho las locuras que hemos realizado nosotros, ¿qué crees<br />
tú mi amorcito? Preguntó Hans con picardía.<br />
Ni más ni menos, mi lindo precioso.<br />
Y cuando te invité a mi casa y la nana sorda no se había ido, y casi nos pilla. Pero, ella muy<br />
prudente nunca entra a mi habitación, además si escuchó voces debe haber creído que estaba<br />
encendida la televisión.<br />
Bueno, yo qué sabía que estaba allí. Siempre he confiado en ti; si tú me invitas yo voy. No me<br />
privo nunca más de estar contigo, el tiempo que sea. Te diré una frase muy linda que leí de un<br />
poema de otro austríaco que nació el siglo pasado, Rainer Maria Rilke, dice: “sólo donde tú estás,<br />
nace un lugar para mí”.<br />
¡Qué hermoso, se pasó mi amor! exclamó feliz, ¿así piensa usted?<br />
Sí Hans, tú eres mi fuente de vida, noto que donde tú estás, encuentro mi lugar más cómodo.<br />
¿Cómo en el armario azul, que nos cobijó? Preguntó riendo.<br />
Oye, se portó como un gran amigo, tenemos que reconocerlo.<br />
Marymar, nosotros, me refiero a los de nuestra generación ¡por Dios que fuimos castigados! En<br />
el sentido preciso del comportamiento. La educación tan cerrada y lapidaria; todo era pecar y<br />
pecar. En cambio hoy por hoy los jóvenes andan con libertad su vida, como ellos quieren: pelo<br />
corto o largo, les da lo mismo. Si pololean, es totalmente normal que la polola pase a la<br />
habitación del joven, como si nada. Y sería quedar en ridículo decirles algo sobre lo que no está<br />
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ien visto, nos dirían viejos pasados de moda. Mi hijo que pololea es tal cual, y no sé si los une<br />
una relación más íntima, ¿te fijas? Pero, si a la niña sus padres la dejan incluso con su permiso,<br />
llegar tarde porque está en mi casa ¿qué le puedo decir yo? Antes a nosotros si hacíamos zaguán<br />
en el porche o en la reja más de dos minutos; salían todos a ver qué pasaba, ¿te acuerdas?<br />
Porque era así la cosa.<br />
¡Es muy bueno el cambio! En muchos aspectos, cielo mío, yo admiro a los jóvenes de hoy porque<br />
los encuentro valientes, y asumen en la mayoría de los casos esa libertad; sin transformarla en<br />
libertinaje. Pero, somos como tú muy bien dices ¡de otra generación! A ésa que le costó largo<br />
tiempo darse cuenta que la vida es personal, nadie la debe vivir por ti; es linda en la medida que<br />
cada cual la quiera hacer más linda; y lo más importante es: ¡Una! para que cada quien la viva<br />
como quiera sin hacer daño, y sin rendir a cada paso examen ante la sociedad. Los que no han<br />
amado, son los más encarnizados enemigos de estos cambios. ¡Qué pena por ellos! Suspiró<br />
Marymar.<br />
¿Vamos a regar? Invitó Hans poniéndose de pié, se dirigió hacia la manguera, echó a correr el<br />
agua y avanzó hacia el jardín. Mira cómo están las ortigas de frondosas, aquí se pierden y en<br />
<strong>Austria</strong> las comíamos un poco hervidas en ensalada, parecían espinacas, comentó pensativo.<br />
Ella lo seguía, escuchando sus comentarios se acercó y, en broma acarició su espalda diciéndole:<br />
soy tu sombra al pulmón, voy como tu doble.<br />
Al regresar en la tarde a la ciudad, ambos bostezaban relajados totalmente; allá quedaban sus<br />
secretos guardados, enredados en el cubre cama blanco, que impecable esperaba ser usado<br />
nuevamente; quizá no tan pronto. Tal vez.<br />
138
Capítulo 15<br />
El cumpleaños de Mar.<br />
Llegaba la fecha del cumpleaños de Marymar. Sería especial, debía ser muy especial no sólo por<br />
los años que cumplía; era la primera invitación recibida por Hans para que almorzaran juntos, en<br />
su casa. Compartirían mesa, presencia, hábitat; todo. Entre ellos jamás fue necesario los regalos,<br />
el mejor era poder estar unidos, era lo máximo por sus circunstancias. Hans sentía como un<br />
cierto freno a aceptar la invitación, al principio. Pensaba que por los hijos no era tal vez<br />
apropiado asistir, pero la fecha logró convencerlo, y compró un precioso ramo de flores.<br />
Estacionó al otro lado de la avenida su vehículo, tal vez aún con esa precaución temerosa de<br />
antaño, cruzó y cuando tocó el timbre con lucecita roja en la puerta, ésta se abrió en forma<br />
automática. ¡Era esperado! Avanzó y fue recibido por la iluminada cara de Mar, sonriente. La<br />
abrazó deseándole que vinieran muchos años, pero muchísimos más.<br />
La casa era como apropiada para la ocasión, los ventanales amplios dejaban que el sol, algo débil,<br />
invadiera los espacios interiores con plenitud. El verde del entorno daba una agradable paz, con<br />
los árboles meciéndose al paso de la brisa de fines de otoño, un tanto agitada.<br />
Luego del brindis por los años con el aperitivo, Mar haciendo una ceremoniosa venia graciosa, lo<br />
invitó a pasar a la mesa puesta finamente, esperando para dos.<br />
Recuerdo lo encantado que quedaste allá en el sur, esa noche que cenamos los deliciosos<br />
riñones al jerez, ¿te acuerdas?<br />
¡Ah sí! Estaban extraordinarios, yo le habría pedido la receta al chef, los dejó en su punto: ni tan<br />
cocidos, al dente. En realidad es difícil encontrar quien los prepare tan bien. ¿No es cierto?<br />
¡Cierto! Pero yo le tengo una sorpresa; he tratado de copiar la receta para que la disfrutemos<br />
juntos: tú dirás si lo logré, o no.<br />
Trajo a la mesa una fuentona tapada y, al destaparla se esparció un exquisito aroma a regia<br />
comida. Hans al ser servido pinchó con ganas uno de los trocitos con su tenedor, se lo llevó a la<br />
boca. ¡Hum! Fue su exclamación; están deliciosos, mi amor se pasó. Esto me parece un hotel<br />
cinco estrellas, dijo. ¡No ha faltado nada de lo que para mi gusto, debe haber! Hasta el quesito<br />
Camemberg que me encanta, el vino es el exacto.<br />
¡Qué bueno! Me maravilla que te sientas tan a gusto, te adelanto: esto no es todo. Y ahora,<br />
haremos un brindis de camaradería: ¡por nuestra preciosa amistad!<br />
Sí, Marymar. Tienes razón ¡por nuestra preciosa amistad! Además, yo añado por la increíble<br />
paciencia que me tienes; salud.<br />
No es para tanto. Aunque sí, a veces creo que Dios me regaló una cuota extra. Salud Hans.<br />
139
Terminaron de servirse la exquisita comida, alegres.<br />
Mar se levantó de su silla, con un gesto picaresco. Tengo otra sorpresa para usted: le hice un<br />
postre que mientras lo preparaba miraba su cara de niño goloso. Ahora con su permiso lo traeré<br />
a la mesa, claro que antes llevaré todo lo salado a la cocina, dejaré solamente la copa por si<br />
quiere otra del buen vino.<br />
Cuando llegó con lo prometido a la mesa, el color ya prometía que debía estar exquisito: era a<br />
dos tonos, iba del fuerte color de las frambuesas maduras, al blanco inmaculado de alitas de<br />
ángel: un impecable bavarois, una delicatessen. Se había esmerado en todo sintiendo gran<br />
alegría en compartir, con él. Se notaba. Lo mimaba como a un niño, ambos estaban felices.<br />
Y ahora ¿quieres una aguita de hierbas para bajar los alimentos? No te doy bajativo porque es<br />
seguro que vas a volver a trabajar. ¿O me equivoco?<br />
No. Desgraciadamente no se equivoca mi hijita, hago lo del mal agradecido. Pero debo<br />
aprovechar la tarde en terminar algunas cosas inconclusas. Usted me disculpa, mi amor.<br />
Por supuesto, algo te conozco.<br />
No sé cómo hizo mi amor. En realidad yo no quería molestar, ni comprometerla en nada, pero yo<br />
estoy feliz de haberte aceptado esta invitación, amerita la ocasión; de todas formas te quería<br />
abrazar por tu cumpleaños. ¿Usted sabe que vamos a seguir celebrando? Sí, en unos días más.<br />
¿En serio?<br />
Sí. La quiero invitar a hacer la cimarra por unos días afuera de la ciudad, esto apesta y si quieres<br />
nos arrancamos a algún lugar, ¿qué me dice?<br />
Por supuesto que sí. Dejo todo organizado aquí y partimos. Contigo donde sea, vida, acotó<br />
resuelta y alegre Marymar.<br />
¡Será como nuestra segunda luna de miel! Agregó contento con su respuesta. Él se había estado<br />
preparando para ello: ahorrando como un colegial. No era fácil distraer dineros, pero ilusionado<br />
con la idea, sabía la sorpresa que sería para ella, y pensando en lo que disfrutarían juntos esos<br />
días, reflexionó: nos hará bien.<br />
Ya lo creo ¡nos hará muy bien a ambos! La sobre carga se vuelve insoportable a veces y dobla la<br />
espalda con su peso. ¡No quiero tener joroba! Gracias mi amor por tu regalo, sé lo que vale.<br />
Mereces muchas cosas Mar, pero, por ahora haremos este viaje. Tengo que dejarla mi hijita, voy<br />
a seguir con lo que debo. Gracias por sus delicadas atenciones, todo estaba demasiado bueno.<br />
¡Ah! Mi postre eres tú, rió. Cuídese mucho y nos llamamos, o la llamo, como todos los días.<br />
Bueno mi niño bonito, yo esperaré su llamado.<br />
No dejó pasar ese día sin llamarla.<br />
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Le tengo que recalcar mi sorpresa ante sus dotes culinarios ocultos, que yo no conocía. ¿Qué<br />
otras cosas, no sé aún de ti?<br />
Puf, ¡hay muchas! Dijo Mar riendo feliz; aunque pienses que no es precisamente la humildad.<br />
No. Te digo en serio Marymar: te quedaron tan ricos esos riñones al jerez, igual que los del sur. A<br />
mí es un plato que me gusta y lo pido siempre, pero tan buenos, no había comido acá. ¡Te<br />
felicito!<br />
Cuando las cosas se preparan con una mano condimentada de amor: resultan así, vida.<br />
En pocos días, Hans tenía todo listo para el viaje, partir al descanso prometido. La ilusión<br />
realizable. La llamó: mi hijita mañana a las diez la paso a buscar, ¿qué le parece?<br />
¡Fantástico! No voy a dormir pensando en que se vaya luego el tiempo que falta, y estemos<br />
partiendo. Me compré unos jeans y zapatos bajos, para estar más cómoda y caminar a tu lado.<br />
¡Ah! Me doy cuenta que tú estás como una novia. Y me encanta Marymar.<br />
Sabes vida, mejor me duermo temprano, a ver si amanece antes, ja, ja, ja.<br />
No por mucho madrugar, amanece más temprano, es el dicho. No creo que vaya a amanecer<br />
antes; duerma tranquilita y piense en lo que va a disfrutar del paisaje, si está despierta.<br />
Tienes razón Hans, una vez más. Hasta mañana amor, te quiero mucho.<br />
Hasta más rato, también te quiero mucho.<br />
Con un bolso colgando de su hombro, la recogió sonriente al día siguiente. Venían los pequeños<br />
detalles como llenar el estanque, verificar presión de aire de los neumáticos del auto, por último<br />
el cajero automático. ¡Listos! A tomar la carretera. Al norte era la ruta ahora, y distinto el auto de<br />
más de una tonelada, pero, con dirección hidráulica, una cuna en suavidad realmente.<br />
El maravilloso camino que costea las playas de Horcón les fue acogiendo con mansedumbre de<br />
siesta, la caleta con sus pescadores típicos curtidos por el salobre sol sus rostros, y olvidados en<br />
algún lugar del tiempo, los dientes de sus sonrisas. Bajaron a contemplar la belleza natural, a<br />
sentirla en sus pasos, en su respirar. Los lugareños algo extrañados les miraban avanzar: uno al<br />
lado del otro, caminando.<br />
Siguieron la ruta con agrado, el sol les despidió en lontananza; era la hora de la oración, de paz,<br />
de entrega. Cenar, dormir, amanecer juntos. ¡Qué plenitud! ¡Qué recompensa a las esperas!<br />
Había dejado todo lo importante, o supuestamente importante, para partir al lado de Marymar<br />
como un niño a disfrutar de todo el descubrimiento de las pequeñas cosas, sentía la paz que lo<br />
invadía reconfortándolo; ésto era vida.<br />
141
Después de tomar desayuno, como siempre a comprar el diario para estar informado; luego las<br />
caminatas a la caleta, donde los pescadores artesanales realizaban su goteo, la búsqueda en el<br />
instinto de la supervivencia. Pudieron conocer al abuelo de los pelícanos, con sus bigotes<br />
blanquecinos y caídos, su andar lento, sus alas casi sin vuelo ya.<br />
Comprar las mejores especies tan frescas, escoger entre tanta maravilla que donó la creación, a<br />
éste largo y angosto país, casi desprendido en el Pacífico Sur: <strong>Chile</strong>, que como ningún otro, es<br />
portador de las mejores especies alimenticias marinas, en variedad y sabor; realmente<br />
extraordinario.<br />
Hans, sabio conocedor escogió los mejores locos, erizos y un congrio colorado. Luego vendría el<br />
desafío de la preparación.<br />
Así, con pan negro tostado untado en cremosa mantequilla, fueron después del aperitivo,<br />
ingiriendo los manjares del océano, rescatados por los hombres de mar.<br />
Si te digo que está delicioso, es poco. Oye Mar me siento tan bien regaloneado por ti ¡qué lindo<br />
mi amor!<br />
Me complace que te haya gustado. Si te portas bien y te comes todo, todito... te daré un regalito.<br />
¿En verdad? Preguntó incrédulo.<br />
Si. Pero no es cualquier regalo. Me conseguiré con la dueña de este lugar ese piano, que hace<br />
mucho me está tentando y te haré oír una sonata de Piotr Ilich Chaikowski. ¿Qué me dices?<br />
Acepto. ¡No es sacrificio!<br />
Se levantó de la mesa, y se acercó a la señora que los miraba a la distancia, algo le conversó Mar<br />
en forma sonriente. Volvió hacia Hans y abrió la tapa del piano con delicadeza, se sentó en la<br />
butaca y comenzó a recorrer las teclas con sus manos, dejando escapar una melodía bella que lo<br />
hizo entrecerrar sus ojos. Admiraba a esa mujer por tantas cosas, era la dulzura e ingenio, fuerza<br />
e inocencia, tibieza y lealtad. En fin, por tantos detalles era importante para él su presencia.<br />
Plácidamente y agradado, la escuchó derramar por sus dedos ese caudal interno, que tan bien<br />
conocía. Una o cinco piezas escogidas. Cuando se detuvo en el último acorde, Hans se acercó y<br />
con intensidad miró esos ojos dulces y sonrientes, luego la besó en los labios, sus sienes, acarició<br />
su espalda con lentitud y dijo: Mar interpretas tan bonito, como actúas en la vida, con nobleza,<br />
con integridad, con transparencia, con profundidad. ¡Te admiro mi flor de lirio, eres mi más<br />
preciada Edelweiss. Eres de adentro hacia fuera linda: ich liebe dich, mein herzchen. (Te amo, mi<br />
coranzoncito). A mí me hace tanto bien tu naturalidad, tu sencillez, tu ver las cosas simples. Hay<br />
personas que nunca logran ser felices con lo que tienen cerca, viven añorando lo de los demás; y<br />
así se les va la vida. Tú, no es que seas conformista, pero valoras en su real dimensión lo que<br />
tienes. ¿Qué te parece?<br />
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Gracias, vida también a ti te amo. Lo que dices es verdad, yo estoy agradecida a Dios y a la vida<br />
por todo lo que me ha regalado, disfruto lo que tengo: a ti, mis hijos, mi trabajo, mis siembras<br />
buenas o malas, los pájaros que me despiertan en la mañana, la luz del día, el aire, la noche y mis<br />
melancolías, las flores que están en cada estación del año para alegrar la vida; el fuego que<br />
enciendo, el alimento que preparo... así se entreteje el andar mi camino ¿para qué complicarse?<br />
Si hay tanta complicación ya en el mundo. Creo que al pasar por ésta debemos dejar una buena<br />
huella, que se nos recuerde en forma agradable. ¡No por hacer daño a nadie! Lo que pasé, no me<br />
da cabida para maldecir a la vida que, es tan bella. Si no puedo cambiar las cosas, debo tener la<br />
fortaleza de aceptar tal cual está, eso ha sido lo que me ha dado la paz interior.<br />
Mereces mi respeto por ello. Tu forma especial con tus valores profundos y pocos comunes, en<br />
esta sociedad actual tan consumista y liviana, contaminada de falsos dones.<br />
Las palmeras comenzaron a mecerse con un suave viento que corría del océano hacia el<br />
continente, y el cielo se oscureció con tonos burdeos y negruscos, se avecinaba mal tiempo se<br />
notaba, venía un cercano temporal. Dejaron el salón y se fueron a refugiar al bello dormitorio,<br />
donde les esperaba una amplia cama con acogedor calor de intimidad. Sin más compromiso que<br />
sus sentimientos y su necesidad de demostrárselo mutuamente, una y otra vez se amaron.<br />
A lo lejos danzaba el mar en su canto incansable de profundidad y secretos. Del equipo de<br />
música escapaba suave de las valiosas manos de Claudio Arrau, el Nocturno Op. 9, Nº 2, de<br />
Chopin.<br />
143
Capítulo 16<br />
Encuentro...<br />
En la oficina moderna y soleada entró el recién recibido arquitecto Pablo Llanera. Con su<br />
espigada figura atlética paseó su vista admirando el lugar. Sabía que en gran parte allí estaba el<br />
tiempo, ese tiempo que añoró tanto cuando era un adolescente; el tiempo de su padre, el gran<br />
motor capaz de hacer mover este negocio y construir importantes obras... casi de la nada.<br />
¡Su padre! Ese hombre jovial y simpático; al que nunca llamó así. Se hicieron amigos cuando era<br />
mocoso, se tutearon y al hablar no escogieron precisamente a Carreño. Fueron amistosamente<br />
auténticos, sin mediar entre ellos explicaciones. Lo que más añoró de él, fue compartir su<br />
presencia, a lo esporádico de sus encuentros le sacó un rico aprendizaje de variadas materias.<br />
Siendo su padre un auto didacta, se había esforzado en captar de los libros - ya que era un buen<br />
lector- todos los temas apasionantes, que le compartía en sus conversaciones. Reían juntos y<br />
también se alteraban al no ponerse de acuerdo en pensamientos disímiles, con respecto a<br />
puntuales casos. “Lee mucho y con ello tendrás el mejor vocabulario y más temas de<br />
conversación”, le advertía. La vida está llena de arrogantes mediocres y además incultos, y cada<br />
vez más difícil. En lo que desees ser en el futuro, intenta ser el mejor; ilústrate, hay que buscar el<br />
conocimiento. Yo no pude ir a la universidad, pero tú lo ves, he tratado de aprender solo. ¡Sus<br />
consejos, su voz a la distancia!<br />
Su actual título constituía el éxito a las privaciones de Pablo, de las distracciones normales a su<br />
edad, como las fiestas o algún flirteo con alguna niña. Pensando en su futuro, con base sólida<br />
diseñó con armonía arquitectónica, un edificio bello para su vida. Contaba además con su<br />
“Aprobado en vuelo”. Apto total en condiciones físicas, técnicas y psicológicas para guiar<br />
cualquier avión moderno de pasajeros. Había asistido a la entrega de dicho diploma, a los dos<br />
meses de recibir su ansiado título de arquitecto. Con ambos en mano, sin saber para qué, se<br />
dirigió a esa oficina, que nunca antes visitó; aunque sabía que existía.<br />
Lo sacó de sus pensamientos la voz que lo saludó cordial: “buenos días, soy Hans ¿en qué lo<br />
puedo ayudar? Asiento por favor.<br />
Había un sello ceremonial en el joven amable que frente a él, le daba la bienvenida. Pablo lo<br />
contempló en silencio unos segundos, tendría unos tres o quizá cinco años más que él, vestía<br />
sobrio pero juvenil. Un poco menos de estatura que la suya, con aire de seguridad del que no ha<br />
sufrido graves problemas en la vida, le dejó la impresión que la palabra pena no existía en su<br />
diccionario. Respondió sonriente al saludo, por el tenor de ¿en qué lo puedo ayudar?<br />
Sí, buenos días. Soy Pablo Llanera. Me han recomendado su empresa por su profesionalismo de<br />
alto rango, como prestador de servicios. Tengo mi título de arquitecto y deseo saber si existe<br />
alguna posibilidad en el área arquitectura, donde pueda prestar mis servicios para asumir algún<br />
proyecto. Si no la hay, veré de hacer enmarcar en un bonito cuadro ¡ésto! - Batió una gruesa<br />
144
hoja de cartulina blanca - para colgar en el estar... de la casa de mi madre, ella es la que más<br />
quería este título, ¿me entiende?<br />
¡Perfectamente! Pero, es ¡un buen título! Señaló leyendo el diploma, y lo tiene en su mano no es<br />
para lastimar a nadie ¿no? En estos momentos, desgraciadamente no hay ninguna petición en lo<br />
que usted desea, por favor déjeme sus datos y si ocurre alguna novedad, lo llamo. Éso de todas<br />
maneras, dijo simpático.<br />
Pablo lo miró, las pestañas tupidas de sus ojos almendrados le ayudaban a mantener su emoción,<br />
en secreto. Dijo: merecido su prestigio, por ello vine, quiero lo mejor.<br />
Petit Hans sonrió jovial, gracias por sus palabras de confianza; siempre es bueno escuchar lo<br />
positivo que se comenta.<br />
Pablo recorrió con su vista el sector, dándose tiempo sacó una de sus tarjetas personales de la<br />
billetera. Llamó su atención unas fotos que adornaban el escritorio con un arreglo floral,<br />
pequeño y delicado. Era una niñita con ojos asustados y oscuros, como si estuviera a punto de<br />
llorar, tenía el cabello atado en unas trencitas tirantes a los dos lados de su carita. ¿Su hija? No.<br />
Era demasiado joven como para tener una hija de unos nueve años. Nunca supo que tuviese<br />
hermana, era lo que conversaba su madre años ya, era el solitario regalón de su hogar, en el que<br />
seguramente tenía puestos los ojos su padre, y el corazón su madre. ¿Quién sería esta niña?<br />
Lo sacó de sus interrogantes la voz del joven empresario, sorprendiéndolo con la mirada fija en el<br />
retrato.<br />
¡Bonita! Dijo Pablo, ¿es su hija?<br />
Nooo, es mi hermana, allí tendría unos ocho años, ahora es toda una señorita. Pasando a lo que<br />
nos interesa, acotó con naturalidad, sin adivinar lo que sentía Pablo; estaríamos comunicándonos<br />
a lo mejor muy pronto ¿le parece?<br />
Totalmente desconcertado no atinaba a decir nada. Movió afirmativamente la cabeza. Cualquier<br />
cosa que dijera estaba bien en esos momentos, o daba lo mismo; estaba algo aturdido. Acortó<br />
con –está bien- a todo, saludó cortés y salió del lugar adonde se había acercado con esa increíble<br />
ilusión de conocer a su hermano; en la absoluta seguridad que Petit Hans, no tenía idea de su<br />
existencia. Ahora se despertaba en él la incógnita de esa criatura, nacida después ¡que él nació!<br />
Trató de recordar lo conversado con su madre, cuando le trataba de explicar, lo inexplicable. Con<br />
su acostumbrada ternura lo acariciaba, hablándole bien de ese hombre tan infinitamente<br />
especial para ella. Las llamadas. ¿Cómo estás? Se le iluminaban los ojos cuando respondía: bien<br />
vida, gracias. Y ¿tú cómo estás? Pablo cerraba la puerta discretamente, luego ella salía sonriente<br />
y le comentaba... quería saber cómo estábamos, te envió sus cariños. No. No preguntaría nada.<br />
Su madre y su padre se habían amado tanto más, que los esposos consagrados por papeles<br />
firmados, era tan real su respeto y su amor llevado años y años en silencio, ante la fanfarrona<br />
sociedad que exige, pero que nada aporta para llenar los vacíos de las vidas solitarias; a no ser<br />
vanalidades o lapidarias críticas.<br />
145
Jamás nadie supo imaginar el inmenso amor que se profesaban. Lo cuidaban como el más<br />
preciado tesoro al que no hubo acceso para ensuciarlo, señalándolo grotescamente con ningún<br />
comentario. Digna respetó los espacios en que él actuaba, como empresario relacionado a alto<br />
nivel; lo dejó cumplir su Auslich; su compromiso.<br />
Era creyente y no rompió el lazo de lo que constituyó su núcleo familiar. Lo mejor era ver pasar<br />
los años, y notar cómo permanecían sin amarras; el uno en el otro, con el solo sentimiento de<br />
amar sin tiempo, sin medida, sin razón; solamente porque así es.<br />
No. No preguntaré nada, se dijo Pablo. Ninguno de los dos sabrá, de lo que me enteré hoy.<br />
146
Capítulo 17<br />
Parte Petit Hans.<br />
Con la poca importancia que Hans daba a las cosas materiales, no era de extrañarse ver llegar a<br />
la gente que le trabajaba, con alguno de sus pantalones o suéteres, ya con sus zapatos o camisas.<br />
Hasta un auto arreglado y todo, regaló al más antiguo de sus ayudantes. “Para que pasees a tu<br />
familia, pues hombre” le había dicho. ¡Bienhechor de su gente! Aún así, creía que se daba vuelta<br />
de espaldas y le sacaban el cuero. Tal vez no se equivocaba. No eran todos a su manera ni con su<br />
fórmula de vida; disfrutaba haciendo el bien, sin mirar a quién.<br />
Lo que no podía resistir era que le robaran, eso ¡lo desesperaba! Inteligente les daba la<br />
oportunidad a que lo devolvieran, en forma diplomática. Otra cosa que aborrecía era al flojo;<br />
sabía lo que costaba ganar el pan de cada día. Nada era fácil. Había conocido de cerca los malos<br />
tiempos, por ello no justificaba al que teniendo la oportunidad de un trabajo bien remunerado,<br />
lo quisiera engañar. Nunca dejó de cancelar utilidades y vacaciones a su personal, y si las cosas<br />
no andaban prefería dejar de cancelar una cuenta de teléfono o cualquier cuenta, antes que un<br />
salario. Atrás de cada uno de ellos – se refería a sus colaboradores- hay una familia esperando,<br />
decía. Dios lo premiaba y le enviaba nuevas oportunidades. Le desesperaba el abuso, y se<br />
esmeraba en valorar el monto asignado a cada uno de los que le ayudaban. “Lo que no es bien<br />
avenido, nunca puede ser aprovechado” era su ley.<br />
Siempre corriendo sacando al día el mejor provecho, olvidaba la velocidad permitida. Un día se<br />
encontró sin documentos.<br />
Llamó a Mar: ¡se pasó el juez! Dijo indignado.<br />
Con calma ella le preguntó: ¿a cuántos kilómetros corrías?<br />
No era tanto; a ciento veinticinco.<br />
¡La nada misma! Le encuentro toda la razón al magistrado, y me parece poco la multa. No, no era<br />
tanto, remedó burlona. ¿No te acuerdas que debes cuidarte para mí?<br />
¡No te das cuenta! ¿Qué será de nosotros? No puedo pedir al chofer que me lleve a tu casa, ni a<br />
ninguna parte.<br />
¡Cómo no lo pensaste antes! Además ni un problema por lo del auto, si no puedes manejar, tú<br />
vendrás a pié. O en lo que sea. Ahora tendrás más precaución.<br />
Es complicado. Si me pillan manejando, además de llevarme preso me dejan sin documentos<br />
para lo que me reste de vida, ¿te das cuenta?<br />
147
Así juntaste material, te dije que dulces hay...<br />
¡Ni me lo digas!<br />
Bueno vida, hay un refrán que dice: al mal tiempo, buena cara... heroica dijo “resistiremos”<br />
No. No resistió. Y antes de Navidad llegó a visitarla en taxi. A los cinco días arriesgando todo lo<br />
dicho, sacó el auto y por lugares poco frecuentados de policías, la llevó a pasear.<br />
Conversaron de todo.<br />
Mar le repitió: tú no me entiendes cuando te pido que te cuides para mí, ¡ah! al mismo tiempo<br />
en buenas condiciones.<br />
Tú crees que ya estamos en condiciones de ser amigos, te digo... tartamudeó ¿preparados en<br />
caso de que no te pueda hacer vibrar como cuando éramos jóvenes? Preguntó Hans<br />
repentinamente.<br />
No te hagas el anciano, estamos nuevitos aún, dijo Marymar con picardía.<br />
Pero, yo te pregunto ésto, porque imagino que más adelante podríamos conversar y<br />
entretenernos mucho, aunque yo no funcione en buenas erecciones. Lo dijo avergonzándose.<br />
Hans te diré algo que pienso desde tiempo atrás, hace muchísimo tiempo atrás: sólo con mirarte<br />
ya soy feliz. A mi manera. El sexo es importante, es cierto, pero no lo más importante para mí.<br />
Nos entendemos de maravilla ¿no? Oye, nunca sentiría mayor necesidad del sexo, como obviar<br />
lo inmenso del espíritu; nuestra fortaleza está en nuestras almas. Es, lo que de repente me hace<br />
pensar que estuvimos unidos en otra vida anterior, a lo mejor tú eras la dama y yo el varón, por<br />
allá en el siglo XVI, en algún castillo donde no nos dejaron ser felices, pero ya ves somos<br />
burladores de las reglas que adquirimos un sistema especial a nuestra manera, dimos en el clavo,<br />
como se dice, para con ingenio, lograr felicidad. Si yo hubiera escogido años atrás seguirte como<br />
me pedías, ampararme en tu solidez, en tu fortaleza; tal vez hoy me sentiría enana, en el fondo<br />
me parecería indigno el amor que recibo de ti. Pero, de noche doy gracias a Dios al acostarme,<br />
porque sé que en justicia da a cada cual; lo que merece.<br />
A veces dudo si yo te merezco, he aprendido tantas cosas buenas de ti, me sorprendo<br />
acordándome de tus palabras y aplicando tu filosofía sabia, a los problemas que se me<br />
presentan. Ahora mismo ¿sabes que Petit Hans viaja a <strong>Austria</strong>? No ha podido superar la muerte<br />
repentina de su madre; no quiere seguir con mi negocio. Me ha dicho que quiere estudiar allá<br />
otra carrera y buscar a sus parientes. Se dirigió a la Embajada y le aconsejaron el Ökista, que es<br />
un comité austríaco para intercambio estudiantil, está tan bien organizado que te cuento que<br />
tienen más de cien albergues juveniles para visitantes del país. Además él como hijo de austríaco<br />
tiene oportunidad de otros beneficios allá, aunque te parezca insólito, en un país en que viven<br />
actualmente sólo siete millones ochocientos mil habitantes, la educación fiscal hasta en las<br />
148
universidades es gratuita, y la conducción de los niños es gratis, los libros con pagar cinco dólares<br />
los obtienen también, ¿te das cuenta? -<br />
-¡Igual que acá!- Bromeó Mar, haciendo mofa del elevado costo existente en las universidades<br />
tanto del Estado, como de las privadas, brotadas como hongos por lo bueno del negocio.<br />
Imagínate <strong>Austria</strong> permaneció ocupada hasta 1955 por la URSS, Francia, Gran Bretaña y los<br />
EE.UU.; las mismas potencias que le habían liberado por allá un 1º de Mayo del ’45, en que se<br />
constituyó la Segunda República Democrática, con un nuevo lema que les rige para siempre:<br />
“nunca más el fascismo, nunca más guerra, neutralidad permanente y activa”. Cambió, todo<br />
cambió desde aquel 12 de marzo de 1938, cuando las tropas alemanas entran y al día siguiente<br />
es anexada al Reich alemán. Cambió hasta su día nacional, en el Imperio era el día del<br />
cumpleaños del Emperador: 11 de febrero; ahora es el 26 de octubre, día de la salida de las<br />
tropas de ocupación. Los últimos en retirarse fueron los rusos. Hoy por hoy es socialmente<br />
estable, no hay casi huelgas, el desempleo es mínimo y los protege una ley, ley de cesantía, en<br />
que perciben un monto equivalente a quinientos dólares, por seis meses mientras vuelven a<br />
encontrar trabajo, y pueden vivir dignamente y cancelar sus cuentas. No hay smog, los tranvías<br />
son con calefacción y limpios, los U-Bahn son trenes subterráneos como el metro, que recorren<br />
la ciudad en forma circular, en distintos niveles y acondicionados en sus horarios para que nadie<br />
deba esperar minutos perdidos, organizados y coordinados con los buses y tranvías, todo con<br />
comodidad. Nadie eleva la voz, existe respeto por la persona, el nivel de vida está sobre la media<br />
europea, y posee una gran seguridad social, sobre todo en las prestaciones familiares: allá, cada<br />
niño que nace tiene una ayuda del Estado equivalente a ciento veinticinco dólares, como<br />
asignación por sus gastos, aunque la natalidad es baja hoy por hoy sólo un 1.4 %. Pero, la madre<br />
puede permanecer con su hijo los dos primeros años de su crianza, y recibe exactamente el<br />
mismo sueldo que recibía estando en su trabajo; luego puede volver a retomarlo. Existe solidez<br />
en las pensiones, seguro de enfermedad. Los medicamentos al alcance de costo de quien los<br />
precisa. ¿Te fijas? ¡Cómo puede construir su futuro un país sin guerras! Tampoco existen<br />
drogadictos que dañen a la sociedad, en ningún grado; los que son irreversiblemente<br />
consumidores, obtienen su cuota de consumo en sus casilleros en la Karlplazt, pero no hacen<br />
vandalismo. Y no logran su objetivo los traficantes, de hacerse millonarios a costa de ellos. No<br />
hay lavado de dinero, por lo tanto. Las edificaciones son armónicas, manteniendo la altura<br />
regulada, no disparada como acá que se ha roto toda armonía, increíblemente. Los parques sé<br />
que le van a encantar: llenos de los más bellos rosales y tulipanes, variadas flores. Se cuida<br />
mucho la forestación, a pesar de que a veces la nieve quema los árboles. Bueno te podría seguir<br />
hablando de <strong>Austria</strong> mucho más. Sigue siendo el corazón de la Europa Central, aunque todos los<br />
caminos no crucen ya por ella, como en tiempos del Imperio.<br />
¡Qué lindo escucharte! El mejor nacido es el que no olvida su tierra. Mientras hablabas he<br />
trabajado un pequeño poema por ti, y por los austríacos de tu patria que navegan por las aguas<br />
del mundo.<br />
Te escucho y lo agradecemos los austríacos errantes, mi hijita ¡adelante!<br />
149
<strong>Austria</strong><br />
<strong>Austria</strong> mi Patria, amada en lejanía.<br />
¡Noble! - aún desmembrada-<br />
sin Rey.<br />
¡Pero jamás vencida!<br />
Con la mirada sumida en encontradas emociones valga nostalgia, cariño, amor patrio, gratitud.<br />
Hans siguió la conversación en otro tenor, el de la comida.<br />
Es bueno que viaje, lo hará crecer, tendrá muchas cosas para contar ¿no te parece? Tal vez irá a<br />
comer un buen Gulasch de Hungría, o una Brocheta Balcánica, quizá un ganso del Día de San<br />
Martín con pimentón rojo y rellenos especiales, con las judías, patatas o nabos, o los menudos de<br />
ganso al estilo judío, como lo preparaba mi Tante Gill, ¡uf toda esa comida! Guisada lento como<br />
se acostumbra en el campo, era maravillosa. Tantos y tantos años sin olvidar. De postre es casi<br />
seguro que pedirá un Strüdel, o una porción de tarte Sacher, o bien un Koch que es como un<br />
pudín o Mus. Él es bueno para comer cosas ricas solamente. Y beberá cerveza brindando por los<br />
que nos quedamos; también conseguirá una novia, allá la población femenina es un diez por<br />
ciento más alta que la masculina, aproximadamente.<br />
No te pongas triste, deja que realice sus propios sueños, le hará muy bien como tú has dicho.<br />
Cuando vuelva se sentarán a conversar horas y días completos, vida.<br />
Sí. Ya lo sé Mar. Pero, te digo que yo por mi parte no quiero continuar este sistema de vida.<br />
Tampoco lo quiero acompañar por dos razones: tú y el reencuentro con mis raíces. A ti no te<br />
puedo pedir que dejes todo y me acompañes allá, sería egoísta hacerlo ya que tienes una<br />
hermosa descendencia que te extrañarían tanto. Y si fuera contigo tal vez te llevaría a visitar<br />
todos los lugares más bellos, también a Salzburgo a visitar la tumba de W. Amadeus Mozart, del<br />
que me haces oír piezas maravillosas, y te encanta. Te llevaría a donde se juntan todos los<br />
vientos, no dejaría espacio sin que lo apreciaras, porque aún sigue siendo “el corazón de Europa”<br />
y tiene desde tiempos inmemoriales cruce obligado de las rutas de tránsito entre las grandes<br />
regiones culturales y económicas; sé que tú te quedas con lo primero. Oye no por nada <strong>Austria</strong><br />
cumple su Milenio: 996 – 1996. Pero de lo mío, allá no debe quedar nada en lo que anduve de<br />
niño; han pasado demasiadas aguas debajo de los puentes ¿me entiendes? Creo que recién te<br />
haré caso, dejaré arrendado todo. ¡Mar, no trabajaré más!<br />
¡Por fin descansarás! De lo que tanta vida te ha quitado, te diría hipócritamente “te felicito<br />
Hans”, pero creo que siempre te pedí que te cuidaras para mí. Igual me alegro de tu tardía<br />
decisión. Pasarás con menos preocupaciones, no tan extremadamente tensionado por escalar un<br />
muro que te consume las energías; y que al final logras escalarlo, y al mirar hacia el otro lado:<br />
encuentras... que hay nada. Sólo el ataúd esperándote amable. Y se te fue la vida en ello.<br />
150
Capítulo 18<br />
Final del relato.<br />
Sentado en su bergère de cuero negro, cómodo frente a la chimenea ardiendo, con la copa de<br />
coñac entre las manos calentándola, y ya medio consumida; continuó don Hans la conversación<br />
con su amigo Juan Sánchez.<br />
“Y, así se nos ha ido pasando la vida” dijo, con un suspiro profundo, como agradecido de tener<br />
tanto para contar.<br />
Afuera el temporal con granizos ensordecedores, arreciaba. Los golpes fuertes y sonoros de los<br />
truenos en el cielo presagiaban más y más tempestad, como si el cielo mismo se descolgase en<br />
lágrimas eternas, inconclusas, no finitas.<br />
Juan dejó su poncho en la silla mecedora y se acercó a atizar el fuego enderezando un tronco<br />
caído, casi consumido. Agregó dos más en cruz para que prendieran sobre el rescoldo de las<br />
brasas algo dormidas. De tanto en tanto las luces fuertes zigzagueantes de los magnéticos<br />
relámpagos, iluminaban amenazantes el acogedor ambiente de las confidencias.<br />
Vació un poco más de la botella de coñac en la copa del patrón, a tiempo que le preguntaba: ¿y<br />
su hijo dónde está? Me refiero a Pablo...<br />
Con él, te diré me ocurrió algo especial. Él era especial. Conversábamos de muchas cosas cuando<br />
me contestaba el teléfono; algunas veces lo invitaba a revisar mis trabajos, o a andar a caballo<br />
para compartir con él. Tenía mucho ingenio, de la nada hacía creaciones muy personales, poco<br />
comunicativo pero simpático, no tímido. Muy inteligente aunque no tan estudioso; buen mozo,<br />
alto y deportista, agregó como dibujándolo en su memoria. ¡Gran compañía de Mar!<br />
Sánchez interesado cada vez más preguntó: ¿supo que usted era...<br />
Sí. Dijo con tristeza infinita. Pero, en esos momentos no me atreví a volver a arrasar con todo;<br />
por Mar lo hice, no quería deshacer su figura de madre ejemplar. Sólo contemplé el crecimiento<br />
de su vida desde el otro lado del tremendo río, no me sentía con fuerzas para tomarlo de la<br />
mano, sabía que ella lo amaba tanto que me conformé con eso, que ella se hiciera cargo de<br />
sacarlo adelante, intentando no perjudicarlo con mis imposiciones o mi presencia, a veces creía<br />
que debía acercarme; otras que debía dejarlo con su madre que lo conocía mucho más; que yo<br />
de a ratitos. Era un gran niño con un tremendo corazón, humano, sensible, amoroso, compañero<br />
y cariñoso, con todo ese interior exquisito de su madre. ¡Sé que ella lo hizo muy bien! Es<br />
arquitecto pero, recorre los cielos del mundo pilotando un moderno avión de pasajeros ¡es su<br />
pasión!. Tal vez busca respuesta, tal vez es la herencia... terminó sin voz.<br />
Nunca conversamos de ello, aunque supimos los dos. Le gustaba mi compañía, yo en esos<br />
151
momentos... no tuve tiempo para él, no el suficiente. Recuerdo que en una ocasión le dije al<br />
hacerle un regalo y –para que me lo aceptara- que cuando dos personas se querían, una<br />
demostración normal era que el que podía, le regalara al otro algo que notara que le gustaba.<br />
Me miró, lo recuerdo, con esa maraña de miel que tenía en sus ojos y me dijo: “eso no lo<br />
entiendo mucho”. Me simplifiqué diciéndole “si yo te quiero, te puedo regalar algo que te<br />
agrade ¿o no?”<br />
Sonrió con su cara de adolescente aún niño, y aceptó. Luego pensé que lo que más le gustó fue<br />
escucharme decir TE QUIERO. ¿Por qué será que nos hace tanta falta oír eso, a todos los seres y<br />
en cualquier edad? Dijo secándose el rabillo del ojo derecho. Nos tratábamos de tú y logramos<br />
tener una buena amistad, pero creo que él esperó más de mí y, no pude darle mi tiempo, este<br />
tiempo que me sobra ahora. Creció, estudió, se recibió y partió. Por eso te digo Juan, que tal vez<br />
busca respuesta en esos cielos infinitos donde quizá conversa con Dios.<br />
A mi edad yo ya no pregunto. Acepto los recodos y recovecos donde se asentaron mis pasos de<br />
caminante. Nada es casualidad, todo es por algo; ahí está la proeza, la gran madurez y valentía<br />
de su madre, aún me ama. Y ya ves Juan, yo también la amo, y mucho.<br />
Bueno patrón, hay un dicho que es la pura verdad y dígame si no es así:<br />
ERRAR ES HUMANO, PERDONAR ES DIVINO.<br />
152
Bibliografía:<br />
Raymond Poincaré (De la Academia Francesa). “De mis recuerdos”. La verdad sobre la guerra.<br />
(Traducción de G. Reynal) Santiago de <strong>Chile</strong>, Ed. Zig-Zag 1934.<br />
Raymond Poincaré: gran estadista francés, hijo de la Lorena, persiguió siempre una política<br />
nacionalista, sin descuidar ni un solo instante las buenas relaciones internacionales de Francia. Su<br />
profunda popularidad se debió a que supo reencarnar el alma de su nación en momentos<br />
difíciles y graves. Buceó en el abismo, para lograr presentar un claro análisis del espíritu que<br />
animaba a Europa, durante el casi medio siglo transcurrido entre 1870 y 1914.<br />
Poincaré tenía una alta idea del modo cómo debía practicarse la Política. Decía:<br />
“La Política correría el riesgo de volverse anémica y de atrofiarse, si únicamente fuera sostenida<br />
por el miraje de la riqueza y del bienestar físico. Reformas económicas, financieras y<br />
administrativas, todo eso está bien; pero no lo es todo. Por muy buena que sea en sí misma una<br />
reforma, nunca tendrá todo su valor, sino por el espíritu que la inspira, y este espíritu no será<br />
verdaderamente inspirador si no sopla desde lo alto. Lo que nos viene de lo alto es la bondad, es<br />
la justicia, es el amor a la libertad, es el respeto a la humana conciencia, es la fe en los destinos<br />
de la Patria.”<br />
“La Política digna de este nombre, es la que jamás se separa de estos sentimientos, la que<br />
pide a ellos su fuerza y en ellos encuentra su grandeza; la que no vive diariamente de decisiones<br />
empíricas y de expedientes contradictorios: la que obedece a grandes ideas y mira con atención<br />
perseverante un objeto superior, que se forma una doctrina moral sobre el individuo, sobre la<br />
nación, sobre la humanidad, y que se aplica a asegurar al individuo el libre ejercicio de su rol<br />
dentro de la nación y, ésta, el pleno goce y extensión pacífica de su puesto dentro del mundo; la<br />
que, en una palabra, no es, para quienes la practican, ni una profesión, ni un entretenimiento,<br />
sino un deber esencial y primordial, deber al cual nadie puede substraerse sin renegar de su<br />
título de ciudadano y sin contribuir al quebranto de la sociedad”.<br />
¡Cuán dignas de meditarse son estas palabras llenas de elevada inspiración y de robusto buen<br />
sentido, y de las cuales está excluida toda pasión, excepto la pasión del bien! Especialmente son<br />
dignas de meditarse aquí en <strong>Chile</strong>, donde los partidos políticos se debaten en un lamentable<br />
desconcierto causado por la dispersión, o mejor decir, por la disgregación de las grandes ideas,<br />
por la fuerza centrífuga de sus energías y por la falta de espiritualidad, esa espiritualidad que,<br />
según Raymond Poincaré, viene de arriba y se traduce en bondad, justicia, amor a la libertad,<br />
respeto a la conciencia humana y fe en los destinos de la Patria.<br />
E. G. Reynal, 1934.<br />
“Libro Blanco del Gobierno Británico”<br />
Aspectos de la situación en Alemania, marzo, 1938 – febrero, 1939. Documentos referentes al<br />
trato que reciben los alemanes, del gobierno nazi. (Del Cónsul General Gainer a Sir N. Henderson,<br />
153
Viena, 10 de octubre de 1938) Talleres Gráficos del diario “La Tarde”, Santiago de <strong>Chile</strong>.<br />
Yolando Pino Saavedra<br />
Nació en 1901, en <strong>Chile</strong>. Profesor, filólogo, folclorista, académico, ensayista, traductor; estudió<br />
Castellano y Alemán en el Instituto Pedagógico de la Universidad de <strong>Chile</strong>, fue contratado por la<br />
U. De Hamburgo para el cargo de lector de Español. En Alemania estudió al mismo tiempo<br />
Filología Romance, Ciencia General de la Literatura Alemana Moderna. En 1931 obtuvo el grado<br />
de Doctor en Filosofía. De regreso en <strong>Chile</strong> ocupó las Cátedras de Alemán, Estilo y Composición<br />
Estética Literaria, en el Instituto Pedagógico de la U. de <strong>Chile</strong>, (1932). En 1941 fue elegido Decano<br />
de la Facultad de Filosofía y Educación; en 1953 representó al gobierno en el Consejo de la U. de<br />
<strong>Chile</strong>.<br />
Al crearse la Comisión <strong>Chile</strong>na de la UNESCO, fue designado por el Presidente de la República<br />
como su 1er Vicepresidente. En 1941, dictó por primera vez en <strong>Chile</strong>, un curso de Folclore en la<br />
Escuela de Verano de la U. de <strong>Chile</strong>. Fundó el Instituto de Investigación Folclórica, en <strong>Chile</strong>. Fue<br />
co fundador del Instituto <strong>Chile</strong>no-Alemán de Cultura, y desarrolló una amplia labor, el Gobierno<br />
de la República Federal Alemana lo condecoró con La Gran Cruz al Mérito.<br />
Llegó a Vicepresidente de la International Society for Folk Narrative Research, con sede en<br />
Alemania. Fue Profesor - Investigador de la University of California. Es Académico de la Lengua y<br />
correspondiente de la Real Academia, Española de la Lengua.<br />
Obras<br />
“La poesía de Julio Herrera y Reissig”. Ensayo 1932.<br />
“En torno al problema universitario chileno”, (colaboración con Roberto Munizaga) 1933.<br />
“Antología de poetas chilenos del siglo XX”, (selección y prólogo) 1940.<br />
“ Rainer Maria Rilke, Gedichte”, (poesías, traducción y prólogo) 1940.*<br />
“Cuentos Folclóricos de <strong>Chile</strong>, 3 tomos”. 1960- /’61 y /’63.<br />
“Cuentos Orales <strong>Chile</strong>no - Argentinos”. 1970<br />
“Cuentos Folclóricos <strong>Chile</strong>nos”. 1982.<br />
Guillermo Oncken<br />
Escritor alemán, nacido en 1838. Falleció en 1905. Autor de una “Historia Universal” entre<br />
otros.<br />
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Mi última gratitud solemne a don Hernán Godoy Urzúa, ensayista, Profesor de<br />
Castellano, Doctor en Filosofía, con estudios de perfeccionamiento en la<br />
Universidad de Berkeley, La Sorbona y San Marcos de Lima. Profesor de<br />
Sociología en la Universidad Católica de <strong>Chile</strong>. Estuvo leyendo esta novela, para<br />
realizar su prólogo. Falleció antes de escribirlo.<br />
Nilda Correa Vives.<br />
155