cartel de "un efecto óptico"
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Dirección: Juan Cavestany Reparto:Carmen Machi, Pepón Nieto, Lucía Juárez, Luis Bermejo Título original: Un efecto óptico País: España Año: 2020 Fecha de estreno: 26-3-2021 Género: Drama Guion: Juan Cavestany Fotografía: Javier López Bermejo Sinopsis: Alfredo y Teresa son un matrimonio de Burgos que viaja a Nueva York con la intención de "desconectar" y hacer todos los planes que vienen en la guía. Pero nada más aterrizar empiezan a percibir señales, sutiles y no tanto, de que en realidad no están en la ciudad que les vendieron en la agencia. ¿Dónde están entonces?

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Lo mejor: La ves y da la impresión de que estás en otro planeta.
Lo peor: Falta algo de fluidez en las repeticiones, que están a punto de agotarse en sí mismas.

Un efecto óptico se desarrolla en varios pliegues del tiempo, allí donde un viaje a Nueva York se convierte en lo que la Grace Zabriskie de Inland Empire llamaría un cuento y su variación. Atrapados en un bucle sin fin, una especie de día de la marmota con sabor a mortadela mesetaria, Alfredo y Teresa (Pepón Nieto y Carmen Machi, así como ausentes) representan el vacío que sienten las parejas de turistas que han convertido el lenguaje en un código de renuncias y negociación, de peleas fútiles y visitas inanes, de actos que parecen cometidos por doppelgängers que se intercambian sus réplicas como cromos repetidos. En la mejor tradición del Lynch fractal, y, sobre todo, del Charlie Kaufman más retorcido y perturbador, el de Synecdoche, New York y Estoy pensando en dejarlo, Un efecto óptico se revela como una puesta en abismo de símbolos y clichés, que, siguiendo los patrones de esa poética de la interrupción que vertebraba Gente en sitios y Esa sensación, hablan de qué ocurre cuando la ficción se hace consciente de sus propios errores.

Así las cosas, la mirada de extrañamiento de dos turistas que no reconocen la ciudad que han visto en las guías –porque, dice Cavestany, Nueva York no es tan distinta a Burgos en estos tiempos líquidos y homogéneos– se contagia a la del espectador, que asiste a sus paupérrimas aventuras como si estuviera viendo un Hong Sang-soo lisérgico. Tal vez en Un efecto óptico se quieran apuntar demasiadas cosas –el síndrome del nido vacío, la violencia de género en clave de versión inacabada de Caperucita y el lobo, el turismo como signo de un globalizado provincianismo, el terror a los silencios y banalidades de la vida en pareja, el cine como terapia para nuestros miedos– para una película que prefiere el proceso a la clausura, y eso pueda generar una cierta frustración en el espectador convencional, pero la propuesta de Cavestany es tan original y atrevida que su alergia a la indiferencia ha de ser motivo de regocijo. Eso sí, uno no puede ser cobarde o supersticioso, hay que cruzar el túnel para disfrutar del paisaje.

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